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Franco visto por sus ministros.
Coord. Ángel Bayod
Página 384
Franco consideró que el Estado nacional tenía primero que asegurar su independencia respecto de las fuerzas secretas,
como la masonería especialmente y, por supuesto, las internacionales fueran de la clase que fuesen.
Diplomático. Ministro de Planificación del Desarrollo del 3 enero 1974 al 11 diciembre 1975. Nació en Madrid el 29 de noviembre de 1920. Licenciado en Derecho, ingresó en la carrera diplomática en 1947. Fue destinado al Servicio de Consejeros y Agregados de Economía Exterior y, en 1951, nombrado como agregado comercial a la Embajada de España en Bonn. En 1958 se le nombró presidente del Sindicato Nacional de Frutos y Productos Hortícolas. En febrero de 1961 pasó a desempeñar el cargo de vicesecretario nacional de Ordenación Económica y, simultáneamente, el de secretario general del Consejo Económico Sindical Nacional. En 1968 fue nombrado director ejecutivo del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento. Fue asimismo procurador en Cortes, secretario del grupo español de la Unión Interparlamentaria, consejero permanente y presidente de Sección del Consejo de Economía Nacional, consejero del Instituto de Estudios Fiscales, consejero del Banco de España y del Banco de Crédito Industrial. En julio de 1973 fue designado embajador de España en Japón. Casado y con cuatro hijos. Falleció el 2 de marzo de 2009, en Madrid.
Vi por primera vez a Francisco Franco en la primavera de 1937, en Salamanca, en cuya hermosa Plaza Mayor y entre el clamor de una muchedumbre entusiasta recibía a los embajadores de Italia y Alemania.
La impresión que recibí evocó en mi recuerdo cuanto había oído y leído acerca de su personalidad y sus virtudes algunos años antes. Particularmente quedó grabada en mi memoria la noticia que se publicó en octubre de 1934 con motivo de la revolución marxista contra la democracia: «Franco ha dormido esta noche en el Ministerio de la Guerra.»
Su pericia y su ascendiente bien ganado fueron, sin duda, importantes contribuciones para el éxito final que hizo posible acabar —entonces— con aquel intento. Había oído hablar de Franco como de un hombre excepcional, de grandes cualidades y con un indiscutible valor que se agigantaba a la luz de su ejecutoria militar. Aparecía ya entonces lo que por algún escritor ha sido calificado como el mito de Franco.
No voy a entrar aquí en tan sensible tema, pero sí creo necesario decir que los pueblos tienen necesidad de mitificar a quienes, con su fino sentido, creen capaces de salvarlos de situaciones críticas. Franco fue uno de esos hombres y no creo que haya nadie que se atreva a negar el hecho sociológico de la admiración y confianza que el pueblo español depositó en quien había de probar que la fe en él estaba plenamente justificada. Su poder de convocatoria fue tremendo, como ningún dirigente político ha tenido y probablemente tendrá jamás.
Durante el Alzamiento estuve en varias ocasiones en frentes de combate donde el Generalísimo dirigía personalmente las operaciones —acompañadas siempre por la victoria—, pero no me fue dado verle.
Fecha singular e inolvidable fue la gigantesca manifestación popular en diciembre de 1946, de protesta contra injerencias extranjeras y reafirmación de la independencia nacional. El Caudillo dirigió la palabra a la que, hasta entonces, había sido la mayor muchedumbre jamás reunida en España. Su palabra firme y su aspecto decidido enardecieron a los reunidos, como habría de ocurrir siempre durante su larga vida al servicio de España.
Tras alguna otra visita en que acompañé, como diplomático, a personalidades extranjeras, mi verdadero y frecuente contacto con Franco comienza a principios de 1958 en que fui nombrado jefe nacional del Sindicato de Frutos. Regresaba de mi largo período de servicio como agregado y consejero de Economía Exterior en la Embajada de España en Bonn que me había permitido ver de cerca y apreciar el valor del esfuerzo colectivo del pueblo alemán, dedicado a la reconstrucción primero, y al desarrollo seguidamente, de su país.