Eduardo Palomar Baró
Testimonio irrecusable de la devoción de España entera a la Virgen de Montserrat, fueron las ofrendas de toda la nobleza española que desfiló en devotas peregrinaciones por el Santuario, constituyendo el gran tesoro que nuestros antepasados extasiados admiraban.
Como resumen de esta devoción de España a Nuestra Señora de Montserrat, reseñaremos la visita efectuada por el Caudillo, fiel intérprete y mantenedor de nuestras gloriosas tradiciones y en cuya persona se condensaban las verdaderas esencias de la Patria.
El 25 de enero de 1942, a los tres años de la Liberación de Barcelona (26/01/1939), Su Excelencia llegaba a Montserrat, aguardándole el Ministro del Ejército el general José Enrique Varela Iglesias, el Capitán General de la IV región, Alfredo Kindelán y demás autoridades. También se congregaron en Montserrat para saludar al Generalísimo todos los obispos de la Provincia eclesiástica, provinciales de las Órdenes religiosas y una nutridísima representación del Clero.
Con vítores, aplausos y una verdadera lluvia de flores, el Padre Abad Antonio María Marcet le dio a besar la “Vera Cruz” al entrar Su Excelencia en la Basílica, cantándose un solemnísimo Te Deum. Pasó después al Camarín, postrándose ante la Virgen Morena, besando devotamente la mano de la excelsa Emperatriz de la España católica.
Seguidamente en la Sala Capitular, el Abad Marcet saludó a Franco con el siguiente discurso:
«Señor: Con nuestro canto os hemos dicho que es hoy para Montserrat día de júbilo. Y es vuestra dignación, al aceptar nuestra hospitalidad, la causa de ello. San Benito, nuestro legislador monástico, que basa sus reglas en el amor personificado en Cristo, nos ha dado una legislación cristocéntrica. Y así, al señalar las normas para la recepción de huéspedes del Monasterio, nos dice que debemos recibirles como a Cristo en persona y tributarles por debido, máxime a los que profesan nuestra misma fe.
Y a Vos, señor, que sois el Jefe del Estado: a Vos que no sólo profesáis nuestra misma fe, sino que la habéis hecho triunfar con vuestra espada contra la furia de sus enemigos: a Vos que supisteis reconocer que sólo con la protección y ayuda muy patente de Dios disteis cima a vuestra admirable gesta de la reconquista de España: a Vos que ofrendasteis al Omnipotente vuestra espada victoriosa, haciendo votos para que todo el Mundo reconociese a Jesucristo como verdadero hijo de Dios: a Vos, digo, corresponde los tributos con máximo honor, con corazón más que de súbditos, con afecto casi filial, gozosos, y que como a Cristo os rendimos.
¡Ah!, es que además vemos en Vos al instrumento de la Providencia para devolvernos nuestros templos y hogares, y con ellos el ejercicio del derecho de cristianos y españoles.
Recordamos, agradecidos, que hace tres años, al impulso de vuestros Ejércitos victoriosos, se abrían las puertas de nuestra Basílica, treinta meses cerradas, y podíamos reanudar el esplendoroso y tradicional, multisecular culto a nuestra “Moreneta”, y nos era dado continuar luego en la paz del claustro nuestras tareas culturales y reanudar nuestra vida benedictina. Y por eso, nosotros en particular, al patentizar nuestros sentimientos de respeto y veneración a vuestra persona, nos complacemos en contemplar en Vos al continuador y émulo de los grandes protectores y amigos de Montserrat, los Monarcas españoles, que, casi sin excepción, honraron con su presencia esta casa y, como Vos, dieron su nombre augusto a nuestra cofradía y, como Vos, aceptaron benignamente ser hermanos nuestros.
