Francisco Franco, Cristiano ejemplar (II), de Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Manuel Garrido Bonaño OSB

Boletín Informativo FNFF nº 37

 

c) Espíritu de sacrificio

Franco estuvo siempre dominado por un espíritu de servicio hasta el sacrificio de sí mismo. Federico Silva Muñoz escribió en el diario «Ya», el 20 de noviembre de 1975: «La figura de Franco está ya en el cuadro egregio de los hombres más grandes que hicieron y rigieron el país desde los albores de nuestra nacionalidad; el discurrir del tiempo dará el perfil que hoy nos falta para enfocarle, pero estoy seguro que su transcurso agrandará, si es posible, su nombre y su obra; de su irrepetible personalidad se ha hablado mucho, pero quizá no se ha subrayado debidamente su sacrificio, intuido por los españoles, pero realmente desconocido; vivió perfectamente entregado al servicio de los demás, en medio de riesgos incalculables, pendientes de cada decisión en que iba la vida de la nación entera. Muchas veces he pensado, cuando veía a mis compatriotas en la normalidad de su trabajo o gozando de sus vacaciones, de sus diversiones y de sus espectáculos, hasta qué punto no conocían que todo aquello descansaba en el sacrificio, en la vigilia y en la entrega a sus servicios de un hombre silencioso, íntegro, tenaz y abnegado que, en guardia permanente, había de vivir la zozobra y la preocupación de cada hora en el tiempo y en el espacio de la entrañable tierra de España. Franco en su dilatada obra de gobierno, deja una España nueva; aquella que fue slogan de los años heroicos, es hoy una realidad. Las piedras hablan y los espíritus también. Los nuevos españoles son hijos, quiérase o no, de la paz de Franco».

Pedro González-Bueno afirma que constantemente le hablaba el Caudillo de su preocupación social. Fue sugerencia suya la orden que obligaba a las empresas a instalar comedores para su personal. Le dijo: «Se resiente la dignidad del trabajador comer a pie de máquina». «Toda su ambición, añade, fue siempre prestar el mayor ser-vicio a España. Tengo ochenta y cinco años y puedo decir que nunca me he sentido tan orgulloso de ser español como durante la Jefatura de Franco… Franco ha sido, con gran diferencia, el más lúcido e importante Jefe de Gobierno y de Estado de Occidente en lo que va de siglo».

Carlos Rein Segura concreta ese espíritu de servicio de Franco en la ayuda a los hombres del campo, sobre todo en la dotación de medios económicos al Crédito Agrícola, ya que constituía una de sus grandes preocupaciones, para liberar a los agricultores de la usura. Esto hacía que reiteradas ve-ces expusiese la necesidad de buscar soluciones que permitiera conceder a los agricultores préstamos a largo plazo y bajo interés.

José Lacalle Larraga afirma contundente que Franco «si como español había estado completamente entrega-do al servicio de España, llegado a la Jefatura del Estado y del gobierno y con ello el que de su actuación dependiera el porvenir de la Patria y el bienestar del pueblo español, su entrega llegó a lo inconcebible. Lo considero tanto desde el punto de vista religioso como del humano, hombre de sólidos principios morales ajustados al honor y a la ética, distinguiendo y graduando el bien y el mal». Insiste de nuevo en la vida y en la obra de Franco en completo servicio de España y cómo el pueblo se lo agradeció siempre. A pesar de las campañas adversas son incontables las multitudes que acuden al Valle de los Caídos para venerar su sepulcro.

Licinio de la Fuente se explaya ampliamente para manifestar el espíritu de servicio a España que siempre vio en Franco y su preocupación constante por el pueblo y cómo el pueblo se lo gradeció: «En los despachos privados y en los Consejos de Ministros, vi siempre a Franco como un gobernante de gran talla, por encima de pequeñas batallitas, para pensar en los grandes objetivos y, por encima de todo, en el servicio de España; dotado de una voluntad y de un temple de hierro». Tuvo siempre una gran popularidad. «Sin tener gestos, actitudes, facha o garra de líder político, fue uno de los gobernantes que ha tenido más pueblo con él y detrás de él. Hasta su muerte. Acompañarle en sus viajes era impresionante… Ahora se quiere montar la leyenda de que fue un hombre al servicio de la clase alta, sostenido por no se qué oligarquías. No es verdad, la clase alta, la mayor parte de la llamada oligarquía, no le quiso mu-cho y le discutió siempre. Con Franco estuvo la clase media y el pueblo. Puedo decirlo con el testimonio de quien tuvo que hablar y discutir con unos y otros».

