Franco nos libró de la Guerra Química, por el Col. José María Manrique

 

José María Manrique

Coronel de Artillería (R)

 

Franco no fue solo un magnífico militar que ganó La Cruzada de Liberación por su buen hacer en los campos político y estratégico, y también en el empleo de las Grandes Unidades, fue un gran experto en otros muchos campos. Ello fue debido, en gran parte, a su paso por el Alto Estado Mayor, durante el sofocamiento de la Revolución de Octubre, como asesor y coordinador de las operaciones, y posteriormente como su jefe en 1935. Y no solo dominó los grandes temas, también estudió y escribió sobre despliegues y fortificación[i], artillado de costa (incluso preconizando una pieza móvil de calibre 152 sobre afuste con cadenas), e inventó una regla de cálculo de tiro artillero que se exhibía en la Sala de la Cruzada Española del extinto Museo del Ejército.

Por todo ello, además de por su experiencia en África, la Guerra Química no era una materia que hubiera descuidado, lo cual le sirvió para que providencialmente nos librara de su empleo durante la contienda iniciada en 1936. Veámoslo.

 

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África, primavera de 1924: Franco y un teniente legionario con un máscara alemana N-16 a la espalda

 

La Amenaza Química en 1936

 

     En relación con el empleo de gases por España en la Guerra en Marruecos, y en contra de lo que pretenden imponer muchos interesados indocumentados, no hubo nada de nada de crímenes de guerra. España usó gases solo después de las horribles masacres rifeñas contra prisioneros y población civil (Annual, Monte Arruit, Zeluán) del todo alejadas de las costumbres de la guerra,  y porque eran totalmente legales hasta el Convenio de Ginebra de 1925 (Protocolo de Ginebra sobre la prohibición del empleo, en la guerra, de gases asfixiantes, tóxicos o similares y de medios bacteriológicos); la Guerra de África había terminado dos años antes. Incluso después la guerra química siguió siendo internacionalmente legal hasta la ratificación del citado Tratado por los parlamentos de los respectivos Estados y, precisamente, en los términos con que se firmaban. Es decir, que no se obligaban los estados que no lo firmaron (¡Estados Unidos lo hizo en 1975!, Italia y Rusia lo ratificaron en 1928, Gran Bretaña y Portugal en 1930, Japón en 1960) y tampoco regía, en puridad, entre un estado y grupos que no tenían consideración de tal (rebeldes, nativos de colonias, etc). Además, muchas naciones lo firmaron añadiendo cláusulas restrictivas, generalmente “de reciprocidad”; por ejemplo: Francia puso la reserva de que “solo le obliga en relación con los Estados que lo hayan firmado y ratificado, y tampoco está obligada con relación a cualquier Estado enemigo cuyas fuerzas armadas o sus aliados no respeten las prohibiciones que contiene”. España fue de las primeras naciones en firmarlo y ratificarlo[ii]. Conviene recordar que la guerra había terminado dos años antes y que muchísimos otros Estados no lo habían ratificado aun.

Hasta la ratificación del Convenio, España habían fabricado gases en Melilla (iperita) y en La Marañosa (cloro, fósgeno, iperita, etildicloroarsina y cloratofeno).  Y, tras el empleo generalizado en la Primera Guerra Mundial, después de ella usaron armas químicas los rusos blancos y rojos, y también los ingleses en Rusia, Iraq y Afganistán/Paquistán, los franceses en Marruecos, los italianos en Libia y Abisinia y los japoneses en China. Por lo tanto no es de extrañar que en ambos bandos españoles se tuviera muy en cuenta su posible utilización, especialmente por el Gobierno del Frente Popular, al gozar de superioridad en todo tipo de recursos.

 

Las primeras agresiones químicas del Frente Popular

 

En ¡JULIO de 1936!,  el Gobierno Republicano tomó la decisión de fabricar gases de guerra, y nombró como  nuevo director de la Fábrica de Gases de La Marañosa al hijo de José Giral Pereira, primer Jefe de Gobierno de la República tras el Alzamiento y afamado químico. El Gobierno de Madrid pronto trasladó las instalaciones de La Marañosa a Levante y los catalanes crearon las que serían fábricas F-6 (Orís) y F-7 (Queralbs)[iii].

