Conmemoración a Franco y José Antonio (1981), por Blas Piñar

Blas Piñar López

Plaza de Oriente, Madrid, 22 de noviembre de 1.981

Españoles de todas las tierras de España, hermanos de la América española y hermanos de las naciones hermanas de Europa que estáis aquí, con nosotros, en la Plaza Mayor de Occidente, dando testimonio de las viejas palabras con que un día uno de los vuestros, con lágrimas en los ojos, quiso saludamos:

“España púdica, áspera, querida.

España fraterna”.

Os lo decimos con dolor, con amargura y con tristeza.

“Va mal España, porque le han quitado

los dos modos sinceros que hay de amarla,

la Milicia y la Fe.

Va mal, porque sin ellas no hay España,

porque ellas son su esencia y su doctrina

para ser, no un país, sino una Patria,

La Patria no es la tierra que pisamos,

ni el césped, ni el arroyo ni la gaita,

la Patria es una empresa y un destino,

la voz unida y la nación que canta.

Desde hace muchos siglos vive España

acosada, en perpetua centinela.

Cuando España se afirma y fortalece

aflorando el vigor de sus esencias,

hay un cerco tenaz de torpe envidia

que su cintura y corazón aprieta.

Y por la misma causa

cuando España se niega

cuando contra si se vuelve,

cuando deja de ser cruz y bandera,

ese cerco se afloja

e incluso España tiene buena prensa

por esos mundos a los que ha vendido

el holocausto de su historia eterna.

Y cada vez que surge en nuestro pueblo

o un capitán insigne o un profeta,

un paladín que represente a España,

la enemistad del mundo se acrecienta

y otra leyenda negra se agiganta

y una áspera conjura nos acecha”.

Con estos versos, en los que palpita la profunda emoción de España, el poeta valenciano José Vicente Alamá, nos describe la situación de nuestro tiempo: leyenda negra y áspera conjura, a las que parece que hemos sucumbido al dejar de ser cruz y de ser bandera.

Pero no hemos sucumbido. La cruz y la bandera han podido ser profanadas o desamparadas, pero aquí están, con vigor renovado, en esta convocatoria cuajada de respuestas, en este clamor fervoroso, en esta proclama de fidelidad y de gratitud, el profeta y el capitán insigne, a José Antonio y a Francisco Fran­co, cuyo recuerdo se hace más vivo al transcurrir de los años, cuyas vidas, en­tregadas al servicio generosa y sacrificado por España, son un ejemplo y un estímulo para seguir combatiendo al aire libre, con renovada y juvenil ilusión, con­tra la leyenda negra de quienes, ajenos a nosotros, la inventaron con envidia, y contra la áspera conjura de quienes, incrustados en la comunidad española, fusi­laron a José Antonio en Alicante, el 20 de noviembre de 1.936, y comenzaron la tarea estúpida y odiosa de destruir la obra extraordinaria de Franco, a partir del 20 de noviembre de 1.975.

Por eso, junto a la cruz, enarbolada en este domingo, fiesta de Cris­to Rey, está la bandera:

“los dos ríos de púrpura,

frontera de un mar de fuego,

en ondas amarillas.

¡Que nadie ose acercarse a sus orillas

si no es para cantar su Primavera

y besarla en silencio de rodillas!

como ha gritado Martín Garrido.

Por eso, cuando se la profana o desampara, tenemos que traerla aquí, multiplicándola y levantándola con unción y con orgullo, porque es ahora, más que nunca, como ha escrito María Nieves Fernández Baldoví, cuando

“la bandera de España necesita izarse

en las raíces de sus piedras

y surgir en la savia de sus muertos,

donde encuentra la Fe que la sostenga.

Con más sol en la piel,

con más sangre en la médula

¡y un diluvio universal donde se ahoguen

las hachas que persiguen su cabeza!”

A la sombra de la cruz y la bandera, en esta Plaza de la Lealtad, rendimos tributo y homenaje a José Antonio y a Franco. Y no lo hacemos a la manera de una conmemoración respetable, pero simplemente necrológica. Lo hacemos a sabiendas de que uno y otro viven en el presente sin tiempo y sin espacio de la eternidad, pero también en el espacio y en el tiempo de nuestro presente, con la presencia de sus mensajes llenos de actualidad y de fuerza; y tanto que aquí estáis para ofrecer al mundo la prueba gráfica de una emoción colectiva, que cada vez se hace mayor, como se hace mayor y arrolladora la nieve que se precipita desde lo alto y se derrama por el valle estéril para que recobre la fertilidad.

“José Antonio, ¡maestro!… ¿En qué lucero,

en qué sol, en qué estrella peregrina

montas la guardia?”

podemos exclamar con Manuel Machado.

Porque sabemos que tú, José Antonio, desde el lucero, el sol o la estrella peregrina de tu inmortalidad, asistes al acto que hoy nos reúne y que, de algún modo, “tu voz nos llega como antaño” (Félix Ros).

