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Francisco Bendala
Menos para Hitler, aún fiado de forma ilusoria de que sus armas secretas llegarían a tiempo para darle la victoria, para el resto del mundo estaba claro que la guerra tocaba a su fin y que la derrota germana iba a ser tan clara y rotunda como evidente la victoria de los aliados. Por ello, todos, y España no iba a ser una excepción, se apresuraban ya a finales de 1944 a tomar posiciones de cara a ese final que iba a ser gestionado exclusivamente por las potencias vencedoras –Estados Unidos y la URSS principalmente– y que sin duda iba a dar lugar a un nuevo orden mundial.
El Caudillo llevó a cabo varias acciones a fin de situar a España lo mejor posible de cara a ese final esperado y prácticamente anunciado de la guerra: una carta personal a Churchill recordándole sus promesas por la beneficiosa neutralidad española para la causa aliada, a la que el mandatario británico contestaría desdiciéndose con su habitual cinismo; una entrevista a la potente agencia de noticias estadounidense United Press y dos importantes discursos: uno, ante el Congreso del Frente de Juventudes, y el otro en el III Congreso de la Organización Sindical.
Convencido que de los norteamericanos, a pesar de las promesas escritas que había hecho Roosevelt, poco o nada podía esperar, pues siempre se habían mostrado duros, prepotentes y difíciles, el Generalísimo concedió el 4 de Noviembre de 1944 una amplia entrevista a A. L. Bradford, jefe del Servicio Exterior de la UP, aprovechando que se encontraba en Madrid para cerrar un importante acuerdo de colaboración con la agencia EFE; Franco aprovechaba además el efecto conseguido al haber vencido el reciente intento de invasión comunista por los Pirineos, prueba palpable de que tenía razón cuando hablaba de que la URSS y el comunismo eran el verdadero enemigo. La entrevista obtuvo una difusión y resonancia internacional sorprendentemente amplia.
En ella, Franco, sobre nuestra contienda, explicaba “…La guerra civil es un fenómeno excepcional y doloroso… reacción de gentes de las distintas ideologías políticas pero fieles a los principios de la civilización contemporánea… La victoria no fue de un partido… y quien conozca a España sabe que se la calumnia, al suponerla capaz de vivir de la imitación de ninguna política extranjera…”; sobre la posición de España durante la guerra mundial, resumía “…En Septiembre de 1939, España declaró y practicó la neutralidad; pero más, mucho más aún, cuando en Julio de 1940 los ejércitos alemanes llegaron a la frontera ocupando Francia… en lugar de aprovecharse de estas circunstancias y atacarla por la espalda, lo que no está en sus tradiciones por ser incompatible con su hidalguía, tuvo para con el país vecino gestos amistosos… España medió para que se alcanzase el armisticio…”; sobre el pretendido carácter fascista o nazi del régimen español, Franco aseguraba “…El fascismo era un régimen adecuado para los problemas específicos italianos, que nada tienen que ver con los españoles… (respecto al nazismo) no puede existir para nosotros una adhesión ideológica a un régimen que no reconozca a la religión católica como línea rectora…”; sobre la intervención española en el frente ruso, matizaba “…La División Azul no fue para conquistar nada, sino para defender Europa contra el comunismo…”; respecto al futuro del régimen y su actitud en relación con el nuevo orden mundial que se avecinaba, Franco aseguraba “…Nuestro régimen político no representa ningún obstáculo para mantener la paz…”; sobre la posibilidad de que diera paso a un sistema democrático liberal y parlamentario de partidos, el Caudillo se reafirmaba en que la experiencia demostraba que “…existen instituciones que dan buen resultado en unos países y a otros, sin embargo, los destruyen…”; y de nuevo definía al Régimen como ya lo había hecho en varios momento antes “…España es una verdadera democracia… ésa es la realidad: democracia orgánica, donde la suma de voluntades individuales se manifiesta por caminos distintos de los ensayados en pasados tiempos…”; sobre la posible vuelta de la monarquía, Franco insistía como lo venía haciendo desde 1937 “…Cuando pase esta difícil etapa de la Historia del mundo y a la grandeza y al servicio de España así convenga, sería el momento en el que, por exclusiva voluntad de los españoles, pueda llegarse –sin menoscabo de su unidad ni debilitamiento– a una monarquía que, recogiendo lo esencial de nuestra tradición, constituiría una monarquía eminentemente social, muy distinta de la que presidió, en los últimos tiempos, nuestra decadencia…”.
En Enero de 1945, el Caudillo pronunciaba dos esenciales discursos: uno, ante los Congreso del Frente de Juventudes, otro, ante la Organización Sindical.
En ambos, Franco insistía “…todos los males padecidos por España a lo largo del siglo XIX procedían de la falta de unidad… (el régimen que él ahora impulsaba y el nuevo Estado español que creaba eran) un Estado católico, eminentemente social, constituido sobre la base de cuanto nos une, en el que todos los españoles son iguales ante la Ley y tienen acceso a los puestos del Estado… el sentido católico… es peculiaridad que nos caracteriza y que permite que no se nos confunda… así como sólida garantía para los gobernados contra la arbitrariedad o los excesos, siempre posibles, del poder… Lo que somos y lo que hemos de ser, únicamente a los españoles nos incumbe y ya lo hemos dirimido en la Cruzada… (la Monarquía) sucumbió en 1931 precisamente por haber intentado volver al pasado, a lo que por inútil había sido desplazado, a la organización artificial de los partidos, base de los viejos sistemas liberales… ni liberalismo ni totalitarismo… (de José Antonio tomaba el régimen) sustituir la artificiosidad de los partidos, como cauces de representación, por la familia, el municipio y el sindicato… El comunismo, sin embargo, ha visto a tiempo el inevitable derrumbamiento de un sistema y, aprovechando hábilmente las libertades en que nunca creyó, se ha preparado para explotar la coyuntura al servicio del imperialismo bolchevique… (por ello, eliminados el liberalismo o la democracia liberal, así como el totalitarismo, es decir, nazismo o fascismo, como posibilidades, surgía la disyuntiva entre comunismo o el actual régimen, considerando Franco que sólo quedaba este último, pues nadie iba a ser ahora tan insensato que quisiera o pretendiera aquél, fuente de) luchas políticas, de odios, de quema de iglesias y conventos, de pistoleros y de huelgas, de ruinas de industrias, de miseria y de atraso social…”.
De manera magistral, además de con una lealtad intachable a las razones del Alzamiento y a los caídos durante la reciente guerra de liberación del marxismo, Franco dejaba claro con todo lo anterior, a unos y otros, cual iba a ser, pesara a quien pesase, la postura y posición de España tras el final de la II Guerra Mundial y, realista y pragmático como siempre, además de bien informado, se aprestaba a resistir las seguras presiones que de no pocos frentes iba a sufrir, bien que dispuesto a todo animado de la misma fe inquebrantable que le había sostenido desde el mismo 17 de Julio de 1936. El tiempo, juez inexorable, le daría, de nuevo, la razón en tan sólo unos pocos años y hasta su fallecimiento.