en su discurso del 17 de julio de 1945, recién terminada la lucha en Europa, Franco explicó su posición: en un continente “atormentado”, España vivía en “orden, paz y alegría”, libre de “exiguas y despreciables minorías que pudieran abrir al extranjero el camino de la traición” Subrayó que “nuestro anticomunismo no ha sido un capricho, sino una necesidad” y achacó la crisis del liberalismo al divorcio entre lo social y lo nacional. Pero la guerra, alterándolo todo, obligaría a las democracias a imitar la revolución social que realizaba el Movimiento acorde con la tradición hispana, que definió como católica Denunció el “desastre moral en que algunos pueblos de debaten”, la “confusión y pasiones políticas desatadas”, causantes de una hostilidad furiosa contra la pacífica España. Pero desdeñó esa hostilidad: el régimen gozaba de una “firme y sólida” posición, aunque criticó a quienes creían que, superada la guerra civil, “podía volverse tranquilamente a la despreocupación y la inconsciencia”. Destacó el éxito de haber sorteado los remolinos del conflicto mundial y encomió “el resurgimiento industrial y agrícola, sanatorios, casas baratas, subsidios familiares, salarios los domingos, retiro obrero, regadíos y obras de colonización” (Los mitos del franquismo).
Evidentemente, las democracias no imitaron el modelo franquista, pero la observación no dejaba de tener base: para subsistir, las democracias debieron adoptar medidas de protección social que chocaban fuertemente con el liberalismo clásico, y lo hicieron a gran escala. En eso se asemejaban en alguna medida a lo que estaba haciendo el régimen de Franco, si bien con al menos una diferencia: las medidas emprendidas desde Inglaterra en pro del “estado de bienestar” suponían una enorme expansión del estado y de control sobre los ciudadanos, que Churchill había denunciado como gestapista o algo así, mientras que el estado franquista iba a permanecer siempre más pequeño, es decir, más “liberal”. Además, se emprendían tales grandes reformas bajo la consigna de Beveridge de proteger al ciudadano “de la cuna a la tumba”, idea que tiene algo de la pesadilla que denunciaba Tocqueville de un estado inmenso y tutelar, encargado de mantener a los hombres en una perpetua infancia.
Así, el franquismo se empeñó en construir una seguridad social eficiente, pero manteniendo un aparato estatal menor, lo que parecía contradictorio; y sin las pretensiones “maternales” (o gestapistas) del modelo keynesiano; y con un concepto del trabajo también diferente. Franco, siempre pragmático y ecléctico, influido por las doctrinas fascistas y las sociales de la Iglesia, trató desde muy pronto de ir institucionalizando un régimen que en principio debería superar al comunismo y al liberalismo. Ya durante la guerra civil, en 1938, encargó al ingeniero falangista Pedro González-Bueno la elaboración del Fuero del Trabajo, cuyos principios básicos eran la concepción del trabajo como un derecho con cierto carácter religioso, que debía ser continuo y seguro con protección contra el paro forzoso y los despidos arbitrarios, con salario mínimo y remuneración con acuerdo a la familia del trabajador mediante los subsidios familiares. Incluía el derecho a la propiedad (se fomentaría la propiedad de las viviendas), así como al descanso, y seguros sociales de vejez, maternidad, invalidez, etc. Y consideraba la empresa como un instrumento social en el que estuvieran integrados patronos y empleados (sindicato vertical), cuyos conflictos se dirimirían mediante una magistratura ad hoc.
Evidentemente, las penurias económicas hacían que aquellas medidas aparecieran en principio como música celestial, y por otra parte constreñían a los empresarios dificultando su iniciativa. La concepción del sindicato vertical, sometido en última instancia a las decisiones gubernamentales, mermaba la libertad de contratación de los empresarios y la libertad reivindicativa de los empleados. Según diversas teorías liberales, no podía funcionar, y tampoco según el keynesianismo, ya que se basaba en un estado pequeño y con pocos impuestos. Sin embargo, lo cierto es que mal que bien funcionó, y en los especialmente duros años 40 facilitó la reconstrucción del país.
La cuestión, de todas maneras, es teórica y debiera haber dado lugar o dar lugar hoy, a debates económicos en profundidad, con una filosofía implícita, pese a que el panorama económico mundial de nuestros días apenas guarda relación con el de entonces. Un panorama lleno de peligros, por lo demás
Otros puntos del discurso de Franco podrían suscitar sarcasmo: ¿vivían los españoles con alegría? Desde luego tenían dos poderosos motivos para ello, pese a las estrecheces de la época: haber superado la guerra civil y haberse visto libres de la mundial. Y el resurgimiento industrial y agrícola, casas baratas, etc., si bien aún muy débiles en aquel momento, comenzaban una andadura mucho más potente.Vale la pena recordar la impresión de Ortega y Gasset al regresar a España poco después y encontrar un pueblo “con una salud casi indecente”. Ya en los años 50, el antifranquista furioso José Bergamín explicaba a la exiliada voluntaria María Zambrano su excelente impresión de la ciudadanía madrileña. Hoy por hoy, en cambio predominan impresionismos como los de La Colmena de Cela.
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