La entrevista con Hitler en Hendaya

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Hitler deseaba la incorporación de España a la contienda.
 

   Han transcurrido ya 55 años desde la decisiva conferencia de Hendaya celebrada entre el Führer del III Reich Alemán, Adolf Hitler, entonces en la cumbre de su poder y prácticamente dueño de la Europa continental, y el Generalísimo Franco, Jefe del Estado de una España destruida tras tres años de cruenta guerra civil. Tras la ayuda alemana al bando de Franco en la guerra española y la posterior derrota de Polonia, Bélgica, Holanda, Grecia y Francia en sucesivas y fulgurantes campañas “relámpago” a cargo de la Whermacht, en aquel momento, octubre de 1940, ambos líderes, aunque el mundo los veía como seguros aliados, tenían intereses contrapuestos:

   Hitler deseaba la incorporación de España a la contienda para controlar el estrecho de Gibraltar y con él, el Mediterráneo occidental, sumando además a las fuerzas del Eje al aguerrido y entrenado Ejército español que, dotado con el moderno material alemán, hubiera inclinado decisivamente las operaciones en el Norte de Africa, derrotando a las fuerzas británicas que ocupaban la actual Libia y asegurando la ocupación de Egipto y el posterior avance hacia el valioso y vital petróleo del Próximo Oriente. Todo ello, junto a la utilización de las Islas Canarias como base de submarinos en el Atlántico Central, hubiera debilitado fuertemente la posición estratégica del Reino Unido, entonces prácticamente solo y aislado en su lucha contra el poderoso Reich alemán y sus aliados. Con estas circunstancias, no es difícil deducir que la guerra podría haber tenido un final muy diferente al que conocemos.

   Franco, por su parte, a pesar de las presiones y consejos que para sumarse al carro de los entonces seguros vencedores y así obtener para España sustanciosas recompensas territoriales, políticas y económicas, había llegado a la conclusión de que España no estaba preparada para la entrada en el conflicto, tras los sufrimientos humanos y destrozos en la agricultura e industria producidos por la guerra civil y menos aún para soportar una larga situación de guerra, cuyo final, en su acertado análisis del gran estratega que fue, el Generalísimo no veía tan claro como los entusiastas que le instaban a entrar en el conflicto, entre los que se incluían varios influyentes ministros.

   Así, en una actitud de dureza ante la potencia dominante insólita en la reciente historia de España ( al contrario que Carlos IV y Godoy, quienes cedieron blandamente cuando Napoleón les presionó para el mismo fin, con las conocidas desastrosas consecuencias para nuestro país) Franco dio la talla como prudente gobernante y gran estadista y, ateniéndose únicamente a los intereses españoles, se mantuvo firme ante las presiones del todopoderoso líder nazi, salvando así a España de una guerra que acabó asolando prácticamente toda Europa, produciendo terribles sufrimientos en las poblaciones civiles y catastróficos daños en las infraestructuras e industrias de todos los contendientes.

   En el contexto arriba descrito, y con varias Divisiones alemanas estacionadas junto a la frontera franco-española, tuvo lugar la famosa entrevista de Hendaya entre ambos líderes.

   Ante las tergiversaciones de algunos historiadores, y en nuestra labor de defensa de la verdad, traemos aquí dos importantes documentos sobre el asunto: el primero, con el testimonio de un testigo presencial en el histórico encuentro y el segundo con un análisis de las difíciles relaciones hispano-germanas después de la entrevista y las consecuencias que tuvo sobre la posterior marcha de la guerra, a cargo de un historiador francés poco sospechoso de parcialidad hacia Franco y su régimen:

   Reproducimos en primer lugar el documento auténtico que recoge paso a paso la entrevista de Hendaya: las anotaciones a la conferencia entre el Führer y el Generalísimo fueron realizadas por el barón De las Torres, que actuó en ella como intérprete de alemán por parte española. Dado el interés historiográfico del documento, lo transcribimos íntegramente, tal y como fue redactado por don Luis Álvarez de Estrada y Luque, tres días después de celebrada la cita, y posteriormente publicada en el diario ABC:

   “Llega el tren que conduce a Su Excelencia el Caudillo a la estación de Hendaya poco después de las tres de la tarde. Hace S.E. el viaje en el “break” de Obras Públicas, acompañado por el ministro de Asuntos Exteriores, señor Serrano Suñer, y los jefes de sus Casas Militar y Civil.

