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– Los trabajadores saben que el establecimiento de industrias en estos años ha absorbido el paro -que, salvo el estacional en determinadas zonas rurales, es inexistente- y elevado el nivel de vida, y saben igualmente que la empresa pública ha sido el estímulo más importante. ¿A qué altura estamos de la industrialización, en orden a las necesidades nacionales o sociales, y a qué ritmo se va a ir en el futuro?
– «En este orden hemos avanzado considerablemente, aunque nos encontramos en la primera fase de la creación de las industrias básicas y principales para el proceso progresivo de nuestra industrialización y transformación agrícola con vistas a producir en España aquellos artículos indispensables para nuestra vida.
Creadas las bases, el futuro será mucho más rápido y solamente frenado por el ritmo máximo que nos permita el ahorro de la nación dentro del plan general de inversiones que nuestra economía demanda.»
– Los salarios y los sueldos han estado siempre regulados, y su modificación es materia de la competencia del Gobierno, incluso ahora, con el establecimiento de los convenios sindicales colectivos, que han constituido una indudable mejora en el trámite. Sin embargo, existe la inquietud de que mientras las remuneraciones necesitan esas decisiones de las autoridades competentes, muchos precios escapan a esa vigilancia y queda su elevación al arbitrio de los particulares, que sorprenden a diario a los consumidores con elevaciones por su cuenta. ¿Habría alguna forma para equiparar la vigilancia en materia de sueldos con la de los precios?
– «Toca usted el punto más difícil y delicado. La sujeción y la estabilidad en los precios es regulada por las naciones por la competencia y la concurrencia en los mercados, que limita los márgenes, pero que se altera y escapa a la acción de las autoridades en las épocas de escasez o de elevación rápida del consumo, con su tendencia a la especulación. El Estado no puede intervenir en todo. Sólo le cabe sujetar y disciplinar determinados productos, los más esenciales e indispensables para la vida, y estimular corrientes de producción y de concurrencia.
En este orden, las importaciones de lo que escasee y la creación de supermercados reguladores han demostrado ser lo más eficaz.
Estas alteraciones y desajustes son inherentes a todos los procesos de crecimiento, que se corrigen al aumentarse la producción. En esto no debemos engañarnos: el proceso de salarios y precios es inseparable. La aspiración de disfrutar de mayores sueldos y remuneraciones sin un aumento paralelo de la productividad constituye una quimera. Los procesos de producción tienen márgenes limitados, y dentro de ellos es necesario moverse.
Para el aumento de la productividad existen todavía en nuestra Patria grandes y dilatados horizontes, con la modernización de los métodos y la aplicación de los adelantos de la ciencia, que multiplican notablemente el rendimiento del hombre. La seguridad social, por otra parte, carga sobre aquellos márgenes.
Estamos atentos al problema y en sueldos y salarios hacemos y haremos cuanto sea posible dentro de lo que nos permita la situación económica general.»
– Algunos periódicos y emisoras extranjeras difunden sistemáticamente noticias de encarcelamiento y condenas de personas a quienes a veces designan simplemente con la única denominación de trabajadores. Aunque la parcialidad y la pasión política de estos medios deinformación resultan evidentes, ¿podría Vuestra Excelencia divulgar alguna información a este respecto?
– «Conozco la campaña sistemática que las radios de Moscú y los centros de propaganda roja en el extranjero difunden, y que determinada Prensa sectaria recoge y se encarga de divulgar cada vez que se abortan las maquinaciones que para alterar el orden o perturbar la producción llevan a vías de ejecución los agentes interiores al servicio de aquel propósito. Que esto motive el que de tarde en tarde la ley caiga sobre el que delinque, es clara demostración de una sana justicia. Es curioso que si el que delinque es un politicastro ambicioso de profesión liberal, se encarezca su cualidad de intelectual. Si es estudiante, se explote como desvío de la juventud, y si es obrero, como maltrato de esta clase. El objeto es sacar punta a lo que sea.
Mas en este campo de la justicia y de las detenciones, el Régimen ofrece una extraordinaria ejemplaridad. Jamás la Justicia ha sido más independiente ni hubo en la nación un número más reducido de encarcelados. A una población de encarcelados, en 1935, de 34.526, podemos oponer hoy, en 1959, con cinco millones de habitantes más, la de 14.890, y en una situación realmente singular, pues jamás sobre nación alguna se han desencadenado desde fuera más propaganda y excitaciones a la delincuencia.»
