La Hispanidad y Maeztu

 

 
Hace siglo el régimen político y social que viene a denominarse la Restauración tenía mucho de postizo. No tan diferente al actual en cuanto a consenso entre dos grandes fuerzas políticas  turnantes y el que disentía quedaba a la intemperie. Hundido parte del atrezzo en aguas de Cuba y Filipinas, el regeneracionismo y el 98 proporcionaron una fertilísima generación crítica que no sólo era especulativa o literaria, si no, como dice Maeztu en su autobiografía, en el fondo había surgido una generación… que no se contentaba con la crítica especulativa, que aspiraba desde el primer momento a apoderarse del Estado, que buscaba entre las ideas del mundo las más apropiadas para lograr su objetivo y que creyó encontrarlo en cierta alianza, que entonces se intentaba en Alemania entre el idealismo de Kant y el socialismo de Carlos Marx.
 

Ramiro de Maeztu y Whitney representa el tránsito generacional del 98 al 14. Vasco de Vitoria, es quizá el más cosmopolita de su españolísima generación. Llegó a Madrid después de una juventud en París, La Habana y Londres, dedicado a los negocios e iniciado en la ciencia económica. Relacionado con Valle, Azorín y Baroja, como Unamuno coqueteó con el socialismo en sus inicios, pero su carácter le situaba más cerca del anarquismo. Se alejó de ellos, mientras, a decir de Azorín; escribía impetuosos y ardientes artículos en los que se derruían los valores tradicionales y se anhelaba una España nueva, poderosa.

 

En 1899 escribe Hacia otra España, libro del que renegará, pero no de su ambicioso título. Luca de Tena, muy amigo de Maeztu, considera que el anarquista de los 20 años era ya el maduro autor de algunos editoriales de El Sol que se atribuyeron a Ortega, y que saludaban a Primo como el cirujano de hierro del que se esperaba la acerada mano en guante de seda que España necesitaba para el regeneracionismo. Será embajador en Argentina, y en la República formará parte de Acción Española, revista y grupo selecto del monarquismo español. En sus textos se advierte la influencia de la tradición española no carlista: Donoso, Menéndez y Pelayo, Ganivet, Balmes, y las nuevas tendencias europeas con el filtro francés maurrasiano.

 

En 1934 publica Defensa de la Hispanidad. En ella sintetiza alguno de sus miles de artículos, alguno de Acción Española de su experiencia diplomática, con algún tinte de Mella. Será el vector del discurso exterior ultramarino del régimen de Franco. Maeztu atribuye el concepto de Hispanidad a un sacerdote hispanoargentino, de lengua materna vasca, Zacarías de Vizcarra. Creemos saber de una referencia anterior. Hasta hace poco más de una década, una placa en el santuario de Covadonga recordaba la inauguración de su basílica en 1901 a cargo del obispo Martínez-Vigil. En ella, a la izquierda de la entrada, se recogía una frase en la que estaban las palabras “hogar de la hispanidad”, con el mismo concepto de Civilización hispánica heredera de la Península. Una Tierra Madre que lo es de la España y el Portugal actual, que son sólo hijas, y a veces las más descastadas. Por ello también de Brasil. Hay otra referencia anterior, en marco tan simbólico como la Liga Naval Portuguesa, de Lisboa, en la que Antonio Sardinha enuncia el concepto en 1915. Sardinha había sido republicano, pero se acercó al monarquismo integralista. Publicó La Alianza Peninsular, que no coincide con el iberismo que en sectores republicanos, incluso anarquista, también se defendía. Desde luego influyó en Maeztu en una etapa de corresponsal de El Sol en Portugal. Ya fuese Vizcarra en el Buenos Aires de 1926, esos inmediatos predecesores, o unas referencias más remotas que Giménez Caballero remonta a la Hispal o Hispan, la Sevilla romana, que el cónsul Polion usa para calificar de hispanitatem a Quintiliano en el siglo I. Los humanistas del Renacimiento la usan alguna vez, como Alejo Venegas, un discípulo de Nebrija, y Unamuno, tan cercano a Maeztu, la escribe en 1909.

 

   Almeida Garret coincide con Menéndez y Pelayo o D’Ors en heredar el lema de Camoens, el Homero luso; somos hispanos e devemos chamar hispanos a cuantos habitamos a península hispana. Hispanidad una proyección, la más fértil de la latinidad, inconcebible sin la catolicidad. Y, otra obviedad, la catolicidad es inconcebible sin el papel de la Iglesia Romana. En un segundo plano institucional se puede colocar el rol de una Monarquía más o menos simbólica. Por ambas se alzaron, no contra España si no contra el gobierno de ocupación bonapartista, los padres de la América contemporánea. Si la primera está inficcionada, la segunda está del todo muerta, como taxidermia de lo que un día llegó a ser. La primera está atacada doblemente. Desde abajo, con la antitética hibridación de indigenismo y marxismo heterodoxo con barnices cristianos en la llamada “Teología de la Liberación”, en retroceso desde Juan Pablo II. Por arriba, con la asunción del mitema “latino” por quienes precisamente deberían oficiar en verdadero latín, consagrado en un innecesario órgano llamado “Conferencia Episcopal Latinoamericana”. De la segunda institución no hablamos, pues ya sabemos que, quien se casa con su tiempo, queda viudo cuando cambia el viento. Tanto las cumbres de presidentes junto con el Rey de España, como la Iglesia ha asumido el término latinoamericano. Un neologismo de origen francés que responde al proyecto neoimperial de Chevalier, un ministro de Napoleón III. Los EEUU no lo permitieron con su sobrepeso agigantado como decía Rubén Darío. Pero de aquella ensoñación quedó victorioso el uso de “latino”, para lo que debiera ser “hispano”.

