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María del Pilar A. Pérez García
Un día antes del citado 28 de marzo, las tropas rojas con sus jefes a la cabeza se habían entregado al General Eugenio Espinosa de los Monteros y Bermejillo, que con las tropas de los Coroneles Eduardo Losas, Joaquín Ríos Capapé y Caso cercaban Madrid, pero no entraron hasta el día 28. Fue el Coronel republicano Adolfo Prada Vaquero quien rinde Madrid al Coronel Eduardo Losas, jefe de la 16ª División entre las ruinas del Clínico.
Los falangistas de la 5ª Columna sobrevivientes a la masacre realizada en la capital de España por los rojos, se hicieron con la ciudad. Montados en camiones y agitando Banderas Nacionales, Banderas de Falange y también del Requeté recorrían las calles gritando “¡Franco, Franco, Franco! ¡Arriba España!”. En poco tiempo, otros grupos de jóvenes, la mayoría refugiados en embajadas, se unieron a los falangistas y ocuparon los centros más importantes, como el Cuartel General del Coronel Casado, los talleres de prensa, los transportes urbanos, el Ministerio de Marina (que ya sabemos que era una prisión repleta de nacionales), el Ministerio de la Guerra, las emisoras de radio, los depósitos de armas, el Palacio de Comunicaciones, etc. Los grupos de patriotas aumentaron poco a poco hasta convertirse en una multitudinaria manifestación.
Los milicianos y milicianas abandonaron las armas y huyeron a esconderse en masa. Los balcones y ventanas se llenaron de Banderas Nacionales y de la Falange, confeccionadas en la clandestinidad por las bravas mujeres de la Sección Femenina.
Una gran multitud de personas agitando banderas avanzaba por la calle de Argüelles y por la de Abascal para encontrarse por el camino con las Fuerzas Nacionales. Joaquín Ríos Capapé entró con la Bandera de Marruecos por Vallecas, hacia la Plaza de Manuel Becerra. El Coronel Caso por el camino de Usera para llegar a los barrios de Toledo, Delicias, Santa María de la Cabeza y las Rondas. Eduardo Losas lo hizo, por su parte, por la Ciudad Universitaria. Fue el paroxismo. Madrid se volvió loco de alegría… Se acababa el hambre, el frío, el miedo, la miseria, el terror rojo…
El falsario y manipulador Paul Preston, en su libelo Franco, Caudillo de España, miente así: “El 27 de marzo los nacionales entraron en Madrid en medio de un silencio fantasmal”. Dicho libelo, se vendió mucho, pero fue a franquistas y personas decentes, que ante el gran título y la bonita portada, no sabían que estaban dándoles gato por liebre; fue mercancía de contrabando. Es la típica utilización de la mentira, que es de lo que saben vivir estos desvergonzados. Así han actuado siempre: tergiversando y enfangándolo todo.
Hay que decir que a finales de febrero, Negrín, que había huido a París al producirse el hundimiento del frente de Cataluña, regresó a España junto a dos ministros de su gobierno, José Giral Pereira y Francisco Méndez Aspe, y con ellos algunos mandos del ejército rojo, casi todos del Partido Comunista, entre ellos Enrique Líster Forján, que originariamente se llamaba Jesús Liste Forján. Pretendían continuar la resistencia, ya que esperaban la llegada de armamento y ayuda soviética a cambio de los cuadros del Museo del Prado depositados en Ginebra. El subjefe de la Región Centro, militar de profesión, aunque masón, Segismundo Casado, convencido de que la guerra la tenía perdida, y para evitar más derramamiento de sangre, inicia los contactos para la rendición. La noticia llega a oídos de Negrín, que convoca en Albacete una reunión de jefes militares para convencerlos de la conveniencia de continuar la contienda, lo que era la tesis comunista, refiriéndose a la inminente guerra mundial que les favorecería.
Segismundo Casado, el general José Miaja Menant y Julián Besteiro Fernández, entre otros, no estaban de acuerdo y organizaron un “Consejo Nacional de Defensa” para oponerse al gobierno de Negrín. Respondió éste nombrando a Miaja Inspector General del Ejército Rojo, cargo nominal, pues el verdadero mando operativo se lo encargó a Juan Modesto Guilloto, al que nombró General, y también a Líster, Valentín González y González El Campesino y a otros comunistas.
Las tropas comunistas del 1er Cuerpo de Ejército de Negrín, al mando del Teniente Coronel Luis Barceló Jover, entran en Madrid y ocupan las Plazas de Manuel Becerra y la Puerta de Alcalá, no sin tener duros enfrentamientos y de fusilar a seguidores del Coronel Casado. En el Ministerio de la Guerra, hacen prisioneros a algunos jefes y oficiales de Casado y, sin formarles juicio, también los fusilan. Ya se creían dueños de la situación y se aprestaban a asaltar el Banco de España, en cuyos sótanos se encontraban los hombres fuertes y el propio Segismundo Casado, cuando desde Guadalajara se presenta en Madrid, al frente de una gran columna, el anarquista Cipriano Mera Sanz, al que se le une una gran parte del ejército republicano procedente de Levante y de Extremadura.
Los comunistas de Negrín pierden la pequeña guerra civil dentro del bando rojo y se tienen que retirar. El coronel Casado, por su parte, ordenó fusilar a todos los prisioneros, incluido el teniente coronel Barceló. Aquí comenzaron las negociaciones para la rendición. Tomada Madrid por las tropas nacionales, la huida de millares de soldados y milicianos rojos en total desorden fue desesperada. Unos tomaron dirección hacia Albacete, otros hacia Alicante y Almería. Las autoridades rojas de esos puertos de mar amenazaron a los barcos allí fondeados con cañonearlos si no abandonaban inmediatamente los citados puertos. Intentaban impedir que subieran a los barcos los huidos. Apenas pudieron hacerlo algunos afortunados. Fue vergonzoso, ni siquiera con los suyos tuvieron piedad. La maldad más brutal, el egoísmo y la soberbia eran los que mandaban.
Conquistada Madrid, los Ejércitos Nacionales avanzaron por los alrededores de la capital y se dirigieron hacia Aranjuez, Buitrago, Cuenca, Albacete y el Ejército del Sur por Granada y Cartagena. En esta última ciudad, cerca de mil hombres, náufragos y supervivientes del barco Castillo de Olite, se hicieron con el control de Cartagena. Mientras, otra parte del Ejército libera Sagunto, Segorbe, Córdoba, Jaén, Baeza, Úbeda, Jódar, Guadix, Baza… y desde Baza se envía un destacamento en ayuda de los Marinos de Almería. Antes de ser liberada, Almería se pone “A las órdenes de Franco”. Y el Ejército es recibido como liberador. Pero en sus muelles los últimos combatientes rojos organizados, una División con todo su armamento, se agolpan queriendo huir.
El general Antonio Aranda Mata entra triunfante en Valencia; el general José Enrique Varela Iglesias ocupa Requena, y el general José Moscardó Ituarte hace lo propio en Minglanilla y Contreras.
El día 1 de abril de 1939, a primera hora de la tarde, Franco firma su único Parte Oficial de Guerra, el último: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las Tropas Nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Burgos 1º de abril de 1.939. Año de la Victoria. El Generalísimo Franco”.
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