– Veinte años de paz interna y de convivencia pacífica nos han permitido poner en marcha muchas fuentes de riqueza. Un periodista acuñó esa acertada frase de que España había “cambiado de piel”. ¿Qué recomendación podría hacer Vuestra Excelencia a los españoles para el futuro?
– «El ir por otros veinte años de paz interna, de permanencia y de continuidad política, seguros de que a su término se irá por otros veinte más.
En esto no hemos hecho más que empezar. Hemos despertado a la nación de su letargo. Hemos creado una doctrina y unos ideales y forjado los instrumentos idóneos para realizarla, pero la obra necesita del tiempo para llevarse a término y perfeccionarse.
Hasta hoy hemos atendido sólo a lo más urgente, pero es mucho más lo que nos queda por alcanzar: la irrigación máxima de nuestros campos, la ordenación y modernización de nuestra agricultura, la redención y racionalización de las comarcas pobres y atrasadas; la transformación, intensificación y perfeccionamiento industriales, y la proyección exterior de nuestra nación, en especial hacia los pueblos hermanos de América. Una obra cuyo total desarrollo requiere el transcurso de muchos años.»
– Cuando los acuerdos adoptados en el reciente Congreso de la Familia sean elevados al Gobierno en debida forma y el Gobierno tome en su día su decisión, parece que el cuadro institucional: Familia, Municipio y Sindicato, quedará completo, y las grandes manifestaciones individuales y colectivas de la sociedad tendrán a total rendimiento sus órganos y sus cauces ordenados de expresión. Pero algunos se preguntan: ¿Y las ideas, las opiniones, las posiciones mentales de interés general, no traducibles a intereses reales o privados de los individuos o de los grupos, por dónde van a manifestarse? Si eligen la Organización del Movimiento como referencia, ¿cree Vuestra Excelencia que en su forma actual es apta para esa función e incluso es eficaz para la promoción de hombres con voluntad de servicio a la nación?
– «Las representaciones orgánicas de nuestra vida pública no limitan su acción a los intereses reales o privados, sino a los generales de la nación, en los que se comprenden las posiciones mentales de interés general, que, por otra parte, pueden manifestarse en los medios naturales de expresión y de opinión mientras no vayan contra lo que las leyes claramente establecen. Por otra parte, en la Organización del Movimiento caben las posiciones mentales de interés general y todas las ideas y opiniones constructivas; pero no es exclusivo del Movimiento, sino de toda la nación en sus múltiples actividades, el ofrecernos hombres con preparación y espíritu de servicio para las funciones públicas. El Movimiento es el crisol de las ideas, que cela la unidad y el mantenimiento y depuración de la doctrina y su organización y disciplina.»
– Los técnicos en materia económica y financiera dominan estas cuestiones y cuando se dirigen al pueblo raramente encuentran una expresión fácil o sencilla. El caso es que los españoles intuyen ventajas y riesgos en la colaboración económica múltiple o asociada europea, concretamente en el Mercado Común, pero muchos no podrían concretar cuáles son los riesgos y las ventajas. Vuestra Excelencia, que se distingue precisamente por la sencillez en la expresión y el dominio y buena información sobre los varios asuntos que rodean al estadista, ¿podría fijar la posición actual de España en estas cuestiones?
– «La vida moderna de las naciones no permite ya el aislamiento. Necesitan comerciar con el exterior e intercambiar los productos. Por eso cualquier acuerdo o variación que afecte a sus mercados ordinarios repercute en el desarrollo de su vida económica y hay que tenerlo presente.
Nuestro mercado principal es el europeo, y por ello todo acontecimiento económico en este área nos afecta directamente.
El que ante las grandes concentraciones humanas de Oriente y Occidente las naciones europeas traten en lo económico de unirse y racionalizar su economía es natural y conveniente, aunque no sea fácil, pues incluso entre las naciones del mismo nivel industrial se les presentan grandes dificultades, ya que no sólo necesitan salvar sus intereses recíprocos, sino también el de su comercio e intercambios con otras naciones que quedan fuera del Mercado Común. En esto, como en todo, la realidad se acabará imponiendo sobre las quimeras.
Son dos cosas distintas lo de la O. E. C., que comprende a las principales naciones europeas, y otra el Mercado Común, que sólo afecta a seis entre ellas. El caso de la O. E. C. está claro, y hacia él marchamos. Lo del Mercado Común es todavía prematuro el pronunciarse.
De todas maneras, hay una corriente y una evolución de los pueblos de Europa a la que tenemos que incorporarnos de acuerdo con nuestros intereses, en la interpretación de los cuales existe una completa unanimidad.»