Rafael Cabello de Alba y Gracia dice que conoció y trató a Francisco Franco al final de su vida; sin embargo debe decir que conservaba una notable lucidez y que bastaba hablar con él para percibir la experiencia que a lo largo de tantos años había acumulado. Sin ser especialista en temas económicos y fiscales tenía un profundo buen sentido y sus observaciones y preguntas apuntaban siempre al nudo de la cuestión que se planteara. Añade: «Si tuviera que destacar una sola nota, diría que dedicó toda su vida al servicio de España, sin concesiones y sin pausas… En todo momento le movió el deseo de hacer una España más próspera, más junta y más estable. Estaba convencido de que una España trabajando en orden y la mejora del nivel de vida que se seguía como lógica consecuencia, eran condiciones esenciales para la libertad real de los españoles. Pienso sinceramente que el tránsito ordenado y pacífico de un régimen personalista a la democracia, si ha tenido mucho que ver con la gestión de los autores de la transición, también ha debido mucho a esa sociedad más próspera, más culta y, en definitiva, más cívica que es el resultado de la labor de Franco».

De modo similar se expresa Alfonso Álvarez Miranda: «Mi recuerdo personal del Generalísimo está impregnado de un profundo respeto y de una gran admiración ante su entrega leal y sin límites a las tremendas tareas de Jefe de Estado en las duras circunstancias en que hubo de ejercerlas. Creo estar en condiciones de asegurar que lo dio todo, incluso su propia vida al servicio de España y no pude de percibir en él jamás el menor atisbo de provecho personal, ni el más ligero desfallecimiento en cumplir lo que estimaba su deber. Y así otros muchos testimonios, hasta el final de sus días. Más aún, ese mismo final lo vio él lleno de sacrificios en servicio de España. Así lo contó al cardenal Primado Pla y Deniel, quien lo refirió a Monseñor Ireneo García, obispo dimisionario de Albacete, quien lo proclamó públicamente con ocasión de la muerte de Franco.

Esta es la impresión que sacó el cardenal Spellman en la audiencia que tuvo con Franco el 12 de febrero de 1943, durante dos horas largas y así lo expresó en la revista Colliers: «Es un hombre serio y sincerísimo, inteligente, sano, enérgico, leal a Dios, devoto a su país y dispuesto siempre al propio sacrificio para el servicio de España».

Así podíamos tratar de virtudes como del amor a la Patria, cumplimiento del deber, lealtad, prudencia, serenidad, moderación y otras muchas virtudes cristianas en las que resplandeció con fulgores espléndidos.

FRANCO Y LOS SANTOS QUE HAN GOBERNADO A LOS PUEBLOS

La Iglesia tiene un concepto muy ele-vado de los hombres a quienes Dios destina para regir los pueblos. Algunos de estos hombres son venerados por Ella como santos. En las oraciones litúrgicas de esos santos la Iglesia expone su sentir sobre lo que ha sido característico en tales santos, para ejemplo de los demás. Escojo tres oraciones de esos santos que se han distinguido por sus heroicas virtudes cristianas durante el ejercicio del poder temporal: San Fernando (1198-1252), que celebra su fiesta el 30 de mayo; San Enrique emperador (973-1024) que celebra su fiesta el 13 de julio y San Luis, rey de Francia (1214-1270) y celebra su fiesta el 25 de agosto.

En la oración de San Fernando dice la Iglesia: «Oh Dios, que elegiste al rey San Fernando como defensor de tu Iglesia en la tierra, escucha las súplicas de tu pueblo que te pide tenerlo como protector en el cielo».

