Conmemoración del XLI Aniversario de la exaltación de Francisco Franco a la Jefatura del Estado, por Blas Piñar

Blas Piñar

Cine Morasol, Madrid, 2 de octubre de 1.977

 

 

Balance de dos años suicidas.

Fuerza Nueva en línea de combate”

 

 

Señoras, señores, amigos, militantes de “Fuerza Nueva”, camaradas de “Fuerza Joven”, que hoy en tan gran número acudís a este acto:

Vaya para vosotros, vanguardia juvenil de nuestro Movimiento, mi saludo y mi felicitación por el bravo ejemplo de entereza, valor y patriotismo que venís dando en toda España, y últimamente en Palencia, donde os ha­béis defendido virilmente del ataque brutal de los marxistas que antes habían embadurnado la ciudad de los insultos más soeces, a fin de que de al­guna manera se cumpla, aunque corregido, el adagio: “dime lo que escribes, y te diré quién eres”; y en Madrid, donde haciendo frente a la coacción y a la amenaza, vendisteis sin rubor ejemplares del diario vespertino “El Alcázar”, el mismo día en que el resto de los diarios capitalinos quedaban en forzoso silencio, víctimas del derecho a la huelga -que tanto habían pedido se reconociese- más poderoso en la práctica, con sus piquetes protec­tores, que el derecho al trabajo y las llamadas libertades de información y expresión

– II –

El 1 de octubre de 1.936, en la Capitanía General de Burgos, pocos días después de la liberación del Alcázar, asumía Francisco Franco la jefatura del Estado español.

Vais a permitirme que, en el 41 aniversario de acontecimiento tan decisivo, recuerde, junto a aquella fecha memorable, otras dos: la del 18 de julio en que se inicia el Alzamiento nacional, y la del 20 de noviembre de 1.975, en que muere el Caudillo.

El 18 de julio de 1.936, desde Santa Cruz de Tenerife, Franco, en su alocución inicial convocando para la lucha dijo:

“¡Españoles! A cuantos sentís el santo amor a España, a los que en las filas del Ejército y de la Armada habéis hecho profesión de fe en el servicio de la Patria, a cuantos jurasteis defenderla de sus enemigos has­ta perder la vida, la nación os llama en su defensa. La situación de Espa­ña es cada día más crítica. ¿Es que podemos abandonar España a los enemi­gos de la Patria, con proceder cobarde y traidor, entregándola sin lucha y sin resistencia? ¡Eso, no! Que lo hagan los traidores: pero no lo hare­mos quienes juramos defenderla”.

Lección magnífica sobre la lealtad a la Patria, que matiza y complementa su lección sobre la disciplina castrense del discurso con el que fue clausurada por el propio Franco, durante la República, la Academia General Militar de Zaragoza, fijando la distinción y la jerarquía entre una y otra, pues hay ocasiones límite en las que la disciplina, al olvidarse de la le­altad, se convierte, como Franco señalaba en su alocución de Tenerife, en cobardía o traición.

El 1 de octubre de 1.936, Franco, al asumir la suprema magistratura de la nación, dijo:

 

“Ponéis en mis manos a España. Y yo os aseguro que mi pulso no tem­blará, que mi mano estará siempre firme. Llevaré a la Patria a lo más alto o moriré en el empeño”.

El 20 de noviembre de 1.975 moría Franco en el empeño, en idéntico día a aquél en que muchos años antes José Antonio fuera fusilado por el Gobierno de la República. Los dos, Franco y José Antonio, que se dieron cita en la tarea vital de reconstruir España desde sus cimientos, se dieron ci­ta también para la muerte.

La cruz de madera que se alza acogedora en la basílica del Valle de los Caídos, entre la bóveda de los santos y el altar donde cada día se une en el oficio litúrgico, a la sangre de Cristo ofrecida al Padre, la sangre de los héroes y de los mártires de la Cruzada, abraza amorosamente al creador civil de una doctrina política y al artífice militar que la puso por obra, al que soñó con la unidad, la grandeza y la libertad de la Patria y al que hizo palpable y visible esa unidad, esa grandeza y esa libertad en los treinta y nueve años más fecundos y positivos de nuestra última histo­ria.

El 20 de noviembre de 1.975 moría Franco, y el pueblo español cono­cía, estremecido y con lágrimas en los ojos, su mensaje de despedida,

– el mismo pueblo que hizo con él la guerra, y la ganó;

– el mismo pueblo que con Franco a la cabeza dio la batalla de la paz y del trabajo, y la ganó;

– el mismo pueblo que sin necesidad de que los gobernantes mendiga­ran sonrisas en el extranjero, libró el combate de una política internacional digna, y lo ganó.

Ese pueblo, emocionado y agradecido, es el mismo que le rodeaba de afecto cuando recorría campos, pueblos y ciudades; ese pueblo es el mismo que lloró su muerte y que acudió a orar, después de largas horas de espera a la intemperie ante su cadáver; ese pueblo es el mismo, pese a la campa­ña de rencor desatada por tanto liliputiense de esta hora de cuervos, que le recuerda con nostalgia, huérfano de su caudillaje y a merced de los falsos pastores, de los mercenarios de esta hora triste que, por una parte, le seducen, y por otra le arruinan y apalean.