De entre todos ellos, permitidme señor, hacer ahora especial conmemoración del gran Emperador Carlos V, quizá el más montserratino de todos los monarcas españoles y que tan frecuentemente visitaba este santuario. Él profesaba una entrañable devoción a la Virgen de Montserrat y besaba conmovido los muros de su iglesia, diciendo sentir delante de su Virgen algo divino que no sabía cómo expresar. Mostraba singular afecto a sus monjes, con quienes se complacía, muy de propósito, en conversar, y comía con ellos en el refectorio monástico. Inscribióse en la antigua cofradía de Montserrat, ofreciéndosele las tradicionales velas de la Buena Muerte, como vuestro humilde servidor tuvo el honor de ofrecéroslas en vuestro palacio de Madrid. Carlos V las conservó toda su vida, y ellas iluminaron simbólicamente el fecundo y glorioso reinado de aquel gran monarca. Y en la hora de su muerte una de ellas iluminó realmente su tránsito a la Gloria.
Felipe II, que tanto ayudó a la construcción de la actual Basílica, recogió con la misma devoción a Montserrat, de la mano yerta de su padre, la candela bendita, a medio arder, la conservó en una cajita, que traía siempre consigo en sus viajes, y en su hora postrera la retuvo tan firme, que aún después de muerto con dificultad se la podían arrancar.
Mientras nosotros, que nos consideramos igual que estos devotísimos, nuestros grandes monarcas, la protección de Nuestra Señora sea cada día más y más eficaz en la difícil y gloriosa empresa que la Providencia os ha confiado.
Mientras nosotros, que nos consideramos honradísimos de teneros como hermano mayor de nuestra cofradía, continuaremos ante esta venerable imagen de Nuestra Señora rogándole que os guíe y proteja en vuestra misión sobre España, donde gracias a vuestra atención ya vemos a la religión colocada en el supremo grado que le corresponde, la familia favorecida con singular cuidado, la justicia social progresivamente establecida según los principios de las encíclicas pontificas, la enseñanza ennoblecida con la preponderancia de la formación clásica y religiosa que la elevan y hacen eficaz en la disciplina del espíritu humano, y todo esto a Dios gracias y a vuestra visión certera de su bien, en un ambiente de paz, mientras hierve el Mundo en la más horrenda de las discordias bélicas.
Así, pues, con el máximo fervor, rogamos a la Divina Señora mantenga extendido sobre Vos el manto de su maternal protección, y que luengos años a venir, cuando Ella os haya preparado la merecida satisfacción de ver realizados y afianzados en nuestra Patria vuestros nobles ensueños, la luz de aquellas velas, iluminando vuestro tránsito, sea presagio seguro de la claridad eterna que Dios reserva a los que le temen y aman, a los que, como Vos, lucharon y vencieron por su santa causa.»
Respuesta del Caudillo Francisco Franco contestó al discurso del Padre Abad con frases del más profundo sentido cristiano:
«Excelentísimos señores Obispos, reverendísimos Abad y religiosos que aquí os congregáis: Gracias por esas palabras de generosidad y patriotismo.
Vosotros conocéis, mejor que yo, que la Historia de España está íntimamente unida a la de sus monasterios; ellos albergaron las inquietudes de nuestros monarcas y empujaron en el camino de Dios a Santos y a nuestros caudillos, y fueron los más esforzados paladines de nuestra unidad.
Al venir a visitaros, cumplo una tradición de los jefes de España con la alegría de quien llena un deber al postrarse ante la Virgen que presidió tantas grandezas. En su servicio sólo hice cumplir otro deber: nosotros pusimos el brazo y la intención; pero lo mismo que cumplimos el fin de liberar a España de las hordas rojas, tenemos otra tarea que no ha terminado con restablecer el culto y abrir las puertas de los monasterios, pues sólo existe una nación cuando tiene: Un Jefe, un Ejército que la guarda y un pueblo que la asiste. Nuestra Cruzada demostró que tenemos el Jefe y el Ejército. Ahora necesitamos el pueblo y éste no existe más que cuando logra tener unidad y disciplina. Y porque la batalla no ha terminado, en el servicio de Dios y la grandeza de la Patria, yo os pido vuestra colaboración y vuestras oraciones».