En ese contexto, el 8 de agosto un bombardero Potez 54 lanzó varias bombas lacrimógenas (CN) sobre el Alcázar de Toledo, acción que se repitió días después. En el Alto del León hubo por entonces indicios de utilización de agresivos por parte de la República. Consecuencia clara de lo anterior, el 19 de agosto el diario The Times escribió que Mola afirmaba que los nacionales contaban con grandes cantidades de gases, pero que no querían violar la ley internacional que prohibía su uso; también que el crucero Canarias, en su primera salida en septiembre de aquel año, llevara entre otras misiones la de bombardear una “fábrica de cloro” en la costa  levantina. Mola mismo escribió en sus memorias (el 3 de septiembre): “hace días, aviones rojos lanzaron gases tóxicos en Oropesa”. También hubo otras acciones e indicios de ellas.

 

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Monumento a la Columna Sagardía en Cilleruelo de Bricia, lugar del ataque químico.

 

La preparación como disuasión

 

Ante este estado de cosas, en octubre Franco organizó en Sevilla el primer Equipo de Neutralización de Guerra Química y se iniciaron estudios para la fabricación de un gas sofocante, otro lacrimógeno y un detector de gases de campaña; se eligió la Energía e Industrias Aragonesas de Sabiñánigo (Huesca) para fabricarlos; sería relevada por la Fábrica de Cortes de Navarra, una antigua azucarera, que estuvo operativa en julio de 1937 (las fábricas republicanas puede decirse que no lo estuvieron nunca). También se cursaron pedidos al extranjero, puesto que los nacionales supieron que los barcos S.S. Guincho y S.S. Capitán Segarra habían zarpado en octubre para Rusia, con la intención de “cargar gases”, y que en noviembre atracó en Marsella el velero Carmen para cargar diez toneladas de gas mostaza (iperita)[iv].

 

El gran ataque químico de la República

 

En abril de 1937, tanto el mando nacional como el frentepopulista dieron al Gobierno Inglés la seguridad de que no emplearían los gases tóxicos, por lo que mister Eden aseguró, a través de Radio Londres el 26 de ese mismo mes, que en el conflicto español no se emplearían.

Pero, no fue así. La principal acción de guerra con gases, y la que pudo desencadenar la guerra química total, la realizó el Ejército de la República, eso sí, “por equivocación”, si hay que creer la versión oficial facilitada por el casualmente presente asesor soviético Nicolai Voronov. Fue en Cilleruelo de Bricia (Burgos), el frente de Santander. Durante los días 30 de junio  y 2/4/8 de julio, se dispararon cerca de 200 proyectiles de artillería (de calibres 105 mm y, seguramente, 127 mm)   contra los nacionales de la “Columna Sagardía”; los informes, a veces contradictorios, hablaron de estornudógenos, cloro, fosgeno e incluso iperita. Voronov, que había dirigido la artillería republicana cuando el ataque a Madrid en 1936 y llegó a ser el mariscal jefe de la artillería soviética en 1944, escribió que él paró “el error”.

Los nacionales no respondieron a la provocación, pero redoblaron sus esfuerzos de producción de agresivos y de creación de unidades para la defensa química. Hubo otros conatos de empleo de gases por parte republicana, especialmente ante el derrumbamiento del frente catalán, pero las capacidades nacionales, tanto ofensivas como defensivas, disuadieron a Negrín de su empleo.

 

Conclusión:

 

Franco no solo fue un gran caudillo político y un excelente estratega y táctico, fue también un gran conocedor de todos los campos de la milicia, conocimientos e inteligencia que libraron a España de la guerra química como acabamos de ver. Quede escrito lo anterior para demostración de lo alegre o malintencionadamente que hablan y escribe algunos historiadores, periodistas y políticos, práctica que tira por tierra sus otros hipotéticos méritos.

 

 

[i] Francisco Franco, Escritor Militar, VV. AA., monográfico de la Revista de Historia Militar (nº 40), Servicio Histórico Militar, Madrid (1976). Son de destacar la Instrucción sobre las modalidades de la organización del terreno (21-II-1937), las Instrucciones referentes a la organización del terreno en la defensiva (3-VIII-1938), y el ABC de la batalla defensiva -Aportación a la doctrina- (1944).

[ii] Gaceta de Madrid de 6 de septiembre de 1929, nº 249; http://www.boe.es/datos/imagenes/BOE/1929/249/A01619.tif .

[iii] TV3: Del Pontallavis a la bala, http://www.tv3.cat/industriadeguerra/fabrica.htm. Francisco J. de Madariaga Fernández: Las industrias de guerra de Cataluña durante la guerra civil, http://www.tdx.cesca.es/TDX-0622105-131906/.

[iv] José Mª Manrique y Lucas Molina: Guerra Química en  España 1921-1945, Gallandbooks, Valladolid, 2012.

 


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