El debate sobre el Plan Badajoz y el imperio de los prejuicios, por Francisco Torres

 

Francisco Torres García
Catedrático de Secundaria-Historiador

 

Desde hace unos meses, trascendiendo desde los memes de las redes sociales, o mejor dicho saltando desde ellos a los grandes medios, se ha desatado una curiosa polémica con respecto a la política social y de obras de Francisco Franco y a los grandes proyectos hechos realidad durante su gobierno.

Con mayor o menor exactitud en la cita –no están hechas por especialistas sino por españolitos de a pie que no buscan la exactitud conceptual– circulan relaciones con conjugación diversa de los “logros de Franco”, que a algunos les soliviantan recordando aquellos eslogan de los primeros años de la Transición de que “con Franco vivíamos mejor”. Es fácil encontrar en las relaciones logros como la Seguridad Social, las pagas extra, los subsidios/prestaciones familiares, la construcción de viviendas sociales y de protección oficial, las pagas de beneficios, las indemnizaciones por despido y un largo etcétera que tienen el efecto –temido por algunos dado lo visto– sobre no pocos de hacer recapacitar sobre algunos de los tópicos al uso que son hoy habituales con respecto al Generalísimo. Algo de cierto debe de haber, por la efectividad del mensaje, cuando los medios, especialmente en algunos programas televisivos de debate político, han dedicado espacio al tema para intentar difuminar la realidad y negar las evidencias con argumentos tan pueriles como ajenos a todo basamento empírico. En realidad lo que hacen es refugiarse en el léxico para transmitir la idea de que los logros no fueron obra de Franco, que ya estaban antes, que Franco no inventó –algo que por otra parte nadie afirma– por ejemplo la Seguridad Social y que esta existía en España desde las primeras décadas del siglo XX, aunque por lo visto pocos se enteraran por aquel entonces.

Lo único interesante, aunque a los difusores de la manipulación se les haya pasado por alto, es el hecho constatable, y su argumentario es la mejor prueba, de que Francisco Franco, lejos de ser un sectario, recuperó leyes no aplicadas, declaraciones sin efecto y propuestas que habían quedado en el cajón de los republicanos y de los socialistas porque entendía que eran positivas para España y los españoles.

En ese debate sobre si Franco hizo esto o no lo hizo se ha introducido el afamado Plan Badajoz, puesto en marcha en 1952, tras su aprobación en las Cortes, que para estos comentaristas, algunos hasta con título-, tampoco debería computarse en el haber de Francisco Franco.

En realidad pocos investigadores o historiadores serios, antifranquistas o ecuánimes, entrarían en tal despropósito, aunque sí se centren en valorar si el Plan fue un acierto, si fue positivo o fue un fracaso producto de la “egolatría y de la política intervencionista franquista”. Anotemos como punto de partida que rara vez un Plan se cumple en toda su extensión o se alcanzan todos sus objetivos, máxime si es de aplicación tan extensa en el tiempo como lo ha sido el Plan Badajoz, cuyas últimas obras, aunque ya no reconozcan su paternidad, casi se prolongan hasta hoy, también con críticas por insuficientes. Más aún si en ese transcurso temporal se producen las grandes variaciones económicas que España comenzaba a experimentar cuando las primeras obras del Plan mostraban sus efectos o los cambios en una agricultura que demandaba modernidad. Por otra parte, no olvidemos que no pocas de las habituales consideraciones negativas son similares en todos los procesos de esta índole: no existe modelo de crecimiento sin desequilibrios ni errores en su caminar. Algunos autores prefieren centrarse, para afianzar su visión negativa de cuanto se refiera a las obras de Franco, en aquellos aspectos que el Plan no se desarrolló acertadamente para hablar de fracaso o expresarse en términos similares –Barciela, López y Melgarejo para la industria vinculada al proyecto–, por no entrar en los críticos por razones medioambientales, consumos de agua; dejemos a un lado a los que se empeñan en cambiar el designio del tiempo y creer posible, por ejemplo, modelos de industrialización equilibrada en procesos de desarrollo industrial acelerado. Queda el último refugio de los “antifranquistas” económicos con sus valoraciones sobre la eficacia económica o la rentabilidad de la inversión por kilómetro cuadrado, lo que aplicado a la realidad nos llevaría a la conclusión de que se haría casi imposible corregir desequilibrios si solo se valora la rentabilidad (y en el caso del Plan Badajoz, ya puestos a cuestionar cálculos, los datos serían cambiantes si en vez de sobre la provincia se centra en el área de la provincia afectada por el Plan). Quedarían a un lado los que apuntan las insuficiencias en el sentido de que se pudo ir más allá si se hubieran tomado otras decisiones, lo que abre vías de interpretación interesantes.

Por otra parte están las consideraciones de quienes saltando por encima del prejuicio ofrecen valoraciones más ajustadas como Carlos Romero Cuadrado (Tesis Doctoral: Aspectos económicos ligados a las explotaciones creadas por el Plan Badajoz), Artemio Baigorri (Plan Badajoz. Un cuento de la lechera con final feliz”), Manuel Martín Lobo (El Plan Badajoz, ¿éxito o fracaso?). Lo que sí podría afirmarse es que el Plan Badajoz se quedó corto al no transformarse, como de hecho pedían en la época no pocos, en un Plan de Desarrollo Regional completo.

