Franco y las clases medias, por Rafael Casas de la Vega

Rafael Casas de la Vega

Razón Española 

Se ha escrito mucho sobre Franco. Para ensalzarle y para rebajarle. Dentro de España se estilaba ensalzarle cuando estaba en el poder, a todo lo largo de su vida. Fuera de España se puso de moda rebajarle, tras la II Guerra Mundial, hasta niveles irracionales. Muerto el General, el número de los maledicentes ha aumentado en España y se mantiene en el exterior. No es rara la diversidad de opiniones sobre hombres importantes. Creo, incluso, que lo que caracteriza a la verdadera calidad de un personaje histórico, a su categoría, es precisamente la diversidad apasionada de opiniones acerca del mismo.

Hace poco, en un periódico he leído un juicio crítico del General acerca de sí mismo, que me parece sumamente adecuado. Cuenta el General Vernon Walters, del Ejército de los Estados Unidos, que su Presidente le encargó preguntar a nuestro General qué pasaría, cuando él —Franco— se muriera. ¿Quedaría todo igual? ¿Qué cree que cambiaría? ¿Quedaba un Ejército poderoso para mantener la situación? Muchas cosas cambiarían: “España irá lejos en el camino que desean ustedes, democracia, pornografía, drogas y qué sé yo. Habrá grandes locuras pero ninguna de ellas será fatal para España… porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de este país, hace cuarenta años: la clase media española. Diga a su Presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español, no habrá otra guerra civil“.

Efectivamente, éste es el gran triunfo de Franco y de su gran equipo, de sus curas, de sus militares, de sus falangistas, de sus requetés, de sus miles de asesinados por creer en Jesucristo, de los pobres, que eran mayoría y se unieron a él, porque estaban hartos de las izquierdas exigentes con la estaca levantada y de las derechas que predicaban la paciencia. Pero quizá, sobre todo, de su clase media, que podría sacudirse la miseria de los pueblos y emprender otros caminos vedados hasta entonces, caminos de verdadera libertad.

Porque lo difícil no es soñar con lo que se quiere, con crear esa inmensa clase media, sino poner los medios para que el sueño se haga posible. Hacer, primero, que todos coman; hacer que muchos aprendan a trabajar con provecho; y, finalmente, que los más valiosos, los mejores, ocupen los puestos directivos, sin enjuagues, con justicia. Y él, don Francisco Franco, supo crear todo esto y ponerlo en marcha.

Porque él supo crear, primero, con la generosa ayuda de muchos de los que iban con él, lo que llamó “Auxilio Social”, que era pan para los pobres, y mantuvo, como Dios le dio a entender, un precio razonable para los artículos de consumo obligado, de forma que fueran asequibles para los desheredados de la fortuna. Y todo ello, a pesar de la prohibición británica de utilizar nuestros puertos con regularidad, a lo largo de la II Guerra Mundial.

Y, algo más adelante, con prisas, creó las Escuelas de Trabajo, en las que se enseñaban las técnicas de variados oficios y que cristalizaron en la Formación Profesional, en la que se practicaba con el mejor material docente —sierras eléctricas, tomos, fresadoras— para obtener obreros de primera categoría.

Y, más tarde aún, cuando se pudo, en las Universidades Laborales, donde los hijos de los obreros manuales y de los campesinos sin tierra se podían convertir, si estudiaban, si valían, en ingenieros y en peritos.

Y además de esto, ofreció casas baratas. Hizo y miles en Madrid, en Barcelona, en Sevilla, a precio muy asequible, y la gente desposeída por la guerra se fue colocando. Los dueños de casas de alquiler no están nada conformes; pero ser casero suponía también otras conveniencias que la paz franquista facilitaba. Y así se fueron haciendo con casa más gente en España que en ninguno de los otros países europeos. Parece mentira, pero es verdad. Todavía sigue siéndolo, después de 25 años transcurridos desde su muerte.

Y se inventó lo del turismo y nos llenó España de guiris, sobre todo en las playas y, en especial, en Levante y en las Islas. ¿Suerte? No. Ideas claras de sus fieles, dirigidas por él. Como en Auxilio Social o en la Formación Profesional. Como en que cada español fuera dueño de la casa en que vive.

Y, por no alargar, lo de los coches de gasolina. Antes de la guerra, de nuestra guerra, tener coche era ser rico. Después de mediado el siglo empezaron las carreteras españolas a verse surcadas por los modestos “Cuatro Cuatro” y “Seiscientos”, fabricados en España. Y en una decena de años, el coche, modesto, pero capaz de ir a cualquier capital en pocas horas, era del dominio de la mayoría de los componentes de la abundante clase media española.

