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General Carlos Alvarado
Boletín Informativo FNFF Nº 29
3.– Franco organizador, táctico y estratega
Organizador
Para ser buen organizador hay que llevar el orden dentro y Franco lo llevaba. Se advertía en su compostura, en su forma de andar, accionar y expresarse, y en su vida ordenada, sin duda alguna programada.
Se necesita, además, tener ideas, pero ideas útiles, adecuadas, ni locas ni desproporcionadas. La idea surgen con la observación y se depura con el estudio y la meditación, cualidades que Franco poseía en grado sumo.
Es preciso, también, contemplar las cosas o las situaciones globalmente y en sus precisas dimensiones, virtud suficientemente acreditada por nuestro personaje.
Sus dotes de organizador fueron puestas a prueba en la creación de La Legión; en la de la Academia General Militar, en la sofocación de la Revolución de Octubre de 1934; y a todo lo largo de nuestra Guerra de Liberación.
Es indudable que en el caso de la Legión la idea brotaría de la mente febril de Millán Astray, pero la depuración, la ordenación y la realización, fueron obra de Francisco Franco, que contó, eso sí, con excelentes auxiliares; entre otros, el entonces Capitán D. Camilo Alonso Vega.
Cómo sería la obra, que Millán Astray no vaciló en conceptuarle como «su gran ingeniero», aunque su verdadera vocación fuera la de «arquitecto urbanista». No me extraña nada que así lo calificara, pues Millán Astray sabía o conocía perfectamente el gran sentido de la ordenación que tienen los ingenieros, tanto los civiles como los militares.
No fue menor su sentido de la organización en la creación de la Academia General Militar, tanto por lo que con-cierne a las instalaciones, primeras que en España se construyen con destino a la enseñanza militar —hasta entonces no se había hecho otra cosa que adaptar alcázares, conventos y viejos palacios—, como en lo que se refiere al plan de estudios, en el que se daba a los ejercicios prácticos una importancia «verdaderamente revolucionaria —dice Hills—en todas las secciones de la educación española y no sólo en la militar». Que la obra, tanto en un sentido como en el otro, fue una cosa lograda lo demuestran los elogios que mereció de destacados personajes extranjeros; entre ellos M. Maginot, célebre por la famosa línea defensiva que pasó a la Historia sin pena ni gloria; mejor, con más pena que gloria.
Pero donde se manifiesta ese sentido de la Orgánica de forma clara y esquemática es en las disposiciones que toma y en las órdenes que da, desde un gabinete improvisado, para la selección, adecuación, articulación y entrada en acción de los medios por él elegidos para el cumplimiento de una misión que él mismo les asigna, en una decisión que en su planteamiento es esencialmente estratégica y, en gran parte de su ejecución, también. Se trata de la acción militar conducente a la sofocación de la Revolución de Octubre de 1934. En esquema, la decisión se define así:
— Designación de un Mando táctico:
General López Ochoa.
— Concurrencia hacia el foco de la rebelión de cuatro grupos de fuerzas, en las direcciones:
— León — Oviedo
— Santander — Oviedo
— Lugo — Oviedo
—Gijón — Avilés} — Oviedo.
Este grupo transportado desde Ceuta con apoyo de la Escuadra.
— Coordinación de esos movimientos hasta ponerlos a disposición del Mando táctico, pese a la carencia —más bien ausencia— de medios adecuados.
Y donde se consagra definitivamente es en nuestra Guerra de Liberación, desde que toma el avión en Gando, el 18 de julio de 1936, hasta el Parte de la Victoria el 1 de Abril de 1939. Puede decirse que crea un Ejército de la nada y lo conduce hasta la Victoria contra un enemigo que lo tenía todo. Con razón pudo decir Prieto por radio: «No comprendo qué pretenden los rebeldes. Han perdido la cabeza. ¿Cómo esperan salvarse? Tenemos en nuestro poder las ciudades más importantes, los centros industriales, todo el oro y la plata del Banco de España, reservas ilimitadas de hombres, la flota…» etc.