   A la llegada del tren es recibido en el andén por el Führer, a quien acompañan su ministro de Negocios Extranjeros, señor Von Ribbentrop, el mariscal Keitel y todo su Estado Mayor. Una vez hechas las presentaciones de los séquitos respectivos, invita el Führer a Su Excelencia a pasar a su coche-salón, donde se ha de celebrar la entrevista.

   En el dicho coche-salón, y en una mesa rectangular para seis personas, toman asiento S.E. el Jefe del Estado, el Führer, el señor Serrano Suñer, el señor Von Ribbentrop, un intérprete y el barón De las Torres, que actúa como intérprete por parte española, prohibiéndose el acceso a dicho salón de ninguna otra persona, ya que los embajadores de Alemania en Madrid, señor Von Sthorer, y de España en Berlín, general Espinosa de los Monteros, han permanecido con el resto del séquito.

   El Führer está sentado en una cabecera, teniendo a su derecha al Caudillo y a su izquierda al señor Serrano Suñer; a la derecha del Caudillo está el señor Von Ribbentrop.

   Comienza S.E. el Jefe del Estado señalando la satisfacción que le produce el encontrarse por vez primera con el Führer, a quien de nuevo reitera las gracias por la ayuda que Alemania prestó a España durante nuestro Glorioso Movimiento Nacional.

   El Führer contesta a S.E. diciendo que es también para él muy grato el momento de encontrarse con el Generalísimo, y después de ensalzar la gesta del pueblo español, que ha sabido enfrentarse contra el comunismo a las órdenes de S.E., señala la importancia que tiene la reunión de ambos Jefes de Estado en este momento crítico de la guerra en Europa, en que acaba de ser derrotada Francia.

   Empieza el Führer por hacer una relación bastante minuciosa de todos los acontecimientos ocurridos hace trece meses, y que han dado origen a la guerra mundial, insistiendo que él no quería la guerra, pero que se ha visto obligado a aceptarla con todas sus consecuencias. Pinta la situación de Europa como completamente favorable a las armas alemanas, diciendo textualmente: “Soy el dueño de Europa y como tengo doscientas divisiones a mi disposición, no hay más que obedecer”. Continúa el Führer ponderando la eficacia y dominio de las fuerzas alemanas, asegurando que ser cuestión de muy poco tiempo el aniquilamiento de Inglaterra, cuya invasión se está preparando con gran eficacia, y que le interesa tener prevenidos y sujetos todos los puntos neurálgicos que pueden ser de interés para sus enemigos, y por ello es por los que le ha interesado tener esta conversación con el Caudillo, pues hay varios puntos en los que España está 1lamada a desempeñar un papel muy importante, y que no hay duda que velando por sus intereses políticos lo llevará a cabo, ya que si dejara pasar esta oportunidad no se le podría presentar nunca más.

   A este respecto, dice que le interesa y preocupan tres puntos, que son: Gibraltar, Marruecos e Islas Canarias. Continúa diciendo el Führer, al pasar a tratar de Gibraltar, que ésta es una cuestión de honor para el pueblo español, el reintegrar a la patria este pedazo de suelo que está todavía en manos extranjeras, y que por su situación privilegiada en el Estrecho sea el punto de apoyo más importante que para la navegación por el Mediterráneo tienen los aliados, y que, por tanto, hay que ir tomando en consideración la necesidad de que se cierre el Estrecho, ya que si Ceuta y Gibraltar estuvieran un manos españolas, sería imposible la navegación.

   Ataca el segundo punto referente a Marruecos, diciendo que España, por su historia y por otros muchos antecedentes, es la llamada a quedar en posesión de todo el Marruecos francés y de Orán (después Argelia), y que, desde luego, si España entraba en la guerra como aliada del Eje, se le garantizaba el dominio de los territorios antes citados.

