KRASNY BOR, por Fernando Garrido Polonio

 
  Fernando Garrido Polonio
 
   En enero de 1943 las tropas soviéticas abrieron un corredor de unos 8 ó 10 km de ancho bordeando la orilla sur del lago Ladoga, entre Schlisselburg y los altos de Siniavino, uniendo así la ciudad de Leningrado con el resto del continente. Por esa franja de tierra comenzaron a circular camiones, carros de combate, tropas, municiones y alimentos. Se había roto el cerco de Leningrado.  
 
   La DKA (el Cuartel General del ejército Rojo) estableció nuevas posiciones de primera línea y ordenó a los ejércitos 67 de Leningrado y 2º de choque del frente del Volchov que ampliaran el corredor conquistando las alturas de Siniavino, que eran un excelente observatorio desde el que la Artillería alemana, día y noche, abría fuego constante sobre la angosta franja de la ruptura, única vía de comunicación terrestre con la ciudad de Leningrado. Con ello el mando ruso ejecutaba una ofensiva al este de Leningrado y al sur del lago Ladoga para unir los frentes del Neva y el Volchov.  
 
   El ataque comenzaría desde las posiciones que ocupaba el 55 Ejército del frente de Leningrado, en Kolpino, para avanzar por los flancos del ferrocarril de octubre hacia el poblado de Krasny Borj hasta contactar con el ejército 54 del frente del Volchov, que atacaría simultáneamente hacia el ferrocarril de octubre y Tosno.  
 
   Mientras los restos de las 22 divisiones del 6º Ejército alemán se rendían a los soviéticos a las afueras de Stalingrado, en el frente Norte el mando ruso pasaba al ataque.
 
   La División de Esteban-Infantes, a las puertas de Leningrado, tenía entonces asignado un frente de unos 34 kilómetros y había muchos indicios que avisaban de un inminente ataque hacia el sector oriental del frente español, el subsector de Krasny Borj, mandado por el Coronel Sagrado y defendido por los batallones I y II del Regimiento 262, el Batallón 250 de Reserva Móvil y otras unidades hasta un total de unos 4.200 hombres. Sin embargo, el reciente alargamiento del frente y las últimas bajas sufridas por el II batallón del 269 hacían que la División española estuviera casi sin reservas. 
 
   A las 6:45 h del día 10 de febrero de 1943, unas 800 piezas de la artillera soviética abrieron fuego simultáneamente sobre las primeras líneas españolas y tras dos horas de bombardeo continuo, las divisiones soviéticas 63ª y 72ª del ejército 55, reforzadas con carros de combate y otras divisiones –de la guardia de Simoniak, la 45 de tiradores, la Brigada de esquiadores y algunas fuerzas que habían participado en la ruptura del cerco-, avanzaron sobre las posiciones españolas, que a esas horas ya habían sido literalmente pulverizadas.
 
   De repente, el despliegue ofensivo se había extendido en una línea que abarcaba desde el pueblo de Ibanovo, en la orilla del Neva, hasta el puente sobre el río Ishora, en la carreterea M-10 Moscú-Leningrado.
 
   Sin embargo, tras el machaqueo constante artillero –“rebotábamos en el suelo como si fuéramos nueces trituradas sobre una mesa”, diría el soldado Manuel Sánchez Lozano– y una vez repuestos de la conmoción, los soldados españoles defendieron a sangre y fuego sus posiciones.  
 
   Para entonces, la Batalla de Krasny Borj se había convertido en una auténtica carnicería. Sobre la confusión y el desconcierto, algunos mandos españoles se empeñaban en órdenes contradictorias y, en ocasiones, erróneas.
 
   Ese desbarajuste le costó el mando al Teniente Coronel Araujo, segundo Jefe del Regimiento 262, que fue depuesto por un médico de su propio Batallón. Lo mismo le pasó al Comandante Blanco, al Coronel Sagrado…. ¡Una hecatombe!.
 
   Del lado español, sólo el arrojo, la valentía y la heroicidad casi suicida de algunos evitó el desastre. Hombres como los Capitanes Huidobro, Losada, Ulzurrun, García Segura o el Cabo Ponte Anido escribirían con su sangre nuevas páginas de gloria en la historia militar española. Soldados como el Comandante Reinlein, el Capitán de Andrés, el Capitán Palacios o el Sargento Salamanca, entre muchos otros, salvarían el honor y la fama de la División Azul.
 
