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23 de enero de 1955
– Mi General: Vuestra Excelencia conoce lo que se ha especulado en el extranjero y el eco en España de la entrevista de Su Excelencia con el conde de Barcelona y la reanudación de sus estudios por el príncipe Don Juan Carlos. No cree Vuestra Excelencia conveniente el salir con su autorizada palabra al paso de maliciosas interpretaciones de fuera y posible desorientación de dentro?
«Lo juzgo muy oportuno, ya que del comentario exterior, aparte del interés natural que el despertar español provoca, existe siempre una morbosa y maliciosa especulación de cuantos estaban interesados en nuestra decadencia, espoleados por la eterna enemiga de nuestros adversarios, que vienen aprovechando todas las ocasiones para avivar el fuego casi extinto de una esperanza ilusoria. Y aunque para el interior los hechos no puedan estar más claros, pues sólo implican la continuación de una política hace varios años iniciada, es natural mantenga despiertas su atención e inquietud por lo que tanto nos interesa y tanta sangre y sacrificios nos costó.»
– ¿Y no cree Vuestra Excelencia que en la especulación del extranjero pese la esperanza de que un día pueda estar al frente de nuestra Nación piloto menos duro y experto?
«Evidentemente. Todos los declarados y encubiertos enemigos de nuestro resurgimiento añoran un cambio que pudiera debilitarnos como Nación. Por eso en nosotros está el que no haya cambio, y no somos tan torpes que vayamos a ofrecerles ocasión para debilitarnos o dividirnos. Precisamente se trata de lo contrario: de asegurar en el tiempo nuestra obra y los dictados de nuestra Revolución Nacional.
No hemos de caer en el lazo que nos tienden los que pretenden hacer tragedia especulando con el día en que por ley natural mi vida o mis fuerzas se extingan. No hay institución dentro de lo humano que pueda por sí misma garantizar el futuro. Sólo el patriotismo, la reciedumbre y virilidad del propio pueblo pueden asegurárnoslo, y, gracias a Dios y al Movimiento, se encuentra en este orden España en la mejor de sus formas y, pese a lo que nuestros enemigos especulen, nuestras instituciones se hallan firmemente arraigadas y todos conocen y son conscientes del valor y la eficacia de nuestra unidad.»
– En su última alocución de fin de año aludió Vuestra Excelencia a las generaciones que no habían, vivido nuestra Cruzada y no conocieron los desdichados tiempos anteriores. ¿No teme Vuestra Excelencia que la idea de la institución monárquica no sea fácilmente comprendida ante la observación e influencia de lo que en el mundo se lleva?
«Ciertamente, para el que hoy se asome a la vida de España y juzgue de la Monarquía por lo que ésta representó en sus últimos tiempos, la confusión puede embargar su espíritu; pero si analiza lo que significó la República en sus dos etapas y los daños y catástrofes que sobre nuestra Patria acumularon, y con perspectiva histórica sabe mirar a lo que España significó en el mundo y cuanto constituye nuestra Historia y nuestro patrimonio, comprenderá cuál necesita ser la verdadera trayectoria de nuestro pueblo. La Monarquía que en nuestra Nación pueda un día instaurarse no puede confundirse con la liberal y parlamentaria que padecimos, ni con aquélla otra influenciada por camarillas de cortesanos que la crítica republicana y liberal nos presentó con objeto de estigmatizarla. Se olvida que la Monarquía, en sus tiempos gloriosos, fué eminentemente popular y social, precisamente todo lo contrario de lo que muchos creen al juzgar: por lo que hasta ellos llegó. Aquélla Monarquía encarnaba en sí los principios de unidad y autoridad templados por los de su confesionalidad católica. Lo importante de las instituciones no es el nombre, sino el contenido.»
– Y en los pasos que en la educación del príncipe Don Juan Carlos en estos días se dieron, ¿existe alguna formalidad constructiva sobre su personalidad?
«No se ha tratado de realizar actos ni reconocimientos formales, pues no ha llegado esa hora, sino de continuar el camino hace años iniciado como consecuencia de la Ley de Sucesión, refrendada por toda la Nación. Es natural que si un día puede ser llamado un Príncipe a regir los destinos de nuestra Nación nos inquietemos por que los Príncipes de las dinastías españolas estén preparados e identificados con la Nación y que reúnan las condiciones necesarias de idoneidad que la propia Ley de Sucesión establece. Los pasos dados constituyen una sensata previsión, pues aunque disfrute de excelente salud, mis sesenta y dos años de edad aconsejan hacer lo posible por que aquellos designios que la Ley de Sucesión estableció puedan cumplirse. De todas maneras, la Ley nos ofrece soluciones para aquel caso, que no esperamos, de que, pese a nuestros buenos propósitos, el camino natural no fuese posible. Con ello se asegura que la continuidad no pueda en ningún caso romperse.»
– Mi General: Vuestra Excelencia conoce cuánta ha sido la inquietud de los elementos tradicionalistas que se integraron en nuestro Movimiento por lo que ellos llamaron legitimidad de ejercicio y cuánta es su lealtad hacia las instituciones. ¿Quisiera Vuestra Excelencia decir alguna palabra sobre este punto?
«Con mucho gusto. La legitimidad de ejercicio ha de constituir la base de la futura Monarquía, pues ya he dicho que lo importante, lo mismo para nosotros que para ellos, no es el nombre, sino el contenido. Nuestra lealtad a las fuerzas que integraron Movimiento Nacional y a cuantos aportaron su sangre y su esfuerzo para la victoria estará siempre perenne.»
– Entonces, ¿podremos asegurar a nuestros lectores que la Monarquía que en su día pueda instaurarse no alterará lo más mínimo los principios de nuestra Revolución Nacional ni la obra acometida por el Movimiento con sus instituciones en estos años?
«De la manera más rotunda. Ya he dicho a fin de año que la sucesión del Movimiento Nacional es el propio Movimiento Nacional, sin mixtificaciones.»