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Franco visto por sus ministros.
Coord. Ángel Bayod
Página 274
Franco nos conocía a todos los españoles
como si hubiese convivido con cada uno de nosotros.
Ingeniero. Ministro de Relaciones Sindicales del 29 octubre 1969 al 29 diciembre 1973. Nació en Barcelona el 27 de julio de 1914. Estudió en la Escuela Especial de Ingenieros Industriales de Barcelona, obteniendo el título de Doctor-ingeniero industrial. Amplió estudios en los Estados Unidos, especializándose en organización empresarial. En 1948 fue nombrado jefe del Sindicato Nacional del Metal hasta 1951, en que pasó al ejercicio de su profesión en empresas privadas. Desempeñó la dirección de «Altos Hornos de Vizcaya, S. A.». Fue vocal del Consejo Económico Sindical, del Consejo de Economía Nacional, del Consejo Nacional de Empresarios y del Congreso Sindical. Perteneció como procurador en Cortes a siete legislaturas. Es titular de varias condecoraciones civiles y militares, entre éstas dos cruces de Guerra, dos cruces al Mérito Militar y la Medalla de Sufrimientos por la Patria. Su actividad se desarrolla, después de su cese como ministro, en el mundo empresarial privado. Está casado y tiene dos hijos. Fallece el 30 de noviembre de 1987, en Madrid.
¿Podría definirme la obra de Franco y cómo ve la situación actual?
Franco se hace cargo de una difícil herencia, no tan sólo la de la guerra civil, sino la de la decadencia española arrastrada a lo largo de centurias. Tiene grandes ideales pero ya no es la hora de España. Se niega a conformarse con esa limitada realidad y se expresa y actúa como hombre de Estado y lo es. Es el que siendo oficial en África escribe que la «cosa más preciada de esta guerra no es el material, sino los hombres» y que ante el desastre de Annual dice, al enjuiciarlo: «Debemos mirar nuestras aletargadas virtudes y encontraremos la crisis de ideales que convirtió en derrota lo que debió haber sido pequeño revés.» Serán precisamente estos ideales los que forman para él una norma de serena conducta.
Es hombre de Estado porque ha consagrado a su construcción y ser-vicio con lealtad y modestia, toda una vida y el éxito acompañará a su propia fe.
Su acción muchas veces le exige serenidad, no claudicar, decisión y valor. Recuerde cómo en 1946 —continuación para España de la conferencia de Potsdam—, el 12 de diciembre, la Asamblea de las Naciones Unidas «excluye a España de todas las Organizaciones Internacionales…» y añade que «si dentro de un tiempo razonable no se forma el Gobierno elegido por el pueblo, el Consejo de Seguridad consideraría las medidas adecuadas a tomar…». Pues bien, una anécdota nos habla de su serenidad, mejor que mil palabras: el Caudillo, que esperaba la noticia, aquella tarde la pasó pintando —una forma de concentrarse— y cuando la recibe, he leído en varios de sus historiadores, que comentó con uno de sus ayudantes: «Por cierto que cada día me aficiono más a la pintura.»
Esa inercia, para unos, que es en realidad cautelosa prudencia en la forma de hacer del Jefe del Estado, le llevará a una serie de victorias; y así nos libra de la entrada en la segunda guerra mundial y evita la invasión alemana. Cuando la retirada de embajadores, pone al servicio de esas cualidades tan duramente ejercidas, la realidad de la situación, galvaniza al pueblo español, y en el exterior se mueve con inteligencia y cautela y así cambia de actitud, respecto a Franco y su Régimen, Churchill en su discurso ante la Cámara de los Comunes del 10 de diciembre de 1948 y puede contemplar cómo el 5 de noviembre de 1950 la Asamblea de las Naciones Unidas revocan la resolución de 1946.
Sabe esperar, y lo hace —cuando España no está ni mucho menos sobrada ni de amigos ni de medios— y vence una vez más cuando a finales de 1952 es elegido presidente de los Estados Unidos el general Eisenhower, ya será posible que las bases —cuya simple cesión, Franco se había negado a firmar anteriormente— estén bajo soberanía española, que nuestra bandera ondee en ellas y que el personal norteamericano tenga que vestir de paisano fuera de servicio.
Recuerdo el libro del doctor Marañón sobre el conde-duque de Olivares (París, febrero 1939, 2.1 edición), y muchas veces plagiando a tan ilustre doctor y escritor me he preguntado ¿qué habría hecho de España Francisco Franco en las condiciones políticas de nuestro siglo XVI, XVII y hasta el siglo XVIII? Dejo en el aire el supuesto y la respuesta.
Pregunta usted cómo veo el futuro de España. Yo creo que no es momento de reiterar lo ya sabido, el que son muchas las dificultades y el enumerarlas sería repetir, con matices personales, una lista ya conocida y que tiene su antecedente, unas veces, en causas exteriores y otras en nosotros mismos. Es sobre éstas donde cabe actuar y en este sentido el pueblo español sabe, porque lo ha vivido ya, que se pueden realizar muchas cosas materiales, cuando la estabilidad y el orden están asegurados. Hoy el pueblo español necesita conocer una meta, tener un ideal y entender de la lealtad de los que le gobiernan a esa meta y a esos ideales, sin que nada de esto suponga la imposibilidad de su realización dentro de la actual organización del Estado español.
Evidentemente será posible, dependerá de la talla del que dirija, presionar sobre la situación, encauzarla y aun conducirla y hasta salir adelante, pero entiendo que va a ser preciso hacer «bastante más», si pretendemos ser oídos en el exterior, y tener paz —con el inmenso bien que ello supone—en el interior, como exigencia para el logro de una situación económica y social satisfactoria y ese «bastante más» significa gobernar a un pueblo que quiere precisamente y por encima de todo simplemente eso, sentirse gobernado.