Franco visto por sus ministros: Juan Castañón de Mena

Franco visto por sus ministros.

Coord. Ángel Bayod

Página 174

 

Franco estuvo dotado de una férrea voluntad, de una extraordinaria memoria y de un claro entendimiento.

 

Militar y arquitecto. Ministro del Ejército del 29 octubre 1969 al 11 junio 1973. Nació en Madrid el 10 de mayo de 1903. Estudió en la Academia de Infantería de Toledo, siendo promovido al empleo de alférez en 1921. Tras tomar parte en la guerra de Marruecos hasta 1925, ingresó en la Escuela Superior de Guerra y, al finalizar sus estudios, fue promovido a capitán del Cuerpo de Estado Mayor. Estuvo destinado en la Comisión Geográfica hasta junio de 1931, en que pasó a la situación de disponible. Ello le permitió proyectar sus aficiones artísticas hacia el ámbito profesional, ingresando en setiembre de 1931 en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, en la que cursó la carrera de arquitecto que culminaría con el grado de doctor. Es también ingeniero geógrafo. En 1934 fue reintegrado al servicio activo y llamado por el coronel Aranda formó parte de las unidades que intervinieron en Asturias. En 1935 se le destinó a la Capitanía General de La Coruña en el Estado Mayor. Desde el comienzo de la guerra civil, con las columnas gallegas, tomó parte en la liberación de Oviedo, siendo durante la campaña jefe de Estado Mayor de la División 82, ascendiendo a comandante. En 1940 y por méritos de guerra ascendió a teniente coronel, y fue nombrado profesor de la Es-cuela de Estado Mayor. En 1951 pasó al Estado Mayor Central del Ejército y en 1952 fue designado ayudante de campo del Jefe del Estado. Al ascender a general continuó como ayudante del Generalísimo y fue profesor principal de la Escuela Superior del Ejército. Como general de división fue gobernador de Madrid y jefe de la División 11. En 1965 ascendió a teniente general y fue nombrado jefe de la Casa Militar del Generalísimo. Tras su cese de ministro se reintegró a su actividad profesional y su vida familiar. Está casado y tiene siete hijos. Falleció el 27 de septiembre de 1982, en La Coruña.

 

¿Cuál es su visión personal del anterior Jefe de Estado?

 

El 20 de noviembre de 1975 es una fecha tristemente inolvidable.

Aunque el estado del Generalísimo a mediados de noviembre ya no ofrecía ninguna esperanza, su muerte fue —especialmente para los que habíamos estado tantos años junto a él— sumamente penosa.

Yo regresé aquel día muy tarde a casa y me dijeron que con mucha insistencia me habían estado llamando de ABC. No llevaba cinco minutos cuando volvieron a hacerlo; era un buen amigo mío al que a pesar de mi estado de ánimo no podía negarme a mandarle lo que me pedía, unas líneas aunque fueran muy breves, de mi recuerdo, algo sobre el que había sido Generalísimo de nuestro Ejército y Jefe del Estado durante casi cuarenta años.

Me apremiaba mucho porque era muy tarde y quería que se publicara al día siguiente. Yo, como el que redacta una carta urgente, escribí unas líneas que mandé sin corregir. Al día siguiente lo leí en el ABC; había una errata que claramente se comprendía y subsanaba, no sé si mía o de la transcripción porque no tenía copia. «Las virtudes de Franco» lo habían titulado y realmente el título correspondía bien al texto.

¿Por qué escribí yo sobre las virtudes de Franco? Seguramente hubiera sido más lógico que yo (ayudante, jefe de su Casa Militar y Ministro de un departamento militar) me hubiera referido a su gran figura militar tan claramente manifestada y tan unánimemente reconocida. ¿Por qué en aquellas líneas tan espontáneas y rápidas, cuando sólo su persona y toda su persona ocupaban mi mente, fue así? Quizá porque la pena me hacía pensar más en la persona que en su obra.

En las páginas de ABC, llenas de opiniones acertadas de tan distintas personas, de ideas en muchos aspectos diferentes, se abarcaba casi todo aquello, que era mucho, en que tan brillantemente había destacado en su larga vida.

Sobre el Generalísimo Franco se ha escrito bastante en España y fuera de España; sobre todo fuera de España, aunque con escasa objetividad. Los hechos, su obra, son bien conocidos, pero su persona (juzgada más bien por su apariencia externa), no; salvo raras excepciones (alguna muy digna de toda alabanza), lo han sido muy superficialmente y no con demasiado conocimiento.

Es posible que ello sea por esa tan extendida imagen de hombre impenetrable y porque ciertamente para conocer bien hay que penetrar profundamente en la persona.