La decisión de Franco.

Si se atiende a la realidad general de Extremadura y concretamente de Badajoz hace 90 años, la imagen más ajustada sería la de una zona deprimida, dedicada a la agricultura y la ganadería, con manufacturas relacionadas con ese medio, con una escasísima clase media, pletórica de yunteros y jornaleros. Recordemos que no muy lejos, en Extremadura, se situaba la comarca de las Hurdes, ejemplo del atraso en el medio rural en los años treinta.

El Plan Badajoz, obra del Ministro Rafael Cavestany, resucitaba el largo sueño de sacar del atraso a una región deprimida, dedicada a una agricultura con deficiencias y que tenía que afrontar la necesaria regulación del río Guadiana. Crear en aquellas tierras grandes zonas de regadío que dieran en una España agraria trabajo y riqueza. Un proyecto que debería haber comenzado años antes, pero los condicionantes negativos de los años cuarenta no pueden ser ignorados a la hora de la valoración.

Recordemos que los atisbos de esta necesidad tienen unos antecedentes en los proyectos de actuación en el Cíjara de 1902 en el mero relato de necesidades conocido como el Plan Gasset. Los gobiernos de Alfonso XIII trazaron planes de obras sin mayor efectividad hasta el Plan de Obras Hidráulicas de Lorenzo Pardo de 1933 que se quedó en eso y el Plan del azud de Montijo de 1934. Casi 22 años habían transcurrido. El plan de Lorenzo Pardo preveía crear 108.000 hectáreas de regadío en la zona de Badajoz con su plan. Los proyectos que abrirían ese cambio sobre el Cíjara y el Montijo a duras penas si estaban en su primera fase al iniciarse la guerra siendo afectadas las obras por la misma.

Extremadura, y en especial Badajoz, podría ser un laboratorio para la aplicación de las propuestas teóricas que se amontonaban para una posible política agraria del régimen de Franco, muy condicionada en estos primeros años por la necesidad de incrementar la producción para cubrir la subsistencia. Badajoz ofrecía ese espacio, ya que se acumulaban tierras, zonas susceptibles de cambio, yunteros y jornaleros en situación de pobreza, un incremento de población derivado de la ruralización de posguerra… El Servicio Nacional de Defensa Económica y Social de la Tierra tenía no pocas tierras y allí podían llevarse a cabo las actuaciones del Instituto Nacional de Colonización al amparo de la Ley de Bases para la colonización de grandes zonas (1940). Convertir campesinos en empresarios, los colonos, entraba dentro de los márgenes del difuso programa agrario que preconizaban los falangistas. Los resultados de una primera colonización en secano fueron muy pobres en relación con el número de jornaleros al asentarse unas 7.000 familias, aunque ello equivalía a unas 35.000/40.000 personas. Lo que sí se extendieron fueron los “huertos familiares” que ofrecían un complemento a campesinos sin tierra.

Franco estuvo en Extremadura durante la guerra y visitó Badajoz en 1941 y 1945 quedando, según algunos relatos, impactado por la pobreza de la zona (en 1951 hablaba de una zona que “teniendo grandes posibilidades, la gente vivía miserablemente y se contaba por muchas decenas de miles los parados”). En 1946 existía ya la Secretaría General para la Ordenación Económico Social, cuyo norte debía de ser el desarrollo regional. De la mano del gobernador civil Joaquín López Tienda se elaboró un informe reclamado por Franco sobre la realizada de la provincia que no pudo ser más demoledor, cien mil familias vivían en la pobreza. Desde los sectores falangistas se reivindicaba la necesidad de recuperar las obras hidráulicas y que el gobierno realizara una fuerte intervención social. Sobre la mesa del gobierno estaba el Plan de Obras Públicas culminado por el Ministro Alfonso Peña Boeuf y el Plan de Necesidades Provinciales de 1948. La primera actuación sería la aprobación del Plan General de la zona de Montijo (1949) que abría la recuperación y elaboración de un nuevo Plan Badajoz. Con la llegada del también ingeniero Rafael Cavestany al Ministerio de Agricultura, que abre una nueva política agraria, mucho más realista, en julio de 1951, comienza el camino que conducirá a la aprobación el 5 de abril de 1952 por las Cortes del ambicioso Plan de Obras, Colonización, Industrialización y Electrificación de la Provincia de Badajoz, que será modificado en 1959, 1961 y 1966. El Plan fue preparado por una Comisión Técnica. El gran y olvidado protagonista de su ejecución sería el Secretario del Plan Enrique Martín. Quienes han trabajado monográficamente sobre la historia del proyecto y su ejecución indican que se podría hablar de tres planes o de tres fases del plan que cubrirían su desarrollo hasta casi la actualidad. Las referentes al régimen de Franco serían dos: la primera, desde 1952 a la aprobación del I Plan de Desarrollo; la segunda, hasta la muerte de Franco. A este plan habría que añadir las actuaciones en los embalses de Borbollón, Rosarito y Gabriel y Galán.

