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Franco visto por sus ministros.
Coord. Ángel Bayod
Página 217
La manera de ser de Franco constituía una singularidad de tal calibre,
que llegaba a la suma rareza entre la especie humana.
Abogado. Ministro de Comercio del 29 octubre 1969 al 11 junio 1973. Nació en Reus (Tarragona) el 17 de octubre de 1921. Se licenció en Derecho por la Universidad de Barcelona. Participo en la guerra civil como voluntario en el Tercio de Requetés de Guipúzcoa y luego en el Tercio de la Merced. Comenzó trabajando en los negocios familiares y después en empresas de exportación. En 1965 fue designado Comisario de Abastecimientos y Transportes, cargo que ocupaba al ac-ceder al Ministerio de Comercio. Ha sido presidente del Grupo de Exportadores de Aceite de Oliva, vocal de la Cámara de Comercio de Reus y consejero del Banco de España; miembro de la delegación española del Consejo Oleícola Internacional y de la Federación Internacional de Oleicultura y consejero del Banco de Crédito Agrícola. Fue procurador en Cortes como representante familiar por Tarragona. Casado y tiene dos hijos. Falleció en Madrid, el 26 de junio de 1989.
MI VISION PERSONAL DE FRANCO
No se si mis impresiones y juicios coincidirán con los de mis colegas, pero en todo caso entiendo que la multiplicidad de enfoques y visores contribuye, con los muchos pianos, a enriquecer el retrato y a profundizar el análisis de la persona.
Quiero decir, para empezar, que a pesar de la aparatosidad protocolaria del Palacio de El Pardo, con los guardias con coloristas uniformes, bellísimos salones cargados de arte exquisito y los despachos de severo empaque, Franco jamás aparecía y semejaba un Caudillo. Ni los gestos ni el aspecto ocasionaban arrebato o entusiasmo, ni se producía la magnificación del personaje, ni nada contribuía a provocar la lejanía, la exaltación heroica, el halo lumínico que rodeaba siempre a un Caudillo. Sospecho que era el quien apagaba los focos, rebajaba las tensiones y se ofrecía en discreta y humana naturalidad…, a pesar de haberse visto obligado a aceptar el inevitable atrezzo, mas o menos teatral, de toda Jefatura del Estado. Me confirma en la idea, el hecho de que incluso en los actos públicos y viajes —aparte un cierto hieratismo—, no hacia nada por aparecer como un Caudillo por la Gracia de Dios, excitando o provocando los vítores del pueblo.
Franco fue siempre un militar y funcionario ejemplar, que se inspire) en la consecuencia del bien público, cosa nada fácil en este país en blanco y negro, del sol y sombra, de extremismos faccionales. De ahí el creciente interés por el fenómeno humano y político del General.
Ha pasado ya algún tiempo desde su fallecimiento y aunque en la calle siguen encrespadas las marejadas en pro y en contra, yo pretendo ver hechos y silueta con precisa frialdad.
Entre el Caudillo mítico y el hombre Franco que trate asiduamente durante estos anos, existía un verdadero abismo. A tal extrema que he llegado a la creencia de que Franco fue Caudillo malgré lui, como una creación y exigencia de la sociedad española que —como siempre— necesitaba un jefe y conductor.
Franco era un anciano, menudo y pulcro, correctísimo y con educación exquisita, que respetaba y se hacia respetar sin recurso alguno. Hombre sosegado, jamás le vi nervioso o crispado, gozando de una equilibrada e inalterada serenidad que, en apariencia y creo que en lo profundo, era absolutamente insensible al halago y a la vanidad, quizá también a las emociones hondas, aunque equilibrara la carencia con otras superficiales. Fue un hombre sobrehumanamente tranquilo, razonable, lógico, enemigo de prisas e improvisaciones, que quería estar bien informado y que jamás imponía, autoritariamente, sus criterios. A pesar de la materia, a veces abstrusa o compleja, sobre todo en política económica exterior, no hacia falta perder el tiempo con explicaciones aclaratorias, pues poseía un gran sentido común y estaba a la page. Tan solo exigía que el ministro se supiera a la perfección la papeleta y la ponía a prueba con preguntas y acotaciones. Siempre le encontré abierto, comprensivo, documentado, dialogante… No se si falló, pero, para mi, Franco fue un político liberal y nada doctrinario, anti partidista, dúctil… La cancha de juego era amplísima y mi libertad casi omnímoda: se trataba, tan solo, de elegir lo mejor y más acertado para servir el progreso de España y en esto nos esforzábamos en los despachos semanales que individualmente nos concedía. Solía ir por la tarde y allí, encerrados en aquel despacho tan conocido, con calma y tranquilidad, sin interrupciones, abría mis carteras y tratábamos, con parsimonia, de todos los temas que le llevaba o respondía a los que el General me planteaba con su fabulosa memoria y excelente información.
Contrariamente a lo que se dice hoy, Franco fue hombre abierto y comprensivo para todas las variedades regionales. Recuerdo que con ocasi6n de las fiestas decenales de La Candela, que celebra la ciudad de Valls, el Caudillo me designo para que le representara y presidiera. Le consulte el discurso que pensaba pronunciar, pero luego me pareció conveniente decirlo en catalán, y cuando se lo explique, a mi regreso, se limito a contestarme con tacita aprobación, quizá no exenta de algo de sorna galaica: «Sí, ya me han dicho que habla muy bien el catalán.»
En aquellos años de participación en el Gobierno, nuestra gestión ministerial fue acerba y sabidamente criticada por una parte de la prensa dedicada al sistemático envenenamiento de la opinión pública, en un adelanto del peculiar entendimiento a la española de los sistemas democráticos.
Bien, de tales cosas de tipo personal o anecdótico, era preferible no hablar con el general Franco, pues, visiblemente, le contrariaban. Él creía que la critica era lícita y que sus excesos podían corregirse acudiendo a los recursos jurídicos de las leyes vigentes. Le gustaba mantenerse al margen —incluso cuando se trataba de sus propios hermanos o amigos—, con cuidado exquisito de no interferir las acciones judiciales, propias de un sistema de Derecho que el mismo había creado para garantía de todos, y en el cual creía ciega y decimonónicamente.
Como resumen, si tuviera que definir a Franco por sus rasgos y atributos, a base de adjetivos, diría que era:
Paciente, trabajador, austero, desinteresado, insensible al halago, religioso, sin vanidad, honesto, familiar u hogareño, cortés, no emotivo, astuto, patriota por encima de todo, frío, tolerante y liberal, buen psicólogo y conocedor de las personas y de su pueblo, contenido y disciplinado, sosegado y prudente, dúctil y desapasionado…