La herencia, por Juan Velarde Fuertes

Juan Velarde Fuertes

Catedrático en Estructura e Instituciones Económicas UCM

Tribunal de Cuentas

Boletín Informativo FNFF

They itere the glory of the race of rangers Matchless with a horse, a rifle, a song, a supper or a courtship Large, turbulent, tirare, handsome, generous, proud and affectionate Bearded, sunburnt, dressed in the free costume of hunters Not a single one over thirty years of age.

Walt Whitman, Leales of grass (1955), 34, 832, 872-876.

En economía es preciso cuantificar. Jaume Miravitlles dice en «La economía franquista» («La Vanguardia Española» 15 julio 1977, pág. 5) «que la prosperidad franquista era ficticia y que la realidad impone una política de austeridad: libertad en la austeridad: ésta es la consigna, psicológicamente contradictoria, que se ha tenido que lanzar inmediatamente después del triunfo de las fuerzas populares. ¿Está el país preparado para esta prueba?» Vamos por partes, porque el sofisma anda ampliamente difundido. Creo que quienes se alzaron hoy hace cuarenta y un años no merecen estas confusiones:

1. La prosperidad franquista no era ficticia. Fue un duro desarrollo ganado con una adaptación del país a oportunos y sucesivos modelos económicos con sus evidentes desajustes, imposibles de evitar siempre: el de economía de guerra (1936-1939) el cortísimo de reconstrucción en un mundo en paz (1939); el de reconstrucción con un simultáneo esfuerzo bélico, ya para mantener la neutralidad, ya para rechazar los ataques guerrilleros desde bases extranjeras (1939-1951); el de reconstrucción autárquica (1951-1958); el de estabilización y posterior planificación del desarrollo (1959-1973).

Los resultados fueron espectaculares. Ya se que la comparación en dólares tiene defectos, pero es la única que sirve a efectos internacionales. Ya sé también que se vive mejor con un dólar en unos lugares que en otros, y desde luego he leído a Beckerman o el artículo de Kuznets en «Econométrica». Sin embargo, no hay más remedio que acudir a esa unidad común de cuarenta.

Gracias a «L’Observateur de L’OCDE» —tengo sobre la mesa la colección desde 1964— es posible saber lo que le ocurre a la economía española en el marco de 21 economías occidentales. En el decenio 1966-1975 el producto interior bruto a precios de mercado pasó en España de 770 dólares —siempre a los tipos de cambio corrientes— a 2.870. Pero esto indica poco. En 1966 España ocupaba el puesto 18. Detrás teníamos a Grecia, Portugal y Turquía. En 1975 el puesto era el 17. A estos tres países se había unido Irlanda. Pero más importante es observar cómo se había acercado España a todos ellos, salvo el Japón, el único país, pues, que competía en velocidad de desarrollo con el nuestro. No es éste el momento de abrumar con datos, pero si se da un índice 100 a España, Estados Unidos tenía uno de 499 en 1966 y uno de 247 en 1975; Alemania desciende entre ambos años de 261 a 239; Canadá, de 347 a 244; Francia, de 268 a 222, y dos están a punto de ser capturados por España: Gran Bretaña, que pasa de 248 a 142, e Italia, que lo hace de 153 a 107. El progresivo avance de España en relación con Gran Bretaña es espectacular. A un índice 100 del P.1.B. p.cp. español. corresponde estos datos británicos: 401 en 1939, 248 en 1966. 226 en 1970, 142 en 1975.

Lógicamente esto se trasmite a los gastos de las economías domésticas. En 1966, y medidos en dólares. de 20 países (Turquía no ofrece cifras solventes) España ocupaba el puesto 18; en 1975, el 17. Pero también aquí, salvo el caso del Japón, el avance es fortísimo. Si se da. como hemos hecho antes, un índice 100 a España, Estados Unidos tenía uno de 449 en 1968, y uno de 230 en 1975; Alemania desciende en este período de 215 a 191; Canadá, de 304 a 203; Francia, de 247 a 199, y de nuevo es significativo lo que ocurre con Irlanda —baja de 134 a 83—; Gran Bretaña, que lo hace de 232 a 125, e Italia, de 142 a 103.

Esta fue la herencia que recibimos el 20 de noviembre de 1975. Saneada, importante y capaz de convertirnos en un país occidental más. Los índices del P.I.B. por habitante para 100 de España, de Grecia —81—, Portugal —54— y Turquía —31— indican que nos habíamos despegado ya de estos países mediterráneos, que aspiran, con nosotros, a vincularse con la CEE.

2. Pero antes algo ocurrió en el mundo occidental, y por supuesto en España, que creó el fantasma de que el «modelo franquista» no sirve para coronar la economía. En primer lugar existieron, repito, no menos de cinco modelos de desarrollo económico de 1966 a 1973. Las circunstancias exigían que la sustitución se produjese adecuadamente.

