¡Tu carrito actualmente está vacío!
Puedes consultar la información de privacidad y tratamiento de datos aquí:
- POLÍTICA DE PROTECCIÓN DE DATOS
- SUS DATOS SON SEGUROS
Eduardo García Serrano
La necesidad de la permanencia de la Fundación Nacional Francisco Franco reside en la naturaleza de lo que han convertido a España, una Nación (perdón por el eufemismo) podrida de traidores bajo cuyo cielo vivaquea una multitud con vocación apátrida, a la que una gigantesca operación de ingeniería social, iniciada hace cuarenta y siete años y magistralmente ejecutada, le ha robado su Misión y su Destino llenándole el corazón de niebla democrática, y fusilando post mortem y a salivazos el nombre, la obra y la memoria del Soldado-Estadista más grande que ha habido en España desde los Reyes Católicos hasta nuestros días: Francisco Franco.
La necesidad de la permanencia y de la vigencia de la Fundación Nacional Francisco Franco la encontramos en el luminoso mandato de San Juan Pablo II cuando nos dijo: “Hay que defender la verdad aunque volvamos a ser sólo doce”. Sea, pues; aunque seamos menos de doce, porque la verdad no precisa de grandes masas de maniobra para ser izada en los mástiles de la Historia. Requiere solo de hombres decentes, de hombres valientes, que no pongan sus almas en la almoneda de la corrección política ni en las lonjas de la conveniencia circunstancial. Hombres que no se abriguen en el mandato de silencio porque es más cómodo (y más rentable) callar que alzar la voz ante las mentiras de consenso que sobre Francisco Franco vienen arrojando desde hace cuarenta y siete años los que siempre han estado dispuestos a traicionar sin pudor y que, desde su soberbia, su ignorancia y su prepotencia le han dado alas, medrando en el empeño, a la indignidad del antifranquismo como selecto pedigrí democrático y como patente de corso para hacer de España el botín de sus fortunas, llevando a la Patria a la cima del crimen y de la corrupción.
Sí, he dicho bien, a la cima del crimen y la corrupción de la que Francisco Franco apeó a España el 18 de Julio de 1936, y que ochenta y seis años después el antifranquismo militante y pandémico ha vuelto a coronar con su “Himalaya de mentiras”, como bien definió Julián Besteiro al Frente Popular, en este trasunto de la II República en el que la Patria Una, Grande y Libre que a Francisco Franco le debemos se disuelve en el odio y el rencor de los que, a la muerte del Generalísimo, sólo traían en sus ojos el óxido de la derrota y en sus faltriqueras los puñales de la venganza.
La Fundación Nacional Francisco Franco es hoy para España lo que El Alcázar fue para el Ejército Nacional y para el mundo entero en aquel mes de julio de sangre, heroísmo y dignidad, en aquella tempestad de fuego y de acero: la fortaleza de la verdad. Por eso la quieren ilegalizar, por eso la quieren destruir con el útero del crimen y de la corrupción que es la mentira. Ellos saben que “ab uno crimine disce omnes”, que “de un sólo crimen podrás aprenderlos todos”. Y ciertamente los han aprendido todos, y todos los ejecutan con pericia y maestría. Lo único que no han aprendido es que la mentira por mucho que se repita, aunque se reitere con la cansina melopea de un mantra, nunca, jamás, muda en verdad. No hay alquimia política, ni democrática, ni académica, ni periodística, capaz de transformar sus mentiras sobre Francisco Franco en la verdad sobre su Obra y su Régimen. De ahí la necesidad de la permanencia y la vigencia de la Fundación Nacional Francisco Franco, El Alcázar tras cuyas almenas y a las órdenes del General Juan Antonio Moscardó Chicharro seguiré escribiendo y proclamando la verdad sobre el nombre, la vida y la obra del Soldado-Estadista más grande que ha habido en España desde los Reyes Católicos hasta nuestros días. Y lo hacemos y lo haremos “aunque volvamos a ser sólo doce”.