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La revista «Hechos y Dichos» publicó en su día la información que reproducimos seguidamente y que constituye un testimonio del más alto valor de las relaciones que la Iglesia española mantuvo con el Caudillo Franco. En algún despacho rectora! o en alguna celda monástica sería redactada la ORACION DEL CAUDILLO que figuraría en el ritual de esta ceremonia y que ahora, a la vista de lo que vemos, se diría que es lo que el viento se llevó.
LA VICTORIA DE ESPAÑA FRANCO RINDE SU ESPADA A LOS PIES DEL CRISTO DE LEPANTO
20 de Mayo de 1939
El acto tuvo lugar en Madrid, en la Iglesia de Santa Bárbara, a las once de la mañana del día 20 de mayo de 1939.
La ceremonia fue de marcada forma arcaica y tradicional y de extraordinaria unción religiosa.
La Iglesia se hallaba severamente adornada. En el Altar Mayor había sido colocado el histórico Cristo de Lepanto, traído de Barcelona y milagrosamente salvado de la horda roja.
A la derecha, del lado del Evangelio, se veía el Arca Santa de Oviedo y a ambos lados sobre los estrados del Altar, cinco grandes hachones con candelabros de plata. Más abajo, en la parte exterior del presbiterio, las cadenas históricas de Navarra, limitaban el altar. Desde las gradas del presbiterio se extendía una magnífica alfombra y en la parte del jardín se veían magníficos tapices que representaban hechos gloriosos de nuestra Historia.
Paralelamente a la alfombra y sobre las gradas hasta la entrada de la iglesia, centenares de Fechas y Pelayos luciendo la boina roja y la camisa azul, realzaban el acto. Desde muy temprano las tropas cubrían las calles del trayecto. Todo estaba espléndidamente preparado para recibir al Caudillo y al Gobierno en pleno.
El Obispo de Madrid-Alcalá, revestido de pontifical, esperaba al Caudillo. A las once menos cuarto llegó éste. Gran emoción. Todas las palmas que allí se llevaron procedentes de Levante, comenzaron a vibrar y a agitarse en el aire. La artillería disparaba salvas y campanas de las Iglesias repicaban en todo Madrid. El Caudillo subió la escalinata del templo hasta llegar ante el Obispo de Madrid-Alcalá, donde se hincó de rodillas ante un almohadón colocado al efecto.
El Obispo dio a besar al Caudillo, su anillo y un Santo Cristo. Bajo el palio cuyas varas eran llevadas por los miembros del Gobierno, entró el jefe del Estado en el templo a los acordes del Himno Nacional.
Llegado a las gradas del presbiterio, el Caudillo quedó en pie ante el reclinatorio. Tras él el Gobierno a la derecha, con los Consejeros Nacionales y miembros de la Junta política, y a la izquierda los Generales y Jefes militares.
En el presbiterio se situaron las Autoridades, varios Prelados y numerosos sacerdotes.
De cómo FRANCO rindió su espada a los pies del Cristo de Lepanto y recibió en la iglesia de Santa Bárbara, de Madrid, la bendición del Cardenal Gomá.
Detrás de las gradas del Altar se hallaban los Benedictinos de Silos que habían de entonar las antífonas.
El Obispo de Madrid-Alcalá entono acto seguido el Te-Deum que fue cantado con extraordinaria fe y unción por el coro.
Terminado el Te-Deum, dejó el Altar Mayor, donde se colocó un sillón que fue ocupado por el Cardenal Primado.
En este momento comenzaron a resonar las antífonas contadas por los Benedictinos de Silos, con oraciones recogidas del «Antifonario mozárabe del siglo primero».
La letra de las antífonas, entonadas por los Benedictinos, dice así:
A.—Se nos anuncia vuestros goces y vuestra unión. Nos alegramos de vuestra llegada, porque hemos recibido un varón bueno y amable para que haya alegrías en este hogar.
R.—Y gocemos con gran gozo dando a Dios acciones de gracias porque hemos recibido un varón bueno y amable en este lugar.
A.—Bendito el Señor que dirige vuestros pasos hacia nosotros. Para vos sean las alegrías hasta la eternidad y en los siglos de los siglos.