En la oración de San Enrique así ora la Iglesia: «Oh Dios que has llevado a San Enrique, movido por la generosidad de tu gracia, a la contemplación de las cosas eternas desde las pre-ocupaciones del gobierno temporal; concédenos, por sus ruegos, caminar hacia ti con sencillez de corazón en medio de las vicisitudes de este mundo».

Y, finalmente, en la oración de San Luis se expresa así la Iglesia en su liturgia: «Oh Dios, que has trasladado a San Luis de Francia, desde los afanes del gobierno temporal al reino de tu gloria; concédenos, por su intercesión, buscar ante todo tu reino en medio de nuestras ocupaciones temporales».

Parecerá increíble, pero las tres oraciones se pueden aplicar realísima-mente a Franco.

Comencemos por la de San Fernando, rey de España: se le considera como defensor de la Iglesia en la tierra. Eso fue Franco durante toda su vida, pero de un modo especial cuando tuvo que asumir el supremo poder de la nación. Su victoria sobre el comunismo y su prudencia en la segunda guerra mundial es considerada como una gran defensa del catolicismo. Después de la caída de Musolini tuvo en Italia y en parte, también en el Vaticano, un gran desconcierto. El embajador de España ante la Santa Sede, Señor Bárcenas, tuvo una entrevista con el Cardenal Maglione, Secretario de Estado, y envió un telegrama al Ministro de Asuntos Exteriores de Madrid dándole cuenta de esa entrevista. Entre otras cosas se dice en ese telegrama: «No debe extrañarnos por eso que, comentando el Cardenal Maglione la prudencia del Generalísimo, que había sabido permanecer al margen de la guerra, el cardenal, en presencia de sus colaboradores más íntimos, Tarini y Montini, dijese que Francisco Franco había constituido una verdadera providencia para España y para el Catolicismo».

En 1949 vino a España el cardenal Tedeschini, que fue Nuncio en Madrid durante los últimos años de la monarquía de Alfonso XIII y durante la Re-pública II Española hasta 1936. En el Ateneo de Madrid le hizo la Acción Católica Española un gran homenaje. El obispo de Málaga, Ángel Herrera, dijo en esa ocasión: «En España, se-ñor cardenal, la restauración religiosa ha sido tan intensa que hoy el país goza en el orden espiritual de un nivel superior al que ofrecía el advenimiento de la República. Ha aumentado la fe, la piedad y la cultura religiosa. Mas, al llegar a este punto, yo debo hacer la justicia que se debe a todos. Debo consignar públicamente que es inapreciable el concurso y favor que el Estado y el Gobierno español han prestado a la Iglesia en todos los ordenes. Y aún diré más; sería por mi parte una ingratitud, si yo con santa libertad apostólica y obedeciendo al mandato de mi conciencia, no recordara aquí el que en la cumbre del Estado el primer magistrado de la nación da a diario un alto ejemplo al pueblo por el honrado cumplimiento del deber. Deber que él concibe, no como una orden impuesta por la disciplina militar, ni como mandamiento político, ni como un sacrificio patriótico, sino como algo más alto, que recoge y eleva estos tres nobles aspectos del mismo: lo concibe como un deber religioso, convencido que de su conducta, tan llena de gravísimas responsabilidades, tendrá que dar cuenta un día a Dios Nuestro Señor».

El cardenal Tedeschini se hizo eco en Roma de todo lo que Franco y su Gobierno hacía en España por la Iglesia. En el Colegio Español dijo estas importantes palabras: «Alabada sea España, nación católica cuya situación material y espiritual conozco de ahora y de antes. Con pocas naciones como ella el mundo estaría a salvo. Ella nos enseña a gobernar en católico. Si Roma es una promesa, España y su católico gobierno son una realidad. ¿Alabada sea España!».

Sólo la legislación española inspirada en los principios católicos daría materia para un largo trabajo.

