Franco visto por sus ministros: Julio Salvador y Díaz-Benjumea

Franco visto por sus ministros.

Coord. Ángel Bayod

Página 186

 

España podía tener la seguridad de contar con un gobernante que no admitía actuar con ligereza o esperar que su buena estrella le ayudase a obtener soluciones favorables.

Militar. Ministro del Aire del 29 octubre 1969 al 29 diciembre 1973. Nació en Cádiz el 22 de mayo de 1910. Ingresó en la Academia de Infantería, recibiendo el despacho de alférez en 1928. En 1930 ingresó en el Servicio de Aviación Militar, realizando cursos de piloto y observador, obteniendo el número uno de su promoción. Destinado en Sevilla al iniciarse el Alzamiento, perteneció a la «Patrulla Azul» con García Morato, actuando en los frente de Somosierra, Extremadura y Madrid. Fue derribado en el frente del Ebro en 1938, regresando a través de Francia en 1939. Después de la guerra fue inspector de la segunda escuadrilla expedicionaria en Rusia. En 1950 fue enviado a Washington como agregado aéreo y, posteriormente, desempeñó la jefatura de la Escuela de Caza de Morón (Sevilla) y la dirección de la Academia General del Aire. Ascendido a general en 1963 fue jefe de Estado Mayor de la Región Aérea del Estrecho y en 1965 jefe de las Fuerzas Aéreas de Defensa. En 1966 ascendió a general de división y destinado como presidente del Tribunal Aeronáutico. En octubre del mismo año pasó a segundo jefe del Alto Estado Mayor, que ocupaba al ser nombrado ministro. Ha sido consejero nacional del Movimiento por designación del Jefe del Estado y, por ello, procurador en Cortes durante ocho legislaturas. Está en posesión de la Medalla Militar. Casado y tiene nueve hijos. Falleció en Madrid, el 22 de junio de 1987.

 

Para usted ¿qué ha significado el Generalísimo?

Para contestar a esa pregunta debo empezar por considerar que yo fui nombrado ministro por mi vocación de aviador y no por mi vocación política. No obstante está claro que el simple hecho de analizar nuestra situación económica, nuestras relaciones internacionales, nuestro nivel de vida, etc., supone entrar en consideraciones políticas. Pero el no sentir vocación política supone que este análisis queda limitado a lo más sobresaliente, sin entrar en el detalle de causas o extensión y, en este sentido, el Generalísimo ha significado, para mí, llevar a España a un nivel de prosperidad que veía muy difícil de alcanzar.

En el año 1950 fui destinado a los Estados Unidos como agregado aéreo y, nada más pisar aquel país, me llenó de tristeza el contemplar la diferencia del nivel de vida, al comparar aquellos maravillosos comercios, los automóviles, la alimentación, con lo que por entonces teníamos en España. A mi regreso, a los pocos años, se apreciaba que estábamos mejorando, pero se-guía el complejo de inferioridad que creaba nuestro nivel de vida. A mediados de la década de los 60, este complejo desapareció. Por supuesto no teníamos el nivel de vida de los Estados Unidos, pero con medios más modestos estábamos rodeados de cuanto hace agradable la vida moderna.

Quizá un ejemplo vivido ayude a comprender lo expuesto. Cuando se inició nuestra guerra, yo era joven y mis actividades se habían desarrollado exclusivamente en las capitales donde estudié o donde estuve destinado. De cuando acontecía en los pueblos y en el campo, sólo tenía ligera idea.

En el año 1941 fue destinado a Morón de la Frontera, a mandar la Escuela de Caza. En mis relaciones con amigos de Morán me vi en seguida comprometido a asistir a cacerías, a las que pronto me aficioné. Pero me causó una tristísima impresión el contemplar cómo vivían los obreros del campo en general y concretamente los que intervenían como ojeadores o secretarios. Los trajes estaban llenos de remiendos, sus zapatos eran trozos de cubiertas de ruedas de automóviles sujetas por “unas cuerdas y, a la hora de la comida, toda su alimentación era un trozo de tocino con un poco de pan. Aunque compartíamos nuestra comida con ellos, todos los cazadores coincidíamos en ayudar para que se amortiguase al máximo la diferencia, si bien dándonos cuenta de que resolvíamos, y sólo en parte, un problema que afectaba a cientos de miles de españoles.

Cuando en el año 1962 volví a mandar la Base de Morón « volví a asistir a cacerías, gran parte de los ojeadores y secretarios eran los mismos que había conocido en los años 40, pero ya iban normalmente vestidos y calzados; su comida no tenía diferencia apreciable con la nuestra y la mayoría habían venido en una moto de su propiedad para asistir a la cacería.

Creo que el conocimiento de lo expuesto pudiera ser muy útil que llegase a muchos españoles, para que hagamos un esfuerzo de unión, comprensión y ciudadanía, a fin de que la situación que existía en los años 40 no vuelva jamás.

En el orden militar es imaginable que todos los que seguimos con ilusión y vocación la carrera de las armas, sintiéramos una extraordinaria admiración por su figura. No era el caso de un oficial que tuvo algunas ocasiones de distinguirse y lo consiguió. Fue un oficial que destacó en todas sus actuaciones y en todos los empleos. Entre sus muchas virtudes conocidas, su valor, inteligencia, dotes de mando, etc., aprecié una (algún otro compañero de Gobierno también lo apreció) para mí valiosísima, y que creo contribuyó a sus éxitos políticos: su prudencia. Jamás le oí decir: «Hay que ser prudente», pero sus decisiones eran prudentes. España podía tener la seguridad de contar con un gobernante que no admitía actuar con ligereza o esperar que su buena estrella le ayudase a obtener soluciones favorables. Junto a la larga meditación, siempre lo vi inclinarse, ante problemas delicados, en favor de la solución más prudente.

Debo confesar que esta observación me hizo reforzar mi deseo personal de actuar prudentemente en todos mis actos y, sobre todo, en los últimos años de mi vida aeronáutica. 

 

 


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