   Por lo que se refiere a las Islas Canarias, dice que, aunque está convencido de que los Estados Unidos no han de entrar en la guerra, pues no tienen intereses de gran envergadura en ella, no así los ingleses, que aunque sufren una situación precaria actualmente, en cualquier golpe de mano podrían hacerse con ellas y sería, desde luego, un golpe muy fuerte contra la campaña submarina que con toda eficacia se está llevando a cabo.

   Su Excelencia el Jefe del Estado contesta a los puntos que acaba de mencionar el Führer, diciendo que aunque es exacto que Gibraltar es un pedazo de tierra española que hace muchos años está en manos ajenas, y que sería de gran satisfacción para el pueblo español que volviera a formar parte de la patria, hay que comprender que lo que al Führer le parece muy fácil, que es tomar la ofensiva contra Gibraltar, supone para un pueblo que acaba de pasar por una de las más terribles guerras civiles un sacrificio, ya que no tiene aún cerradas las heridas de todo orden que ha sufrido, y que sería una muy pequeña compensación para los estragos y dificultades que la entrada en guerra con Inglaterra supondría.

   Por otro lado, continúa el Caudillo, por lo que se refiere a Marruecos, debe tenerse muy en cuenta el esfuerzo que para una España aún no rehecha de la guerra civil supone el mantenimiento de los efectivos militares que tiene en su zona y que obliga a las tropas francesas a mantener unos efectivos importantes inactivos que no pueden acudir a otros sectores. Continúa el caudillo diciendo que agradece mucho los ofrecimientos que para después de la guerra, y en el caso que entrara España en ella, se le hacen de la zona francesa y de Orán, que no se le ha ocurrido pedir, pero que estima que para ofrecer las cosas es necesario tenerlas en mano, y que, hasta ahora, el Eje no dispone de ellas. Añade el Caudillo que este problema de Marruecos no lo ha considerado él vital para España, y comprende que no se le ha hecho justicia a nuestro país y que no se le ha reconocido la situación que por derecho e historia le corresponde; pero que habiendo sido, como lo prueba la Conferencia de Algeciras, problema que siempre suscitó la intervención de todos los países, aun de aquellos que más alejados se encontraban de él, estima que no debe procederse a la ligera, sino, por el contrario, sin hacer dejación ninguna de los derechos que le asisten, examinar el problema con toda frialdad.

   Por lo que se refiere a las Islas Canarias, no cree el Caudillo que puedan ser objeto de un ataque, pero, desde luego, reconoce que aun cuando existen en las Islas efectivos necesarios, los medios de defensa de que disponen las Islas no están a la altura de las circunstancias, pues el armamento no es eficiente.

   A esto contesta el Führer diciendo que se enviarían por Alemania las baterías de costa de gran calibre que fueran necesarias, así como los técnicos encargados de montarlas y enseñar su manejo.

   Señala el Caudillo, con referencia al cierre del Estrecho de Gibraltar, que considera de mucha más urgencia e importancia el cierre del Canal de Suez, pues el corte de éste traería aparejada la inutilidad del Estrecho de Gibraltar, y pasaría el Mediterráneo pasaría a ser un mar muerto. El Führer se mantiene en su postura de que considera más importante cerrar por Gibraltar que por Suez.

   Insiste Hitler en señalar los grandes beneficios que reportaría a España una intervención como aliada del Eje, manifestando que cree llegado el momento en que España tiene que tomar una determinación, pues no puede permanecer indiferente a la realidad de los hechos y de que las tropas alemanas se encuentren en los Pirineos. Y añade que como mañana o pasado tiene concertada una entrevista con el mariscal Petain y el señor Laval en Montoire, quiere saber a qué atenerse respecto a la actitud de España para obrar en consecuencia con respecto a Francia.

   Contesta a esto el Caudillo que no cree que tenga nada que ver la actitud de España en las conversaciones con una potencia que acaba de hacer ofrecimientos, pues, una de dos, o estos ofrecimientos no son más que el cebo para una posible entrada de España en la guerra o no se piensa cumplirlos si la actitud de Alemania con el Gobierno de la Francia derrotada no es excesivamente dura.

   Esta contestación del Caudillo no parece agradar mucho al Führer (seguramente porque es verdad), y recalca de una manera un poco vehemente, y sin recoger lo dicho por el Generalísimo, que él no puede ir a Montoire a entrevistarse con Petain sin conocer una actitud definida por parte de España.