Hay multitud de testimonios de los Obispos españoles durante todo el gobierno de Franco en los que se le agradece el servicio que ha hecho a la Iglesia en España por haberla liberado de la persecución comunista, y por la legislación española, por la libertad de acción de la Iglesia en todos los aspectos y por la ayuda inmensa de su reconstrucción incluso material. Elegimos dos testimonios. El primero, del cardenal Quiroga Palacios en 1954: «Como prelado de la santa Iglesia, yo os felicito, Excelencia, por haber sido elegido por Dios para reafirmar nuestra unidad católica y para asentar en España este sistema de relaciones entre la Iglesia y el Estado, en las cuales… se está tan lejos de una supeditación del Estado con relación a la Iglesia… como de una servidumbre o enfeudamiento de la Iglesia con relación al Estado, que éste no pretende en manera alguna y que aquélla re-chazaría en todo caso hasta el martirio>.

El segundo es de Monseñor Marcelino Olaechea, arzobispo de Valencia, en su Carta Pastoral del 24 de junio de 1962: «No sería la Iglesia en España ni noble —aun siendo ajena del todo a enfeudarse en Regímenes y Gobiernos— si no elevara diaria y fervorosa oración a Dios por el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos, S. E. Don Francisco Franco Bahamonde, pues en él y en sus gobiernos ha encontrado y encuentra cordial cooperación para la mejor formación espiritual de los españoles. La Religión Católica enseñada en todas las escuelas y grados de la educación nacional, desde la elemental a la universitaria; la legislación sobre el matrimonio; los viejos seminarios remozados y los otros levantados de planta con decoro y sin lujo; la reconstrucción de las parroquias derruidas por la ceguera de la persecución y el levantamiento de tan-tas obras que urgía… la restauración de célebres monasterios… ¡Estas y otras son las benemerencias con la Iglesia en España, por parte del Régimen!».

El mismo Pablo VI en su célebre carta del 29 de abril de 1968 decía a Franco: «No queremos dejar esta ocasión histórica sin testimoniar a Vuestra Excelencia el debido aprecio por la gran obra que ha llevado a cabo en favor de la prosperidad material y moral de la Nación Española y por su interés eficaz en el resurgimiento de las instituciones católicas después de las ruinas de la trágica y luctuosa crisis de la guerra civil». 

Con todos mis respetos y veneración para con San Fernando, pero se queda muy corto con relación a lo que Franco hizo con la Iglesia en España. El sólo la libró en parte del peligro musulmán.

Pero Franco no sólo se fijaba en la Iglesia española. Tenían ansia misionera de universidad católica. Un Vicario Apostólico, dominico, vino a España durante nuestra Cruzada para llevarse misioneros, pero los que podían hacer ese servicio estaban en los diversos frentes y cuarteles de capellanes. Acudió al Caudillo y éste le dijo, que era mucha la necesidad en España, pero quería ser generoso con el Señor y su Iglesia, que se llevase todos los misioneros que él quisiera, aunque estaban cumpliendo sus deberes sacerdotales y militares.

El Señor Obispo de Orense, Monseñor Temiño, ha publicado en dos ocasiones esta anécdota que él mismo me refirió en el Valle de Los Caídos. Se inauguró el nuevo seminario de la diócesis. Asistió Franco. Después de la ceremonia inaugural hizo un recorrido por diversas salas y galerías. Desde un balcón mostró al Generalísimo que en los planos entraba construir otro pabellón, pero que no pensaba hacerlo, pues con lo construido había más que suficiente para la diócesis. Franco le respondió: «Señor Obispo, ¿por qué no piensa también en Hispanoamérica?» Y Franco sabía que de seguir ese proyecto cargaba sobre su gobierno una gran parte del coste material. Monseñor Temiño me dijo: «Me dejó frío». Y así multitud de casos. Era tan delicado para con la Iglesia que cuando cogieron a eclesiásticos en hechos delictivos procuró resolver el asunto con el mayor favor posible y con toda discreción, para que no apareciera la Iglesia mancillada. Con razón me dijo Alfredo López, Presidente de la Junta Técnica Nacional de Acción Católica y luego Subsecretario de Justicia, que el amor que Franco tenía a la Iglesia parecía hasta exagerado.

