Krasny Bor, una mañana en el infierno

José Mª Blanco Corredoira

 

A principios de febrero de 1943 la División Azul se encontraba en la línea del cerco de Leningrado, en sus mismos arrabales, como diría Vadillo. El mando español tenía razones para creer que un ataque muy serio se estaba preparando. Diversas fuentes hablan de algún prisionero ruso que advirtió de esta circunstancia. Desde este punto de vista alguien podría decir que la batalla iniciada por los soviéticos en el albor del 10 de febrero no contaba con el factor sorpresa. Sin embargo, como nos desvela el estudioso general Fontenla, el ejército alemán y su división española no conocían la magnitud de medios que el enemigo se disponía a utilizar. Algunas fuentes han sugerido que pudieron ser más de ochocientas las bocas de fuego encaradas frente al sector español. La potencia de fuego fue, sin duda, descomunal. Por lo que -desde ese punto de vista- aquel ataque sí fue sorpresivo. De hecho, los supervivientes de aquella primera línea agotaron su munición. Lo que da muestra de que no estaban preparados para un ataque de tal envergadura.

   “El volumen de fuego era capaz de remover el suelo como si se tratara de un terremoto, lanzando al aire tal cantidad de tierra que tapaba nuestros planos y nos hacía interrumpir los cálculos de tiro”. Así lo refería el general Víctor Castro San Martín, en aquel día capitán comandante de una batería de artillería en Krasny Bor. El ataque fue tan descomunal que la mitad de las bajas que sufrieron los españoles en aquel día lo fueron por aquella preparación artillera, anticipo de las oleadas de infantes rusos. Los primeros serían soldados integrantes de los batallones de castigo del ejército rojo lanzados a una muerte segura.

   El sector atacado estaba defendido en primera línea por tres batallones del Regimiento 262, mandado por el Coronel Sagrado; y por el Batallón de Reserva Móvil 250º, también conocido como “Tía Bernarda”. La eficacia de la artillería soviética, y de las oleadas de soldados acompañados de tanques, destruyó la primera línea española. Allí fueron hechos prisioneros los capitanes Oroquieta y Palacios; allí murieron los capitanes Losada, Huidobro, Payeras, De la Iglesia, Miranda y Ulzurrun. Pero su entrega no había sido en vano; exhaustos llegaron los rusos a combatir en las márgenes del río Ishora y en las calles de Krasny Bor. En ese segundo escalón se defendieron los españoles con gallardía. En palabras del máximo especialista divisionario, Carlos Caballero Jurado: “…su cerrada defensa acabó convirtiendo en una frustración lo que los soviéticos imaginaban como una victoria completa, y con su disposición al sacrificio dieron el tiempo de reacción a sus camaradas de armas germanos…Los españoles, es obvio, no vencieron en Krasny Bor, pero tampoco fueron derrotados. Lo que sí demostraron fue una extraordinaria capacidad de resistencia, una heroica capacidad de sacrificio y una más que notable eficacia táctica.”

   La batalla de Krasny Bor se saldó con más de mil muertos, doscientos prisioneros y mil quinientos heridos. Tres cruces laureadas y once medallas militares individuales. Pero para apreciar estos fríos datos se hace necesario leer las gestas de inmenso valor y amor a la patria del cabo Ponte Anido -que se inmoló para destruir un tanque-; del capitán Ruiz de Huidobro, que resistió con un espíritu tan apasionado como increíble en su trinchera al frente de sus hombres; del capitán Palacios y su valiente sargento Ángel Salamanca, que lucharon hasta agotar la última bala antes de caer prisioneros, y que mantuvieron la dignidad y el honor de soldados de España en el Gulag soviético durante once años.

 

 


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