   ¿Qué había ocurrido? El mando alemán no supo o no quiso informar al General Esteban-Infantes de lo que se le venía encima, quizás para no crear alarma en las tropas españolas, pero lo cierto es que Esteban-Infantes creyó que aquélla operación era una mera maniobra de castigo contra la División Azul de tal modo que las tropas españolas no se habían preparado para un ataque tan feroz como el que se inició la cruenta mañana de aquel aciago miércoles 10 de febrero.
 
   La desinformación fue evidente. Tanto, que en los propios planos que sobre el despliegue ruso publicaría más tarde el General Esteban-Infantes en su libro sobre la gesta divisionaria[1], sólo aparecen 3 divisiones (la 45, la 63 y la 72). La 43 ni está ni se la menciona, a pesar de que esta división participó activamente en los combates, lo que prueba que entre el mando alemán y el español hubo una comunicación deficiente e imprecisa cuando no nula. Ejemplo de ello es que el Coronel Knüppel –jefe de la plana mayor de enlaces, vía vertebral de la comunicación del General español con el mando alemán-, que tenia que haber bajado desde Proposkaya hasta Chornaya Rieka, junto al puesto de mando de Esteban-Infantes en Raikolovo, no solo no cumplió la orden sino que ni siquiera se puso al teléfono y sólo cuando la situación estuvo dominada, en la madrugada del día 11, se permitió el lujo de presentarse ante el General, casi a la misma hora en que el Regimiento 390 de la División 212, que tenía que haber relevado a los españoles, se limitaba a resguardarse en los bosques de Sablino, al borde de Krasny Borj, cuando ya nuestras tropas se habían desangrado en una lucha agónica. 
 
   Por su parte, el apoyo de la Luftwaffe y los refuerzos alemanes, escasos y tardíos, apenas se implicaron en la batalla.
 
   No obstante, al final de los combates, cuando el General español fue consciente de lo que en realidad había ocurrido, la División Azul únicamente se había replegado no más de tres kilómetros, en una rectificación de línea que bien pudiera interpretarse como una victoria española, al menos moral.
 
   Del lado ruso, el desastre no fue menor. Aunque el día 11 de febrero el comandante de la dirección política del frente, el mayor Dertin, se presentó en la D.K.A informando que el ejército 55 había tomado Krasny Borj, Staraya Missa y la estación de Popovka, haciendo unos 300 prisioneros españoles, lo cierto es que tras el abrumador esfuerzo humano y de medios, a la vista de su resultado el ataque soviético había supuesto un notable fracaso. Tanto, que el Consejo militar del ejército 55 emitió el polémico comunicado nº 0077, de 25 de marzo de 1943, que decía:
 
…La liberación de la estación Sablino-Ulianovka hubiera tenido para nosotros una importancia excepcional, pero justo en estos puntos encontramos una enconada resistencia por parte del enemigo.
 
   El enemigo ha recurrido a los más diversos engaños y ardides con el fin de crear entre nuestros jefes y tropa la impresión de que estaban luchando contra grandes contingentes de fuerzas enemigas, lo que no era cierto, pero lograron impresionar a parte de nuestros jefes y tropas induciéndolas al pánico. Esto explica que algunos de nuestros jefes comisarios disculpen su fracaso basándose en la enconada oposición de grandes contingentes y en su enorme potencia de fuego.
 
   El Consejo militar del frente rechaza estas exculpaciones… Ni un solo jefe o comisario debió hacerse ilusiones sobre la facilidad en conseguir la victoria…”[2]
 
   Por su parte, el jefe supremo del frente de Leningrado, Govorov, reconoció el fracaso de sus tropas haciendo la siguiente comparación:
 
Imagínense a dos boxeadores, uno con los ojos vendados y otro con ellos abiertos. El boxeador con los ojos vendados es tres veces más fuerte que el no vendado ¿Quién creen ustedes que vencería?… Esto fue lo que a ustedes les ocurrió, que condujeron el combate con los ojos cerrados, y pese a ser tres veces más fuertes que el enemigo, perdieron”[3].
 
   Krasny Borj fue un campo de honor pero también de miseria, que hizo sublime el valor de la División Azul convirtiéndose en la fosa común de casi 1.500 soldados españoles, cuyo único sudario fue un lodazal de sangre y barro, y cuyos cuerpos todavía permanecen acurrucados en las viejas trincheras y en el corazón de muchos de nosotros.
 
[1] La División Azul (donde Asia empieza). Edit. AHR, Barcelona, 1ª edición, 1956.  Plano pág. 164
[2] Revista de S. Petersburgo “Panorama”; autor B. Demidov. Traducción de Ramón López P-Izaguirre.
[3] Opus cit. B. Demidov. Traducción de Ramón López P-Izaguirre.
 
 
 

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