– Vuestra Excelencia, a través de todos sus discursos y mensajes, deja buena constancia de la atención que le merece el Sindicalismo nacional. La experiencia de obreros, de técnicos y de empresarios reunidos en una sola Organización sorprende e interesa cada día más fuera de nuestras fronteras, precisamente cuando el mundo busca fórmulas de colaboración y de entendimiento. ¿Cómo ve Vuestra Excelencia la eficacia y el servicio del Sindicalismo a la España de nuestros días?
– «Gobernar es tener en cuenta las realidades nacionales. El Sindicalismo constituye la expresión espontánea y natural de lo real en lo económico y social de los sectores productores de una nación. Nacen los Sindicatos horizontales para la defensa de sus intereses y son empleados como armas de combate por patronos y obreros para el mantenimiento de su lucha de clases.
La aspiración de la mejora y de la seguridad social que los Sindicatos obreros suelen perseguir es legítima y superior al interés de esa clase. La defensa y la existencia de la empresa de producción no es tampoco de interés exclusivo de los empresarios, sino también de los obreros y de toda la nación.
La lucha de clases es dañosa para la Patria, ruinosa para la producción, perjudicial para empresarios y obreros e inadmisible en los tiempos modernos. Todas las batallas acabaron siempre en la esterilidad y en la necesidad de un entendimiento. El orden y la paz son indispensables para el progreso económico. La agitación política mezclándose a la lucha de clases las empujó siempre a la subversión del orden establecido.
El que nuestro Sindicalismo, teniendo en cuenta estas realidades, una y concilie lo que ayer estaba enfrentado, constituye la empresa más grande y más feliz que pueda acometerse.
La presencia del elemento técnico en el Sindicato y el que éste participe, a través de sus representantes, en la legislación social y económica es abrirle vida y horizontes nuevos.
Si, por otra parte, el Sindicato logra, como yo espero, la elevación intelectual de nuestras clases laboriosas, la obra alcanzará su plena eficiencia.
Había que salvar las esencias de lo social. Evitar con la unidad la lucha fraticida entre organizaciones sindicales distintas. Su explotación política por aventureros y politicastros; el redimirla de agitadores extranjeros que pretendían aniquilar nuestra economía, y que se sacrificase lo social a lo político, convirtiéndolos en ariete para la destrucción de la Patria; impedir que se convirtiesen en escuela de activistas y de crímenes, y suprimir para siempre la traición y la venta de sus dirigentes, salvando lo social sin menoscabo de lo espiritual y de lo patriótico.
Sólo los que conocieron la matanza de patronos y obreros en la Ciudad Condal en las viejas luchas, las persecuciones del P.O.U.M. en Cataluña y los crímenes de las checas sindicales durante nuestra guerra, podrían comprender todo el peso de nuestras razones.»
– Nuevamente se ha suscitado el problema de la devolución a España de Gibraltar en Inglaterra por medio de una interpelación de Arthur Creecn Jones, antiguo secretario de Colonias del Gobierno laborista. El pretexto para no entrar en la consideración y modificar los estatutos de Gibraltar ha sido el de “recompensar la lealtad de los gibraltareños”, según ha manifestado el subsecretario de Colonias, Mr. Julián Amery. Nosotros creemos que la lealtad de los españoles a su territorio merece la compensación por parte de Inglaterra de la devolución de Gibraltar. ¿Qué fórmulas prácticas, cordiales, eficaces, podría exhibir España al Gobierno del Reino Unido o a la Organización de las Naciones Unidas sobre este asunto?
– «La recompensa a la lealtad de los gibraltareños no puede estar en pugna con una cuestión fundamental de derecho, ya que, como muchas veces hemos dicho, ni su adquisición y origen, ni el Tratado por el que se anexionó la plaza al Reino Unido, constituyen titulo de propiedad ni la legítima su retención por la fuerza. Así lo reconocen las gestiones y ofrecimientos antiguos y modernos de sus reyes y gobernantes en momentos cruciales de su historia para rectificar el despojo y la mala acción. Paralelamente, las reivindicaciones constantes de nuestra nación al correr de la Historia no han permitido la prescripción de ese derecho.
La lealtad de su reducidísima población no puede ser motivo de especulación. No hay en ella de inglés más que las familias de su guarnición y los empleados de la Administración y de las factorías. Los llanitos son españoles en su casi totalidad, aunque se aprovechen de la ciudadanía inglesa, y el resto, judíos y extranjeros, que lo mismo pueden vivir bajo una bandera que bajo otra. La verdadera población de Gibraltar está: la legal, en San Roque, y la real, con sus 60.000 habitantes. en La Línea de la Concepción, en la raya de su frontera.
