El túnel de la muerte de Usera, por Juan E.Pflüger

Juan E.Pflüger
La Gaceta
 
 Entre el 18 de octubre y el 13 de noviembre de 1936, casi un centenar de hombres y mujeres fueron asesinados en un sótano situado en el chalé de la calle Alfonso Olivares número cuatro, en el madrileño barrio de Usera. Fueron engañados, desvalijados, torturados y, finalmente, asesinados por un grupo de miembros del Partido Comunista de España (PCE) que dirigía Casimiro Durán. 
 

                                                                 Casimiro Durán, del PCE

 
Aprovechando el terror rojo impuesto por los frentepopulistas en el Madrid de la Guerra Civil, Durán, ideó un macabro engaño en el que colaboraron otros miembros de la 36 Brigada Mixta, que en lugar de enfrentarse a las tropas sublevadas se dedicaron a asesinar a inocentes tras conseguir sacarlos con una maquiavélica treta de las embajadas en las que se refugiaban para salvar la vida. Entre estos asesinos se encuentran otroas integrantes del PCE como Gregorio Caballero, Francisco Román Sánchez, Antonio Torres, José Domingo Garzón, y varios más.
 
Este caso de brutal represión es otro más de cuantos demuestran la planificación de la represión en el bando republicano y el conocimiento que de ella tenían los dirigentes y responsables políticos ya que la autorización de estos asesinatos fue dada por Justo López de la Fuente, jefe político de la 36 Brigada Mixta y uno de los máximos responsables del PCE en Madrid.
 
Todo empezó en una pensión
 
La pensión regentada por Nicolasa Sánchez Pondado en la calle Ventura de la Vega daba alojamiento a algunos derechistas y religiosos que intentaban pasar desapercibidos en el Madrid republicano. Este estremo fue puesto en conocimiento de Casimiro Durán por otro miembro del Partido Comunista apellidado Cabrera. Durante varios días Durán visitó a su compinche en la pensión, donde comentó con los huéspedes que conocía un tunel en el barrio de Usera, a pocos metros del frente, a través del cual se podía pasar a la zona nacional sin correr mucho riesgo si se aprovechaba la noche.
 
Poco después, esta información llegaba a los refugiados en embajadas de diversos países, donde empresarios, peronas de derechas, miembros de familias nobiliarias y sacerdotes intentaban guarecerse de la brutal matanza impuesta por los frentepopulistas en la capital de España. El plan de Durán, un empleado de sastrería que no dudó en intentar asesinar a su antiguo patrón, había comenzado. Antes de comenzar con los asesinatos en grupo, hizo la prueba con un joven de 30 años que estaba refugiado en la embajada de Paraguay. Lo cuentan en la Causa General varios de sus sicarios tras la guerra, antes de arrancar el coche con el que el propio Durán le esperaba a la puerta de la legación diplomática, obligó a su víctima a entregarle un reloj de oro y una sortija. Después fue llevado a la calle Alfonso Olivares donde, según los testimonios referidos: “el declarante vio a este individuo siendo golpeados con palos y vergajos por Juan Ruiz Llamas y Joaquín de la Huerta mientras que le decían que todos los fascistas debían morir. Esta persona sangraba abundantemente. Estuvo detenido en la calle Alfonso Olivares durante veinte días. Fue asesinado a tiros finalmente por los fusiles de los militares comunistas Gregorio Caballero, Francisco Román Sánchez, Antonio Torres y José Domingo Garzón. Fue enterrado en una gran fosa que hay en la casa. Antes de echar su cuerpo allí, el soldado rumano le robó los zapatos”.
 
Todo había salido bien y Durán decidió ir ampliando el número de personas transportadas. En la saca del 31 de octubre las víctimas fueron Francisco Tejero del Barrio, Horacio Martínez, secretario personal del político Melquíades Álvarez y dos jóvenes militantes de Falange.
 
La mayoría de las víctimas pasaban entre 10 y 20 días detenidos en el sótano del chalé del barrio de Usera. Durante este tiempo eran torturados e interrogados para intentar saber qué otras posibles víctimas podían ser asesinadas y las vinculaciones personales con otras personas no refugiadas en embajadas.
 
El asesinato de los cinco hermanos Méndez y González-ValdésEntre los casos que mejor se conocen se encuentra el de Manuel Toll Messía, que mientras se encontraba detenido en el sótano, sabiendo ya que iba a ser asesinado, con la hebilla de su cinturón grabó una inscripción en la pared de yeso que todavía hoy se conserva: “Me han preparado una encerrona y traído a esta casa con otros quince más. Espero nos fusilarán. Cúmplase la voluntad de Dios. Manuel Toll Messía, calle Carbonero y Sol 4 de Madrid”.
 
Los terrenos de Usera en los que se encontraba aquel chalé en el que estaba el tunel de la muerte, como fue bautizado tras la guerra, forman parte hoy de la escuela de las Teatinas y en aquel sótano se construyó una cripta donde reposan los restos de muchos de los que allí perdieron la vida. Las religiosas cuentan que todos los años, en el aniversario de los crímenes, una mujer rezaba y lloraba junto a la tumba de cinco hermanos, los Méndez y González-Valdés. Era la madre que perdió a sus cinco hijos en la trampa organizada por Durán.Tras el final de la Guerra Civil, la Escuela de Medicina Legal practicó la extracción y autopsia de los cuerpos. Logró individualizar 67 y había restos de, al menos, otros treinta individuos. Entre los cadáveres se encontraban dos mujeres, una muy joven y otra anciana. Entre los cuerpos que pudieron ser individualizados se encontraban los de muchos jóvenes pertenecientes a familias ilustres. Además de los cinco hermanos Méndez y González-Valdés, allí fueron asesinados dos hijos de los marqueses de Urquijo, el marqués de Fontalba y su hijo José, de 20 años, y personalidades importantes de la época republicana como el fiscal González Prieto, el presidente de la Sala de lo Civil de la Audiencia Territorial de Madrid; y religiosos como el canónigo de la Catedral de Málaga.
 
Las autopsias, que se sumaron a la causa abierta para investigar estos crímenes tras la Guerra Civil, revelan como la mayoría de ellas fueron torturadas, apareciendo: “restos de cadáver desarticulados pudiéndose observar una fractura craneal” o “conserva en su cuello una cuerda en forma de lazo”.  

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