Franco, militar (I), por Carlos Alvarado

 

General Carlos Alvarado

Boletín Informativo FNFF Nº 29

Como pago de mi deuda de gratitud hacia la persona —figura ya histórica y casi legendaria— que consagró su vida entera a la Patria; la hizo respetar come no lo habrá sido desde que en “Flandes se puso el Sol”; y la elevó a cotas de progreso y bienestar James conocidas dentro de sus fronteras y en mi deseo de reparar come militar, a titulo personal y en la medida de mis posibilidades, la ingratitud y los ultrajes de que este siendo objeto, y muy particularmente el vandálico, salvaje y alevosamente perpetrado, en Valencia, contra la estatua que un pueblo había levantado, por suscripción, porque tenia razones muy poderosas Para estarle agradecido.

Es ardua tarea la de trazar en unas pinceladas, siquiera breves, la figura militar de Franco, ese HOMBRE, de quien no es fácil encontrar parangón en nuestra historia, por mucho que en ella nos remontemos. Habría que llegar al Gran Capitán, y no sé si éste la daría tan cumplida, no obstante haber sido el creador de la moderna Infantería; buena lanza y caballero de pro en Granada, táctico en Tarento y estratega en Garellano, como dijo de él nuestro gran Villamartín en sus «Nociones del Arte Militar».

 

1.– Perfiles humano y militar de Francisco Franco

Cuando Francisco Franco llega a la Academia de Toledo el 29 de agosto de 1907, apunta ya, tras la envoltura física de un cuerpo menudo y un rostro pálido, algo más que los indicios de un recio carácter, todavía en formación pero bien cimentado ya. De ello nos da idea la anécdota que nos relata George Hills (pag. 34 de su obra «Franco: el hombre y su nación») y que transcribo:

«…fue apodado “Frasquito y, de forma igualmente fatal, un muchacho de talla tan corta, estudioso, introvertido y nada dispuesto a seguir a sus compañeros en sus diversiones sexuales o alcohólicas, no pudo evitar convertirse en blanco de maliciosas bromas y novatadas. Sus compañeros de alojamiento le escondieron los libros debajo de la cama. Fue castigado por no tenerlos en el lugar debido. Se los volvieron a esconder. Cuando el maestro de cadetes estaba a punto de sancionarle, Franco tomó una palmatoria y la arrojó a la cabeza del atormentador. Se produjo una pelea. Franco fue llevado al Comandante en Jefe. Se le dijo que “su comportamiento era ejemplar al negarse a revelar la identidad de sus atormentadores ;…. Se salvó de severas medidas disciplinarias por la intervención de sus compañeros , admiradores ya de su coraje».

Esta anécdota pone bien de manifiesto que el nuevo cadete no sólo era capaz de encorajinarse ante un abuso reiterado, tras haber acreditado cumplidamente su paciencia, sino que lo era también de enfrentarse a cualquier situación, por difícil y desventajosa que ésta se presentara. Tenía capacidad de aguante —sabía dominarse— pero no le faltaban ni decisión ni arrojo.

Demuestra también que el joven Franco tenía conciencia muy clara, por un lado, de lo que es la lealtad al compañero aunque éste no se lo merezca; y, por otro, de su derecho a gobernarse por sí mismo en materia que afecta a la propia dignidad y a la propia conciencia; es decir, al honor y a las creencias.

No es eso sólo. Cuando llegó a Toledo, Franco tenía ya un elevado concepto del deber, base del amor a la responsabilidad —y, por supuesto, base también de la disciplina— y estímulo, a su vez, de la iniciativa.

Ese concepto le había sido inculcado en el hogar desde muy niño, como también el espíritu de servicio y el sentido cristiano de la vida, bases, análogamente, de la fe en la Patria y en Dios.

Es curioso notar que George Hills no parece estar muy convencido de la profunda fe religiosa de Francisco Franco. Basa su apreciación en el hecho de que en el «Diario de una Bandera» el autor no habla nunca de Dios, y sólo en tres o cuatro ocasiones hace alusión a hechos o anécdotas relacionados con la religión. A la misma conclusión le lleva la no alusión a la persecución religiosa, que España venía padeciendo, en el manifiesto del 18 de Julio de 1936, difundido por Radio Tenerife. Yo confío en que a la vista del testamento de nuestro Caudillo, Hills habrá cambiado de opinión. Y mucho antes lo hubiera hecho de haberse leído el prólogo a «Guerra en el Aire» de García Morato, donde dice:

«El sentimiento de la Patria y del Deber, es cierto, da hombres valerosos; pero los héroes verdaderos, los conscientes y voluntarios para el sacrificio surgen en el campo de los creyentes.»