En aquel mensaje de despedida aflora el alma grande de ese hombre-símbolo y casi mito, que se llamó Francisco Franco. En aquel mensaje de adiós y despedida resplandece, dentro de su tremenda sencillez, la figura del héroe cristiano, del caballero intachable, del soldado ejemplar, del estadista insigne, del español completo, radical, de pura ley y de los pies a la cabeza.

En un mundo ateo, laico, secularizado, distante de lo divino y sobrenatural, Franco escribe:

“En el nombre de Cristo me honro”.

“No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cris­tiana están alerta”.

“Quisiera, en mi último momento, unir los nombres de Dios y de España, y abrazaros a todos para gritar juntos: ¡Arriba España! ¡Viva España!”

¡Mi General y Caudillo!: al menos nosotros, los hombres y las muje­res de “Fuerza Nueva”, los que no hemos desertado; los que no hemos huido; los que hemos mantenido nuestros juramentos y fidelidades; los que nos opusimos a la Reforma política -máscara de la liquidación del franquismo-; los que dijimos que “No” en el referéndum; los que fuimos a las elecciones prefabricadas del 15 de junio, no tanto para cosechar votos o conseguir escaños como para alertar acerca de lo que se avecinaba y proclamar a todos los vientos la luz de tu verdad, de tu obra y de tu mensaje, sentimos la fuerza y la caricia trascendente de tu último abrazo en el umbral de la vida y la muerte, del tiempo y de la eternidad.

 

No fuimos tus ministros, ni tus embajadores, ni tus generales. Éramos y somos hombres del pueblo, dedicados a nuestros quehaceres y profesiones, poco dados al juego de la política. No abandonamos la lámpara de nuestra celda y salimos a la vida pública en busca de un puerto, o para hacer carrera o para colmarte de piropos que atrajesen tu mirada. Salimos a la calle, hace ya once años, porque tuvimos conciencia nítida, cuando a muchos les parecía imposible y nos tachaban de visionarios, de que los enemigos de España y de la civilización cristiana -la masonería y el marxismo- los grandes adversarios que señalaste desde el balcón de la Plaza de Oriente el 1º de octubre de 1.975, no sólo estaban alerta, sino que estaban den­tro, como en otras ocasiones nos dijiste, y lo que es peor, estaban ya, por desgracia, como aves de rapiña, dispuestos a morder tu obra, rodeándo­te y a tu lado.

 

– III –

Pronto se cumplirán dos años de tu muerte, dos años que yo me atre­vo a calificar, no sólo de desgraciados, sino de sucios y de suicidas, porque sólo una voluntad enloquecida y patológica de suicidio, que se sobrepone al instinto de conservación, anonadándolo y eliminándolo, puede expli­car el balance catastrófico a que nos ha conducido, en lapso de tiempo tan breve, la repetida experiencia liberal de los reformistas.

En ese balance, cuyas partidas no podemos agotar, sobresalen algu­nas que inciden en el ser mismo de la nación, en la vida, en la paz, en el trabajo y en el bienestar de los españoles.

De esas partidas abultadas y sobresalientes nos vamos a ocupar en la mañana de hoy: de España, puesta en juego y en trance de muerte (pues nos están dejando sin patria); de la economía y sus secuelas sociales (pues nos están dejando sin pan); del orden público, conturbado por el te­rror, transformado en heroísmo (pues nos están dejando sin justicia); y de la política exterior, hecha espectáculo circense (pues nos están dejando sin dignidad).

PATRIA

La brisa de esta conjura contra España, comenzó cuando, primero más allá de nuestras fronteras y luego más acá de las mismas, comenzó a hablarse de país, borrando del léxico la palabra nación; de las nacionalidades del Estado español, borrando del léxico el nombre de España.

El cambio de mentalidad que con el cambio de léxico se pretendía, no era otro que transferir el concepto de España como nación a las regio­nes convertidas en nacionalidades; el de transformar a España, que es algo substantivo, en una adjetivación circunstancial y provisional del Estado.

Todo esto, fruto de un trabajo de penetración e influencia sicológica, es un sofisma absoluto destinado a algodonar y ablandar la reacción inmediata y lógica de quienes rechazarían, incluso con violencia justificada, el atentado directo contra España y su auténtica unidad.

El sofisma es fácil de destruir, porque como todo sofisma carece de fundamento racional.

Para deshacer el sofisma basta con formular ciertas preguntas cla­ves y dejar constancia de hechos.

He aquí algunas de las preguntas que hay que dirigir a los autono­mistas de las nacionalidades y a los que, con ligereza, o cumpliendo compromisos inconfesables, se manifiestan propicios a concederlas hasta por de­creto ley:

– Cataluña y lo que Vds. llaman Euskadi -por poner los ejemplos más llamativos-, ¿son España o no son España? ¿Dónde termina España y dónde comienza geográficamente su nacionalidad?

 

– ¿Son Vds. españoles? O mejor, ¿Son Vds. catalanes o vascos y, además, y por encima de ello, españoles?

¿El haber nacido en esas “nacionalidades” les confiere a Vds. el honor y el orgullo de ser, de saberse y de sentirse hijos de España? O, por el contrario, ¿su conexión con España es tan sólo un vínculo de ciudadanía política respecto al Estado español, un lazo administrativo, una dependencia fría, forzada, apenas soportable, que se tolera, pero no se acepta, que se sufre pero que no se vive en gozosa plenitud?

