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El Caudillo no era la persona fácil de manejar que algunos suponían.
Arquitecto. Ministro secretario general del Movimiento desde 19 mayo 1941 a 20 julio 1945. Ministro secretario general del Movimiento del 15 febrero 1956 al 25 febrero 1957. Ministro de la Vivienda del 25 febrero 1957 al 17 marzo 1960. Nació el 14 de abril de 1905 en Bilbao. Cursó su carrera en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Perteneció a FE desde 1933. Al iniciarse el Alzamiento se encontraba en Madrid, donde fue detenido, logrando ponerse a salvo en la Embajada de Noruega desde donde pasó a las filas nacionales. En diciembre de 1939 fue nombrado gobernador civil y jefe provincial de FET y de las JONS de Málaga. En 1948 fue nombrado Consejero del Reino, siendo también Consejero Nacional y vocal de la Junta Política. Ha sido procurador en Cortes en todas las legislaturas, como Consejero Nacional designado por el Jefe del Estado. Desde 1967 es miembro de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando; académico de honor de San Telmo de Málaga; miembro permanente y vocal del consejo ejecutivo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y presidente del Patronato «José María Quadrado». Es autor de obras literarias, políticas y artísticas, entre otras La revolución social del Nacional-sindicalismo (1935), Hacia una meta institucional (1957), Política de vivienda (1959 y 1961), Arte religioso en un pueblo de España (1963) y dos selecciones de textos : Treinta años de política (1966) y De arte y de historia (1970). Está casado con doña María Teresa Sáenz de Heredia y Arteta, prima hermana de José Antonio Primo de Rivera.
¿Cuál es su visión personal del anterior Jefe de Estado?
La enorme dosis de serenidad que demostró en todos los momentos de su vida: una serenidad, medida y justa, pero tremendamente difícil de practicar si no hubiera sido espontánea, porque siempre la llevó flotando entre la emoción de sus sentimientos y la fría apariencia de su manera de ser, entre la esfinge y la lágrima.
Magnífica, por la enorme dosis de serenidad que demostró en todos los momentos de su vida: Una serenidad, medida y justa; pero tremendamente difícil de practicar si no hubiera sido espontánea, porque siempre la llevó flotando entre la emoción de sus sentimientos y la fría apariencia de su manera de ser; entre la esfinge y la lágrima.
Magnífica también por la austera norma de su vida franciscana; austeridad, que si siempre ha sido alabada en España, tanto más de alabar resulta en unos tiempos como los actuales, demasiado acostumbrados a no considerarla ya «útil». Aquí sólo destacaré, que el único sueldo que Franco percibió, fue el de capitán general, al cual se le añadió los gastos de representación de Jefe del Estado.
Magnífica por último, por su valor y aunque ello deba ser mirado como una obligada virtud castrense. Recordaré una pequeña anécdota porque un día la protagonizó para mí solo: Le acompañaba en su coche de Bilbao a Madrid y en aquel momento entrábamos en la más peligrosa curva de la cuesta de Orduña; el vehículo perdió velocidad, se caló el motor y comenzó a recular hacia el precipicio; entonces, se me ocurrió decirle mientras le abría la puerta, «Tírese, mi General» y él me contestó con una mirada de fingida sorpresa: «¿Para qué?» Siempre he estado seguro —y por eso lo digo— que tuvo una clara conciencia del riesgo; pero quiso afrontarlo dando un ejemplo de serena hombría.
Quizá, en cambio, para el servicio de la política, no se revistió a menudo de un exterior ardiente: alguna vez me dijo que la política es una ciencia (se refería, naturalmente a la política activa) y que si no lo fuera, habría que considerarla como tal; yo (lo reconozco) soy bastante apasionado, y muchos de mis batacazos se han debido a esta manera de entrar en ella. En cambio él tomaba las cosas sin prisas y sin calor, y la mayoría de las veces acertaba; sin levantar «¡Olés!» pero acertaba.
En el orden privado es donde tengo más anécdotas del Caudillo. Una vez, a poco de cesar en mi primera etapa de ministro, establecí mi residencia en Corella y ello dio lugar a las más variadas suposiciones, incluida la del confinamiento. Así las cosas, se me ocurrió regalar a la Hemeroteca Nacional una colección que poseía de periódicos y revistas iniciada en el siglo xvii; y la llamada desde Madrid para anunciarme el envío de un camión de la Guardia Civil para recoger el donativo confirmó el rumor de que había sido detenido, hasta el punto de que el Caudillo quiso desmentirlo por sí mismo, mediante un acto inequívoco de amistad, y aprovechó su viaje oficial a Navarra para venir con su esposa y ministros a pasar el día y almorzar en nuestra casa.
En repetidas ocasiones nos invitó a mi mujer y a mí a pasar el verano con ellos en el Pazo de Meirás y esto fue tan inaudito que Ricardo de la Cierva (véase su libro Francisco Franco, pág. 322, tomo II) interpretó así nuestra estancia de 1942: «Arrese se incorpora al reducido equipo de Gobierno que acampa junto al Pazo de Meirás.»