La Laureada de las telefonistas

Honorio Feito

Boletín FNFF nº 139

 

Debemos al inefable José Luis Rodríguez Zapatero (que, no obstante, Dios mantenga alejado de nosotros indefinidamente), y a su famosa y cacareada Ley de Memoria Histórica (que ni Rajoy quiso derogar durante su primer mandato, cuando tenía mayoría absoluta), el haber hurgado en nuestra Historia para traer a la actualidad muchos episodios épicos que ya estaban en trance de ser desestimados por los historiadores y condenados, por ello, al olvido. La ciudad de Oviedo, que soportó el cerco republicano durante tres duros meses, desde el 19 de julio de 1936[1], cuando el entonces coronel de Infantería, Antonio Aranda, se adhirió al Alzamiento, hasta el 17 de octubre de aquel mismo año, cuando los ovetenses cansados, heridos, hambrientos, sacudidos por el largo y duro asedio, recuperaron la esperanza al ver a los regulares de Fernández-Capalleja tremolar las Banderas nacionales desde el monte Naranco. No podemos obviar lo conocido por nosotros porque, desgraciadamente, lo conocido por nosotros no es una obviedad para muchos.

Pero ese no fue el final de la historia. Comenzaba a renglón seguido otro capítulo de la guerra en Asturias que los historiadores llaman La Batalla del Escamplero, que se prolongaría hasta febrero de 1937 cuando, tras sufrir una gran derrota, el Frente Popular perdió prácticamente toda opción de mantener el pulso en tierras del Principado.

Oviedo no tuvo su Picasso

Resulta relativamente fácil resumir en un par de líneas un hecho que, en su desarrollo natural, necesita semanas o meses, y supone, además, un gran sufrimiento para sus protagonistas. Y tenemos, también, la tendencia a evadir las dificultades, los sinsabores, el dolor que siempre producen los estados de guerra en los que los momentos de tranquilidad son una rareza para la población civil. Para algunos, la guerra civil se resume en media docena de acciones, o batallas, que decantan el triunfo final de los nacionales, a los que demonizan haciéndoles responsables de todo, desde el Alzamiento hasta la represión. Sin embargo, pocas veces he leído algún artículo en el que el autor reconozca que, por ejemplo, el dolor es también para el que gana, porque el que gana también deja en el campo de batalla a los suyos, y sus madres, sus hermanas, sus mujeres y sus hijos también lloran la pérdida del marido, del padre, del hermano. El triunfo final no devuelve las vidas de los que han caído con honor.

Oviedo representa una afrenta en el ánimo del Frente Popular porque, siendo la capital de Asturias, una región mayoritariamente socialista, Oviedo se mantuvo fiel al Alzamiento Nacional y, cercada por los milicianos, fue capaz de resistir hasta la llegada de las columnas gallegas, siendo liberada por éstas y convirtiéndose en punto de partida de la nueva “reconquista” que llevó a los nacionales a ganar la guerra en Asturias y casi puede decirse que en el Frente Norte. Hay que recordar, por ejemplo, que la ciudad fue casi completamente destruida por los ataques de la aviación republicana y por el fuego de sus baterías. Que en la jornada del 10 de septiembre de 1936, el ataque de los rojos supuso la muerte para 120 civiles que se alojaban en el sótano de un edificio de una calle ovetense, que fue visceralmente atacado por la artillería y la aviación enemiga. La misma cifra que, el historiador Salas Larrazábal, estima que se produjo en Guernica, cuya acción fue singularmente recogida por Picasso en su famoso cuadro, si bien nadie hizo otro tanto con lo ocurrido en Oviedo.

Uno de los hechos menos conocidos del largo asedio de siete meses, al que fue sometida la capital de Asturias durante la Guerra Civil, fue el comportamiento del personal de la Compañía Telefónica, que les valió una medalla laureada. Veintiséis trabajadores, diez de ellos mujeres, obraron poniendo sus vidas en peligro, desafiando todos los obstáculos y plantando cara al peligro que suponían los ataques de las baterías del Frente Popular. Mientras la ciudad soportaba los bombardeos intensos; mientras los ciudadanos eran conscientes de cómo el perímetro de defensa se iba reduciendo hasta perder, por ejemplo, los depósitos de agua y ver cómo el enemigo había destrozado las conducciones acuíferas, mientras sentían como se iba cerrando el cerco por el empuje enemigo, sólo los servicios telefónicos continuaron portándose con aparente normalidad, dentro de las condiciones de la guerra.