– ¿Qué entienden Vds. por nacionalidad? Porque lo cierto es que en tanto España se convierte en país y deja de ser nación, o en Estado espa­ñol y deja de ser Patria, vosotros, por contraste, tenéis un “Partido na­cionalista vasco” y una “Diada” nacional en Cataluña.

La verdad es que entre nación y nacionalidad no existen diferencias. La nacionalidad y la nación postulan y requieren un Estado, porque es el Estado el que surge como custodio de la nacionalidad, poniéndose a su ser­vicio para consolidarla y defenderla.

Por eso es una farsa que denuncia un propósito taimado y astuto de embaucamiento, hablar de las nacionalidades del Estado español -fórmula momentánea para el juego- toda vez que, si cada nacionalidad busca su Estado, lo que se pretende no es otra cosa que lograr la creación de tantos Esta­dos con soberanía plena, como nacionalidades existan, con lo que no sólo habrá desaparecido España sino también la entelequia del Estado español.

Y no se diga que cabe la coexistencia de un Estado español con otros estados de las nacionalidades con la fórmula de una Constitución fe­deral. Este argumento es inválido:

  1. a) en primer término porque en España, que logró su unidad política en tiempos de Recaredo y la reanudó en tiempo de los Reyes Católicos, la fór­mula federalista supone, no un avance, sino un retroceso en la unidad;
  2. b) en segundo término, porque el ensayo federalista de la primera República nos llevó al caos;
  3. c) en tercer lugar, porque en las naciones modernas, de organización federativa, la estructura federal es un paso hacia la unificación, y no un estado regresivo para deshacerla. Así ocurre en la Alemania Federal y en Suiza y en los Estados Unidos; y no digamos en Méjico o en Venezuela, don­de el federalismo es una estructura que sólo vive en la ley, pero hace mu­cho tiempo marginada de la realidad vivida por aquellas naciones hermanas.

– La bandera que se enarbola con legitimidad histórica regional o sin ella, ¿se levanta como guardia de honor en torno o al lado de la bandera de España, o la suplanta y sustituye? Porque lo cierto es que la ense­ña de la nación española es arrancada, pisoteada, desgarrada y quemada por los llamados autonomistas, sin protesta ni indignación de sus cuadros dirigentes.

– ¿Para qué queréis, en suma, la autonomía? ¿Para reforzar la uni­dad de España, como dice el señor Clavero con una ceguera de tracoma polí­tico, o para enfriarla, disminuirla y disolverla, como insinúan con mani­fiesto descaro los señores Irujo y Tarradellas, desafiando en sus conversaciones a quienes dicen representar al Gobierno español?

Y constancia de hechos:

El gobierno autónomo de Cataluña se sublevó contra España y la República española en octubre de 1.934, al unísono de la cruenta revolución socialista de Asturias, reforzando así, indudablemente, la unidad.

El Gobierno autónomo de Euskadi, surgido del Estatuto que en plena guerra y con absoluta falta de legitimidad aprobó el Congreso republicano, luchó con sus “gudaris” y su cinturón de hierro de Bilbao, contra España, en 1.936.

En las dos regiones más ricas de España, a cuya riqueza hemos contribuido todos con el arancel protector, las inversiones y la mano de obra inmigrante, surgen los movimientos autonomistas y separatistas, auspiciados por grupos financieros poderosos que pretenden conservar y acrecen­tar su riqueza y su influencia y desentendiéndose de las comarcas más po­bres del “país”.

Esta avaricia sin reparos morales ha llevado a algunos a pedir el aprovechamiento exhaustivo del Ebro en beneficio propio y con daño grave para Aragón. Recuerdo a este propósito a aquel ministro japonés de Hacien­da al que, por su tenacidad impositiva, se le llamó MIKADO KON TODO.

En este camino demoledor de España, como auténtica nacionalidad, como unidad de historia, de convivencia y de destino, estamos asistiendo con perplejidad creciente a la concesión de autonomías provisionales y a las entregas de poder en términos tan antidemocráticos que escandalizaría a los hombres de la II República.

En efecto; durante la República, el Estatuto catalán fue concedido luego de amplias y calurosas discusiones. Ahora basta, sin duda, un Decre­to ley para su puesta en ejercicio.

Pero no es sólo esto: los gobernantes del neoliberalismo español, aquéllos que decían afincarse sobre tres postulados: la unidad de España, la monarquía y el Ejército, no sólo pactan, sin consultar ni con el pueblo ni siquiera con las Cortes, sobre la unidad, sino que vuelven a poner en tela de juicio la legitimidad y legalidad de la Monarquía.

La sensación de inseguridad y provisionalidad de la monarquía, fueron ya evidentes al someter a referéndum inconstitucional el Principio VIII del Movimiento, lo que exige, porque es viable y concordante, que se lleve también a referéndum el Principio VII, que no es de rango superior al VIII, para decidir sobre la alternativa Monarquía o República.

Ahora, esta sensación de inseguridad y provisionalidad de la Monar­quía vuelve a plantearla el ejecutivo de la propia Monarquía, en tanto en cuanto negocia con los Gobiernos autónomos en el exilio, reconociéndoles así una legalidad que el Gobierno de la República les negó al disolverse en Méjico.