   El Generalísimo vuelve a insistir en lo antes manifestado, y además reitera que España, que acaba de sufrir una gravísima guerra civil, que ha tenido cerca de un millón de muertos por todos los conceptos, que está falta de víveres y de armamento, no puede ser llevada sin más a una guerra cuyo alcance no se puede medir, y en la cual no iba a sacar nada.

   (Al llegar a este momento se suspendió la sesión, que ha durado desde las cuatro menos cuarto a las siete menos veinte. La conversación ha resultado lenta por tener que traducirse del español al alemán y viceversa. Una vez terminada la conferencia se traslada el Caudillo a su coche-salón hasta la hora de la comida que ofrece el Führer a Su Excelencia y a su séquito. Se reanuda la conferencia poco después de las diez y media de la noche.)

   En la segunda parte de la conferencia se nota desde el principio el afán del Führer de hacer ver la Caudillo la conveniencia de entrar aliado de Alemania en la guerra, por estar ésta, como quien dice, virtualmente ganada, y asegurando que tendría España cuanta ayuda pudiera necesitar tanto en provisiones como en armamento.

   Vuelve el Caudillo a insistir en lo que tantas veces he repetido durante el curso de la conversación, de que España no está preparada para entrar en ninguna guerra, y que no se le pueden pedir sacrificios inútiles para no obtener nada por ellos, y que considera que ya es buena ayuda la neutralidad española que le permite no tener efectivos en los Pirineos y la distracción de fuertes contingentes franceses por nuestras fuerzas militares en la zona de Marruecos, aparte de lo que representa el haberse adueñado España de Tánger, evitando que lo hicieran otros.

   El Führer a esta contestación, y visiblemente contrariado, manifiesta que, aunque eso es verdad, no es lo suficiente ni lo que necesita Alemania.

   El Caudillo le vuelve a contestar que él no puede llevar al pueblo español a una guerra que, desde luego, sería impopular, ya que en ella no se podría alegar que estaba implicado el prestigio ni la conveniencia de España.

   Después de un forcejeo insistiendo ambos jefes de Estado en sus puntos de vista, y teniendo en cuenta que quiere llegarse a una solución por parte de Alemania, propone el Führer, de acuerdo con su ministro de Asuntos Exteriores, señor Von Ribbentrop, que se firme por parte de España un compromiso en el que se compromete a entrar en la guerra al lado de Alemania cuando ésta estime necesario que lo haga más adelante.

   El Caudillo vuelve a insistir en los tan repetidos puntos de vista respecto a la imposibilidad de España de entrar en una guerra que no le habría de reportar ningún beneficio y que, por tanto, aunque fuera un compromiso aplazado, él no lo puede aceptar.

   Se siguen manteniendo durante más de tres cuartos de hora los respectivos puntos de vista y, pasadas las doce y media, el Führer, que ha ido cada vez perdiendo más su control, se dirige en alemán a Ribbentrop y le dice:”Ya tengo bastante; como no hay nada que hacer, nos entenderemos en Montoire”.

   El Führer, dando muestras de su soberbia o de su mala educación, se levanta de la mesa y, de forma completamente militar y agria, se despide de los presentes, acompañado de su ministro de Asuntos Exteriores.

   Poco después, y ya de manera oficial, tiene lugar la despedida en el andén en forma aparentemente cordial.

A la una menos cinco arranca el tren que conduce a Su Excelencia, quien creo ha sacado una impresión del Führer distinta a la que se había imaginado, como aquel señor que cree encontrarse con otro y se lleva un chasco.

Mi impresión, como español, no puede ser mejor, pues conozco a los alemanes y sé sus procedimientos, y teniendo en cuenta la fuerza que tienen hoy en día dominando Europa entera, la actitud del Caudillo ni ha podido ser más patriótica ni más realista, pues se ha mantenido firme ante las presiones, justificadas o no, del Führer y ha pasado por alto con la mayor dignidad los malos modos, al no ver satisfechos sus deseos, del Führer-canciller.”