Por el contrario eran él y su mirada los que penetraban muy hondo. Escuchaba bastante y mientras tanto sus ojos obtenían una radiografía que pudiéramos llamar psicológica del interlocutor. Y seguramente no le haría falta escuchar y mirar mucho para conocer, porque tenía un sentido y un conocimiento humano extraordinario. Era el resultado claro de la trayectoria de su vida.

Sin cumplir aún los 18 años estaba en África mandando una Sección (40 o 50 hombres entonces) y según testimonio de sus jefes y compañeros se hacía querer y respetar extraordinariamente; sus ascensos por méritos de guerra le llevaron rápidamente a teniente, capitán y comandante. En 1920 se crea la Legión y él manda una Bandera que destaca. El mando de aquellos legionarios no era fácil y él hace con un temperamento muy distinto, casi opuesto al de Millán, unos soldados de verdad, magníficos, capaces de los hechos más heroicos. Su Bandera resuelve los momentos más difíciles.

Cuando la preocupante situación del año 1924 obliga al general Primo de Rivera, presidente de Gobierno, a marchar a Marruecos, Franco manda la Legión y su actuación, por tantos narrada en coincidencia unánime, se dice fue decisiva siempre para la terminación victoriosa de aquella campaña.

En febrero del año 1926 es ascendido a general, a los 33 años. Pero no es esto (que es tan conocido) para tratarlo ahora, sino considerar cómo toda su actuación se realiza con hechos que muchos de ellos corresponden a empleos o cargos muy superiores al que ostenta y sobre todo a una edad en que los compañeros de Academia son aún capitanes.

De regreso a la Península, como se trata de un general de extraordinario prestigio, las misiones que generalmente se le encomiendan son siempre importantes, así como los destinos y cargos que se le confieren.

Después no es necesario recordar que en octubre del año 1936 cuando asume la Jefatura Suprema no tiene aún 44 años.

Su conocimiento profesional y humano va por tanto adelantado en 30 años sobre lo que es normal y a los 40 de edad tiene ya así la experiencia de un hombre de 70. Después, en la Jefatura del Estado, semanalmente escucha en las audiencias (y retiene con su prodigiosa memoria) desde las diez de la mañana hasta las tres de la tarde (y varias veces hasta las cinco o las seis sin interrupción) a personas, muchas de ellas de extraordinaria valía, que llevan los asuntos más diversos e interesantes.

Aun cuando estas cualidades son dones recibidos, es indudable que las circunstancias de una vida así y una firme voluntad, las forja, las aumenta y las perfecciona.

Y Franco estuvo dotado de una férrea voluntad, de una extraordinaria memoria y de un claro entendimiento.

Es difícil conocer estas cualidades humanas en toda su amplia gama y más aún cuando la posición o cargo que se ocupa pueden encubrirlas.

Algunas son bien manifiestas, como era la laboriosidad en el Generalísimo, tan conocida por todos y aunque tan positivamente juzgada, no en toda su verdadera y curiosa magnitud.

Por ejemplo: su mesa de despacho con aquel desorden aparente, era así precisa y paradójicamente una ayuda perfecta que aumentaba su capacidad. de trabajo.

Tenía una memoria, una retentiva grande para la situación de las cosas; es muy conocido por lo frecuente el hecho de decirle al ayudante: «Tráigame de mi mesa, del montón primero de la derecha, un papel que a mitad de su altura sale un poco más»; esto o cosa parecida era siempre rápido y de fácil éxito.

De cuando en cuando se recogía y se archivaba todo aquello de una manera sencilla pero siempre bajo su dirección. Era muy difícil el arreglo y aun la limpieza de ella porque dentro de tales montones de papeles y libros que rápidamente crecían, cada uno tenía su sitio conocido para su momento de lectura. Había libros y asuntos que podían leerse poco a poco en breves momentos de lectura, otros que la exigían más continuada. Aquellos que estaban muy a mano los leía entre despacho y despacho de los ministros o las visitas citadas, cuya duración a veces no coincidía con el tiempo previsto. Los que requerían una lectura de más duración, lo eran al terminar, hasta la hora de la cena. Su jornada de despacho por la tarde solía durar de cuatro y media o cinco hasta las diez o diez y cuarto de la noche.

No creo en cambio que sea muy conocida la imagen de Franco como hombre con gran espíritu de humildad. Y sin embargo creo que lo tenía. ¿Por qué su formación religiosa le llamaba a serlo?, ¿por don natural? No sé.

He podido comprobar en muchas ocasiones su gran formación religiosa. Sobre el fondo de una fe firme y segura, que le sostuvo en los momentos más difíciles, se formó ese espíritu, yo creo que se autoformó (posible en él dado al estudio y meditación, con una inteligencia clara y una enorme dosis de sensatez) o al menos se perfeccionó siendo un verdadero católico que no se separó jamás de sus arraigadas convicciones.