Otros datos a tener en cuenta a la hora de definir el perfil humano de Francisco Franco en el momento de incorporarse en la Academia de Infantería, son su afición al dibujo y a los libros de Historia y su «introversión».

Ambos datos, la afición a la Historia y la afición al dibujo, los estimo muy interesantes. El primero porque nos ayudará a comprender muchas cosas a lo largo de su vida. El segundo —su habilidad para el dibujo— porque lo considero utilísimo para un oficial de Infantería.

En cuanto a lo de la introversión, que Hills atribuye a las circunstancias que rodearon la infancia de nuestro personaje, creo que si de veras existió, en modo alguno llegó al ensimismamiento. La proverbial frialdad que se ha atribuido al Caudillo estimo que tiene o ha tenido su origen en el dominio acusado de sí mismo, en la autoeducación de su carácter y, en definitiva, en una titánica fuerza de voluntad que se manifestaba tanto en el dominio de la efusión sentimental como en la tenacidad y la perseverancia para llevar a feliz término sus proyectos. Era dueño de sí mismo.

Queda por señalar una circunstancia que recoge también Hills al referirse a la partida para Toledo:

«Franco salió de El Ferrol teniendo ya inculcado ese patriotismo; pero, al mismo tiempo, un tanto desencantado. Su ambición de ser el primero de su familia en ascender al puente de un buque de guerra había sido frustrada. Partía para una academia de Oficiales de Infantería cuando su amor apasionado era el mar.»

Indudablemente —añado yo— «Dios escribe derecho con renglones torcidos».

A ese perfil humano, a ese basamento que no va a quedar anclado ahí sino que continuará enriqueciéndose y modelándose hasta su muerte, va a unirse en Toledo, fusionándose con él, la incipiente personalidad militar de Francisco Franco. Más tarde se les unirá, en una ósmosis perfecta, el Franco estadista, para dar lugar a ese personaje tan admirado y tan discutido que ha de brillar con luz propia en la Historia y que, ciertamente —y para desgracia nuestra—, será irrepetible.

Como dice Hills, la formación del Oficial de Infantería en aquel entonces, y como en la mayor parte de las academias militares europeas, incluía la esgrima, la equitación, la instrucción, el tiro y la gimnasia. Se daba mucha importancia a la Historia, sobre todo a la militar, pero desde un punto de vista mucho más memorístico y narrativo que analítico, cosa que confirma el propio Franco en «Raza»

Al igual que en Sandhurst —continúa Hills— figuraban también en el programa de estudios la táctica, la topografía y el servicio en campaña, «pero en Inglaterra se daban en forma práctica, mientras que en España se enfocaban más hacia la teoría…» «Resultaba más probable que el cadete acabase más con unas nociones superficiales de Molke y con el nombre de Clausewitz en los labios que con los conocimientos prácticos que podrían hacer de él un competente jefe de sección». (Juicio respaldado por Mola en «El pasado, Azaña y el porvenir»).

En cuanto a la formación moral, el mismo Hills afirma que se apoyaba mucho más en las virtudes romano-visigóticas que en la moral católica: «Como oficial —señala— sería en todo tiempo guardián del honor de la Patria, que era considerado como una extensión del honor de la propia madre.»

Sin negar lo mucho de verdad que hay en esa afirmación, yo más bien creo que sobre una base espiritual católica se superponían dosis equivalentes del idealismo kantiano, que dominó en Europa en la primera mitad del XIX; de la ética neoescolástica de la responsabilidad; y de una reactivación del nacionalismo. El himno de Infantería con su… «entonemos el himno sacrosanto del deber, de la Patria y del honor»… nos da una idea clara de cual era la ética imperante. No olvidemos que este himno fue obra de la promoción de Franco.

En definitiva, que los tres años de Academia nos van a dar un Franco que ama a su Patria con pasión pero también cerebralmente; a un Franco que cree en la vocación, en la misión ecuménica de su Patria y se dispone a servirla sin reservas; a un Franco con inquietudes y con ambición, pero por el camino de la responsabilidad y no por el del favoritismo; a un Franco, en fin, que ama la disciplina, pero la disciplina que no supone decir a todo que sí, particularmente en las cosas que afectan al honor y a la esencia de la Patria. A un Franco, también, que no se va muy satisfecho de la forma poco práctica en que se enfocan algunas enseñanzas en la Academia

El joven segundo Teniente pidió ir voluntario a Marruecos. No se lo concedieron; era demasiado joven.