Teléfonos de campaña

El edificio de la Compañía Telefónica, ubicado entonces en la Plaza Porlier, frente al palacio que vio nacer al liberal Conde de Toreno, ofrecía en sus plantas altas una buena vista de la ciudad de Oviedo. Pero las baterías rojas batieron durante días las dos plantas altas, donde estaba instalada la maquinaria de la telefonía automática. En plenos avatares de la guerra, los técnicos de la Compañía Telefónica continuaron instalando teléfonos.

Aranda contaba para la defensa de Asturias con las siguientes unidades: El Regimiento de Infantería Simancas, en Gijón, con unos 550 hombres; el del Milán, en Oviedo, con un solo batallón de unos 460 hombres, de los que 60 estaban en la Fábrica de Armas de Trubia; un grupo de dos baterías en Oviedo, con unos 200 hombres; Un batallón de Zapadores, en Gijón, con unos 180 hombres; ocho compañías de la Guardia Civil, con un total de 1300 guardias; un total de cuatro compañías de guardias de asalto, una de las cuales estaba en Gijón con 140 guardias, mientras que las otras estaban en Oviedo y sumaban otros 270 guardias, y una compañía de Carabineros con 300 hombres; días antes de proclamar el Alzamiento, Aranda había dado órdenes a la Guardia Civil para concentrar a sus guardias en sus cabeceras y quedar disponibles[2].

El eje que el coronel Aranda pretendió crear se vio roto a las pocas horas del Alzamiento porque el coronel Franco Musió, que mandaba la Fábrica de Armas de Trubia, se declaró partidario de la República; y porque el coronel Pinilla[3], que mandaba el Regimiento de Infantería Simancas, de Gijón, no actuó con la celeridad que se le pidió para ocupar las calles, antes de que los milicianos cercaran al propio regimiento.

Así las cosas, y tras haber proyectado un perímetro de defensa de la capital de Asturias, que el enemigo rompería en varias ocasiones, y que sería considerablemente reducido, el coronel Aranda ordenó atenuar los servicios de telefonía a lo más básico, que era atender las necesidades de los teléfonos de campaña. La última comunicación transmitida desde Oviedo fue la que tuvo lugar entre el propio coronel Aranda y el alcalde de Gijón, José García López, “José Fernandín”[4], en la que el jefe militar le ordenaba rendirse, advirtiéndole también que toda resistencia sería estéril y sangrienta.

Para suplir las dificultades que supuso la destrucción de la central automática, los técnicos de Telefónica instalaron teléfonos de campaña, desafiando para ello los peligros de los ataques de los milicianos. Ante la falta de abastecimiento, tuvieron que requisar todo tipo de material, a veces absurdo e inadecuado, y hacer el tendido de líneas a escasos metros del enemigo, que respondía a aquella presencia con fuego de ametralladoras y de cañón. Durante tres meses, el personal de Telefónica trabajó con plena dedicación, sin abandonar el edificio, mientras el inmueble era un objetivo preferencial del ejército rojo. Esta entrega del personal permitió mantener los servicios telefónicos con cierta normalidad.

Tras la ruptura del cerco de Oviedo, en octubre de 1936, por las Columnas Gallegas al mando del Tte. Coronel Teijeiro, comenzó la campaña que se conoce con el nombre de la batalla del Escamplero. Se intensificaron los ataques republicanos y se reforzaron las líneas en un intento, del ejército rojo, por ganar esta batalla que, desde el punto de vista anímico, era de vital importancia para el Frente Popular. En febrero, cuando terminó la campaña con la derrota otra vez del Frente Popular, la guerra prácticamente había acabado en Asturias. Pero la batalla del Escamplero fue un episodio de auténtica guerra. Los dos bandos combatieron sin tregua, se intensificaron los ataques y se utilizaron estrategias a través de las cuales se buscó la victoria a cualquier precio. En el bando nacional, algunas de las tropas que habían participado en la liberación de Oviedo, en octubre del año anterior, fueron trasladas a las inmediaciones de Bilbao, a las órdenes de las Brigadas Navarras, que conseguirían romper el llamado cinturón de hierro de Bilbao unas semanas más tarde, asestando otro duro golpe al Frente Popular.