Muchos estiman (creo que erróneamente) a la humildad un poco contrapuesta al poder.

Franco ejerció el mando de todas las fuerzas nacionales durante la guerra, y la Jefatura del Estado, salvando momentos muy difíciles; tuvo el poder pero no lo buscó. Sus éxitos en la campaña de Marruecos, que le llevaron tan rápidamente al generalato, fueron impulsados siempre y sólo por su elevado espíritu y deseo del mejor cumplimiento del deber, servido por un conocimiento profesional, un valor y una serenidad extraordinarios, según refieren los que con él combatieron.

No es que un detalle, una anécdota, definan un carácter, pero una exclamación espontánea que se ve sincera, puede ser un indicio que merezca observarse.

En un viaje a Barcelona con motivo del Congreso Eucarístico Internacional, tuvieron lugar una serie de actos y entre ellos el traslado de los restos de los reyes de Aragón al monasterio de Poblet. La noche anterior cenamos en el Azor atracado en el muelle, muy en la intimidad, sólo cuatro personas. Se habló de las obras, de reconstrucción de Poblet, de la orden del Cister, de cómo ésta se había recobrado rápidamente, y cuando recordé que san Bernardo, en los orígenes del Cister, llevó a ella a los mejores caballeros de Borgoña y que su propio padre, el consejero del duque de Borgoña, Trascelin llamado El atrevido, ingresó en la orden como hermano lego, el Generalísimo, muy bajo, con voz casi imperceptible y como si hablase consigo mismo, dijo: «Quién pudiera hacer lo mismo.»

En aquel viaje y como para ir a una inauguración en el Bruch había de pasarse por Montserrat, me dijo la noche anterior: «No me parece bien pasar por el monasterio sin entrar a rezar una salve a la Virgen, pero no lo digan hasta el momento de salir, y sólo una cosa rápida», como así se hizo.

Nos encontramos muy sorprendidos cuando en esta rápida e improvisada visita, el abad, con el pretexto de enseñar las obras que estaba haciendo, nos llevó el Salón de Actos donde, reunidos los novicios, uno de ellos leyó una bonita oración de salutación y elogio, a la que el Generalísimo hubo de contestar con unas improvisadas palabras de agradecimiento. Habló de la vida contemplativa y del poder de las oraciones: «Cuántas ayudas insospechadas que no llegamos a comprender son debidas a las mortificaciones, al rezo y a esas oraciones de la vida contemplativa. Por eso, tanto en nuestros éxitos, como en esas circunstancias que favorecieron nuestro esfuerzo, hemos de tener la necesaria humildad para ver, como yo he visto tantas veces, la ayuda Divina movida por las oraciones vuestras

Yo, en otras ocasiones, le había visto producirse en parecidos términos, pero nunca como en esta ocasión que siento no recordar en todas sus exactas palabras. Tanto impresionaron, que poco tiempo después, en la espera de la audiencia con el Generalísimo de monseñor Escarré, abad entonces del monasterio de Montserrat, éste, comentando el hecho, me dijo que lo encontró tan extraordinario que lo puso en conocimiento de Roma.

La sencillez y la austeridad completaban y conformaban esta su manera de ser, que se manifestaba especialmente en su vida privada, carente por completo de necesidades.

Por la dura vida desde su juventud, pero indudablemente mucho más por temperamento, era insensible al frío y al calor e infatigable en el trabajo.

Recuerdo que al terminar en Sevilla una jornada con el ministro de Agricultura, que duró de nueve de la mañana a ocho de la noche, y comentarse unánimemente la dureza de aquella visita al campo andaluz, dijo muy seriamente que había sido bastante cómoda porque todo lo habíamos hecho en coche. Realmente aquel coche era un Land Rover todo terreno, en el cual habíamos estado dando tumbos por arados y barbechos todas aquellas horas.

Quizá por deformación del verdadero conocimiento de algunas de estas cualidades, se haya pasado a considerarle paciente y lento en sus decisiones. Yo creo que nada más lejos de la realidad.

Prudente sí. Dio muchas pruebas de ello. Pero prudencia no es pasividad. Como prudente, escuchaba, ponderaba y decidía en el momento preciso. En unos casos lo prudente fue esperar, en otros actuar rápidamente.

Aunque algunas veces lo parezca, la prudencia y la audacia, no son incompatibles. El Generalísimo, en su larga vida y especialmente en el campo militar, donde el factor tiempo adquiere la mayor importancia, ha dado pruebas de rápida decisión y de audacia.

Siempre supo ponderar debidamente, jamás perdió la serenidad y esto le permitió en los momentos más difíciles atender a múltiples factores cada uno en su justo valor.

Podríamos indicar muchas situaciones que muestran estas cualidades (porque su vida está llena de ellas) y que forman esa visión mía personal del anterior Jefe del Estado.


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