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Franco visto por sus ministros.
Coord. Ángel Bayod
Página 290
Aunque ello haya sido malo para España,
Franco ha tenido la fortuna coyuntural de estar emparedado entre Negrín y Suárez, lo cual ha contribuido,
si cabe, a agigantar, por contraste, su alta talla histórica.
Diplomático. Ministro de Obras Públicas del 13 abril 1970 al 29 diciembre 1973. Nació en Barcelona el 30 de abril de 1924. Se licenció en Filosofía y Letras y en Derecho con premio extraordinario por la Universidad de Madrid. En 1946 ingresó en la Carrera Diplomática. Entre otros puestos ha desempeñado los de subdirector general de Relaciones Culturales, subsecretario de Política Exterior y subsecretario de Asuntos Exteriores. Igualmente ha sido profesor de la Escuela Diplomática y de la Escuela de Funcionarios Internacionales. Desde 1946 ha colaborado en el diario ABC, recibiendo los premios Nacionales de Literatura «Menéndez Pelayo» y «Pardo Bazán», «Luca de Tena» y «Mariano de Cavia» y «Gibraltar Español», entre otros. Es autor de obras de pensamiento filosófico y político, entre ellos Ortega y el 98, El crepúsculo de las ideologías y La partitocracia. Fue procurador en Cortes en las Legislaturas IX y X. Es miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, correspondiente de la «Hispanic Society of America», de la Sociedad Europea de la Cultura y miembro de honor del Colegio de Doctores de Barcelona. Con posterioridad a su cese como ministro ha sido director de la Escuela Diplomática y diputado por la provincia de Pontevedra. Está casado y tiene cuatro hijos. Falleció en Madrid el 10 de febrero de 2002.
¿Cuál es su visión personal de Franco?
Franco fue, desde que muy joven ingresó en la carrera militar, un hombre completamente entregado al cumplimiento del deber, y se pasó la vida acatando las órdenes de sus jefes, de los códigos y de su conciencia que era muy estricta. Así le vi durante los cuatro años que estuve cerca de él. Jamás le sorprendí en un desfallecimiento. Es cierto que ejerció durante cuarenta años la soberanía; pero no amaba el poder, despreciaba profundamente la politiquería, y sólo hacía uso de su autoridad cuando era absolutamente necesario. Resolvía después de escuchar diferentes opiniones y de sopesarlas. Era pragmático, objetivo y más bien lento en la toma de decisiones, pero muy seguro. Solía repetir: «Orden, contraorden, desorden.» Le gustaba delegar, y que cada uno se responsabilizara de su propia jurisdicción. Entre la clase política española no he conocido a nadie con menos pasión de poder que Franco. Su pasión era la de cumplir y servir a España. Su vocación era la de soldado, y su norma la disciplina. Tengo ja impresión de que vivía la Jefatura del Estado como había vivido la responsabilidad de las diversas unidades que dependieron de él a lo largo de su carrera militar: empezó mandando una sección de infantería y concluyó recibiendo el mando de todos los españoles. Salvo en el catolicismo y en el patriotismo, Franco no era nada dogmático y se atenía a los hechos. Despreciaba el chisme, y repudiaba la denuncia sin pruebas. Jamás traicionaba una confidencia. Tenía un inmenso respeto a la vida privada y a las competencias de sus colaboradores. Su psicología era muy compleja; pero básicamente me pareció un sentimental, más bien tímido, regido por una voluntad de hierro, una razón muy respetuosa con los datos y un coraje sobrehumano. Cuando estaba relajado, que era casi siempre, gustaba de la chanza y la ironía, características de su tierra galaica.