Franco visto por sus ministros: Alfonso Álvarez Miranda

Franco visto por sus ministros.

Coord. Ángel Bayod

Página 432

Franco lo dio todo, incluso su propia vida, al servicio de España y no pude percibir en él jamás el menor atisbo de provecho personal, ni el más ligero desfallecimiento en cumplir lo que estimaba era su deber.

Ingeniero. Ministro de Industria del 4 marzo 1975 al 11 diciembre 1975. Nació en. La Habana (Cuba) en 1915, trasladándose su familia poco después a Grado (Asturias). Al finalizar el bachillerato ingresó en la Escuela Superior de Ingenieros de Minas, de Madrid, donde obtuvo el premio extraordinario de fin de carrera. Posteriormente inició su actividad profesional en empresas privadas del sector minero en Asturias y en Santander. Posteriormente fue nombrado presidente de la sociedad de Fosfatos de Bucraa, de donde pasó al Instituto Nacional de Industria para hacerse cargo de la dirección del sector siderometalúrgico y minero. En 1972 fue nombrado presidente de «UNINSA» y, al fusionarse dicha empresa con «ENSIDESA», pasó a ocupar la presidencia de esta última. Casado y con 3 hijos. Fallece el 30 de noviembre de 2003, en Madrid.

¿Cuál es su visión personal del anterior Jefe de Estado?

Con anterioridad a mi nombramiento de ministro yo sólo había visto al Generalísimo tres veces. La primera en la inauguración del teleférico de Fuente Dé, en el que yo había colaborado profesionalmente. La segunda con ocasión de la inauguración de un horno alto en la Fábrica de Veriña en mi etapa de director del Sector en el INI, y la tercera cuando ocupando dicho puesto, me fue concedida la Gran Cruz del Mérito Civil y pedí audiencia para dar las gracias. Las dos primeras fueron visitas «de multitud» en las que sin duda alguna, yo fui uno más. La tercera, allá por el año 1973, fue una audiencia personal que no duró más de diez minutos, pero que se convirtió en un bombardeo de preguntas sobre temas de carbón y de siderurgia hechas con un tono de voz reposado pero con una intención tan penetrante que salí como de un examen.

Alguien, para tranquilizarme, me aseguraba después que era habitual en el Generalísimo —profundo conocedor de hombres— ese tipo de conversaciones en sus audiencias privadas.

Mi recuerdo personal del Generalísimo está impregnado de un profundo respeto y de una gran admiración ante su entrega leal y sin límites a las tremendas tareas de un Jefe de Estado en las duras circunstancias en que hubo de ejercerlas.

Creo estar en condiciones de asegurar que lo dio todo, incluso su propia vida al servicio de España y no pude percibir en él jamás el menor atisbo de provecho personal, ni el más ligero desfallecimiento en cumplir lo que estimaba era su deber.

Yo sólo llegué a tratarle directamente —en unos inolvidables despachos personales— cuando sus fuerzas físicas declinaban. Pero tenía la cabeza enormemente lúcida y sus juicios y opiniones, cortos, a veces incluso enunciados con voz débil pero con gesto firme, eran muy claros de concepto y traslucían el enorme caudal de experiencias y de honestidad mental —la más difícil de las honestidades— que era uno de los rasgos más definidos de su carácter.

Creo que S. M. el Rey lo definió muy bien cuando pocos días después de su muerte recordaba públicamente su entrega al servicio de un ideal tan noble como la patria diciendo que «España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista consagró toda su existencia a su servicio.»


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