L. ÁLVAREZ DE ESTRADA y LUQUE

Barón de las Torres – 26 de octubre de 1940

 

   A continuación reproducimos un documento de la revista francesa “MIROIR DE L’HISTOIRE” (Número 187) publicado en julio de 1965 y firmado por el historiador George Roux, en el que se analiza la evolución de las relaciones entre el Reich alemán y el régimen de Franco. El análisis incluye los planes para invadir España que el Estado Mayor alemán elaboró ante la tenaz actitud de Franco de no entrar en el conflicto, en defensa de los intereses nacionales, y llega a la conclusión de que la neutralidad española influyó decisivamente en la derrota de las potencias del Eje:

 

HITLER CONTRA FRANCO

 

   La historia tiene su origen en un tumulto de pasiones, de propaganda, de imaginaciones. Es necesario esperar que se enfríen de nuevo estas lavas ardientes para poder desprender de ellas una verdad más aproximada. Únicamente hoy comenzamos a ver claramente cuales fueron realmente las relaciones entre Hitler y Franco.

 

   Cuando estalló la guerra civil española, el gobierno de París de Julio de 1.936, por múltiples razones, acudió inmediatamente en ayuda del gobierno del Frente Popular español. Esta intromisión determinó inmediatamente una contra-intromisión por parte del Führer que ve en ello, sobre todo, una ocasión de fijar y disminuir militarmente a Francia. La intención hitleriana es más anti-francesa que pro española. Su autor no lo ocultó nunca. En su gran “Historia del III Reich”, el americano William Schirer cuenta como el Führer declaró a su Estado Mayor que no le interesaba del todo la victoria rápida y completa de Franco; lo que le interesaba era mantener el abceso español; en consecuencia, le interesaba más mantener el mayor tiempo posible la guerra civil que ganarla rápidamente. En el curso de las operaciones, como los alemanes desearan participar económicamente en las mismas, el gobierno nacionalista decretó la prohibición de participaciones extranjeras, lo que desencadenó violentas protestas de Berlín.

 

LA ENTREVISTA DE HENDAYA

 

   Después de la derrota de Francia, el Führer decide efectuar una gestión con el Caudillo para empujarle a intervenir en la guerra. La entrevista tendría lugar en la frontera, en Hendaya, el 23 de octubre de 1940. A la hora convenida, el jefe alemán se encontraba en el andén de la estación. El reloj avanzaba, el tren español no llegaba. Los films cinematográficos, tomados en la época, nos muestran a un Hitler furioso, recorriendo a grandes paseos la acera, dando las más vivas señales de enojo. Finalmente, el convoy llegó. Con una hora de retraso.

 

   Franco lo hizo intencionadamente. A uno de sus colaboradores, que le dijo: “Pero Excelencia, vais a llegar tarde”, el Caudillo le respondió: “Lo sé, en ciertos casos es preferible llegar tarde. De este modo uno se encuentra tranquilo al llegar y sus interlocutores están un poco nerviosos, lo que disminuye sus facultades

 (Nota de la Fundación: Franco negó siempre intención alguna en su retraso).  

 

   Las conversaciones duran, se prolongan. En vano. El Führer promete, amenaza, presiona. Franco, con su obstinación imperturbable, no modifica su posición. Se niega a entrar en el conflicto. Al final, el otro no logra obtener nada.

 

   “Esta calma testaruda”, escribe el conde Ciano, “Fue para Hitler como la tortura de la gota de agua. Declaró después a Mussolini que preferiría que le arrancaran tres o cinco dientes antes que tener que soportar una vez más una entrevista con Franco”.

 

   El interprete Paul Schmidt informará que la entrevista “hizo estallar profundas divergencias”. Precisa: “Mientras que Franco exponía su punto de vista con su habitual sangre fría, Hitler se mostraba cada vez más inquieto. Era visible que el curso de la conversación le desagradaba”.

 

   Finalmente, “los sentimientos de los dos participantes se revelaron más alejados que nunca”. En cuanto a Ribbentrop, no ocultaba su cólera.

 

   El fracaso es total. Hasta el punto que, a partir del día siguiente, siempre según Paul Schmidt, el Führer, desilusionado por parte de España “volvió a su idea de utilizar a Francia en su lucha contra Inglaterra, manifestando de este modo hasta qué punto se habían enfriado sus relaciones con Franco”.

