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Franco visto por sus ministros.
Coord. Ángel Bayod
Página 321
Franco devolvió a nuestro pueblo su libertad perdida y, frente a las libertades puramente formales, le ofreció libertad real, libertad individual, con un orden público que la hiciera viable.
Abogado. Ministro de la Vivienda del 11 junio 1973 al 29 diciembre 1973. Ministro secretario general del Movimiento del 3 enero 1974 al 4 marzo 1975. Nació en Málaga el 12 de abril de 1926. Perteneció al Frente de Juventudes, siendo jefe y fundador de las centurias «Santa María», «Cardenal Cisneros» y «Garra Hispánica». Es licenciado en Derecho y graduado social. Ha sido subjefe provincial del Movimiento en Málaga (1950), gobernador civil y jefe provincial de Ciudad Real (1956), de Burgos (1962) y de Sevilla (1962-1969). Fue procurador en Cortes y consejero nacional electivo por la provincia de Málaga durante seis legislaturas. Nombrado consejero nacional del Movimiento por designación directa del Jefe del Estado en 1975. En 1969 fue nombrado subsecretario de Trabajo. Es alférez de complemento del Arma de Ingenieros. Ostenta tres grandes cruces del Ejército español, las del Mérito Militar, Mérito Naval y Mérito Aeronáutico, todas con distintivo blanco. Ha recibido el nombramiento de «cabo honorario» de la Legión. Casado y tuvo 8 hijos. Falleció en Nerja el 22 de abril de 2017.
¿Cuál es su visión personal del anterior Jefe de Estado?
Creo que no resulta fácil encontrar, a lo largo de la historia de nuestro pueblo, la figura de un hombre con cualidades tan excepcionales de estadista como Francisco Franco. Entiendo que más que un político fue el creador de un estado con características ciertamente singulares.
Fue también, sin duda alguna, el conductor victorioso de una guerra de la que no fue culpable; es más, tengo la absoluta certidumbre de que él no la deseó nunca. Recuerdo que en una ocasión y en un despacho que tuve con él, cuando comentábamos un episodio heroico de la guerra civil española, me dijo: «Hubiese dado mi vida por evitarla. No hay —añadió— nada más duro y trágico que una contienda interior.» Creo, por tanto, que él no deseó la guerra y que jamás contribuyó a su provocación. Por otra parte, es suficientemente conocido que los hombres más preclaros y los líderes más calificados de nuestra tradición nacional, dejaron su vida en la empresa de evitar el fin de España y lo hicieron sin que por ello desearan o proclamaran una guerra civil.
En realidad, en 1936 fracasó un golpe de Estado y, por ello, no pudo impedirse la contienda. Muchos políticos de la derecha y de la izquierda han confesado que la paz no fue posible. No hago esta afirmación, sin embargo, basado en vivencias personales, puesto que, por razón de edad —tenía 10 años entonces—, no intervine en la contienda.
Pese a ello, la lucha tal vez habría sido más breve si no se hubieran enfrentado sobre nuestro suelo las tensiones que pugnaban por la hegemonía política y económica en Europa; la Rusia soviética que vio la posibilidad de establecer una base en el sur de Europa apuntando directamente a África y América; las potencias del Eje, que disputaban el espacio físico y político, con una diferente mística, y los imperios occidentales, Inglaterra y Francia, principalmente, que veían nacer unas potencias económicas rivales.
Lo demás fue, en el fondo, una incisiva operación de propaganda, disfrazada de mística política romántica, que aún dura. Que la victoria de Franco no pagara hipotecas a unos ni a otros, no se nos ha perdonado jamás.