Testimonio irrecusable de la devoción de España entera a la Virgen de Montserrat, fueron las ofrendas de toda la nobleza española que desfiló en devotas peregrinaciones por el Santuario, constituyendo el gran tesoro que nuestros antepasados extasiados admiraban.
Como resumen de esta devoción de España a Nuestra Señora de Montserrat, reseñaremos la visita efectuada por el Caudillo, fiel intérprete y mantenedor de nuestras gloriosas tradiciones y en cuya persona se condensaban las verdaderas esencias de la Patria.
El 25 de enero de 1942, a los tres años de la Liberación de Barcelona (26/01/1939), Su Excelencia llegaba a Montserrat, aguardándole el Ministro del Ejército el general José Enrique Varela Iglesias, el Capitán General de la IV región, Alfredo Kindelán y demás autoridades. También se congregaron en Montserrat para saludar al Generalísimo todos los obispos de la Provincia eclesiástica, provinciales de las Órdenes religiosas y una nutridísima representación del Clero.
Con vítores, aplausos y una verdadera lluvia de flores, el Padre Abad Antonio María Marcet le dio a besar la “Vera Cruz” al entrar Su Excelencia en la Basílica, cantándose un solemnísimo Te Deum. Pasó después al Camarín, postrándose ante la Virgen Morena, besando devotamente la mano de la excelsa Emperatriz de la España católica.
Seguidamente en la Sala Capitular, el Abad Marcet saludó a Franco con el siguiente discurso:
«Señor: Con nuestro canto os hemos dicho que es hoy para Montserrat día de júbilo. Y es vuestra dignación, al aceptar nuestra hospitalidad, la causa de ello. San Benito, nuestro legislador monástico, que basa sus reglas en el amor personificado en Cristo, nos ha dado una legislación cristocéntrica. Y así, al señalar las normas para la recepción de huéspedes del Monasterio, nos dice que debemos recibirles como a Cristo en persona y tributarles por debido, máxime a los que profesan nuestra misma fe.
Y a Vos, señor, que sois el Jefe del Estado: a Vos que no sólo profesáis nuestra misma fe, sino que la habéis hecho triunfar con vuestra espada contra la furia de sus enemigos: a Vos que supisteis reconocer que sólo con la protección y ayuda muy patente de Dios disteis cima a vuestra admirable gesta de la reconquista de España: a Vos que ofrendasteis al Omnipotente vuestra espada victoriosa, haciendo votos para que todo el Mundo reconociese a Jesucristo como verdadero hijo de Dios: a Vos, digo, corresponde los tributos con máximo honor, con corazón más que de súbditos, con afecto casi filial, gozosos, y que como a Cristo os rendimos.
¡Ah!, es que además vemos en Vos al instrumento de la Providencia para devolvernos nuestros templos y hogares, y con ellos el ejercicio del derecho de cristianos y españoles.
Recordamos, agradecidos, que hace tres años, al impulso de vuestros Ejércitos victoriosos, se abrían las puertas de nuestra Basílica, treinta meses cerradas, y podíamos reanudar el esplendoroso y tradicional, multisecular culto a nuestra “Moreneta”, y nos era dado continuar luego en la paz del claustro nuestras tareas culturales y reanudar nuestra vida benedictina. Y por eso, nosotros en particular, al patentizar nuestros sentimientos de respeto y veneración a vuestra persona, nos complacemos en contemplar en Vos al continuador y émulo de los grandes protectores y amigos de Montserrat, los Monarcas españoles, que, casi sin excepción, honraron con su presencia esta casa y, como Vos, dieron su nombre augusto a nuestra cofradía y, como Vos, aceptaron benignamente ser hermanos nuestros.