Y tú, vencedor de la Cruzada, centinela de Europa, la espada más limpia del mundo, Francisco Franco, ¿no estás de alguna manera con nosotros? ¿no presides desde el balcón del Palacio de Oriente la magna concentración que se aglomera al conjuro mágico de tu nombre? Nosotros te saludamos porque presentimos, espiritualmente, tu llegada. Por eso, ahí va nuestro saludo, el mismo salu­do de Manuel Machado:

“¡Bienvenido, Capitán!

Bienvenido a tu Madrid,

con la palma de la lid

y con la espiga del pan.

¡Que hoy sea tu nueva hazaña

estas paces que unirán

en un mismo y puro afán

al hermano y al hermano.

¡Con la sombra de tu mano

es bastante, Capitán!”

Pero estas paces no sólo unirán al hermano con el hermano, sino a una generación y a la siguiente. He aquí la lección de una madre española a su pequeño:

“Franco crece en mi alma cada día

y se eleva, coloso, sin frontera;

pienso en él y, sencilla, a mi manera,

quisiera yo sentir como él sentía. Amar a Cristo, como nos decía,

con su vida entregada y ¡tan austera!;

ser del amor a España, prisionera,

sin vacío, barrera o lejanía.

Y mirando la efigie del ausente,

quiero grabar su ejemplo en la memoria

del hijo que Dios puso a mi cuidado:

¡Este es Franco, mantenlo así en tu mente!:

-único en los anales de la Historia-:

mitad monje -mi bien-, mitad soldado”.

“Tu voz nos llega como antaño”, José Antonio. Tu voz que nos dice, avalada por el martirio: “sacudid la resignación ante el hundimiento y venid con nosotros, para hacer una Patria grande, unida, libre, respetada y próspera”. (17-VII-36)

Como nos llega la voz de Francisco Franco, que en su testamento advertía: “No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana es­tán alerta. Velad también vosotros… manteniendo la unidad de las tierras de España (y) exaltando la rica multiplicidad de sus regiones”.

Por eso, lo que importa y urge no es la magnitud de esta asamblea, el espectáculo que desde aquí se contempla, único y nada imaginable en una hora universal de miedo o apatía, el tono y el temple del abrazo múltiple de tantos cientos de miles de españoles, que llena la ciudad de gozo y de esperanza, por con­traste con la grosería amenazadora de manifestaciones de otro signo. Lo que importa y urge es que todo cuanto hoy y aquí representamos, la repulsa unánime de una política de liquidación y almoneda y el propósito de recobrar dignamente la unidad, la grandeza y la libertad de la Patria, no se deshilache después, tanto por la propaganda tenaz del adversario y la maniobra sutil de los enemigos, como por el ofuscamiento propio y la voluntad poco firme que acaba apoyando las tesis fracasadas y suicidas del mal menor y del voto útil y respaldando una y otra vez a quienes, por haber sido coautores de la reforma liberal, de la Constitución laica, del Estado de las autonomías, del divorcio, de los pactos de la Moncloa, del consenso y de la concertación, hay que considerar responsables de la trágica situación que lamentamos.

Sería una contradicción injustificable, luego de la experiencia dramática vivida, que el buen pueblo de España volviera a votar, víctima del miedo al marxismo, a quienes lo han legalizado, a quienes, se pongan la etiqueta política que quieran, marcharon en alegre concordia por las calles de Madrid con sus máximos portavoces y dirigentes; porque si así fuera, al ratificar las causas, volveríamos a obtener, no los mismos, sino peores y quizá irremediables resultados.

El 20-N, en su sexta edición, ha de ser más que nunca una fecha que, teniendo sus raíces en el pasado, se conjugue en futuro, y en futuro próximo y perfecto. El 20-N de la Plaza de la Lealtad, lleva consigo -porque de no serlo así constituiría un engaño a nosotros y un engaño a vosotros mismos- un 20-N en las urnas, un 20-N masivo en la convocatoria electoral que se acerca, un 20-N volcado, no a favor de los partidos de izquierda, de derecha o de centro, sino a favor de quienes, en la fidelidad y en la continuidad perfectiva, hemos asumido el pensamiento de la Tradición, la filosofía política de José Antonio y la obra económica y social de Franco, y tenemos, por añadidura, ánimo decidido, como lo hemos demostrado en el tiempo difícil, de dar la batalla, por dura que sea, con los medios modestos a nuestro alcance y rodeados por el silencio o la injuria, para que ese futuro que tanto os preocupa y nos preocupa, pero que está en nuestras manos, lo presida, sin discusiones, el lema que todos los aquí presentes llevamos muy dentro: Dios, Patria y Justicia.

¡VIVA CRISTO REY!

¡ARRIBA ESPAÑA!

¡ADELANTE ESPAÑA!


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