Francisco Franco y La Coruña. La primera visita a la ciudad como Jefe de Estado, por Carlos Fernández Barallobre

Carlos Fernández Barallobre

El Correo de Madrid

 

La ingente obra de Estado que Francisco Franco consiguió para Galicia y para La Coruña, gracias a sus temporadas veraniegas, en las bellísimas Torres de Meirás, desde 1939 a 1975, fue sin duda excepcional. La presencia del Caudillo de España en La Coruña, su cariño hacia la ciudad de cristal, por la que desde joven, sintió predilección, se inicia con su primera visita como Jefe de Estado a la simpar Marineda, como así llamó a la ciudad en sus textos, la eximia escritora Emilia Pardo Bazán, creadora del bellísimo Pazo de Meirás.

Doña Emilia Pardo Bazán fallecerá en Madrid en 1921 y su familia, a partir de esa fecha, pasara por diferentes vicisitudes. En agosto de 1936, su hijo primogénito Jaime, heredero del Pazo, es asesinado junto a su hijo, llamado también Jaime, por los milicianos de la FAI, en una checa de la calle Goya de Madrid. Tras el asesinato de Jaime, el Pazo de Meirás, queda en manos de Manuela Esteban Collantes, viuda de Jaime y de la hermana de éste, Blanca Quiroga de Pardo Bazán, viuda del General Calvalcanti, el famoso héroe de Taxdir. Ambas deciden donar la propiedad a la Compañía de Jesús, pero la operación se hace imposible debido a que el Pazo de Meirás está hipotecado y la Compañía de Jesús se encuentra en situación de ilegalidad, como consecuencia del decreto redactado por el presidente del gobierno Manuel Azaña y por el ministro de justicia Fernando de los Ríos en 1932.

En 1938, en plena guerra de liberación -Galicia ha quedado desde el inicio de la misma en el bando Naciona-l, en la ciudad de La Coruña, haciendo suya una idea de un recordado alcalde de la Coruña, Manuel Casás, quien dijo acerca de la donación de La Coruña del pazo de Meirás a Franco: “Ese refugio tranquilo del Jefe del Estado hará que La Coruña y su provincia serán recompensadas con multitud de ventajas y hará menor el sacrificio que se impongan para la adquisición del Pazo”, un grupo de notables coruñeses, entre los que se encontraban entre otros, Pedro Barrié de la Maza; el Gobernador civil de La Coruña, Julio Muñoz de Aguilar; Alfonso Molina, Fernando Álvarez de Sotomayor, José Luis Bugallal, José María Rivero de Aguilar, Marchesi, José Casteleiro y Joaquín Barcia, deciden formar una comisión Pro Pazo de Meirás para regalárselo a Franco, a través de una suscripción popular. Tan solo participarán en dicha suscripción los noventa y tres ayuntamientos de la provincia de La Coruña, donde se venderán vales de una, dos cincuenta, cinco y siete cincuenta pesetas. Se dijo, aunque no existe documentación alguna para refrendarlo, que para la ayuda a esa comisión pro Pazo, se detrajo un día del salario a los funcionarios públicos. Una vez realizado el arqueo y ante la falta de una cantidad para completar el montante de la operación, Pedro Barrié de la Maza pondrá el resto del dinero. En cuanto se cerró la operación de compra venta hay controversia, unos hablan de 406,346 pesetas y otros de casi 600.000 mil pesetas.

El día 5 de diciembre de 1938, y después de que Francisco Franco y su ejército derrotasen por completo al ejército rojo en la batalla del Ebro, la comisión entrega a Franco el título de propiedad del mencionado Pazo. “Acepto el obsequio gustoso -dijo Franco- por venir de una donación de mis queridos paisanos”.

En 1941. el Caudillo de España inscribiría en el registro de la propiedad, a su nombre, el mencionado Pazo, formalizando ante notario y junto a Manuel Esteban Collantes, viuda de Jaime Quiroga Pardo Bazán, un contrato de compra venta por valor de 85.000 pesetas.

