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Antonio J. Monroy Antón
En plena exaltación sanchista y con la demencia colectiva que se ha instaurado en las huestes filocomunistas, unos días antes de la profanación de la tumba de Francisco Franco, el 24 de octubre de 2019, Andrés Fernández Rubio, del diario El País, nos regala un hilarante artículo en el que se afirma que el Valle de los Caídos es un “disparate arquitectónico” y que “los expertos consideran que apenas tiene valor artístico”. En su opinión, además, los años de la II República fueron “años dorados” arquitectónicamente hablando, que dieron paso a una arquitectura inculta y anticuada. No es el único despropósito al respecto en la prensa española, pues ya hace un año, en otro artículo de elespanol.com, un tal Alberto Ruiz, que dice ser profesor del Grado en Arquitectura de la Universidad Rey Juan Carlos, señala que “arquitectónicamente, como es evidente, el edificio no tiene ningún valor interesante” y “es una especie de ‘quiero y no puedo’”.
No vamos a perder mucho tiempo hablando de lo que ya es sobradamente conocido: que Franco quiso que el monumento representase la memoria de todos los caídos (recomiendo a las mentes obtusas que aún no lo hayan hecho que lean el Decreto-Ley de la Jefatura del Estado de 23 de agosto de 1957, BOE de 5 de septiembre); que no murieron en su construcción ni miles, ni siquiera cientos de presos, sino una cifra que, según los estudios serios y documentados, está entre los 10 y los 15 trabajadores (en una obra de 20 años de duración); o que los presos políticos no estaban obligados a trabajar a mayor gloria del Caudillo, sino que decidían voluntariamente hacerlo a cambio de un salario, Seguridad Social y redención de parte de su condena. Vamos a centrarnos en algo que debería estar al margen de la política: el valor artístico del valle de los Caídos.
A cualquiera que haya estado allí no se le escapa la magnitud de la obra en el plano meramente artístico. Pero, por si aún alguien lo desconoce, aportaremos a continuación algunos datos que hablan por sí solos.
La cruz del Valle es la más alta de la cristiandad. Una cruz calculada para perdurar toda la eternidad. 45.000 toneladas de hormigón y 8.000 de hierro para soportar vientos de hasta 340 km/h y una altura total de 150 metros, de los que 25 corresponden al basamento con los evangelistas, 17 al cuerpo intermedio con las virtudes y 108 al fuste de la cruz. La longitud de los brazos es de 23 metros cada uno, con un total de 46. Las dificultades para erigirla no fueron pocas, y se puede considerar una obra maestra. En estos tiempos en que se valora de forma tan extraordinaria cualquier récord, el mero hecho de que no exista otra cruz similar en el mundo es ya suficiente para demostrar su valor.
La basílica es la más larga del mundo cristiano, superior incluso a la de San Pedro en el Vaticano. Está excavada en la roca, lo que la hace incomparable (y, hasta ahora, irrepetible), y se dice que cuando el cardenal Gaetano Cicognani, encargado de consagrarla el 4 de junio de 1960, conoció su longitud de 262 metros, se negó a hacerlo si no se reducía, por lo que la entrada se “comió” oficialmente parte de la nave dedicada al culto.
Otros elementos muy destacados desde un punto de vista artístico son las colosales esculturas de los cuatro evangelistas de Juan de Ávalos, de 18 metros de altura; las pinturas, trípticos, relieves y esculturas obra de la familia Lapayese existentes en el interior de las capillas; los tapices de incalculable valor con escenas del Apocalipsis; o el mosaico formado por más de cinco millones de teselas, elaborado en plano en el Teatro Real de Madrid e incorporado después, con la dificultad que supone, a un plano abovedado.
Los mismos “expertos” que niegan el valor artístico del Valle señalan que la arquitectura de la Segunda República, el llamado período del “racionalismo”, era esplendorosa. Los máximos exponentes de esa arquitectura tan “valiosa” en Madrid fueron el cine Salamanca, desaparecido hace años, o parte de la colonia el Viso, la cual, hasta donde yo conozco, no visita ni un solo turista. Dado que estos “expertos” en arte señalan que el Valle no tiene valor artístico, propongo una subasta de alguna de las pinturas, esculturas o tapices existentes en él para comprobar qué valor les asigna la ley de la oferta y la demanda. Espero que después, viendo el resultado, tengan la decencia de dimitir de sus puestos.
No podemos terminar sin señalar la tremenda rentabilidad que se podría obtener de un lugar tan singular de nuestro patrimonio histórico-artístico, que en sus mejores momentos ha tenido casi un millón de visitantes al año. Franco, les guste o no a los progres, sacó del olvido un bello lugar de la geografía española que, de no ser por él sería, como otros tantos, pasto de las llamas, de la maleza o de gente sin escrúpulos, como han sido montes colindantes. Cuando hablamos de rentabilidad se hace patente la incultura de algunos de los “expertos” entrevistados por la prensa progre española. Así, el supuesto arquitecto David García-Asenjo, entrevistado por elespanol.com, indica que el monumento “es un adefesio, pero explica que en una época en la que éramos pobres de solemnidad se invirtió mucho dinero en excavar una gruta”. La única verdad es que la construcción del Valle de los Caídos no costó ni un céntimo al erario público, como se puede consultar en diversas fuentes, incluido el citado Decreto-Ley de la Jefatura del Estado de 23 de agosto de 1957. Cuando el coste es cero, la rentabilidad tiende a infinito, es una lección básica de economía.
Pedir el cierre -o la destrucción, que solicitan los más radicales- del Valle es como pedir que se destruyan el Coliseo de Roma, las pirámides de Egipto o el Partenón griego. Los cuales, en su mayor parte, sí que fueron levantados sobre la sangre de esclavos a los que apenas se daba de comer, muy al contrario que en el caso español. Comparable a la destrucción de los budas de Bamiyán, a manos de los talibanes, que consiguieron en Afganistán lo que ahora pretenden las huestes comunistas conseguir en España. Los restos de 34.000 caídos no lo merecen. No lo permitamos.