Poblaciones inglesas incomparablemente más numerosas e importantes han sido abandonadas en estos años por el Reino Unido sensatamente, ante movimientos legítimos de reivindicación e independencia. La vuelta al seno de la Patria de aquel trozo de nuestra nación no sólo no será causa de daño para los naturales, sino que garantizará los intereses legítimos de su población, a la que ofrece un magnífico y mejor porvenir.
La vida económica de Gibraltar siempre fue artificial y parasitaria, alimentándose del contrabando contra nuestra nación, que hoy intenta simultanearse para darle vida, con el juego y el vicio.
La realidad estratégica moderna ha quitado a Gibraltar todo su antiguo valor militar, superado hoy por el de la nación española y sus archipiélagos. El caso de Gibraltar está en abierta pugna y desacuerdo con los tiempos actuales. No merece una guerra, pero quebranta la sinceridad de una amistad.
Gibraltar es el símbolo de la supervivencia de una política que ya no tiene razón de ser en estos tiempos, y que hemos de confiar que se resuelva a poco que aquélla se transforma y modernice. Su situación actual se interpondrá siempre para lo que pudiera ser una grande y sincera amistad entre nuestras dos naciones, ya que descartado ese problema, nuestros pueblos sienten una inclinación natural a entenderse, y sus producciones e intercambios son, en muchos órdenes, complementarios.
Sentadas estas realidades, sobran fórmulas cordiales y eficaces, a poca buena voluntad que haya para llegar a una solución.»
– Se ha comentado mucho en el exterior esa grandiosa obra del Valle de los Caídos, y nadie ha resistido a la tentación de mencionar el Monasterio de El Escorial y establecer comparaciones, analogías y diferencias. ¿Qué cree Vuestra Excelencia que representa El Escorial en la Historia de España y la basílica y anejos del Valle de los Caídos?
– «El Escorial es el monumento de nuestra grandeza pasada, y la basílica y anejos del Valle de los Caídos, el jalón y base de partida de nuestro futuro.
El Escorial es el gran sepulcro de nuestros reyes; el Valle de los Caídos, el lugar de reposo de los héroes y mártires de nuestro pueblo.
Nuestro monumento trasciende hoy más, sobre todo en el exterior, por lo poco acostumbrados que están a presenciar estas grandes obras del espíritu. No suelen ser tampoco los pueblos que viven estas realizaciones los que mejor las comprenden. Cuando se levantaba El Escorial murmuraban muchos españoles, según recoge la Historia, de los dispendios que, en lucha con la naturaleza, llevaba a cabo Felipe II para levantar su gran fábrica. En los tiempos actuales, sin duda, también alguien murmurará contra lo que haya costado este nuevo y grandioso monumento; sin embargo, si pensasen solamente que está destinado a dar honra, preces y sepultura a nuestros Caídos por Dios y por España, el monumento ha costado menos de lo que hubiera representado el dedicar mil pesetas por Caído para una modesta sepultura.»
– Excelencia: Creemos muchos españoles que el Régimen fundado en Salamanca tiene factores muy considerables de continuidad. Nuestra ordenación fundamental -Fuero del Trabajo, Ley de Sucesión, Ley de Referéndum, Principios del Movimiento- tiene ingredientes constitucionales efectivos y modernos que pueden aconsejarnos en su día a los españoles introducir en ellos las enmiendas oportunas como han hecho los americanos con su Constitución; pero en ningún modo, si queremos que España permanezca, nos parece que debamos imitar al siglo XIX en su tráfago de Constituciones. De todas maneras, los españoles tienen sus ojos puestos en Vuestra Excelencia y vigilan su ánimo, su salud, su energía, su trabajo. Cuando les parece advertir en Vuestra Excelencia algún rasgo de cansancio, se ensombrecen. ¿Qué vida lleva Vuestra Excelencia? ¿En qué medida le presionan las preocupaciones y cómo gobierna su descanso?
– «Este fenómeno es una consecuencia de la desconfianza general que al correr de los años les ha producido a los españoles la antigua política. Esto ha llegado a crear entre nosotros un clima mesiánico, que acaba atribuyendo a las personas lo que muchas veces se logra por la existencia de una política. Hemos de recordar que al general Primo de Rivera se le atribuyeron exclusivamente los años felices de la Dictadura, cuando en gran parte fueron debidos más que a su destacada e indiscutible personalidad, al hecho político negativo de la suspensión de los partidos políticos, así como su vuelta representó el término de los años buenos y la destrucción de todo lo ganado.