Un uno de abril de 1939, Francisco Franco, Caudillo de las llamadas fuerzas Nacionales, firmaba en Burgos el último parte de guerra de una contienda fratricida que había durado casi tres años y había producido en España enormes bajas y destrozos. Llegaba pues la hora de reconstruir la Nación en la paz bajo el mando supremo del Generalísimo Franco, -que en el mes de mayo había presenciado en las calles de Madrid, el grandioso desfile de la Victoria, donde el general José Enrique Varela Iglesias, le había prendido en el pecho, la Cruz Laureada de San Fernando, máxima condecoración del Ejército Español-, e iniciaba en esos instantes una serie de visitas que se extenderían por todo el territorio Nacional.

En estos tiempos en que la malvada ley de la memoria histórica ha intentado borrar todas las huellas de un personaje irrepetible en la historia como Francisco Franco, incluso intentado profanar su cadáver, es bueno recordar a las generaciones venideras, que el triunfador del comunismo y socialismo en España, el único en el mundo que logró tal hazaña, fue durante cuarenta años el conductor de su pueblo y siempre estuvo arropado por el cariño y lealtad de los españoles. Sirva como ejemplo fidedigno el afectuoso y multitudinario recibimiento que le dispensó el pueblo de La Coruña en su primera visita como Jefe del Estado a la ciudad.

Era jueves el 22 de junio de 1939 cuando alrededor de las doce de la mañana, Francisco Franco, Caudillo victorioso ya de la Paz, llegaba a La Coruña, procedente del Pazo de Meirás. Le acompañaban los ministros de Defensa Nacional e Industria y Comercio, señores Dávila y Suances y el Gobernador Civil, Julio Muñoz de Aguilar, siendo recibido en las afueras de la ciudad, concretamente en la calle del General Sanjurjo, por el Alcalde accidental de la Coruña, José Pérez-Ardá, el Capitán General de Galicia, Germán Gil Yuste y demás autoridades civiles, militares, jerarquías del Movimiento, organizaciones juveniles, sindicales y sección femenina. Rindió honores una compañía del regimiento de Infantería Isabel La Católica. Antes de ese recibimiento hubo sus más y sus menos entre las autoridades civiles, amenazando el Alcalde con presentar su dimisión irrevocable si su figura quedaba en segundo plano ante la del gobernador civil, quien pretendía arrogarse todo el protagonismo del recibimiento al Jefe del Estado. Al final se impuso la cordura y el Alcalde, en representación del pueblo coruñés, dio la bienvenida en lugar preferencial a tan ilustre visitante.

En medio de una lluvia torrencial, Franco y el alcalde en funciones, Pérez-Ardá, pasaron a ocupar un coche descubierto, flanqueado por la espectacular Guardia Mora a caballo. La marcha la abrió la sección de motoristas del Generalísimo. Las calles del trayecto, llenas de público, estaban engalanadas con escudos nacionales, guirnaldas de laurel, banderas de España y del Movimiento. También las casas del trayecto, lucían en sus ventanas y balcones la enseña de la patria. Un gran arco, en la avenida de Linares Rivas, saludaba al Caudillo en nombre de la guarnición de la ciudad. El paso por los Cantones y calle Real fue impresionante con lanzamiento de miles de flores y octavillas que saludaban al vencedor de la guerra. La larguísima comitiva se dirigió a la Iglesia de San Nicolás donde esperaba la esposa del Caudillo, Carmen Polo. El templo, estaba bellísimamente adornado con innumerables flores. En el atrio, Franco, fue recibido por el Arzobispo de Santiago, monseñor Muñiz Pablos, el obispo de Mondoñedo-Ferrol, cabildo, cofradía del Apóstol Santiago y damas de la Virgen de los Dolores. En el templo se cantó una Salve e inmediatamente después de terminado ese acto, el Jefe del Estado y acompañantes, entre enormes muestras de cariño, se trasladaron al Palacio Municipal. En la plaza de María Pita se había congregado una multitud de personas que llenaban por completo el recinto y que aguantó impávida el aguacero durante todo el tiempo en que duró el desfile de las fuerzas, así como el paso de las nutridas representaciones de los noventa y cinco ayuntamientos de la provincia. En el centro de la gran plaza se situaron una compañía del Regimiento de Zaragoza, las organizaciones juveniles, Flechas navales de Cádiz, Málaga, Sevilla y Huelva -que se encontraban en la Coruña realizando un campamento de verano- y muchachas de la Sección Femenina. En el vestíbulo del municipio se encontraban presentes todas las autoridades y el coro “Toxos e Frores“de El Ferrol, que interpretó, para el Jefe del Estado, un alalá. El Caudillo subió al palacio y desde el balcón central contempló el desfile de las Fuerzas que le habían rendido honores.