De este modo, el Gobierno de la Monarquía implícitamente está negando no sólo el origen histórico y político de aquélla, sino que, al colocarla en un plano de igualdad con quienes fueron y son sus enemigos, la ponen en tesitura de dimisión y abandono. Se niega así la legalidad legitimadora del 18 de julio y se admite la legalidad ilegítimamente del 14 de abril, que supone, quiérase o no, el “delenda est Monarchia”.

Se ha dicho que Tarradellas ha pedido entrar en olor de multitudes en Barcelona, para hacerse cargo de la Presidencia de la Generalidad, y que le rindan honores una compañía del Ejército y otra de la Guardia Ci­vil.

Espero que el patriotismo del señor Gutiérrez Mellado no imponga a quienes por disciplina le deben obediencia semejante humillación.

Pues bien: si hoy ninguna de las regiones que históricamente se fundieron en la nación española quiere ser España, nosotros ¡sí!

Si hoy nadie quiere ser español, y los unos aspiran a ser guanches y los otros celtas y los otros vascones, nosotros no nos avergonzamos de nuestra españolía.

Nosotros queremos ser España y queremos ser españoles, pues, no obstante la mediocridad y la estulticia de algunos de los que nacieron en ella, ser español continúa siendo una de las pocas cosas serias que se puedan ser en el mundo.

Descentralización administrativa, ¡Sí! Administración ágil, lo me­nos costosa posible, ¡Sí! Más sociedad y menos administración y burocra­cia, ¡Sí! Exaltación de la rica multiplicidad de las regiones, de su personalidad, de su idioma, de su cultura, ¡Sí! Pero como fuente y fortaleza de la unidad, como quería Franco, y no para deshacerla mediante gobiernos autónomos enemigos de esa misma unidad.

 

ECONOMÍA

Es importante el binomio Política y Economía. Estado y actividad económica.

Si la Economía prima sobre el Estado y se apodera del mismo, el Estado es un simple instrumento de quienes dirigen la actividad económica.

Si la Política prima de tal modo sobre la Economía que el Estado llega a monopolizar plenamente la actividad económica, la sociedad como cuerpo orgánico deja de existir y la libertad desaparece.

En ambos sistemas el hombre, lejos de ser su destinatario y a la vez su beneficiario, es su víctima, su conejo de indias, ofrecido en holo­causto al espíritu de lucro del liberalismo capitalista, o a la esclavitud del hormiguero sin alegría creado por el marxismo.

 Entre una y otra fórmula -la segunda resultado de la primera y ambas fruto de una concepción herética o equivocada de la sociedad y del hombre-, hay otra de raíz cristiana que, partiendo de la idea trascendente del hombre, portador de valores eternos, capaz de salvarse y condenarse, entiende que la economía y la política se ordenan al hombre y no al revés; que la economía esté al servicio de la política, y no al revés; y que una de las tareas fundamentales del hacer político, en cuanto se dirige al bien común, consiste en crear y fomentar aquellos factores ambientales que permitan una actividad económica eficiente al servicio del hombre y de la sociedad en que el hombre vive.

Entre estos factores ambientales que la buena política persigue, y sin los que la actividad económica se marchita y perece, están:

la confianza en el futuro;

la imposición fiscal razonable;

la correlación entre costos, precios y salarios;

la normalidad en las relaciones laborales;

la concepción de la empresa, no como campo de lucha, sino como tarea común por parte de quienes en ella colaboran;

la Justicia en el tratamiento de los distintos sectores económi­cos y de las distintas comarcas de la nación;

la negación, con los hechos y no con las palabras, del despilfa­rro en el gasto público;

la conjugación de la propiedad privada, la empresa libre y la economía de mercado, con las empresas de economía mixta y las empresas nacio­nales, para el supuesto de que la cuantía de las inversiones o la razón de Estado las hagan precisas.

Al amparo de estas grandes coordenadas, y la cooperación del Sindi­cato corporativo, se logró, de una parte, la paz social, y de otra, un progreso económico admirable. Y tanto más admirable, puesto que arrancó desde menos cero, es decir, de una nación de alpargata, carcomida por la democracia liberal -monárquica o republicana-, diezmado en su población activa y arruinado materialmente por el enfrentamiento a que esa misma democracia nos condujo, reducido a la pobreza y al hambre y a un boicot internacional injusto, obra del rencor y de la cobardía.

Así se produjo el milagro español, sin plan Marshall, mucho más llamativo que el milagro alemán, que contó con esa ayuda, y sólo comparable, de algún modo, al milagro japonés.

Repasad los índices del crecimiento económico de España en lo que va de siglo, y os quedaréis impresionados del alza que experimentó bajo el régimen de Franco.

– Medios de transporte: fabricación de automóviles y camiones; 

– renovación e incremento de la flota mercante y pesquera;

– mejora extraordinaria de los ferrocarriles;

– carreteras y autopistas;

– aumento de la producción de energía eléctrica;

– saltos de agua impresionantes;

– regularización de cauces fluviales;

– repoblación forestal;

– puertos, aeropuertos y superpuertos;

– urbanizaciones;

– viviendas;

– centros turísticos;

– hoteles:

– residencias para ancianos;

– sanatorios y hospitales;

– centros de enseñanza a todos los niveles;

– investigación y prospección petrolera;

– ayuda a damnificados y victimados por terremotos, incendios e inundaciones, que transformaron a Santander en una de las ciudades más bellas de España, o resolvieron, como el Plan Sur de Valencia, los riesgos continuos que acechaban a su huerta incomparable;

– mercados internacionales conquistados;

– afluencia turística;

– revalorización de la peseta, cotizada como moneda fuerte;

– reserva envidiable de divisas;

– escaso endeudamiento exterior;

– carencia de desempleo;

– desarrollo de la seguridad social;

– optimismo creador que alentaba al empresario, estimulaba al obrero, mantenía en alza la bolsa y creaba riqueza.

