Franco visto por sus ministros: Francisco Coloma Gallegos

Franco visto por sus ministros.

Coord. Ángel Bayod

Página 300

 

Una vez desaparecido el Generalísimo lo que más recuerdo es todo cuanto hizo por España y por los españoles.

 

Militar. Ministro del Ejército del 11 junio 1973 al 11 diciembre 1975. Nació en Muros del Nalón (Asturias) el 26 de abril de 1912. En 1930 ingresó en la Academia General Militar. En 1934 fue promovido al empleo de teniente de Infantería y se incorporó a la I Legión del Tercio en Melilla. Participó con la Legión en la guerra de Liberación, siendo herido cuatro veces y condecorado con la Medalla Militar Individual por las operaciones para la liberación de Oviedo. Diplomado más tarde de Estado Mayor, fue agregado militar en la Embajada española en Washington y subsecretario del Ministerio del Ejército. Ascendió en 1965 a general de brigada, en 1969 a general de división y en 1972 a teniente general. Está en posesión de la Medalla Militar individual y de la de Sufrimientos por la Patria, de la Campaña, Cruces Rojas, tres cruces de Guerra, Gran Cruz de la orden de San Hermenegildo y otras condecoraciones españolas y extranjeras. Con posterioridad a su cese como ministro fue nombrado capitán general de la IV Región Militar. Está casado. Falleció el 28 de septiembre de 1993, en Sevilla.

 

¿Cómo ve usted la personalidad de Franco, después de su muerte?

Una vez desaparecido el Generalísimo lo que más recuerdo es todo cuanto hizo por España y por los españoles. Ya durante la guerra, una de las primeras disposiciones que se promulgaron fue el Fuero del Trabajo, al que siguieron toda una serie de normas que mejoraron, a mi juicio, la condición social del pueblo, proporcionando a los obreros los medios para una vida digna sin necesidad de huelgas para conseguirlo. Y así fue como pasamos —como suele decirse, y como se sabe perfectamente— de la alpargata al «600». Y como signo del avance y del bienestar material aparecieron en los tejados de todas las casas españolas de entonces las antenas de televisión, proliferando hasta tal extremo que hubo que regular su colocación para que no acabasen por afear las ciudades.

Todo esto es nada más que un reflejo de cuanto se logró durante la época del Generalísimo, con lo que colocó a España en una posición destacada, en el décimo lugar de los países industriales. Esto es una cosa evidente. Había quienes decían que no entrábamos en el Mercado Común euro-peo porque el Generalísimo lo impedía con su presencia, porque su Régimen era una dictadura. Pues bien, después de desaparecido, hemos visto luego que no se trataba nada más que de un pretexto, que lo que decían era mentira. Porque, claro, el Mercado Común es una cuestión económica, y se plantea así: «Si yo quiero entrar, pues tengo que pasar por estas horcas caudinas; tengo tales ventajas y tengo tales inconvenientes.» Y ahora lo que pasa es que, como sigamos así, no solamente no nos admitirán en el Mercado Común, sino que nos llamarán como un buen cliente, porque ya no tendremos casi ninguna producción industrial propia, porque volveremos a la alpargata y, en consecuencia, todo lo tendremos que comprar en el extranjero.

Recuerdo que, siendo cadete, fui a un centro de Aviación y, en los sexquiplanos que había allí, los cables que llevaban para fijar los planos tenían que ser importados. Era simplemente una lámina de hierro, con una forma fuselada ¡y no se podían hacer en España! Y luego resulta que se hacen con dos rodillos, que tienen medio canal cada uno. Bueno, pues hoy se fabrican aviones en España. Otro dato que me parece elocuente, a este respecto, es que en España, el año 1936, había exactamente 270.000 automóviles. Y eso hay que compararlo no con los coches que tenemos ahora, con el parque total, sino con los que se fabrican en España cada año.

Yo comprendo que la obra del Generalísimo, como la de todo hombre, es criticable. Pero es que, por lo visto, no hizo nada —¡nada!— bien. Y causa especialmente indignación y náuseas el oír ahora las manifestaciones de algunos que fueron y que hoy rechazan aquello que fueron. Como uno de los actuales diputados, que habla de que se cuenta entre los vencidos. Dice: «Los vencidos hemos perdido nuestras banderas. Nos han arrebatado nuestras banderas.» Y este vencido era antes un falangista, pertenecía a la Guardia de Franco, y algunas veces protestaba de que otros falangistas no fueran de uniforme a determinados actos. En su día dedicaba panegíricos a Franco y al Ejército, y ahora se quiere contar entre los vencidos. O como aquel otro que, después de haber desempeñado en tiempos de Franco puestos de relevancia política, y que poco antes de morir el Generalísimo hizo públicamente una exaltación de su persona y de su obra, poco después de su muerte decía que habíamos salido de «la oscura noche de la Dictadura». Y lo malo es que aquí todo el mundo sabe quién es quién, y no obstante se dicen estas cosas. Luego entonces, aquí hay mucha mentira.

Dicen también que, en el tiempo de Franco, España subió, pero que a lo mejor, sin Franco también hubiera subido. No lo niego porque, naturalmente, es una cosa que habría que verlo. Pero lo cierto es que fuimos acortando distancias con las naciones de nuestro entorno geográfico y político. Y llegamos a conseguir unas cifras de producción en sectores fundamentales, tales como energía eléctrica, cemento, siderurgia, petroquímica, etc., que superaban a otras naciones y nos acercaban a las más avanzadas. Ahora resulta que nos vamos alejando de ellas.

Pero creo que nada mejor para enjuiciar la obra de Franco que las palabras de S. M. el Rey: «Una figura excepcional entra en la Historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón del acontecer español… Es de pueblos grandes y nobles el saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. España no podrá olvidar a quien como un soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio.» Yo no le olvido y todos los años, en el aniversario de su fallecimiento, voy a rezar una oración ante su tumba.

 

 


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