De entre todos ellos, permitidme señor, hacer ahora especial conmemoración del gran Emperador Carlos V, quizá el más montserratino de todos los monarcas españoles y que tan frecuentemente visitaba este santuario. Él profesaba una entrañable devoción a la Virgen de Montserrat y besaba conmovido los muros de su iglesia, diciendo sentir delante de su Virgen algo divino que no sabía cómo expresar. Mostraba singular afecto a sus monjes, con quienes se complacía, muy de propósito, en conversar, y comía con ellos en el refectorio monástico. Inscribióse en la antigua cofradía de Montserrat, ofreciéndosele las tradicionales velas de la Buena Muerte, como vuestro humilde servidor tuvo el honor de ofrecéroslas en vuestro palacio de Madrid. Carlos V las conservó toda su vida, y ellas iluminaron simbólicamente el fecundo y glorioso reinado de aquel gran monarca. Y en la hora de su muerte una de ellas iluminó realmente su tránsito a la Gloria.
Felipe II, que tanto ayudó a la construcción de la actual Basílica, recogió con la misma devoción a Montserrat, de la mano yerta de su padre, la candela bendita, a medio arder, la conservó en una cajita, que traía siempre consigo en sus viajes, y en su hora postrera la retuvo tan firme, que aún después de muerto con dificultad se la podían arrancar.
Mientras nosotros, que nos consideramos igual que estos devotísimos, nuestros grandes monarcas, la protección de Nuestra Señora sea cada día más y más eficaz en la difícil y gloriosa empresa que la Providencia os ha confiado.
Mientras nosotros, que nos consideramos honradísimos de teneros como hermano mayor de nuestra cofradía, continuaremos ante esta venerable imagen de Nuestra Señora rogándole que os guíe y proteja en vuestra misión sobre España, donde gracias a vuestra atención ya vemos a la religión colocada en el supremo grado que le corresponde, la familia favorecida con singular cuidado, la justicia social progresivamente establecida según los principios de las encíclicas pontificas, la enseñanza ennoblecida con la preponderancia de la formación clásica y religiosa que la elevan y hacen eficaz en la disciplina del espíritu humano, y todo esto a Dios gracias y a vuestra visión certera de su bien, en un ambiente de paz, mientras hierve el Mundo en la más horrenda de las discordias bélicas.
Así, pues, con el máximo fervor, rogamos a la Divina Señora mantenga extendido sobre Vos el manto de su maternal protección, y que luengos años a venir, cuando Ella os haya preparado la merecida satisfacción de ver realizados y afianzados en nuestra Patria vuestros nobles ensueños, la luz de aquellas velas, iluminando vuestro tránsito, sea presagio seguro de la claridad eterna que Dios reserva a los que le temen y aman, a los que, como Vos, lucharon y vencieron por su santa causa.»
Respuesta del Caudillo Francisco Franco contestó al discurso del Padre Abad con frases del más profundo sentido cristiano:
«Excelentísimos señores Obispos, reverendísimos Abad y religiosos que aquí os congregáis: Gracias por esas palabras de generosidad y patriotismo.
Vosotros conocéis, mejor que yo, que la Historia de España está íntimamente unida a la de sus monasterios; ellos albergaron las inquietudes de nuestros monarcas y empujaron en el camino de Dios a Santos y a nuestros caudillos, y fueron los más esforzados paladines de nuestra unidad.
Al venir a visitaros, cumplo una tradición de los jefes de España con la alegría de quien llena un deber al postrarse ante la Virgen que presidió tantas grandezas. En su servicio sólo hice cumplir otro deber: nosotros pusimos el brazo y la intención; pero lo mismo que cumplimos el fin de liberar a España de las hordas rojas, tenemos otra tarea que no ha terminado con restablecer el culto y abrir las puertas de los monasterios, pues sólo existe una nación cuando tiene: Un Jefe, un Ejército que la guarda y un pueblo que la asiste. Nuestra Cruzada demostró que tenemos el Jefe y el Ejército. Ahora necesitamos el pueblo y éste no existe más que cuando logra tener unidad y disciplina. Y porque la batalla no ha terminado, en el servicio de Dios y la grandeza de la Patria, yo os pido vuestra colaboración y vuestras oraciones».