 

¿Y ahora? Ya estamos en pleno liberalismo político, en pleno capi­talismo económico, con incrustaciones cacareadas de marxismo.

En dos años, los técnicos de la piqueta están a punto de destruirlo todo. Se dice que el ministro de Hacienda cambiará el rótulo de su ministerio por éste: “Sindicatura de la quiebra nacional”.

En dos años -no me remonto a la doctrina del Sistema, sino a los hechos que ya nos afectan-:

– se ha devaluado la peseta;

– la bolsa se hunde;

– las industrias cierran;

– los campesinos están con sus tractores en las vías públicas;

– los pesqueros son apresados, indefensos y desprotegidos, en todos los mares;

– aumenta la inflación;

– huyen los capitales;

– aumenta la imposición fiscal;  

– crece el paro;

– disminuyen: – la reserva de divisas,

                       – la capacidad de inversión,

                       – y el ahorro;

– debemos ya once mil millones de dólares;

– y la seguridad social no puede atender al desempleo, unas veces real y otras ficticio, que la picaresca y el mal ejemplo incrementan sin que nadie lo evite y sancione.

Lo gracioso es que el Gobierno pide austeridad, ahorro e inversión, cuando todo el ejemplo que nos ofrece se reduce a financiar partidos y elecciones -causantes de tanto mal- y a pasear por fuera nuestra democracia para ver si alguien nos ayuda a prolongar la agonía.

El Gobierno, a partir de sus puntos doctrinarios de arranque y de sus compromisos con los marxistas, no puede resolver la crisis económica. Ha perdido la dirección y la batuta. Ni siquiera desgobierna, que es una fórmula mala de gobernar. Se limita a dar testimonio homologante de las órdenes ejecutivas que otros toman, amenazándole, por él: desde la huelga que paraliza el tráfico hasta la manifestación ilegal que después se tole­ra. El Gobierno acepta aquello que se le impone, transforma en decreto ley aquello que se le dicta, transige, transige, y transigir, está claro, no es gobernar.

Decía Franco: “Sólo hace falta que en mi ausencia la política no se mezcle con la economía”.

Pues ya se mezcló, alterando su orden jerárquico, porque en un cli­ma liberal el marxismo pretende destruir la economía, llegar al hambre y a la desesperación y adueñarse del poder -que tan fácilmente se le entrega­rá a partir del Gobierno de concentración que ahora se pide o se promete- para implantar su tiranía.

 

ORDEN PÚBLICO

El orden público es, con relación al esquema ético de que trae cau­sa, como el

temor con respecto al amor;

la disciplina con respecto a la moral;

la hipocresía con respecto a la vergüenza;

la obligación con respecto al ideal.

 

Y así

– como el temor, cuando no hay amor, acaba perdiéndose;

– la disciplina, cuando no hay moral, se quebranta;

– la hipocresía se torna en falta de vergüenza, cuando la vergüen­za por falta de honor no existe;

– la obligación se incumple cuando no existe la vocación que im­pulsa al sacrificio que su cumplimiento conlleva.

Así también el orden público y material, el orden en la calle, la paz y la convivencia públicas, no pueden subsistir a la larga cuando el esquema espiritual, ético y religioso de una comunidad, desaparece.

El aumento constante de la fuerza pública, lejos de ser un síntoma que consuele es un factor alarmante que detecta y pone de relieve la nece­sidad de recurrir al corsé para que la columna vertebral se mantenga firme, al marcapasos pare que el corazón funcione, a la camisa de fuerza para que el aquejado de insania mental no se alborote, ruja, se abalance sobre el prójimo y hasta se suicide.

Nadie tiene derecho a quejarse del deterioro de la paz pública, de los asesinatos y secuestros, de los incendios, atracos, robos y violacio­nes, si antes:

la pornografía merece la alabanza de unos y el silencio tolerante de casi todos;

se auspician las campañas contra el matrimonio y la familia y a favor del divorcio (ya hay un proyecto de ley de la Comisión Codificadora de la anticoncepción, del aborto y de la homosexualidad;

se amnistía o se extraña, para permitir después el regreso, de criminales condenados por delitos de sangre, que hoy se pasean rodeados de gente armada, con manifiesta impunidad y arengando desafiantes en manifes­taciones públicas a quienes los aclaman como ciudadanos ejemplares.

De esta forma, marginando el orden moral superior, el orden público, que debería ser su pacífico y suave reflejo, no se mantiene ni siquiera con el uso de la fuerza, porque la misma fuerza no está convencida de la última justificación del recurso a ella. Por eso, los delincuentes comunes se rebelan al sentirse objeto de un trato peor que el que se otorga a los presos políticos, autores de crímenes más graves; y se produce una genera­lización cada día más preocupante de los hechos delictivos.