 

El asunto es que un pensador chileno, Francisco Bilbao, en una conferencia en París, el 24 de julio de 1856, usó la latinidad al gusto del sobrino del corso, y después lo tomó el colombiano Torres Caicedo. Difundido en el ambiente parisino, con su gran influencia en los medios diplomáticos y culturales iberoamericanos de allí, Luis Napoleón la tomó para lo que pudo haber sido un imperio ultramarino francés. Un bloque panlatino diferenciado del germánico o eslavo. La fuerte emigración italiana a Río de la Plata, veía el término con agrado. Nadie usa el concepto “latinoamérica”para incluir a los italoamericanos de USA, ni al Quebec francófono. Se dirige en exclusiva a los hispanos, o sea, a los iberoamericanos. Y tiene unas connotaciones vagamente racistas.

 

La monarquía católica

 

Volviendo a la cuestión religiosa, siempre tan inescindible. El primado de España, cardenal Isidro Gomá, nada más aparecer el libro central de Maeztu, toma partido por él en el sentido ideológico y misionero. Maeztu anhelaba para ese sueño de confederación hispánica un poder moderador y simbólico que vendría a ser una actualización de la Monarquía Católica. No hay chauvinismo nacionalista en el discurso de Maeztu. En ningún sitio presume que la capital deba estar en Madrid, ni ninguna otra prelación hereditaria de la hija que se quedó en la casa materna.

 

Hay una concepción de universalidad ética iusnaturalista en el pensamiento de Maeztu. El caballero cristiano es su modelo. No tienes fronteras raciales o de clase.

Raúl Morodo está siempre dispuesto a ver fascismo en una serie de legados que proceden del tradicionalismo católico, pero que alcanzan a pensadores dispares, de Costa a De la Mora, pasando por José Antonio. Para él el Imperio español, su conquista, su colonización, su desintegración, sirve para establecer toda una ideología que no sólo va a querer explicar el pasado, sino también, proféticamente, elaborar el camino del futuro, tanto de España como de América Latina. La revisión histórica implica, así, un rechazo de la modernidad y por otros caminos, el intento utópico del volver a la tradición de los siglos XVI y XVII. En gran medida, América es un pretexto: apoyatura ideológica para huir de la racionalidad moderna europea de los siglos posteriores. La especificidad hispánica no obstaculizará, sin embargo, la compatibilización con otras ideologías nacionalistas foráneas, que relanzarán también mitos transoceánicos o mediterráneos: lusitanidad o latinidad. El mito hispánico, con esta connotación reaccionaria, transformado en arma político-ideológica, surge al mismo tiempo en España y en América, en las décadas de los veinte/treinta.

 

Hispanoamérica

 

Hispanoamérica se debatía, y más evidentemente lo hace ahora, en grandes corrientes enfrentadas. Dada la debilidad de penetración del internacionalismo de clase marxista, la izquierda adopta el giro indigenista- populista. Frente a él está el liberalismo neocolonialista americano. Su tercera opción sería el tradicionalismo hispanocatólico, defendida por el argentino Gustavo Martínez Zubiría, ministro de Cultura de Perón más conocido por su seudónimo como escritor: “Hugo Wast”. El mejicano Alfonso Junco, procedente de Acción Española, el nicaragüense Antonio Cuadra, que será nombrado en 1946 presidente del Instituto Cultural Iberoamericano. En Chile será fuerte el papel del sacerdote Oswaldo Lira. En España, quizá haya que mencionar en paralelo a García Morente. El filósofo argentino Alberto Buela intenta regenerar esa ya vieja idea desde la americanidad. Mientras que la idea de Imperio falangista es más directamente deudora de la constate romana de D´Ors. Aunque pueda resultar chocante, Maeztu influyó más en su tocayo Ledesma. Cuando aparece el Manifiesto de la Conquista del Estado, el órgano de prensa de las JONS, Maeztu lo devalora en relación al de las Juventudes Integralistas de Portugal. Ledesma leincluye pese a ellos en la lista de los que afirman la indiscutible unidad de España, y colabora en un número de Acción Española. Su patriotismo directo, popular, combativo y soreliano no es el religioso o monárquico de Maeztu.

 

Pasión y muerte

 

Ambos personajes fueron apresados en el Madrid frentepopulista. Parece que Maeztu tuvo cierto papel, junto con dos curas cautivos, en la conversión religiosa final de Ledesma. En todo caso, salen juntos de la cárcel Modelo en una “saca” el 29 de octubre de 1936, en un camión con 30 reos. Como ironía hacia la juventud de Maeztu, los llevaban milicianos de Ateneo Libertario de la Elipa, aunque la responsabilidad genérica alcanza al comunista Carrillo.

 

Fueron asesinados en Aravaca. A Ledesma se le atribuye un gesto, como al guerrillero “Empecinado”, de luchar sin otra esperanza que la rebelión ante sus verdugos. En cualquier caso el revolucionario y el tradicionalista, hispánicos ambos, murieron para que sus banderas no muriesen del todo.

 

 


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