Pero volvamos a Oviedo, en las inmediaciones de la ciudad se estaba librando una batalla crucial, en la que los nacionales disponían de un cordón umbilical, clave para sus estrategias, que era el hilo telefónico roto a veces por las explosiones, y reparado otras tantas por la maestría y profesionalidad de los técnicos y por su pundonor y desafío ante los peligros de los ataques republicanos.

La trampa

El 21 de febrero, el Frente Popular lanzó un ataque contundente contra las posiciones de defensa de los nacionales en Oviedo. En algunos sectores se vieron obligadas a retroceder, sobre todo, en el sector llamado de Fresno. En su retirada, no pudieron los nacionales inutilizar la línea telefónica. Cuando los rojos se hicieron con la posición, advirtieron que la línea telefónica estaba disponible. En una maniobra de astucia, el jefe de los milicianos estableció contacto telefónico con el sector llamado “La Centralita”, transmitiendo el siguiente mensaje: “es imposible resistir. Evacuar la posición y sólo así se podrá intentar la resistencia en mejores condiciones de defensa”. El jefe del sector de La Centralita dudó por unos instantes acerca de aquellas órdenes. Pensó que le hablaba un superior y, durante aquellos breves momentos, sopesó las consecuencias que tendría obedecer la orden de retirada. La tensión de la espera se resolvió cuando una voz femenina, la de una telefonista que escuchaba al final de la línea telefónica, advirtió: “¡los rojos, son los rojos! No se retiren, que los que hablan desde el sector del Freno son los rojos”. Inmediatamente después, los nacionales decidieron volver a la guerra, defendiendo su posición y permitiendo que, en las horas siguientes, se reforzaran las defensas y fortificaciones, que resultaron suficientes para cortar el avance republicano. Aquella voz femenina, que advirtió la farsa del mando miliciano, evitó un avance del Frente Popular que pudo resultar determinante en los resultados finales de la contienda, en aquel frente.

Por su comportamiento, los veintiséis trabajadores de la Compañía Telefónica fueron condecorados con la Cruz de San Fernando, estos son sus nombres: Enrique García Fernández, jefe de Oviedo; las telefonistas: Rita Cachero, Adela Alonso, María Luisa Argüelles; Asunción García; Dolores Fernández; Emilia Rivera; María Antonia García; Petra Cantalapiedra; Elena Martínez y Eleuteria García; Personal técnico y obrero: Jesús Bernaola; Luis Castillo; Alejandro Blanco; Teodomiro González Rosal; Antonio Jiménez; Teodomiro González; Ambrosio Moreno; José Vázquez; Porfirio Llanos, Álvaro Areces; Pedro Huertas; Ricardo Rodríguez; Julián García, Narciso Nanclares y Modesto Otero.



[1] H. Feito, General Fernández-Capalleja, un soldado de Regulares, Multimedia Militar, Tercera edición, nov. 2011.

[2] H. Feito, obra citada.

[3] R. De la Cierva, Historia actualizada de la Segunda República y de la Guerra de España 1931-1939, 2ª edición, noviembre 2003; Editorial Fénix S.L. Getafe. Cuenta el acto heroico de este jefe que, al ver invadido el cuartel por los milicianos, ordenó al Almirante Cervera, anclado en el puerto de Gijón, abrir fuego contra ellos porque el enemigo campaba ya en el interior del acuartelamiento.

[4] El socialista “José Fernandin”, como era conocido, alcalde de Gijón al comenzar la Guerra Civil, sería detenido, juzgado y fusilado en el cementerio de Ceares (Gijón), en marzo de 1938. La Nueva España, 25 de marzo de 2012.


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