Blas Piñar Gutiérrez
General de Brigada de Infantería (R)
Una de las claves del triunfo nacional en la guerra de liberación española lo encontramos en el espíritu de resistencia y sacrificio, tanto individual como colectivo, de quienes reaccionaron ante el más que probable exterminio político, social y material de España. La capacidad de mantener la entereza, aún en situaciones en extremo desfavorables e incluso desesperadas, fue una de las características de indudable repercusión en el resultado de la contienda. En definitiva -desde un principio- dicho espíritu, que implicaba muchas veces la propia inmolación, se convirtió en un factor decisivo que marcó el carácter del enfrentamiento y la resolución del conflicto.
Lo llamativo es que en los bandos enfrentados, a uno y otro lado, militaban hombres y mujeres que básicamente no presentaban diferencias notables entre sí. De hecho el miliciano y el soldado frentepopulista demostraron, en el frente, un enorme valor y una patente capacidad de superación, lo que hizo especialmente duro el combate y alargó el desarrollo de la guerra. La diferencia estribó en la virtud de los nacionales, manifestada repetidamente, de persistir en la firmeza y determinación de su conducta, sin deterioro de la voluntad de lucha, en condiciones que podríamos calificar de imposibles. Algo sobrehumano tenía que inspirar dichas actuaciones.
La explicación la encontramos en la dicotomía existente entre los valores e ideales que animaban a uno y otro lado, cuestión en la que se encontraba el origen de la profunda discordia. Los revolucionarios peleaban con unos objetivos donde predominaba el aspecto reivindicativo, materialista, inmediato, antirreligioso y destructivo, para imponer un nuevo orden de cosas basado en la supremacía de la clase proletaria, en el que era preciso suprimir -en fondo y forma- toda oposición real o imaginaria. Las creencias y el planteamiento de los alzados -por su parte- era más amplio, profundo, positivo y transcendente, pues entendían que siendo imprescindible la consecución del bien común y el bienestar social y material sin exclusiones, esto no es posible si se prescinde y aniquila la esencia espiritual tanto de las personas como de la Nación en la que están integradas.
De ahí las diferentes tesituras ante unas perspectivas drásticamente arriesgadas, donde está en juego la propia existencia. El sujeto dominado por el materialismo, una vez perdida la certeza en el triunfo cercano, abandona más fácilmente los estímulos que lo mantienen en liza y se muestra más propicio a la conservación de la vida, en espera de que -más adelante- puedan cambiar favorablemente las circunstancias para poder seguir peleando. Los de enfrente -por su parte- son conscientes y por lo tanto responsables, de que para el triunfo final, aunque éste no parezca posible, es imprescindible el ejemplo y el sacrificio ilimitado, sin importar el resultado ligado directamente a la acción. Influye, por encima de todo, la conciencia de sus obligaciones con Dios y con España, así como con quienes se integran en la propia facción, pero sin olvidar -en ningún momento-a los que circunstancialmente son considerados enemigos, pero que en cualquier caso se quiere atraer.
Reflejo claro y significativo -aparte de los reiterados acontecimientos que lo confirman- del diferente espíritu que animó el sangriento choque de ambos bandos de nuestra guerra reciente, es el estilo inconfundible y contrapuesto de las canciones que se escribieron y entonaron antes, durante y después de la guerra.
Pero son ciertamente las repetidas resistencias numantinas en el bando nacional las que jalonan el desarrollo de la contienda y cambian su signo, desfavorable en su inicio. Desde las primeras jornadas del Alzamiento Nacional se suceden los hechos heroicos, de signo defensivo, que logran un vuelco portentoso -sobre todo- en la moral de los contendientes. Porque si desde el punto de vista militar la acción ofensiva resulta necesaria para la obtención de la victoria en el campo de batalla y en ella se vuelca el esfuerzo mayor en cantidad y calidad, no es menos cierto que ésta no es posible -la mayor parte de las veces- sin una previa o simultánea acción defensiva que, no sólo desgasta y consume las capacidades del adversario, sino que permite la concentración de medios para mantener la iniciativa. La combinación acertada de ambas acciones en tiempo y espacio ponen de manifiesto la supremacía en la dirección logística, estratégica y táctica de la guerra.