R.—Sois una persona elegida por Él para que os sintáis, oh pueblo, satisfecho de la elección. Alegría hasta la eternidad y en los siglos de los siglos.
A.—Bendito es en la ciudad, bendito en el campo y benditas todas sus huellas, bendito al entrar y al salir.
R.—Bendigamos al Señor de Sión, bendito al entrar y al salir.
A.—Hemos deseado ver vuestra llegada con la mayor alegría y todos nos alegramos. Alleluia.
R.–Y nos alegramos con gran alegría, y le vimos y nos alegramos. Allelulia.
A.—Alleluia. Salieron el encuentro las gentes de la ciudad diciendo: «Paz a vuestra llegada. Alleluia. Venimos a anunciaros la paz. Santificaos y alegraos con nosotros».
R.—Todos los santos de la iglesia de Cristo os saludan con escala santa. ¡Alleluia! ¡Alleluia! ¡Alleluia!
Los religiosos de Silos cantaron también la siguiente oración a la vuelta del Caudillo después de la guerra.
Rey Dios, por quien se rigen los destinos de los reyes y bajo cuyo gobierno todo se hace noble y en cuya ausencia, frágil, asiste como prudente moderador al Caudillo Franco, tu siervo; dale Señor, firme rectitud en la fe y una guarda invencible de su ley. Sobresalga por sus virtudes de modo que sea agradable a Su Majestad y de tal manera conduzca a Tu Pueblo.
Padre nuestro que estás en los cielos…
Acto seguido los Benedictinos cantaron la siguiente bendición.
«El Dios Omnipotente te trajo a nuestra tierra para él y para que lleve tu alma al heroísmo eterno. Así sea. El que nos hizo volver a ti os haga llegar a él. Así sea. Aquí llegamos por vuestro regreso, por el eterno don que nos ha dado. Así sea».
ORACIÓN
Dios a quien todos se someten, a quien todas las cosas sirven, haz que los tiempos de la vida de tu buen siervo Caudillo don Francisco Franco Bahamonde, sean tiempos de paz y aleja con tu clemencia la guerra bárbara, para que aquél a quien pusiste al frente de tu pueblo bajo tu guía, tenga paz y días de gloria. Te rogamos ¡oh Señor!, que seas propicio a nuestras preces. Tú que eres Rey de Reyes, para que mires benignamente y guíes al Caudillo don Francisco Franco y al que diste un pueblo sujeto a su gobierno. Asístele en toda su voluntad».
LA ORACIÓN DEL CAUDILLO
El Caudillo escuchó estas oraciones visiblemente emocionado. In-mediatamente después se adelantó depositando su espada a los pies del Cristo de Lepanto. Acto seguido y muy emocionado, leyó la siguiente oración: Señor: Acepta complacido la ofrenda de este pueblo que conmigo y por tu nombre ha vencido con heroísmo a los enemigos de la Verdad, que están ciegos, Señor Dios, en cuyas manos está todo el derecho y todo poder, préstame tu asistencia para conducir a este pueblo a la plena libertad del Imperio, para gloria tuya y de la Iglesia. Señor, que todos los hombres conozcan a Jesús, que es Cristo, Hijo de Dios vivo».
BENDICIÓN DEL CARDENAL
En este momento el Caudillo se hinca de rodillas ante el Cardenal Gomá, quien le dio la Bendición diciendo: «El Señor sea siempre contigo, y El, de quien procede todo derecho y todo Poder, y bajo cuyo imperio están todas las cosas, te bendiga y con admiración providencial siga protegiéndote, así como al pueblo cuyo régimen te ha sido confiado. Prueba de ello sea la Bendición que te doy en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». El Cardenal Gomá, después de darle la Bendición al Caudillo, le abraza emocionado. El momento fue de una solemnidad inenarrable y esta emoción en el público no tuvo límites al ver que el gran amado de su pueblo, que tantos laureles había alcanzado, abrazaba a la más alta Autoridad de la Iglesia en esta España que nunca dejará de ser católica. El Caudillo no pudo contener las lágrimas.»