Y para colmo, mientras se autorizan y toleran manifestaciones en las que se ofende a las propias fuerzas de orden público, como la tristemente famosa de Santander, protagonizada por el señor Blanco, se prohíben las invocadas por “Fuerza Nueva” en apoyo y aliento a las mismas, so pre­texto de que, dada su moral, ese apoyo les era innecesario, y que para apoyarlas es bastante el respaldo del Gobierno.

 

Pues no es verdad: porque a los comunistas de Atocha se les hizo un entierro solemne por el centro de Madrid, con helicóptero y todo, y a los policías asesinados este invierno, y al capitán Florencio Herguedas, asesinado esta semana, se les ha hecho un entierro vergonzante y casi, casi clandestino.

 

POLÍTICA EXTERIOR

Mercado común:

Hemos vivido muy bien sin ingresar en el Mercado Común.

Pero se lanzó el señuelo de Europa y su mercado, y todos, la derecha y la izquierda, estuvieron concordes en manejarlo.

Pero, ¿realmente íbamos a ser admitidos cuando el Régimen cambiara?

Franco dijo: “Están muy equivocados quienes piensan que la C.E.E. les va a abrir de par en par los brazos con sólo bajar la guardia política. En el seno de la C.E.E. sigue latente una ostensiva rivalidad, una arraigada competencia”. Por eso, por razones económicas más que por razones polí­ticas, no nos admiten.

 Pero, además, el Mercado Común está en bancarrota. Se aproximan a los 9 millones los parados. Ya nuestros inmigrantes, después de haberles sacado el jugo, los pondrán muy pronto de patitas en la calle, obligándoles a regresar.

El dinero se va del Mercado Común porque los gobiernos son débiles y porque la amenaza comunista, la de dentro y la de fuera, es cada día mayor.

A lo mejor, a lo mejor, nos admiten a última hora para prorratear con nosotros los gastos de disolución.

Gibraltar:

Desde el “pensar juntos” al sufragio universal de los habitantes del Peñón, que ahora se insinúa.

Pero:

– la reivindicación existe cuando el ocupante se halla sin derecho a la posesión. Por eso, la reivindicación es “sive volis et nolis”.

Si no han devuelto Gibraltar, no obstante las razones históricas y la resolución de la O.N.U., a una nación fuerte y unida, ¿lo devolverán a una nación débil y en contienda?

Viajes:

Bien está la cortesía, pero no está bien el ridículo, la mendicidad por el exterior de estos dos años suicidas, que han convertido a España en el gran espectáculo del mundo.

Nuestros amigos lloran al vernos en la arena del circo, siendo la diversión de los adversarios de ayer, que hoy nos desprecian. Y la Europa oficial ríe a carcajada limpia, contemplando a nuestra clase dirigente abriendo la boca para morder el caramelo democrático, mientras grita el gentío: “¡al higuí, al higuí, con la mano no, con la boca sí!”; o subiendo y escurriéndose por la cucaña de la fiesta, dada de sebo, en busca de la gallina de lo alto, que luego resulta que no es de carne y hueso y que, además, por ser de barro, se hace añicos al caer a tierra.

 

– IV –

La democracia liberal degenera en esto, en lo que vemos.

– Como un ejército sin cuerpos, unidades y jefes se transforma en chusma temible y peligrosa.

– Como una máquina sin orden en sus piezas, engranajes y muelles se convierte en chatarra.

– Como la Universidad, sin Facultades y Escuelas técnicas, profeso­res que enseñan y alumnos que aprenden, sin bibliotecas, sin seminarios, sin programas ni laboratorios, sin aulas ni períodos lectivos, no es más que un nombre que tapa la incultura y la falta de madurez de los futuros profesionales.

Así sucede con la democracia inorgánica y liberal, que no tiene nada que ver con la democracia orgánica y organizada y, por ello mismo, deviene con rapidez demagogia primero y anarquía más tarde.

El liberalismo es el gran enemigo de la auténtica democracia, y ello no sólo doctrinalmente, sino -y esto llega más al pueblo- en el orden práctico.

Doctrinalmente, un liberal gobierna en tanto en cuanto obtiene el apoyo del sufragio, y para conseguirlo no le importa el bien común, ni la doctrina ni la moral. Lo único que le interesa, porque lo necesita, es que el pueblo le vote; y si para obtener el voto tiene que quebrantar la doc­trina o la moral, no le importa, entre otras razones porque para él la única doctrina y la única moral son aquéllas que le permiten seguir cosechan­do votos.

Se aplica aquí lo de Lope de Vega para el teatro. No importa tanto hacer buen teatro como hacer el teatro que halague al pueblo.

De esta forma, el gobernante en una democracia liberal, transige, cede, entrega, adula, engaña y asiente.

– Por eso, la Reforma política, que era para continuar y mejorar, luego nos defraudó y empobreció.

– No habría legalización del Partido comunista, y luego se legaliza, con burla del Tribunal Supremo y del Ejército.

– La unidad de España sería sagrada, y luego se legalizó la “ikurriña” y se restaura la “Generalitat”.

– El pueblo español había alcanzado la madurez política, y luego se gobierna por decreto ley.

– Las Cortes se convocan como Cortes ordinarias, y luego resulta que son Constituyentes.