Las dimensiones del Plan Badajoz.

Balances y valoraciones a un lado lo que el Plan Badajoz implicaba era el intento de cambiar la estructura económica de la zona creando un pulmón, un eje de desarrollo en las Vegas del Guadiana. Lo hacía en una coyuntura económica aún complicada cuando comenzaba a atisbarse el fin de las cartillas de racionamiento porque la serie de buenas cosechas lo iba a permitir aunque las dificultades de financiación en la época continuaran e influyeran durante un tiempo en la marcha de las obras.

Nadie puede eludir que los objetivos planteados en 1952 eran sumamente ambiciosos: conseguir la regulación del Guadiana lo que obligaba a la construcción de diversas presas y el aprovechamiento para riego y producción eléctrica de sus aguas; tener capacidad para embalsar 3.8 millones de metros cúbicos; la conversión en regadío de 130.000 hectáreas; la creación de las necesarias infraestructuras para el riego; repoblar forestalmente 50.000 hectáreas; impulsar un proceso de industrialización vinculado a la nueva agricultura; crear infraestructuras de comunicación y asentar a unos 9.000 colonos (más de 44.000 personas). Todo ello implicaba una altísima inversión por parte del Estado en la zona. Según los datos presentados en el Congreso Nacional sobre el Desarrollo Rural y Agrario en las Vegas Altas en 2003 la inversión ascendió a unos 1.200 millones de euros actuales.

Las obras.

La enumeración de las obras acometidas es ya de por sí significativa. Las presas del Cíjara, García Sola, Orellana, Zújar y Montijo junto con los canales de Orellana, Zújar y Montijo a lo que se añaden unos 4.000 kilómetros de canales. Estas obras se complementan con las que se hicieron en el nunca denominado “plan Cáceres” con los embalses de Rosarito, Gabriel y Galán, Valedobispo, Borbollón. A las obras hidraúlicas se sumaría la construcción de 42 pueblos para el asentamiento de los colonos desde Valdecalzada, inaugurado por Franco en 1951, hasta Torrefresneda (1971). Eran los pueblos blancos: Alonso de Ojeda, Valdivia, Novelda del Guadiana, Guadiana del Caudillo, Vivares, Vegads Altas, Villafranco del Guadiana, Conquista, Hernán Cortes, Sagrajas, San Rafael de Olivenza, Pueblonuevo, Alvarado, Zurbarán, Puebla de Alcollarín… Como es conocido las familias recibían con una financiación muy asequible y unos precios reducidos una casa en función del número de componentes de la unidad, una parcela de tierra, una vaca y el acceso a semillas, abonos y maquinaria.

Los resultados.

En 1975 el total de tierras transformadas en regadío alcanzaba las 96.706 hectáreas. Número que seguiría expandiéndose tanto por las obras como por la optimización de los regadíos hasta las 155.000 que alcanzarán las 203.000 regables según los cálculos más actualizados. No solo es el impresionante número de hectáreas sino también el cambio en la producción con la expansión de nuevos cultivos (hortalizas, frutales, plantas industriales), la desaparición del barbecho y el retroceso del monocultivo.

Los colonos y obreros agrícolas asentados se sitúan en las 7.000 familias, aunque tras su paralización a mediados de los sesenta, los colonos continuarían estableciéndose hasta los años 80. En los sesenta los colonos poseían unas 34.000 hectáreas de cultivo de las 44.000 que el Estado se había quedado frente a las 52.000 que fueron a parar a manos de los propietarios. Los nuevos propietarios impulsarían la expansión de una clase media agraria y, a la vez, asentarán otra clase media vinculada indirectamente a las demandas de los nuevos “oasis demográficos”. La repoblación forestal acabó situándose en las 68.500 hectáreas.

Pese a la no generación de una industrialización importante, lo que no implica que no se pusieran en marcha numerosas industrias vinculadas a la producción agraria pero insuficientes para un proceso de expansión industrial pese, a las ventajas que se daban, se creó el gran pulmón dinámico de Badajoz en las Vegas del Guadiana que además es un valladar contra los procesos de desertificación al crear una gran mancha verde en zonas de tipo estepario.

El Plan Badajoz supuso un impulso que continúa hasta la actualidad y no son pocos los que abogan hoy en Extremadura por una continuada expansión selectiva de los regadíos, tras la disminución de proyectos como el canal de Barros e incluso la recuperación de los modelos urbanísticos de los poblados de colonización.

 

 

Para Artemio Baigorri su gran aportación vista desde la actualidad es que “encendió la mecha del dinamismo en la región”. Para Cipriano Juárez y Manuel Rodríguez la línea abierta por el Plan Badajoz puede ser una vía en la actualidad para “impulsar el definitivo y deseado desarrollo socioeconómico de la región”, juzgando el balance como positivo “pese a las sombras que acompañan a una planificación de semejante envergadura y duración temporal”. Según los datos de Romero Cuadrado los balances entre 1952 y 1972 presentan cifras de desviación positiva en un 85%. En definitiva la Extremadura actual sería incomprensible sin el Plan Badajoz y las actuaciones en Cáceres.


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