 

   No solamente en este otoño de 1.940, en que Alemania se encontraba en la cumbre de su poder, un hombre intentó desafiarle, lo que es ya un hecho suficientemente notable, sino que además – escribe el inglés Hubert Cole – ese día el canciller germano tuvo que renunciar a sus proyectos en el Mediterráneo, “acontecimiento importante que, dos años más tarde, permitirá el desembarco en África del Norte, es decir, significará el giro decisivo de la guerra”.

 

“NO CONSIDERAR MÁS QUE A ESPAÑA” 

 

   Después de Hendaya, Berlín intenta una nueva gestión. El 7 de diciembre de 1940 el jefe de los servicios de información del Reich, el almirante Canaris, es enviado en misión a Madrid. Va a ver al Caudillo, le repite que el Führer desea vivamente poder entrar con sus tropas en España, incluso aventura la fecha del 10 de Enero. Franco, una vez más, repite que es imposible; España no intervendrá.

 

   “El 6 de febrero de 1941”, escribe “Le Soir” de Bruselas del 7 de julio de 1958, “Hitler escribe a Franco una larga carta para decirle que la toma de Gibraltar decidiría la historia del mundo”. El 26 de febrero, el Caudillo responde manteniendo su posición.

 

   Todo lo que consentirá, un. poco más tarde, el gobierno español será, en el verano de 1941, enviar al frente ruso un cuerpo de “voluntarios para combatir el comunismo”, lo que tenía, sobre todo, un valor simbólico. Pero en lo que se refiere al suelo español no se hizo ninguna concesión.

 

   Serrano Suñer informa que en el transcurso de sus viajes a Berlín se le había insistido para poder disponer de bases submarinas en el archipiélago de las Canarias, a lo que tuvo que negarse.

 

   En su obstinación España no buscó en ningún momento servir a la causa de los aliados, con la que se cuidó muy bien de no demostrar ninguna simpatía particular, su actitud no tenía en cuenta más que los intereses propios. La consigna del Caudillo ha sido siempre: “No considerar más que a España”. Lo que no impidió que, de hecho, la actitud española fue en la práctica beneficiosa para los intereses de los Aliados.

 

   Si con respecto a los Aliados España había dado muestra de hostilidad declarada, ante todo la instalación de sumergibles alemanes en las Canarias hubiera cortado la ruta de los convoyes americanos a través del Atlántico. Además, la base de Gibraltar hubiera dejado de ser utilizada por los ingleses. Admitiendo que estos -cosa que hubiera sido posible- hubieran podido conservar intacto el Peñón propiamente dicho, ciertamente no hubieran podido disponer de la pista de aviación situada sobre la estrecha banda de tierra lindante a la costa a lo largo de la misma línea de demarcación de la Roca. Todos los que como yo, conocen esos lugares, dan fe de la imposibilidad absoluta que hubiera existido para efectuar despegues y aterrizajes. Gibraltar perdía todo su interés como punto de apoyo. La posesión de las costas andaluzas desde Cartagena hasta Algeciras significaba la perdida del dominio del Mediterráneo Occidental.

 

LA NEUTRALIDAD DE ESPAÑA, DECISIVA PARA LA CAUSA ALIADA   

 

   Un oficial de la marina aliada, el mayor Harry C. Butcher, escribe con fecha 15 de agosto de 1942: “El éxito de una invasión de África del Norte depende de la neutralidad de España”.

 

   El embajador de los Estados Unidos en Madrid, Carlton Hayes, considera, por su parte, que después de la capitulación de Francia, la no disposición por Hitler de la península Ibérica “constituye el acontecimiento más importante para el desarrollo de la II Guerra Mundial”. El fracaso de la entrevista de Hendaya llegó en un momento crucial; a fines de 1940 las únicas fuerzas aliadas en esta esquina del globo, además de la pequeña guarnición de Gibraltar, son las tropas expedicionarias británicas en la frontera egipcia, a 2.000 Km. de allí. También informa el embajador que el presidente Roosevelt seguía con ansiedad la actitud de Franco. Carlton Hayes añade que la no beligerancia de España no solamente permitió el desembarco en África del 8 de noviembre de 1942, sino que además contribuyó al libre desarrollo de la arriesgada operación.