 

2.– Franco educador, instructor y Jefe

Cuando Franco llega por segunda vez a África (10-10-1920) han transcurrido diez años largos desde su salida de la Academia de Toledo. Ha pasado año y medio por la vida de guarnición en su pueblo natal, El Ferrol, donde no encuentra suficientes alicientes para su vida de inquietudes. Siente la llamada de África y después de varios intentos fallidos, tras los incidentes de Casablanca, Fez y Agadir, a los que España replica con la ocupación de Larache, consigue ser destinado al Regimiento de África número 68, merced a los buenos oficios del que había sido su director en Toledo y a la sazón Jefe de aquel Regimiento.

Incorporado en Tifasor (Melilla) el 24 de Febrero de 1912, pronto tiene ocasión —14 de Mayo— de llamar la atención del entonces Coronel D. Dámaso Berenguer, que es quien dirige la operación, por las disposiciones tomadas y la «reglamentaria perfección de la maniobra» con que condujo su sección en la acción de Haddtit-Alial-U-Kaddur. Curiosamente, en la operación tomaron parte también el primer Teniente de Regulares, Emilio Mala, y los Comandantes, Sanjurjo y Queipo de Llano.

Pasa destinado a Regulares en Abril de 1913, y seguidamente interviene en las operaciones de pacificación que se llevan a cabo en la Zona Occidental (Ceuta). Por su actuación destacada y decisiva en la acción de Izarduy (12-3-1914) es propuesto para el ascenso a Capitán y ascendido a este empleo el 15 de Abril de 1915. El 26 de Junio de 1916, se distingue en la acción de El Biutz, proximidades de Ceuta, en donde salva una situación extremadamente comprometida merced a su decisión y arrojo, y a esa intuición vertiginosa que tienen los grandes genios para captar el peligro y ver la forma, no menos intuitivamente, de resolverlo o evitarlo. A cambio, recibe un balazo en el vientre que en principio se creyó mortal pero que, milagrosamente —hay que decirlo así—, la bala en su penetración hizo malabarismos y no afectó a ningún órgano vital.

Ascendido a Comandante por méritos de guerra, no encuentra puesto en África y regresa a la Península: ahora a Oviedo. Aplica allí las experiencias adquiridas en sus cinco años de campaña, que fueron acogidas con sumo interés por sus compañeros y subordinados. Enviado a pacificar a los mineros —huelga revolucionaria de 1917—, adquiere una nueva experiencia y una nueva preocupación: la indagación de las causas que llevaban a las personas decentes y normales —son palabras suyas— a la huelga y a los actos de violencia. A su regreso a Oviedo emprende la lectura de libros sobre asuntos sociales, políticos y económicos para buscar alguna solución. «Las que presentaban los socialistas sólo podían conducir al caos»…, son sus palabras.

Asiste a un curso de tiro en Valdemoro, en Septiembre de 1918. Coincide, allí por primera vez con el Comandante Millán Astray; intervienen juntos en la redacción del informe y entablan sincera amistad. Ambos habían llegado a la conclusión de que los libros de texto de la Infantería tenían que ser revisados.

De regreso en Oviedo, solicita el ingreso en la Escuela de Guerra, pero no es admitido porque —le contestaron— solo podían ingresar en ella capitanes y tenientes.

En septiembre de 1920, cuando ya tenia solicitado el reglamentario permiso para contraer matrimonio y Ia novia tenia el consentimiento paterno, un telegrama de Millán Astray le ofrece el puesto de Lugarteniente suyo en la Legión. Accede sin vacilación a la llamada y la boda se aplaza «sine die».

En Algeciras toma el barco en el que viaja también un nutrido grupo de futuros legionarios. Los observa cómo se funden en franca camaradería, como juegan, como Ken y bromean, y los clasifica. Entre ellos hay de todo: «al lado —dice— de los trajes azul mahón, blanquean los sombreros de paja, trajes claros, rostros morenos curtidos por el sol, hombres rubios de aspecto extranjero y jóvenes mozalbetes de espíritu aventurero»… Los contempla, en fin «con la simpatía de los que van a encaminar sus vidas juntos».

Al entrar en el puerto de Ceuta, Milian Astray agita su gorro en el aire desde una gasolinera. En el muelle se abrazan. Allí esta el Jefe, y en el barco llega el material pare la obra».

Los primeros días son de organización, de encuadramiento. El 16 de Octubre salen para Riffien las tres primeras compañías ya organizadas. Constituirán la primera Bandera; su Jefe será el Comandante Franco.

Desde este momento hasta mayo de 1922 vamos a ver a Franco como educador, instructor y jefe.

 


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