Franco visto por sus ministros: Fernando Suárez González

España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio.

Catedrático. Vicepresidente 3.° del Gobierno y ministro de Trabajo del 4 marzo 1975 al 11 diciembre 1975. Nació en León el 10 de agosto de 1933. Licenciado en Derecho con premio extraordinario y doctor en Derecho por la Universidad de Bologna (Italia) con 110 e lode. Profesor de Derecho del Trabajo en la Universidad de Madrid de 1956 a 1969. Director del Colegio Mayor «Diego de Covarrubias» de la Universidad de Madrid de 1960 a 1969. Catedrático de Derecho del Trabajo de la Universidad de Oviedo entre 1969 y 1973. Director general del Instituto Español de Emigración de 1973 a 1974. Secretario general técnico de la Presidencia del Gobierno en 1974. Procurador en Cortes designado por S. M. el Rey en 1976 y 1977. En dicha legislatura, última del régimen anterior, defendió la Ley para la Reforma Política en 1976. Catedrático de Derecho del Trabajo de la UNED y del Centro de Estudios Universitarios. Asesor laboral del Círculo de Empresarios. Es autor de numerosos trabajos de su especialidad y está en posesión de diversas condecoraciones. Está casado y tiene dos hijos.

FRANCO, INTEGRADOR

En una palabra, quienes ejercimos —en más ocasiones de las que parece—la crítica pública de sus medidas de gobierno, mientras otros lo esperaban todo de la lisonja y el amén, no podemos ahora sentirnos de acuerdo con la crítica global y sectaria a que le someten por igual la avalancha de los resentimientos y la indignidad de quienes inauguraron su antifranquismo el 21 de noviembre de 1975, como coartada para aparentar un espíritu democrático nunca antes demostrado. Pero eso no quiere decir que, aun habiendo sido muy directos colaboradores suyos, podamos identificamos con aquellos otros que, en cualquier evolución, incluso la del Caudillo mismo, ven una traición a las esencias de lo que ellos quisieran inamovible.

Franco integró a muchos más españoles de lo que parecen creer algunos personajes, autoerigidos en albaceas, que andan por ahí ofreciendo una caricatura fascistoide que al mismo Franco habría de molestar. A mí me parece muy legítimo que se llene la Plaza de Oriente para recordar a Franco y me parece una insensatez colosal que antiguos ministros secretarios del Movimiento hayan proscrito el «Cara al Sol» a la vez que legalizaban «La Inter-nacional». Pero con la misma convicción debo decir que están empequeñeciendo la dimensión histórica de Franco quienes utilizan su nombre como ariete contra la democracia. Entra en la responsabilidad del Gobierno ucedista que su afán de demoler el pasado esté lanzando en brazos de unos cuantos exaltados antidemócratas a muchas buenas gentes que no quieren patente de demócratas a costa de la ingratitud o de la indignidad.

Porque aquí lo único seguro es que la Monarquía alfonsina generó primero la dictadura y después la República, que empezó desbordante de ilusión nacional y se convirtió pronto en un panorama desolador —lo dijo Besteiro— para concluir desbordada por la anarquía y el desorden. La República generó violencia, desmesura y guerra civil. Y el Régimen de Franco ha generado una democracia que puede y debe ser consolidada. La impulsó inequívocamente su heredero y pusieron sus bases muy señalados colaboradores del Generalísimo y la más alta representación de su Régimen, que cumpliendo su mandato testamentario rodeó al Rey de España del mismo afecto y lealtad que le había brindado a él, prestándole en todo momento el mismo apoyo de colaboración que Franco había tenido. Un respeto.

No son estos días de especial optimismo. Por todas partes surgen amenazas para la convivencia democrática, motivos para el desencanto y riesgos de que se repitan errores que todos conocemos. Por eso hay que olvidar querellas viejas y dejar de enzarzarse en polémicas acerca del ayer para construir juntos el futuro. Pero ese futuro no será estable si se siguen confundiendo intencionadamente las cosas y en una mezcla equívoca de medios y fines se siguen despreciando valores muy arraigados en grandes sectores de la sociedad española, con el falso pretexto de que tuvieron vigencia durante el otro Régimen. Son los procedimientos de defenderlos y no los valores que se defienden los que definen a una democracia verdadera. Si la clase política actual piensa que democracia es hacer y decir todo lo contrario de lo que se hizo y se dijo hasta el 20 de noviembre de 1975, pronto estará en condiciones de comprobar su equivocación. Y esa equivocación nos va a perjudicar a todos.


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