Era verdad, pero también lo era que enfrente tenía a un hombre con un prestigio arrollador y una voluntad de hierro, que simultáneamente irá creando la base logística y la herramienta operativa. Y no solamente la crea, sino que la hace intervenir victoriosamente hasta la derrota total del enemigo y su rendición incondicional.
Táctico
Si aceptamos como válida la definición del Reglamento Táctico de Infantería de 1929, Táctica es el «Arte de disponer, mover y emplear las tropas sobre el campo de batalla con orden, rapidez y recíproca protección, combinándolas entre sí con arreglo a la naturaleza de sus armas y según las condiciones del terreno y disposiciones del enemigo».
Para mí es correcta la definición. No obstante, cambiaría «sobre» por «en» y añadiría algunas precisiones más a partir de «con arreglo». La definición, entonces, resultaría así:
«Arte de disponer, mover y emplear las tropas —Unidades— en el campo de batalla, con orden, rapidez y recíproca protección, combinándolas entre sí con arreglo a la misión recibida —con sus limitaciones. en espacio y tiempo—, naturaleza de sus medios y apoyos que puedan recibir, las condiciones del terreno y naturaleza y disposiciones arel enemigo. »
La definición, pues, más o menos completa, más o menos discutible, está clara. Pero… ¿cómo se aplica a la hora de la verdad? ¿Cómo la aplicó o interpretó Francisco Franco, Teniente, Capitán, Co-mandante, Teniente Coronel y Coronel?
Porque lo difícil no es la comprensión de la regla o norma sino la ejecución en los casos concretos. Y lo es porque la guerra y el combate son, ante todo, lucha y obra de voluntades. No basta la intuición. No basta con ver pronta y claramente la maniobra adecuada, ni con formularla o expresarla con precisión, primero, y organizarla y adaptarla a la evolución de la situación, después.
Es necesario que los mandos subordinados la asimilen bien; que se compenetren bien con ella, sobre todo con la idea directriz del Jefe, y que vean claramente la finalidad que se persigue, antorcha ésta que ha de orientar sus iniciativas para que la acción de con-junto no se quiebre ni se debilite.
Es necesario que esos mandos —e incluso el soldado— conozcan lo mejor posible el terreno por el que se va a actuar, cosa que en Marruecos resultaba muy difícil tanto por lo intrincado y abrupto del relieve y de las formas como por la falta de cartografía. De ahí la importancia que para el Jefe y el oficial de Infantería tenía el ser diestro en la confección de croquis a mano alzada.
Es necesario que todos conozcan bien al enemigo, su manera de combatir y de reaccionar, cómo se envalentona y cómo se encoge para prevenir sus reacciones, abortarlas, si es posible, y explotarlas en beneficio propio.
Y, naturalmente, hay que conocer a los propios medios y, sobre todo, a los hombres, con sus virtudes y debilidades. De esta forma se evitarán las sorpresas y se obtendrá de ellos el máximo rendimiento.
Francisco Franco tuvo todo eso en cuenta desde la acción de U-Kaddur, en donde recibió, creo, su bautismo de fuego. No es, pues, de extrañar que pronto se convirtiera en un táctico con-sumado —unánimemente reconocido por sus jefes y subordinados— como lo acreditó en las acciones de Izarduy, Nador y Monte Arbos; Casabona, la conquista por sorpresa del Monte U isan con sus fortines y con sólo tres muertos y seis heridos, Tizzi Azza, y Tifaruin; la retirada de Xauen en que mandó la retaguardia, sin otro contratiempo que el provocado por el Teniente Fermín Galán al tomar una iniciativa que le había sido expresamente prohibida, y, en fin, en la preparación y en la ejecución del desembarco de Alhucemas, en donde mandó la vanguardia de la de-echa.