 

   En ese 8 de noviembre de 1942, España disponía en Marruecos de 150.000 hombres bien adiestrados. Por poco que hubiesen intervenido en favor de Alemania, la operación, que ya era aventurada, hubiera fracasado indiscutiblemente; el menor gesto y todo se hubiera venido abajo. El embajador americano piensa que en este día crucial “la no intervención de España equivalía a ayudar al desembarco”. En su opinión, la entrevista que sostuvo en la mañana del 8 con el general Franco, “fue un momento decisivo”.

 

   Se comprende que, más tarde, en 1944, Churchill y Roosevelt, provocando el asombro de una opinión mal informada, hicieran un homenaje público a la actitud de entonces del gobierno español.

 

   Sir Wiston, en sus Memorias, cuenta “cuán grande era su inquietud” ante lo que podía permitirse Franco, y “cuán grande fue después su alivio”. Escribe, en términos propios, que “El Caudillo rindió a Gran Bretaña un servicio inestimable”. Inglaterra y Estados Unidos siempre condenaron la dictadura, nunca aprobaron el régimen interno de la Península y nunca imaginaron que Franco intentaría mostrarse agradable, pues sabían muy bien que no perseguía otros objetivos que los puramente españoles. Por ello, simplemente se han limitado a señalar un hecho histórico.

 

   De este modo, el comprobar que los españoles no cesaban de desembarazarse de sus apremiantes invitaciones, y al verles, por su inercia, favorecer prácticamente a sus adversarios, Hitler, que contaba con obtener beneficios a cambio de los servicios prestados durante la guerra civil, estaba literalmente furioso.

 

HITLER DESILUSIONADO

 

   Las memorias de la secretaria de Hitler informan que el Führer convenía en que la actitud del Caudillo “le había causado una profunda desilusión”; evitaba incluso hablar de ello como si se tratase de un recuerdo penoso para él. Y cuando se decidía a hablar sobre el asunto era para oírle decir, entre violentas diatribas, acusaciones contra el Caudillo, tachando su forma de actuar de “ingrata” y “traidora”.

 

   Ya, durante el otoño de 1940 cuando su estancia en Berlín, Serrano Suñer señaló que, en los medios militares, se hablaba, con frases más o menos encubiertas, de una “ocupación de la Península Ibérica”.

 

   El ministro español añade que en los años 41 y 42, el Alto Estado Mayor alemán parecía temer un desembarco británico en Portugal, análogo al de Wellington en 1810, preludio del hundimiento del Imperio Napoleónico. Como sus adversarios anglosajones, los dirigentes nazis tenían también puestos los ojos en Madrid. Como ellos, se daban perfecta cuenta de la importancia de la jugada. Sabían leer una carta.

 

   Más tarde, el mariscal Jold (Jefe del Estado Mayor de la Whermatch) dirá que si Alemania perdió al final la guerra fue por tres razones:

 

1) La imposibilidad de invadir Inglaterra.

2) El retraso en la entrada en guerra contra la Unión Soviética.

3) La negativa de España a intervenir en el conflicto.

 

   Después del fracaso de la entrevista de Hendaya en octubre de 1940, seguido del fracaso de la misión Canaris en el mes de diciembre siguiente, el Alto Estado Mayor alemán llegó a la convicción de que no podía esperar nada de Franco. Por tanto, sus analistas decidieron que al fin y al cabo deberían asegurarse ellos mismos por la fuerza lo que amablemente se les negaba. Con vistas a lo cual, planificaron toda una serie de proyectos:

 

EL FÜHRER QUIERE OCUPAR ESPAÑA 

 

   El primero de estos planes de ataque de la península es establecido por el Alto Estado Mayor a principios de 1941. Consideraba un “blitz” (ataque relámpago) sobre Gibraltar. Esta sería la “Operación Isabella”.