1939_La_Guardia_Mora_en_Cuatro_Caminos_La_Coruna.

Finalizada la parada militar se dirigió a la muchedumbre. Entre otras cosas dijo Franco:” A Galicia le corresponde un puesto de honor, por ser la región que más hombres ha dado a la causa de la victoria”. “Esta victoria que nos conmueve, gallegos míos, está tejida de dolores, de sacrificios y de grandes heroísmos”. “Galicia es la nueva Covadonga, pues de aquí salieron para los frentes, filas innumerables de hombres que escribieron páginas gloriosas de victoria: Oviedo, en los riscos asturianos, Aragón, Teruel, El Ebro”. Esta es la España a la que volvemos todos los ojos, la del resurgir, la que no conoce tibiezas ni debilidades, es la España que vamos a poner en marcha con esa juventud tocada con boina roja, amapolas en los campos y sangre de heroísmo en los campos de batalla y esas camisas azules, bordadas con flechas de seda, pero también con sangre al aliento de esos jóvenes corazones”. “Yo no quisiera terminar mis palabras sin recoger este entusiasmo para las madres españolas que ofrendaron sus hijos, para las que dieron sus esposos, sus padres, sus hermanos: el homenaje a los grandes, a los héroes, a los caídos que son nuestro tesoro, porque son los que mandan, marcando el camino y ¡ay del que se desvíe! Esa es la senda de España, dictada por nuestros muertos e impuesta por nuestros mártires. Todos juntos, todos unidos, sin importarnos el sacrificio por la bandera de España que va a hacerse Una, Grande y Libre”. ¡Arriba España!

Inmediatamente salió del balcón entre las aclamaciones del público. Ya en el salón de plenos, el Gobernador Civil Muñoz Aguilar, acompañado por el Alcalde, Pérez-Ardá, le hizo entrega del título de Alcalde Honorario y de la medalla de oro de la ciudad, esa que el miserable equipo de gobierno municipal coruñés que mal gobernó los destinos de la ciudad de 2007 a 2011 le retiró de forma reprobable. Franco agradeció la señalada atención hecha por el Ayuntamiento y la Provincia y les animó a trabajar por la vida municipal, “ya que el nuevo Imperio de España ha de fundirse en tres claros postulados: Familia, Municipio y Sindicato”. El Caudillo estampó su firma en el libro de oro de la ciudad con esta dedicatoria: “A La Coruña con toda el alma de un gallego”. Terminado el acto, el alcalde ofreció un almuerzo de gala al Jefe del Estado, a su esposa y a diferentes representaciones. Al finalizar el almuerzo y cuando el Caudillo salía del ayuntamiento, un legionario, caballero mutilado, José Rúa, con lágrimas en los ojos, se acercó al Generalísimo, para rogarle que no fuera incluido en el cuerpo de mutilados y que se le permitiera seguir siendo instructor en La Legión. El Caudillo agradeció su noble gesto patriótico y le concedió lo que había solicitado. El legionario en cuestión, ya mutilado, había continuado haciendo la guerra en una sección de carros de combate ya que debido a sus heridas fuera dado de baja en el arma de Infantería.

