Franco y Terradas, por A. Landa

 

A.Landa

Razón Española nº 56 (pág. 396)

 

     Esteban Terradas (1883-1950) es una de las figuras más destacadas de la ciencia española en la primera del siglo XX. Recientemente, A. Roca y J.M Sánchez ron han publicado su biografía (ed. INTA, Madrid 1990, 358 págs.) y como apéndice dan la lista de las publicaciones de este físico y matemático; pero su obra es aún más ancha que sus numerosos trabajos académicos.

    A finales de 1928, Terradas fue nombrado catedrático de Ecuaciones Diferenciales en la Facultad de Ciencias de Madrid; pero, a causa de su colaboración con el gobierno de M. Primo de Rivera, fue destituido en septiembre de 1931 por la II República. Esta sectaria decisión fue complementada con la convocatoria de oposiciones a la cátedra de la que acaba de ser desposeído. Terradas se presentó; pero los izquierdistas F. Llorente de Nó, R. Araujo y J. Barinaga no le votaron y prefirieron a un correligionario mediocre. Terradas se refugió como profesor encargado de la Estadística Matemática en Barcelona donde, en septiembre de 1932, se le dio la cátedra de Geofísica.

    Al estallar la guerra civil, huyó desde Barcelona a Buenos Aires en el verano de 1936. El Gobierno republicano le destituyó en noviembre de 1937 junto a otros nueve catedráticos que también habían desertado de la zona republicana, entre ellos el célebre penalista E. Cuello Calón y el eminente ingeniero A. Torroja. Terradas deseaba regresar a la España ya liberada y, en marzo de 1939, dirigió un escrito al Ministerio de Educación del gobierno de franco ofreciendo su colaboración. En ese escrito declaraba, entre otras cosas, que no había intentado repatriarse antes por temor a represalias contra sus familiares que se encontraban en la zona republicana, y recordaba que su hijo Roberto había sido encarcelado en <> de Barcelona. Su petición fue atendida y Terradas regresó a España en donde inmediatamente fue incorporado a la vida científica y nombrado profesor de Mecánica en la escuela Superior de Aerotécnica donde ya enseñaban hombres de la talla de J. Rey Pastor, también escapados de la zona republicana, o como J. Palacios, que, en la clandestinidad, había encabezado en Madrid una de las agencias de espionaje al servicio del mando nacional. En mayo de 1942, se creó el Instituto Nacional de Técnica Aeronáutica, y Franco le nombró presidente.

   El científico intervendría también en la Junta de Investigaciones Atómicas, creada en septiembre de 1948 y que, luego, se convertiría en la Junta de Energía Nuclear donde, a la muerte de Franco, trabajaban ya más de dos mil personas, casi trescientos titulados superiores.

   Terradas colaboró en empresas como la Telefónica y en Ponferrrada donde se instaló la gran central térmica. En 1949, ingresó en la Academia de Ciencias Exactas con un discurso titulado Las ciencias y las armas. Murió a los 67 años en el pináculo de su gloria académica, entregado al servicio de su patria.

   Sólo algunos ingnorantes o desinformadores se refieren  todavía a la intelectualidad exiliada de la España nacional. De donde realmente se exiliaron los intelectuales –Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Menéndez-Pidal, Azorín, Marañón, Zubiri, Ochoa, terradas y tantísimos otros- fue de la zona republicana dónde muy pocos pudieron resistir a sus horrores. Donde los intelectuales rehicieron su vida académica fue en la España de la victoria nacional.

  La era de franco, con la creación del Consejo Superior de Investigaciones (1936) y de decenas de centros como el INTA, y nuevas Universidades, registra uno de los momentos más decisivos en la reconstrucción de la ciencia española, punto de arranque de generaciones de docentes e investigadores actuales. Terradas es un prototipo que ejemplifica las relaciones de aquel régimen con la ciencia.

 


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