Esto lo llevaba Franco metido muy hondo en su corazón. En las Cortes de 1946 dijo: «El Estado perfecto para nosotros es el Estado Católico». En 1953 dijo allí mismo: «Nuestra fe católica, piedra básica de nuestra nacionalidad; identificada la fe cristiana son el fin supremo del hombre elevado al orden sobrenatural… Si somos católicos, lo somos con todas sus obligaciones. Para las naciones católicas las cuestiones de la fe pasan al primer plano de las obligaciones del Estado. La salvación o perdición de las almas, el renacimiento o la decadencia de la fe, la expansión o reducción de la fe verdadera, son problemas capitales ante los cuales no se puede ser indiferentes».

En Tarragona dijo en 1963: «La obra mejor del Movimiento no es el bienestar y la riqueza que produce, ni los bienes materiales que bajo su acción se crean, sino precisamente el haber salvado a España del materialismo ateo y haber sabido unir lo espiritual con lo social… No puede haber bienestar social si no se edifica sobre los principios de la Ley de Dios, sobre los principios del Evangelio».
Más tarde, cuando España creció en un elevado nivel de bienestar social, recordaba los peligros que podrían venir, si dejábamos a un lado los valores espirituales y cristianos.

Lo mismo podíamos decir con respecto a las oraciones litúrgicas de San Enrique emperador y San Luis de Francia. Franco, ya lo hemos visto, desde las preocupaciones del gobierno temporal no dejó nunca la contemplación de las cosas eternas y, en medio de las ocupaciones temporales, buscó ante todo el reino de Dios. Don Juan Castañón de Mena y el médico Don Vicente Pozuelo nos han dejado anécdotas de Franco en los que se manifiesta su anhelo por la oración contemplativa, libre de toda atadura humana.

JUICIOS DE PERSONAS ECLESIÁSTICAS QUE VISITABAN A FRANCO

Son muchas las personas eclesiásticas de diversas jerarquías que visita-ron a Franco. El juicio que siempre mereció es sumamente edificantísimo. Sólo presento tres casos, entre los muchos que podría presentar. Ya conocemos el juicio del cardenal Spellman.

Una representación de la Conferencia Episcopal Española, compuesta de los Monseñores Morcillo, Tarancón, López Ortiz, Castán Lacoma, quien me lo refirió, y Guerra Campos, tuvieron una audiencia con Franco en la que les habló de tal modo sobre la oración que los dejó atónitos. Tanto les impresionó que Monseñor Casimiro Morcillo, Presidente de la Conferencia Episcopal, dijo a los otros prelados: «Ahora vamos a mi residencia para comentar la «homilía» que nos ha hecho el Caudillo». Y, efectivamente, así lo hicieron. Franco tenía un valor muy elevado de la oración y lo hizo notar en diversas ocasiones. Efectivamente, en los primeros tiempos después del Concilio Vaticano II hubo una seria crisis de espiritualidad. Franco captó en seguida que todo se debía a falta de verdadera oración y así lo confirmaron los respectivos obispos antes citados.

Otra visita fue la que le hizo Monseñor Briva, obispo de Astorga, con un Metropolita ortodoxo. Franco les habló de la devoción mariana en España con una veneración y exactitud histórica tal que les causó gran maravilla.

La tercera visita fue el Superior General de los Agustinos con algunos Definidores, entre los que se encontraba el P. Rafael Pérez, gran canonista y durante diez años Promotor General de la fe en la Curia Romana, quien me lo refirió. Estuvieron una hora. El Superior General, que era alemán, no tenía una idea muy clara de lo que era en sí Franco. Al final de la visita, ya fuera de El Pardo, no se salió de su asombro de lo que había oído al Caudillo: «Es increíble, dijo, que un Jefe de Estado, militar, nos haya hablado de temas tan elevados de la espiritualidad cristiana y de la Iglesia en general como lo ha hecho Franco».

En el Generalísimo, esto era normal. Hablaba de lo que sentía, de lo que llevaba en lo más profundo de su alma.

Esto es una mínima parte de lo mucho que se podría decir del aspecto cristiano en Franco, que él lo aunaba en toda su persona y en toda su actuación, sin rupturas ni claudicaciones.

No me extraña que sean muchos los que acuden a su sepulcro, oren de rodillas, besen la losa que lo cubre y se encomienden a su protección intercesora.


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