Sin embargo, la crisis del petróleo de 1973-74 y la subida de las materias primas en los mercados mundiales a partir de finales de 1975 no provocan la reacción habitual de búsqueda, de un nuevo modelo. Ello se debe a un conjunto desdichado y variado de causas endógenas y otras externas a nosotros. Las endógenas son esencialmente políticas: el cese de Monreal, a mediados de 1973, cuando iba a presentar el plan de reforma tributario que precisaba tal nonato sexto modelo económico, y cuando en colaboración este ministro de Hacienda con Licinio de la Fuente en Trabajo había logrado mover hacia una mejor distribución personal de la renta el índice de Gini en el período 1970-74; el 20 de diciembre de 1973 se produce el asesinato de Carrero Blanco; en el verano de 1974 el Caudillo enferma gravísimamente; después, en junio de 1975, la muerte de Herrero Tejedor provoca otro fuerte trauma; desde septiembre de tal año la campaña internacional contra España se combina con el conflicto del Sahara, y a partir del 12 de octubre, con la enfermedad mortal del Generalísimo.

Son dos años de Gobiernos débiles, incapaces de crear el modelo adecuado, y además porque ante esta debilidad. los españoles se negaron a sacrificarse. Hicieron lo que casi todo el mundo occidental: no se quería pagar la factura del empeoramiento de la relación real de intercambio. Hasta la segunda mitad de 1976 se esperó en toda Europa no sé qué extraño milagro. A partir de estos meses, el Fondo Monetario Internacional enseñó los dientes, y los laboristas en Gran Bretaña, Andreotti en Italia, Barre en Francia y Soares en Portugal señalaron el único camino: el sacrificio.

Este ejemplo de los vecinos sirvió para aclarar qué deberíamos hacer en España. Tanto más cuanto que desde 1973-74 el egoísmo económico internacional, siempre existente, alcanzó niveles notabilísimos. Díganlo nuestras llamadas, con un Régimen y otro, que eso es irrelevante, a las puertas de la CEE, y los castigos de ésta a nuestros pescadores, nuestros siderúrgicos, nuestros productores hortofrutícolas, nuestros textiles y por supuesto nuestros obreros emigrantes.

3. Pero desde 1975, la herencia recibida no se ha administrado precisamente bien. La oleada de huelgas; la incapacidad para percibir que el modelo de desarrollo industrial tenía que ser otro, con diferente relación capital-trabajo; el paro, que crece de modo alarmante; la inflación, que sube más y más; la inversión, que se desploma y se convierte en negativa, con el dato significativo de lo que sucede en los índices de cotización bursátiles precisamente desde diciembre de 1975; la devaluación sin sentido de la peseta en 1976 crearon en un momento constituyente, política y sindicalmente, sin interacciones muy graves, un pésimo substrato económico. Año y medio perdido para comenzar a poner orden en el mundo económico se recupera muy difícilmente.

La herencia comenzó a malgastarse, y amenazó con dilapidarse. Las cifras de P.I.B. por habitante estaban artificialmente infladas al alza. Como dijo atinadísimamente en oportunas declaraciones en «El País» el 17 de julio el vicepresidente y ministro de Economía Fuentes Quintana, hubo de irse reconociendo «nuestro empobrecimiento relativo frente al resto del mundo».

Esto también se puede cifrar. En 1975, el P.I.B. a precios de mercado por habitante fue, como hemos dicho, de 2.870 dólares. Si se acepta que la población española tiene un crecimiento vegetativo anual acumulativo del 1,1 por 100 y se acepta también que el P.I.B. a precios de mercado va a ser de 8.200 miles de millones de pesetas en 1977, al tipo de cambio actual, de 87 pesetas dólar, que pone claro «nuestro empobrecimiento relativo frente al resto del mundo», de casi 2.900 dólares habremos de bajar a poco más de 2.500 dos años después.

La austeridad no viene del franquismo precisamente, sino de lo que el propio sistema económico genera desde 1973 a 1975 con parsimonia, y desde 1975 a 1977 de modo aceleradísimo.

Ya está dicho; ya me he quedado tranquilo. Ahora, si se quiere seguir la serie de confusiones que siga.

Los economistas sabemos de sobra que tal confusión es simplemente un «fenómeno tero» ¿Qué es esto? Recuérdese que en el inmortal «Martín Fierro» se puede leer:

De los males que sufrimos

hablan mucho los puebleros;

pero hacen como los teros

para esconder sus niditos:

en un lao pegan los gritos

y en otro tienen los güevos.

Y se hacen los que no aciertan

a dar con la coyontura:

mientras al gaucho lo apura

con rigor la autoridá,

ellos a la enfermedá

le están errando la cura.

 

 


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