Franco, un caballero; José Bergamín, un miserable, por Francisco Bendala

Francisco Bendala

 

Conforme se profundiza en la personalidad del Caudillo, todavía hoy, que se diría que todo se conoce y además está escrito, seguimos encontrando facetas que agigantan aún más si cabe su figura en todos los aspectos. Hoy nos referiremos a uno más que, no por pequeño, deja de avalar su gran talla como caballero y estadista.

José Bergamín Gutiérrez (1895 – 1983) fue uno de esos penosos y patéticos ejemplares que por desgracia abundan en la historia de nuestra Patria. Escritor sin duda en lo estético de valía, perteneciente a la denominada “generación del 27” –a la que él prefería denominar “de la República”–, fue en lo ideológico y humano todo un miserable.

Presidente al estallar la guerra de la inefable Alianza de Intelectuales Antifascistas, lo que dice ya bastante, fue también agregado cultural de la embajada frentepopulista en París. Desorejado marxista, ideología que en su absurdo y estupidez pretendió compatibilizar con el catolicismo, lo que da otra idea de qué bullía en su desnortada cabeza, alardeó de su inquina marxista paseándose por Madrid pistola al cinto –bien que el frente no lo vio ni en pintura, como muchos otros “luchadores por la libertad y la democracia”– y escribiendo la sección “A paseo” de la publicación el Mono Azul, en la cual no se cortaba un pelo en animar a sus correligionarios frentepopulistas a “pasear” a todo aquel que tanto Bergamín como ellos consideraban sus enemigos, que eran todos los que no comulgaban con sus ideas; maestros demócratas, como vemos. De su ruindad da una idea el hecho de que desde su poderosa posición muy pocas veces medió por salvar la vida de aquellos cuyos familiares acudían a él implorando; famoso se hizo en el Madrid rojo, entre los perseguidos, las palabras con las que Bergamín despachaba sin piedad a los suplicantes: “¡No me comprometáis!”.

Al terminar la guerra paseó sus miserias por varios países hispanoamericanos en todos los cuales desarrolló una intensa actividad “cultural” en contra del Generalísimo soltando por su boca y pluma escupitajos hasta quedarse ambas secas.

El caso es que en 1958 Bergamín, como tantos “antifascistas” antes y después, conocedor de que su regreso, de no tener delitos de sangre y aún teniéndolos, no se le impediría, y deseando fervientemente regresar a España a pesar de que tanto la detestaba, a esa que prosperaba en paz y armonía gracias al Caudillo a quien tanto odiaba, hizo las gestiones oportunas para lograr tal fin.

Conocida de sobra la personalidad y actividades del personaje, dada su relevancia, su caso se llevó hasta el Consejo de Ministros, en el que recordaron a Franco no pocas de las invectivas, insultos, calumnias y barbaridades que Bergamín venía soltando contra su persona desde hacía décadas.

Dicho lo anterior, los ministros esperaron unos segundos a ver qué decía Franco, el cual, con su habitual flema manifestó: las injurias contra mi persona no son cuestión de Estado”, concediéndosele a Bergamín el permiso y pasaporte para regresar, lo que hizo; un gesto que lo dice todo sobre el Generalísimo.

Pero la miseria humana de Bergamín no tenía límites. Con fecha 2 de Enero de 1961, estando en España, publicaba en “El Siglo” de Bogotá un nauseabundo artículo defendiendo hasta lo increíble a la República frentepopulista, lo que provocó la siguiente nota del ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, a Franco: “Recordaré que José Bergamín pidió hace tiempo que se le autorizase a volver a España para acabar sus días en un rinconcito de Andalucía. Se trató el asunto en un Consejo de Ministros. Con gran generosidad por parte de S.E. se le autorizó para que residiese en cualquier rincón de la Península. ¿Cómo corresponde Bergamín a este trato de favor? Preconizando un rápido y urgente cambio de Régimen y la instauración en España de la Tercera República. Envío fotocopia de ese artículo a Pemán, a Luca de Tena y a Yanguas para que vean cómo se las gasta el pájaro.”.

El ”pájaro” era irrecuperable, por lo que siguió erre que erre, llegando a ser el principal promotor de un pretendido manifiesto de “intelectuales” (firmaron 102 personas) –la mayoría no lo eran pues ni siquiera se les conocía obra alguna publicada, mientras que otros incluso dijeron que no habían firmado nada figurando su nombre sin su permiso– con motivo de las algaradas huelguísticas impulsadas por activistas comunistas en Septiembre de 1963 en algunas minas asturianas; los mineros eran ya por entonces privilegiados en cuanto a salarios con respecto a otros trabajadores.

En el manifiesto, Bergamín acusaba a la Policía de torturar a alguno de los agitadores detenidos. Investigados los hechos, Manuel Fraga se encargó de refutar tan falsas afirmaciones notificando a Bergamín que trasladaba el asunto al juez de instrucción por si hubiera en el texto del manifiesto un delito de injurias; la emisora comunista Radio España Independiente informó con su habitual veracidad diciendo que “Bergamín había sido amenazado”.

Por tales hechos Bergamín optó por salir de España, regresando de nuevo en 1970, sin que nadie se lo impidiera, no perdiendo un minuto en incorporarse a la pléyade de “antifranquistas” que proliferaban libremente ya por entonces a pesar de la terrible “dictadura” imperante, la cual, extrañamente, no hacía nada por evitar los nuevos vientos que ya soplaban, los cuales conseguían hacer que las “veletas” cambiaran de dirección con suma facilidad, sin el menor remordimiento por señalar ahora todo lo contrario de lo que habían indicado hasta ese instante durante décadas.

José Bergamín, que odiaba más a España que a Franco, o mejor decir que odiaba a Franco porque odiaba a España, terminaría sus días como activo defensor de la secesión de Vascongadas, lo que da, de nuevo, una idea de quien fue.

 

 


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