La tarea esencial que acometió Franco en 1939, fue la de fundar un Estado con indudables características de originalidad. Creo que germinalmente fue un empeño de subsanación política y, sobre todo, de reconstrucción de la unidad de la patria, de evitar los desgarramientos políticos y de suavizar las tensiones sociales y económicas entre los hombres, las clases y las tierras de España. Franco llevó a cabo una tarea de alta dimensión histórica, creo un régimen integrador y superador de desigualdades radicales, asentado en una plataforma de consentimiento ampliamente popular, aunque ahora se diga todo lo contrario. Insisto en que, mas que un político, fue un hombre de Estado. Excluyó a priori los excesivos dogmatismos ideológicos y, precisamente en virtud de esa flexibilidad, estableció una estrategia pragmática para evitar la necesidad de nuevos radicalismos maximalistas. Franco devolvió a nuestro pueblo su libertad perdida y, frente a las libertades puramente formales, le ofreció libertad real, libertad individual, con un orden público que la hiciera viable. Dio a España, pues, libertad para trabajar y para crecer, para construir y para avanzar. Frente a la libertad para difamar, para calumniar, para aniquilar valores superiores, para dividir y separar y para destruir la libertad de los demás, Franco defendió la libertad para progresar y entendió cuales eran los limites de la libertad y el marco donde habría de ser fecunda y útil para una convivencia cordial, alegre y civilizada. Él entendía que las grandes marchas de la Historia no conocen la libertad para la desunión y para la retirada. A veces pienso que muchos de los que frecuentemente hablan —sin ejercerla, por supuesto— de libertades democráticas, no hacen otra cosa que lo que yo llamaría artesanía del sarcasmo. En la actualidad se esta institucionalizando el libertinaje y se asesina impunemente a la libertad.
Recuerdo que hace unos meses me impresionó una frase del editorialista norteamericano, ya fallecido, Walter Lippmann: «Libertad, si —escribía—, pero nadie tiene derecho a gritar fuego! en un teatro lleno.» El concepto básico de la acción política fue para Franco una ética de servicio y creo sinceramente que en ese entorno se produjo nuestra reconstrucción, fue posible nuestra neutralidad y la dignidad y eficacia de nuestro desarrollo social y económico, que Rego a alcanzar una tasa anual media de crecimiento solo inferior a la del Japón en la escala mundial. Ahora pretende olvidarse, pero la inmensa mayoría de nuestro pueblo recuperó con él un sentimiento de dignidad nacional y de presencia histórica.
Franco no fue jamás un dictador o el autócrata cruel y despiadado que pretenden presentarnos. Tampoco fue antidemocrática, ni inmovilista. Tuvo como hombre publico grandes aciertos y ocasionales equivocaciones. Él creía en la evolución, en las renovaciones operativas y entendía que había muchas formas de democracia y que los grandes ideales de la democracia entraban, en circunstancias históricas determinadas, en colisiones insolubles. Pensaba que en la era de los materialismos, mientras se producía una euforia de las libertades públicas, se iniciaba paralelamente una inversión y una alienación de las libertades privadas. Creía que la aspiración a la igualdad pugnaba con el ansia desaforada de libertad y que la fraternidad tropezaba con el egoísmo. Quiso que frente a un modelo ideal de convivencia democrática pudieran realizarse concretas libertades publicas y privadas, acercando al pueblo a la participación en el poder —eliminando la mediación de los partidos— y en la riqueza, por el mero hecho de crearla y mejorar su distribución. Intentó hacer del bienestar un desarrollo creador al alcance de los hombres, para evitar conflictos y hacer imposibles situaciones de irritante injusticia. Por eso el régimen que fundó podía ir llevando paulatinamente a sus Ultimas consecuencias las virtualidades democráticas de un sistema de autoridad. No mantuvo jamás un monopolio cerrado de poder. Entiendo que, si en España se hubiese mantenido una política monopolista dictatorial del poder, hubiese sido absurdo promover un desarrollo educativo como el que se realizó) y que amplio nuestros ámbitos universitarios y suscito un desarrollo cultural y económico que permitió alcanzar niveles espectaculares de mejoramiento social. De hecho, Franco compartido el poder con todos, incorporando a esta tarea otros grupos y fuerzas nacionales, que, sin haber participado en la guerra, participaban de un sentimiento nacional de coincidencia, no precisamente rígida y a veces con discrepancia notoria en aspectos no del todo accesorios. Con una perspectiva adecuada, lo que se ve del Régimen no es su monolitismo, sino su constante evolución hacia una apertura cada vez mayor a determinadas corrientes occidentales, pero sin perder su sustancia, ni su originalidad. Una cosa era la reforma y otra la ruptura.