 

   Un artículo del antiguo general Leo von Geyr, en 1964, reveló que esta operación se hubiera llevado a cabo, en el mayor secreto, hacia mediados de febrero o marzo de 1941, preparada en el Jura francés. Dice también que no puede explicarse muy claramente este lugar de reunión, elegido quizá simplemente para mantenerse apartado del espionaje aliado.

 

   Minuciosamente estudiado sobre el papel, el asunto no fue llevado a la práctica por encontrarse el Führer abrumado por la preparación de su loca guerra contra Rusia. Sin embargo, un acontecimiento va a hacer reanudar el estudio de proyectos semejantes. El 23 de marzo de 1942, los británicos proceden a una incursión sobre Saint Nazaire (Francia) y esta incursión, aunque no obtuvo resultados, demostró al menos que Inglaterra no había abandonado la idea de un desembarco sobre el continente. Se trataba pues de prevenirlo, principalmente en la Península Ibérica, considerado el punto más débil de la defensa continental.

 

   El 30 de marzo de 1942, Hitler plantea “los principios generales de una acción que había de llevarse a cabo tanto en la Francia no ocupada como en España”. El 29 de Junio, el mariscal Von Runstedt es encargado de establecer un esquema preciso de la operación. Sobre este plan escribe “La Revista de Defensa Nacional” de noviembre-diciembre de 1964:

 

   “…Una directiva del 15 de julio de 1942 traza las grandes líneas del plan llamado “ILONA”. Fija los detalles de ejecución del mismo. Su objetivo: en una primera fase, franquear los Pirineos y alcanzar respectivamente Vitoria, Bilbao y Pamplona. En una segunda fase, ocupar un amplio arco circular, comprendido entre Santander y Zaragoza, y allí esperar nuevas órdenes en previsión de operaciones posteriores. La acción sería llevada a cabo por el I Cuerpo de Ejército, formado por las 7ª y 8ª Divisiones de Infantería, que se concentrarían en la región de Pamplona, teniendo como reserva a la Brigada Paracaidista “Hermann Goering”, la 10ª Division Panzer y dos divisiones más de las Waffen S.S. La operación estaría apoyada, naturalmente, por fuerzas navales y aéreas de reconocimiento y de combate.”

 

   La ejecución de este proyecto comenzó por una concentración de tropas en el sur de Burdeos y por el refuerzo de la III Fuerza Aérea, en la región de Bayona. Sin embargo, todo quedo en esto. El plan “Ilona” ni se prosiguió ni, propiamente hablando, se abandonó, pero fue “aplazado” por tres razones. La primera que Hitler se encontraba cada vez más comprometido en el Este para poder ocuparse del Oeste. La segunda era que, en el transcurso del verano del 42, los éxitos conseguidos por Rommel parecían suficientes para mantener Africa. La tercera razón, la menos conocida, es que Franco, sin duda alertado por sus servicios de información, tuvo conocimiento de los preparativos alemanes y tomó medidas para detenerlos.

 

   En efecto, en una serie de estudios publicados a principios de febrero de 1964 en la “Vanguardia” de Barcelona, el general Díaz de Villegas revela lo siguiente: “El gobierno español fortificó las regiones pirenaicas. Para prohibir el acceso a los puertos de montaña y para barrer los caminos de penetración hacía el interior, era necesario levantar sólidas defensas y establecer líneas de trincheras hormigonadas. Incluso había dividido toda la región en cinco sectores estratégicos.”

 

   Es curioso constatar que Hitler quien, al atacar a Rusia, cometió el mismo error que Napoleón, pensaba repetir otro grave error del emperador: la invasión de España.

 

   Todo estaba dispuesto, todo se hubiera desencadenado, si las circunstancias no se hubieran opuesto a ello. Los acontecimientos de Moscú y de Stalingrado van a proporcionar a Hitler inquietudes mucho más apremiantes. Los jefes alemanes están demasiado ocupados por lo que ocurre en las llanuras orientales, tienen que desviar su atención de la Península Ibérica y se ven obligados a dejar dormitar sus extraordinarios proyectos.

 

   Por una extraña paradoja -y no es la menos extraña de este asombroso asunto- finalmente fue la Rusia comunista la que salvó a la España franquista de una de las mas delirantes aventuras que hubiera registrado la historia.

 

  

 

 

 


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