Avaro de las vidas de sus hombres, en todas esas acciones sacó la mayor ventaja posible de la maniobra y de la treta, pero cuando fue preciso lanzarse al asalto a la bayoneta —porque no quedaba otra solución— lo hizo con arrojo impresionante, como ocurrió en El Biutz el 29 de junio de 1916 y en la reacción heroica de Taxuda el 10 de octubre de 1921, por citar dos ocasiones en que salvó situaciones harto comprometidas. De ahí que no descuidara la preparación de sus oficiales y legionarios para ese acto supremo del combate que, ciertamente, arrugaba al marroquí envalentonado.
De su visión táctica y de su preparación en este campo nos dan cumplida idea los Comentarios Generales con que cierra su «Diario de una Bandera», sus artículos en la «Revista de Tropas Coloniales», sus «Comentarios al Reglamento de grandes unidades» y su «ABC de la Batalla Defensiva».
Estratega
Los tratadistas militares no se han puesto de acuerdo a la hora de definir los conceptos «Estrategia y Táctica», y mu-cho menos a la de señalar o fijar sus límites; donde termina la una y donde empieza la otra. Y es que ocurre con ellos lo que con todo lo que es especulativo. Para unos no existe diferencia; para otros sólo hay táctica; alguno, incluso, se declara ateo en estrategia. Unos dicen que estrategia es lo grande y táctica lo pequeño. Estos afirman que la estrategia actúa sobre la geografía, y la táctica sobre la topografía y, más concretamente, sobre el terreno. Aquéllos aseguran que estrategia es dirección y táctica, ejecución; y otros —entre los cuales me encuentro— que estrategia es la idea táctica, la realización. Perfilando un poco más esto último, diré que, en mi concepto, estrategia es la idea directriz de un proyecto a plan y táctica, la realización práctica de ese plan.
De acuerdo con lo dicho, el campo de acción de uno y de otro concepto es universal; es decir, que no se limita en exclusiva a lo militar. Así, se hace estrategia en lo político, en lo económico, en la educación, en la conducción de la guerra, de las operaciones, de la batalla y del combate, cuando nos referimos a la idea directriz que preside los respectivos proyectos o planes, y táctica, cuando se ponen en ejecución.
Yo, por mi parte, sostengo que se hace estrategia hasta en el pelotón de fusileros y, por supuesto, también táctica.
Estrategia hace el jefe del pelotón cuando concibe y decide la forma de actuar dentro del pequeño campo de iniciativa —que para él es un mundo— que siempre se le concede. Y hace táctica cuando realiza el «encaje de bolillos», la obra de artesanía que supone avanzar combinando las acciones simples de fuego y movimiento que llevan a cabo sus hombres desde que abandonan la Base de Partida hasta que ponen pie en el objetivo; o sea, en la posición enemiga.
Este concepto de estrategia no es, naturalmente, aceptado por todos, y para ponernos de acuerdo no ha habido más remedio que acudir a unos conceptos convencionales, y reservar el de estrategia para la dirección de la guerra y de las operaciones en los escalones más elevados, generalmente de la Gran Unidad Ejército para arriba.
Por extensión se llaman acciones estratégicas las que en conjunto —y en algunos casos aisladamente— llevan a cabo los núcleos de fuerzas que actúan o se reservan a disposición de esos mandos; objetivo estratégico el que afecta o es decisivo para la conducción y resolución de la guerra o de la batalla; y Unidades o fuerzas estratégicas las que se reservan o se ponen en un momento dado a disposición del mando de la defensa; del teatro de operaciones o del que dirige la batalla. Pueden considerarse como fuerzas estratégicas —y lo son—las que en paz están puestas a disposición del Presidente de los Estados Unidos para intervenir a sus órdenes en cualquier parte del globo.
Refiriéndonos concretamente a Francisco Franco como Generalísimo de los Ejércitos y, aún antes, desde que se hizo cargo del mando del Ejército de Marruecos el 19 de Julio de 1936, todas sus decisiones logísticas y operativas fueron decisiones de carácter estratégico.