– El recuerdo de Franco constituiría -dijo el Rey- una exigencia de comportamiento y de lealtad, y luego sus gobiernos consientes que se insulte el nombre y la memoria de Franco.

– La catolicidad de la Monarquía se daba como evidente, y luego el señor Hernández Gil retira el crucifijo de su despacho para no molestar a los marxistas perseguidores de Cristo y de su Iglesia, porque para él es mucho más importante quedar bien con Felipe González y con Santiago Carri­llo que hacer profesión pública de su fe y de la confesionalidad del Esta­do.

Tan suicida es el balance de estos dos años, que el gobierno de la U.C.D. resulta inviable, porque:

 

– No es un partido, sino una coalición electoral y circunstancial de asociados de muy distintas procedencias.

– Es en sí mismo una contradicción, ya que, si rectifica el rumbo, incumpliendo quizá secretos compromisos pactados en el interior y el exterior, será tratado de fascista y de último residuo de la dictadura, y si continúa la marcha emprendida, acabaremos en la confusión, el caos y la ruina.

– La circunstancia de que miembros destacados de la U.C.D. pidan un gobierno de concentración, que es tanto como pedir un gobierno con ministros marxistas, prueba el convencimiento íntimo del fracaso completo de la U.C.D.

Por este camino podríamos llegar a la paradoja de un gobierno marxista para una Monarquía católica, cuya única razón de ser está en la Cru­zada contra el marxismo que acaudillara Franco.

–  V –

Nosotros no formamos parte de la farándula, no entramos en este juego triste y sucio a la vez, por la sencilla razón de que no somos ni libe­rales ni marxistas, y de que traemos causa de un pasado histórico, con defectos, naturalmente, como todo lo humano, pero perfectible, claro es, co­mo una exigencia de vida, y del cual no sólo no nos avergonzamos, sino que nos enorgullecemos.

Para nosotros, el 18 de julio es una fecha de esclarecimiento ideo­lógico y de toma de postura, de marcha hacia adelante y jamás de retroceso.

Las fuerzas políticas que acudieron a la llamada de Franco negaban su condición intrínseca y antológica de partidos y afirmaban su condición de movimientos antiliberales.

Acción española, doctrinalmente, la Falange de José Antonio, la Comunión Tradicionalista y la aportación militar, son el origen confluyente de lo que hoy significamos y somos, como herederos y continuadores de la unidad, con orgullo de nuestro origen, sin voluntad de retorno al pasado, pero con decisión acerada de proseguirlo, depurándolo en la perfección, y en línea de combate frente a los que aspiran, y en parte ya lo han conse­guido, a borrarlo y a conducirnos a la negación de nuestro ser nacional.

Pero la ideología por sí sola no salva. La salvación política en el orden recibido, requiere la encamación de unos hombres concretos -los militantes- y la vitalización -por ellos- de las estructuras políticas, económicas y sociales.

Porque llegó un instante en que esa encamación en nuevos militan­tes fue detenida (recuérdense la Universidad, los Colegios, el Frente de Juventudes, el S.E.U.), las estructuras quedaron desvitalizadas y como in­vitando a los enemigos a ocupar una tierra de nadie.

El Régimen no ha sido derrotado por las fieras, sino devorado y au­to destruido por los roedores. Han sido los murciélagos y no los cóndores los que ganaron de momento la partida.

Por eso no hubo que romper la cuerda que todo lo ataba bien, porque esa cuerda no tenía alma y era fibra pasada y deleznable. Los hombres en los que Franco confió -los que con tan segura metáfora iban a ser sus albaceas-, hacía mucho tiempo que en su interior habían renunciado a tan noble empresa.

Del edificio político del 18 de julio sólo quedaban tres cosas: 

– una doctrina,                                                                                                                                                                         – una realidad moral y sobre todo material sorprendente,                                                                                    – y Franco como símbolo.

Y nada más: los hombres eran liberales reprimidos, reformistas de siempre, neofranquistas evolucionados y demócratas, socialistas camuflados de socializantes.

 

Por eso nosotros fuimos contestatarios. Los contestatarios del “¡Franco, sí! ¡Gobierno, no!”; los contestatarios de la carta al “Sr. Presidente”; los que estábamos de acuerdo con los diagnósticos, pero no con la terapéutica; los que estábamos convencidos de que la contradicción permanente entre los Principios y las aplicaciones, entre la mística y la política, no podía durar, porque el rechazo biológico exigía, o bien que el espíritu del 18 de julio terminara con el reformismo, o bien que el reformismo del fantasma del 12 de febrero terminara con el 18 de julio.

Por eso, aunque con lágrimas, asistimos al espectáculo bochornoso y alucinante de las Cortes, en que, votando la Reforma, con conciencia más o menos clara de lo que hacían, pero con idéntica responsabilidad dados sus puestos rectores, acordaron la liquidación del Régimen: ministros, embajadores, generales, procuradores y consejeros nacionales de libre designación del Caudillo.

Si la clase dirigente votó la Reforma, ¿por qué escandalizarse de que el pueblo les respaldara guiándose de su ejemplo?

Lo que ocurre es que si un ciego guía a otro ciego, los dos caen en el abismo, pero la responsabilidad mayor corresponde al ciego que se arro­gó las funciones de lazarillo,

“Fuerza Nueva” está -decíamos- en línea de combate. ¿Y qué es “Fuerza Nueva”?