Pero todo esto, que debería haber sido hecho antes, se hizo, precisamente, cuando Franco fue nombrado Jefe del Estado y a lo largo de todo su mandato. Y venciendo tres pruebas de hierro que le fueron impuestas, tres problemas graves.

El primero fue que Franco ganó una guerra contra el comunismo y la masonería, juntos, en los años treinta, cuando ambos estaban de moda.

Por entonces resultó que el fascismo italiano1 y el nacional socialismo alemán ayudaron al Alzamiento, mientras que el comunismo ruso ayudó a sus adversarios, y los masones de varios países (en especial de Francia, de Inglaterra y de los Estados Unidos) se limitaron a favorecer a éstos.

Acabada nuestra guerra, los que ayudaron a Franco se enfrentaron a los que habían ayudado a sus enemigos. Y aquí aparece el segundo problema grave resuelto. El Ejército alemán venció a los aliados en la campaña de Francia, ocupó este país y llegó a nuestros Pirineos. Hubo entonces indicios claros del deseo alemán de atravesar nuestra frontera y llegar a Gibraltar. El peligro fue grave, pero Franco supo sortearlo. Mandó una División a combatir contra los rusos y lo hizo bien, y los poderosos ale-manes no se atrevieron a cruzar España para ir a Gibraltar.

El tercer gran problema se produjo cuando acabó la II Guerra Mundial. Hubo entonces intentos comunistas de invadir España, pero sólo logra-ron introducir algunas partidas de guerrilleros que fueron obligadas a retirarse vencidas.

Y tras la tempestad llegó la calma. Y la calma fue que, en los años cincuenta, los poderosos Estados Unidos se dieron cuenta de que el comunismo ruso era un peligroso aliado, un posible enemigo. Y establecieron buenas relaciones con España, llegaron a un acuerdo con el mismísimo Franco y nos echaron una mano, en lo económico, que nos vino bien, y a ellos, quizá, mejor. Fue un respiro ver por Madrid a sus presidentes, y montar en sus “jeeps”, en sus “M 47”, navegar en sus buques y volar en sus aviones. Y, con ellos de amigos, Franco no tuvo que cambiar nada de su sistema de gobierno, seguimos siendo nacional sindicalistas, con nuestros falangistas y nuestros requetés y nuestro clero y nuestra creciente clase media.

Y, como prueba de la calma, una victoria en Ifni y en el Sáhara. Los americanos no nos dejaron llevar el armamento que nos habían vendido o prestado; pero no hizo falta. Nuestra enseñanza militar había logrado crear una larga serie de oficiales que, unidos a los jefes que vencieron en la guerra del treinta y seis, supieron vencer en los dos conflictos coloniales de entonces. «Rara avis», porque los poderosos ejércitos de Francia e Inglaterra no habían tenido éxito y la formidable fuerza americana tuvo que dejar el Vietnam con prisa. Nuestro don Francisco ganó sus crisis coloniales cuando otros, más poderosos, perdieron las suyas.

En los años sesenta yo estuve allí, en paz, en el Guelta, en Mahbes Escaiquima, en Cabo Bojador… Y me. hice amigo de familias saharauis y comí en sus jaimas y pensé con ellos en su independencia. ¿Por qué no?

Y, “vencida de la edad”, como diría nuestro Quevedo, sintió su espada el buen General español, y murió de dolor de que un mal Gobierno español abandonara el Sáhara a Marruecos. Porque él había dispuesto lo necesario para que, en los setenta, el Sáhara pudiera ser defendido.

Y, como le dijo mi General a Vernon Walters, España se salvaría de otra guerra civil gracias a la clase media que había contribuido a crear.

Lo que ya no estaba en sus manos era impedir otras circunstancias ni otras influencias. Lo había temido: “España irá lejos en el camino que desean ustedes, democracia, pornografía, drogas y qué se yo“.

Y aquí estamos, en la España de hoy, con mejores coches, con partidos… pero con pornografía, con drogas y un “qué se yo” que nos llena de amargura, a la vista de los rebaños de pobres mujeres en arriendo, de jóvenes destrozados por la droga, de intentos de rompernos la nación española, de asesinatos cobardes, de coacciones de grupúsculos enanos.

Y, con todo ello, parece que ya estamos palpando una de “las grandes locuras…” de que habló nuestro viejo Jefe del Estado… Pero, “gracias a la clase media española —como dijo él mismo— no habrá otra guerra civil“. La Historia le da la razón.

 

 

Se llamó «fascismo» porque, siendo italiano y amante de su historia, adoptó como emblema las fasces del Lictor, símbolo de mando del Cónsul, mando ejecutivo romano. Fuera de Roma, con hacha; dentro, sin ella. 

 


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