Así sucedió en la contienda española de 1936-1939. En el periodo inicial, o guerra de columnas, los nacionales tomaron rápidamente la iniciativa cruzando el Estrecho de Gibraltar, uniendo las dos zonas sublevadas, avanzando hacia Madrid desde el norte y el sur, tomando San Sebastián etc.
Pero al mismo tiempo diferentes núcleos de feroz resistencia “distraían” a las fuerzas frentepopulistas facilitando el avance nacional, elevando la moral propia y debilitando la del contrario. Tal fueron los casos del Alcázar de Toledo, Oviedo (cerco inicial y embestidas posteriores), puerto de los Leones, Somosierra, cuartel de Simancas en Gijón o santuario de Santa María de la Cabeza. En los dos primeros asedios los defensores supervivientes pudieron ser liberados, mientras que en los dos últimos -más heroicamente si cabe- sucumbieron ante la superioridad enemiga o la prolongación en el tiempo. Pero en el transcurso posterior de la lucha estos hechos, de alto contenido simbólico, vuelven a repetirse en combates más importantes y encarnizados y de considerable repercusión en el devenir de la guerra. Son, a modo de ejemplo, las decididas resistencias a la ofensiva republicana sobre La Granja de San Ildefonso y Segovia, o la barrera que constituyeron Brunete, Quijorna, Vilanueva del Pardillo, Vértice Mosquito… en la ofensiva roja desencadenada en el frente de Madrid, para intentar parar la ofensiva nacional en el norte.
Hechos similares se repiten en el frente de Aragón, resultando imprescindible recordar los asedios de Huesca y Teruel, o defensas inconcebibles como la de Belchite, cuyas ruinas constituyen un testimonio escalofriante de la dureza del asedio. Pero además podemos añadir nombres como Alcubierre, Quinto, Codo…
El fulgurante éxito del paso del Ebro y la rápida penetración posterior, da origen a una nueva defensa a ultranza que alcanza su mejor representación en la tenaz resistencia de Gandesa. A todo ello podemos añadir la estoica fortaleza ante los ataques -con medios muy superiores- en frentes considerados secundarios como Vitoria, Toledo o Peñarroya. Pero el paradigma de este espíritu de defensa y sacrificio en condiciones titánicas de incomprensión, dificultades de todo tipo, intensidad y características de la lucha (guerra de minas), además de su dilatada prolongación en el tiempo, lo podemos situar en las unidades que combatieron en la cabeza de puente de la Ciudad Universitaria de Madrid, durante dos años y medio.
Conviene no olvidar que el bando contrario también supieron -sin el proceder generalizado de los nacionales- aplicar el repetido principio “resistir es vencer”, como quedó demostrado en la defensa de Madrid, la bolsa de Bielsa o la cabeza de puente del Ebro. La consistencia del lema “Por Dios y por España”, afianzado en el ánimo de los combatientes nacionales, se mostró -en todo caso- superior a las ansias revolucionarias de sus oponentes, que tardíamente quisieron apelar a la Patria cuando comprobaron la insuficiencia de sus motivaciones originales.
Pero si en la guerra resulta imprescindible el espíritu profundo de resistencia, en la paz no podemos adoptar una actitud diferente, si queremos que se respeten y asienten nuestros valores. Por desgracia, la falta de compromiso y la indiferencia más absoluta ante asuntos trascendentales se han adueñado -en general- de nuestra sociedad que, despreciando el esfuerzo y sacrificio de las generaciones que nos han precedido, consiente que se destruyan paulatinamente los cimientos de la convivencia. De este modo -a día de hoy- los principios permanentes parecen no existir; los fundamentos religiosos se atacan abiertamente o se mimetizan, manipulan y distorsionan sin pudor alguno; España, acosada por dentro y por fuera, se ve reducida a una selección deportiva o una marca comercial, nada más alejado de su esencia; la propia naturaleza y dignidad humanas son pisoteadas desde los propios ámbitos del poder.
Pocos o muchos – no importa-, mujeres y hombres mantenemos el mismo espíritu de antaño, aunque las perspectivas humanas nos sean totalmente desfavorables. Nuestra Fe, con la ayuda de Dios, es indestructible, y en consecuencia nuestra voluntad de salvaguardia de lo no negociable y la confianza en la victoria final no han sufrido merma alguna. La ofrenda de nuestra dedicación -incluida la vida- quedó sellada desde que asumimos de nuestros padres y predecesores el compromiso sagrado con Dios y con España.