“Fuerza Nueva” es:

– Una minoría, porque sólo las minorías arrastran; como la levadura, la semilla, el fuego inicial. Porque sólo una minoría puede contagiar su espíritu y salvar a un pueblo.

– Con fe religiosa. No somos paganos. Admiramos el esfuerzo de los que no tiene fe, pero no compartimos su postura. Están en el camino del fracaso, pues en vano edifica la Ciudad quien no cuenta con El.

Ya sé que algunos estamentos de la Iglesia contribuyen, por desgracia, a esta posición paganizante. Pero la Iglesia tiene dos aspectos: el de “societas fidelium”, integrada por hombres, y el de “Ecclesia charitatis”, sin la que aquélla no es nada.

Nosotros pertenecemos a la única Iglesia verdadera, pero dicha Iglesia, cuando la estructura temporal falla o desorienta, acudimos al Espíritu Santo que la anima; y no fuera de esa estructura, sino dentro de ella, buscamos y encontramos la fortaleza para emprender y continuar, pese a todo, nuestra lucha para impregnar de evangelio y de cristianismo las insti­tuciones políticas, económicas y sociales. Y porque somos una minoría con fe religiosa, tenemos como patrono y guía a San Miguel Arcángel.

–  Con amor a España, es decir, con amor de perfección, con amor ascético, como quería José Antonio, y no con espíritu nacionalista o exclusivista, sino con espíritu nacional.

Nada más contrario al nacionalismo español que el cierre y el hermetismo. El grito de “¡Santiago y cierra España!” no era de cierre, sino de apertura. Era España la que cerraba filas para abrir las fronteras de su propio mundo y para llevar fuera de su estrecho recinto las verdades salvadoras. Así fue la Reconquista y la Colonización sin coloniaje de América y Filipinas, y las guerras de Europa, y el levantamiento popular contra Napoleón y el liberalismo afrancesado, y la Cruzada de 1.936 y la presencia en Rusia de la División Azul.

Pero nosotros no sólo amamos a España con amor ascético y de perfección, sino que, además, estamos en el amor de España. Si España es un ente colectivo y goza también de existencia nacional, tiene también un corazón que ama. Pues bien, nosotros estamos y somos, en parte al menos, algo de ese corazón, sin el cual España dejaría de existir.

 

Amamos a España y estamos en el amor de España, en ese latido vital y caliente de su corazón, que hoy tratan algunos de apagar.

– Con lealtad para quienes todo lo dieron por una España mejor, los de las trincheras y las cárceles, los del Alcázar de Toledo y Belchite, la Virgen de la Cabeza o Simancas, y los de los barcos-prisión, los de los paseos infinitos y los de Paracuellos del Jarama.

A esa sangre somos leales. No la hemos pisoteado. Ni siquiera concedimos nuestro voto a los que pactaron, antes o después, con los responsa­bles de tantos y tan dolorosos martirios y ahora les saludan, abrazan y sonríen.

– Con gratitud y lealtad confesadas a Franco y a su obra, que nos enseñó a distinguir entre la nación y el pueblo, y supo armonizar el dere­cho del pueblo a ser consultado y a elaborar las leyes con el derecho de la nación a permanecer.

Permitidme que, con estas precisiones por delante, traiga a colación dos pasajes evangélicos.

Primero aquél en que el Señor dice: “Ego vos elegi”.

¿Y somos realmente los elegidos? Y si lo somos, ¿tendremos la for­taleza bastante para responder a lo que el llamamiento nos pide?

Segundo, aquél del sembrador que esparce la semilla de la buena palabra.

¿Somos la tierra vegetal y fecunda, la tierra fértil en que cayó esa semilla, para dar el ciento por uno? ¿O es todo pura imaginación y comenzamos a dudar?

He aquí la tentación contra la respuesta positiva al comienzo, y contra la perseverancia, después. La duda en la inteligencia y la vacila­ción en la voluntad, sólo se combaten con la Fe y con la gracia.

Pedro comenzó a hundirse cuando dejó de creer, cuando titubeó.

Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos. El elegido des­pués del llamamiento lo es porque se ofrece voluntario. La llamada viene de arriba, pero la elección supone siempre la voluntariedad. Dios quiere el voluntariado, y Santo Tomás dice: “Deus non diligit coacta sed volunta­rio servitia”. Dios, y España con El, naturalmente.

Entre nosotros, que aspiramos a ser un grupo político animado por una vivencia religiosa profunda, no puede haber más que voluntarios. Por eso, la juventud viene a nosotros. Por eso nos temen y nos difaman nuestros enemigos.

Y al igual que los ladrones piden al dueño de la casa que retire a los mastines, la subversión que se disuelvan las fuerzas de Orden Público, del mismo modo, los marxistas han pedido y pedirán que se nos margine, declarándonos ilegales.

Así tendrán la vía libre.

Cuando a Antonio Izquierdo le amenazaban por sacar a luz su periódico, contestó que no le importaba morir, porque creía en la inmortalidad del alma.

Nosotros también sabemos sobreponernos a las amenazas continuas.

Y si la amenaza se cumple, podremos recordar aquella frase de Cornelio Zelea Codreanu:

“Ese día habremos pronunciado el último, el más breve, pero también el mejor de nuestros discursos”.

¡VIVA CRISTO REY!       

¡ARRIBA ESPAÑA!


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