George Hills (obra citada, págs. 129 y siguientes) le atribuye —aunque en forma dubitativa— la idea estratégica del desembarco en Alhucemas e incluso la elaboración del plan táctico en tierra. En cuanto a lo primero, yo no lo creo así porque del desembarco empezó a hablarse ya en 1911, cuando Franco acababa de salir prácticamente de la Academia. Planes concretos se redactaron varios desde ese año, aun-que algunos se limitaran a acciones demostrativas, o poco más, en beneficio de otras acciones principales que se llevarían por tierra. Sin embargo, hubo uno muy completo en 1913, que se debió al General Gómez Jordana —Co-mandante General de Melilla aquel año—, y que sirvió de base, según parece, al que se llevó a cabo en 1925. Todavía en 1923, el General Martínez Anido —Co-mandante General de Melilla, también—elevó otro proyecto al Ministro de la Guerra. Este incluía dos planes alternativos, uno por tierra y otro por mar. El de mar coincidía en esencia con el de 1913 y el que se llevó a cabo en 1925.
Es muy probable que Francisco Franco interviniera de alguna forma en la elaboración del de 1923, toda vez que desde que acudió con su Bandera en socorro de Melilla, permaneció en la Zona Oriental del protectorado hasta febrero de 1923. Resulta muy significativo a este respecto que en las Consideraciones Generales con que cierra el «Diario de una Bandera» (1921-1922), escriba en letra bastardilla:
«Alhucemas es el foco de la rebelión antiespañola, es el camino a Fez, la salida corta al Mediterráneo, y allí está la clave de muchas propagandas que terminarán el día que sentemos el pie en aquella costa.»
En cuanto a su participación destacada en la elaboración y preparación del plan definitivo, debe darse por segura (George Hills, obra citada, págs. 129 y 130).
Otra concepción estratégica digna de destacarse y que además se llevó a la práctica fue la ya comentada al tratar de Franco Organizador. Me refiero a la decisión que acabó con la revolución de Octubre de 1934.
Pero pasemos a nuestra Guerra de Liberación. En ella podemos encontrar cientos y cientos de decisiones de índole estratégico que se prestan a análisis y comentarios. Las más destacadas por orden cronológico y a nuestro parecer, son:
— Creación del Puente Aéreo sobre el Estrecho.
— Paso del Estrecho por el Convoy de la Victoria.
— Marcha sobre Madrid vía Mérida (560 kms.).
— Maqueda: ¿dirección Madrid o dirección Toledo?
— Intentos por el Noroeste y por el Sureste de Madrid.
— Traslado al Norte del centro de gravedad de las operaciones.
— ¿Cataluña, Levante, o Alcalá-Madrid? Tras la llegada al mar, ¿Valencia o Cataluña? — Batalla del Ebro: ¿contraofensiva o desgaste? — El empleo del Arma Aérea.
El examinar uno por uno estos casos haría esta exposición interminable. De ahí que me limite a unas breves consideraciones sobre estos cuatro:
Maqueda-Toledo
En cuanto a la alternativa Maqueda-Madrid o Maqueda-Toledo, para mí no hay lugar a dudas. Tratándose de nuestra guerra —viviéndola, no «contemplándola desde la barrera»— la elección no era dudosa. De las tres posibilidades que señala Martínez Bande en la Monografía de la Marcha sobre Madrid, yo elegiría siempre —como él lo hace— la que eligió Franco: primero Toledo, después Madrid. Yo estoy seguro, como George Hills, que, antes de decidir, Franco se acordó de aquel 26 de Julio de 1921 en que se le prohibió socorrer a aquellos restos del «desastre» que aún se defendían en Nador. En aquella ocasión tuvo que «sacrificar el corazón», pero ahora la liberación de los héroes estaba en su mano y no lo dudó: se fue a Toledo.