Lo mismo pretende asignársele hoy a mi persona, sin pararse a analizar que todas nuestras realizaciones son consecuencia de la existencia de un ideario y de la continuidad de un sistema, esto es, de toda una política.
Yo espero que las realidades alcanzadas y las que todavía hemos de conseguir acabarán por convencer a todos, y cuando llegue el momento en que mi vida se extinga, o por disminución de mis facultades se haga necesaria la sucesión, acabéis no considerándome como indispensable. Hasta hoy puedo aseguraros que no he conocido el cansancio, y que mi descanso, como me ha ocurrido durante mi vida, no ha sido el no hacer nada, sino el cambiar de trabajo, y en este puesto hay campo para elegir.»
– Cuando se incluyó el principio monárquico de la forma de Gobierno en la Ley de Sucesión, que luego ha figurado entre los principios fundamentales, algunos españoles, entre los que me cuento, no nos hemos podido quitar de la cabeza una noble preocupación nacida de estos hechos indiscutibles ocurridos en menos de siglo y medio: tres Monarquías derrocadas: Doña Isabel II, D. Amadeo y Don Alfonso XIII, y una herencia dejada por Don Fernando VII de una división dinástica pavorosa, que nos preparó unas cuantas guerras civiles y que, después de tanto tiempo, es una cuestión todavía para muchos sin resolver. ¿Sobre qué bases se apoya nuestra Monarquía actual, fundada por Vuestra Excelencia para cerrar el paso a ese riesgo de interinidad o de tronos truncados tan evidente que había minado la garantía hereditaria de esa institución secular?
– «Los destronamientos y sucesos a que usted alude son una consecuencia directa de nuestras disensiones interiores, provocadas por la política de partidos, y que afectaron a la Monarquía, por ser ésta el régimen existente; pero que en mayor fuerza hubieran afectado a la República si ésta hubiera sido el imperante.
Pase usted revista a nuestras dos Repúblicas: una duró tres años, y otra, cinco, y ninguno de sus presidentes pudo extinguir sus mandatos; a todos los derribó la anarquía y la violencia.
La Monarquía no es por sí misma nada si no logra un arraigo en el pueblo por su contenido, y si no se la libera de la crisis que la ley de herencia pudiera producir y se la dota, además, de las instituciones tradicionales de acuerdo con las necesidades y los imperativos de los tiempos modernos. Por haberle faltado a la Monarquía en los últimos siglos, ésta sufrió tantos vaivenes y crisis como aguantó. Faltaba el instrumento que los evitase y diese solución a las crisis, siempre posibles, de las personas.
Como vivimos en paz, orden y normalidad políticas, no se ha valorado debidamente la institución del Consejo del Reino. Este tiene dos vertientes distintas y bien claras: una, la de su intervención en la sucesión al juzgar sobre la capacidad física, intelectual y moral del llamado a suceder y dar solución en los casos de sucesiones difíciles, como las que la Historia registra; otra, constante y permanente, de aconsejar al Jefe del Estado en aquello que las leyes le asignan como privativo de su competencia, que garantiza el buen consejo y ofrece al Monarca o regente un complemento de sabiduría, prudencia y buenas cualidades.
Las personalidades llamadas a integrarlo, por la posición alcanzada dentro de la nación y la representación que ostentan de los distintos sectores e instituciones; constituye un reflejo de los valores superiores de la nación en cada momento de la Historia y garantiza la sabiduría y sensatez de su intervención.
Las instituciones podrán presentarse como mejores o peores, pero no ofrecen en sí mismas garantías. Ha de ser la adhesión y el interés que en la nación despierten los que le den permanencia y continuidad.
Hoy el interés de la nación está en que no se tuerza su destino histórico, que no se interrumpa la gran obra de resurgimiento y transformación alcanzada a costa de tantos sacrificios, que sean una realidad sus ideales proclamados en nuestras leyes fundamentales. Cuando lo sirva y estimule contará con posibilidades en nuestra Patria; lo que los contraríe o se oponga, carece de viabilidad. Por eso he repetido tantas veces que la continuidad y la permanencia están en nosotros mismos, en nuestra firme voluntad de ser y de permanecer.
Entre las soluciones que podían tomarse, elegimos la que creíamos respondía mejor a nuestro ideario y a nuestras tradiciones, y los defectos, si un día existiesen, no serán por mi sucesor, obligado a aceptar, jurar y servir estos principios, sino por la adhesión, la lealtad y la firmeza con que los españoles los mantengan y defiendan.»