A la tarde, con el cielo absolutamente cubierto y vertiendo agua a discreción, Franco, se dirigió a la estación del ferrocarril donde se verificó el acto de colocación del primer rail de la línea Coruña- Santiago. La estación estaba llena de gente que vitoreó incansablemente al Caudillo. Desde una tribuna levantada al efecto, con el nombre de Franco en grandes caracteres, volvió a hacer uso de la palabra para dirigirse a los presentes. Allí recordó con emocionadas palabras la lección de la guerra: “En España hay derechos pero también deberes. Derechos y deberes para todos y os prometo que cumplidos, unos y otros, la Patria ha de caminar por la senda de la gloria que hemos soñado. Desgraciado el que no reciba la lección de esta guerra que descubrió el tesoro de una juventud que a la hora de la muerte no tenía castas ni diferencias, lo mismo a la hora de la justicia no habrá alpargatas ni zapatos. Al venir a La Coruña deseaba el contacto con esta gente trabajadora de honrados gallegos que han sido uno de los sostenes de nuestros frentes en la epopeya que libramos para el resurgimiento de España. Vosotros en la retaguardia habéis sido también los artífices de la Victoria”.

Terminado el acto, Franco y demás personalidades se encaminaron hacia el club Náutico. Desde la azotea del club, el Jefe del Estado presenció un desfile organizado por los pescadores coruñeses. Setenta embarcaciones pesqueras, perfectamente alineadas, entre ellas los bous Armados: San Pedro, Denis, Cimarrón, José Ignacio, Fina, Manín, Txit-Ona, Malén, pasaron delante de Franco, al que saludaron brazo en alto. El Caudillo correspondió con el mismo saludo a las muestras de cariño y respeto de las tripulaciones de los barcos. En el puerto se hallaba surta la escuadra con la presencia de los cruceros, Canarias, Almirante Cervera y Navarra; los destructores Císcar, Ulloa, Escaño, Jorge Juan, Gravina, Almirante Valdés y Velasco, además del torpedero número 9. Una vez concluida la demostración marítima, Franco descendió a la planta baja del club, donde se ofreció un té en su honor. Allí conversó con la directiva, armadores y socios.

A la noche en el Teatro Rosalía de Castro tuvo lugar una función de gala donde entre otras formaciones musicales de la ciudad, actuó la sociedad filarmónica. Aquella noche interpretaron el intermedio de Goyescas de Enrique Granados; obertura de Rienzi de Ricardo Wagner y el preludio de La Revoltosa de Ruperto Chapí. En la segunda parte del espectáculo se pusieron en escena unos cuadros de la obra “Ritmo y Color” concretamente “La Gallina ciega” y Poema de Córdoba”, con versos de Enrique de Orbe, declamados por la locutora de Radio Nacional, Sara Delgado. La función finalizó con la interpretación por parte de diversos coros gallegos de unas muiñeiras y con el cuadro “Celebrando la Fiesta”, original del pintor coruñés Fernando Álvarez de Sotomayor, que fue magníficamente representado. El cuadro en un momento de la representación, tomó vida y un grupo de muchachas, ataviadas con el traje regional, atravesaron, entre grandes aplausos, el patio de butacas para acercarse hasta el Caudillo y entregarle sendos ramos de flores. Las notas del Himno Nacional pusieron broche de oro al distinguido programa.

Al día siguiente, Franco, concedió audiencia en el Pazo de Meirás al alcalde de la Coruña, quien pormenorizadamente le detalló los problemas de la ciudad, comprometiéndose a resolver los de mayor importancia.

El Caudillo, por medio de un bando, dio las gracias al pueblo de la Coruña por el maravilloso recibimiento, a pesar de las condiciones climatológicas adversas. Franco abandonó la ciudad desde las torres de Meirás por carretera. A partir de esa fecha y hasta el verano de 1975, año de su fallecimiento, Francisco Franco no faltó nunca a su cita veraniega con su querida La Coruña.

 


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