Para mí, Franco obró no sólo sentimentalmente sino muy juiciosamente. Para él ya no había duda de que, si se dirigía a Madrid, Toledo sucumbiría. Y sucumbiría sin que, por otra parte, pudiera abrigar muchas esperanzas de llegar a tiempo y conquistar la capital. Los diez o quince días —a lo sumo— que difícilmente hubiera podido ganar con una punta de lanza incisiva, sí, pero acosada por los dos flancos, no hubieran sido suficientes. Además, los ejemplos de Badajoz y Talavera no dejaban lugar a dudas sobre la capacidad de resistencia enemiga en núcleos de población de cierta importancia.
Por otra parte, la caída del Alcázar hubiera supuesto para la misma columna que se dirigía a Madrid una derrota moral de efectos mucho más graves que la detención ante el Manzanares, que no influyó apenas en esa moral.
Eso sí, yo nunca me hubiera quedado en la línea del Alberche, ni retrocedería a ella después de liberar Toledo. Aparte de la derrota moral, se dejaba al bando rojo una base de operaciones compacta, bien cubierta por el arco montuoso y montañoso que desde el recodo del Alberche circunvala la cabecera del Tajo, y con un importantísimo nudo de comunicaciones radiales en su centro, que le hubieran permitido maniobrar holgadamente por líneas interiores y amenazar gravemente zonas vitales del bando nacional.
Después de Toledo había que continuar a Madrid aunque no se entrara. La sola llegada a donde se llegó y los ensanches de la cuña, primero hacia el Noroeste y después por el Sureste y Este, fueron suficientes para arrebatarle a la capital casi todo su valor estratégico: quedó anulado su valor como objetivo político y, también, como nudo de comunicaciones, que quedó estrangulado. Prácticamente, a partir de ese momento fue para el bando rojo mucho más servidumbre —abastecimiento, etc.—que ventaja estratégica.
¿Valencia o Cataluña?
Tras la —por todos los conceptos—brillantísima ofensiva de Aragón y la llegada al mar, ¿qué camino tomar?
Estimo que es la única decisión —o por lo menos la más importante— que puede discutírsele a Franco, pero sin que pueda uno considerar, honradamente, más acertada la una que la otra, porque no vale juzgar por lo que después pasó. Hay que hacerlo con las cartas que entonces se barajaron, y no con aquellas mas las que después entraron en juego.
La prioridad por Valencia figuraba ya en la mente de Franco antes del 11 de Agosto de 1936. Se la vuelve a dar en la Instrucción del 14 de Marzo de 1938 para la ruptura de la línea del Alfambra, y la confirma en su decisión del 15 del mismo mes para llevar a cabo la explotación general del éxito entre el Pirineo y Teruel, cuya primera fase culminó con la llegada al Segre y al mar. La segunda debía conducir hasta Sagunto, previa reducción del Maestrazgo.
Puede que el Generalísimo al decidirse por Valencia infravalorara tanto las posibilidades de recuperación general del Ejército Rojo, como la resistencia que le iba a oponer en el Maestrazgo el Ejército de
Levante apoyado por el de Maniobra (rojos ambos), como el volumen del material de guerra —300 aviones y 26.000 toneladas. (G. Hills, pág. 322)—que iba a entrar en Cataluña por la frontera, vía Canal del Midí, entre el que §e contó cantidad nada despreciable de procedencia alemana.
En general, los Mandos del bando nacional (entre ellos el General Kindelán) se inclinaban por la acción sobre Cataluña. Franco decidió Valencia. «La posible razón de la aparente sin razón», nos la da el Coronel Martínez Bande con la Monografía n° 12 de la Guerra de España, después de un examen minucioso y muy documentado, en el siguiente párrafo:
«En definitiva, Cataluña al comenzar el mes de abril de 1938 era, tanto como un objetivo estratégico para el General Franco, un avispero, un peligro de que la guerra de España se internacionalizara. Y ello tenía que ser evitado a toda costa, aun a riesgo de prolongar la lucha civil.»