Luis E. Togores
Hace algo más de ochenta años que las tropas Nacionales se vieron frenadas en su avance sobre Madrid, en las vallas de la Casa de Campo, en las ruinas del Clínico, en la plaza de Cristo Rey, a tiro de piedra del actual Cuartel General del Ejército del Aire, en cuyo solar estaba en aquellos momentos la madrileña Cárcel Modelo.
Con los legionarios y regulares combatiendo a golpe de granada de mano en los arrabales de la capital de España el mismísimo general Miaja, el héroe republicano de la defensa de Madrid, se vio obligado a bajar en persona, pistola en mano, para impedir que sus tropas se desbandasen ante el que parecía el último empujón de las tropas de Franco para intentar entrar en ciudad.
La cárcel Modelo, situada en primera línea del frente, estaba repleta de derechistas, militares facciosos, curas y falangistas internados en esta prisión desde mucho tiempo antes de que se produjese el alzamiento militar del 18 de julio. Estaban detenidos por su ideología, no por su participación en el fallido golpe militar.
En el Madrid de 1936, bajo el mando formal de Miaja y de su jefe de Estado mayor Vicente Rojo, la responsabilidad del orden público dentro de la ciudad lo tenían los comunistas encabezados por un jovencísimo Santiago Carrillo, mientras que el control efectivo de las muchas calles que llevan a Paracuellos estaban en manos de los milicianos anarquistas que lideraba Amor Nuño.
La posibilidad de que los miles de presos de la Modelo fuesen rescatados de forma inminente por las tropas del Ejército de África, cuyas trincheras en algunos sitios estaban a menos de cien metros de las tapias de la cárcel, obligó a los «dueños» de Madrid a proceder a su evacuación. La liberación de los presos de la Modelo habría supuesto para el Frente Popular haber entregado al Bando Nacional miles de hombres –muy cualificados en el arte de la guerra, liderazgo político, capacidad de gestión, etc.– vitales para poder lograr la victoria y esto, en ningún caso, lo podía consentir.
El plan era sencillo, sacarlos de la cárcel Modelo para trasladarlos a las cárceles de Levante. En el invierno de 1936, cuado hacía menos de 20 años que la Revolución Rusa había triunfado aniquilando el sueño democrático de Kérenski y asesinando a la familia completa del zar Alejandro y sumiendo a Rusia en un baño de sangre, en España se procedió a una nueva masacre entre 7 de noviembre y hasta el 4 de diciembre. Comenzaban los asesinatos de Paracuellos del Jarama.
El ideario marxista, de los bolcheviques, había triunfado en Rusia, espejo en el que comunistas y socialistas de todo el mundo se miraban. Este ideario, extremadamente radical, estaba cargado de un pragmatismo libre de cualquier sentimiento y que venía avalado por su incuestionable éxito en construir una nueva Rusia, ahora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, bajo la sanguinolenta bandera roja bordada con la hoz y martillo de los obreros y campesinos sin tierra alzados en revolución.
Los sucesos ocurridos en Rusia años antes habían demostrado que los «enemigos de la revolución» no eran recuperables para la causa del proletariado. Militares, obreros, profesores, campesinos, dependientes de tienda, abogados, médicos… una vez que triunfara el comunismo tenían que ser apartados de sus puestos de trabajo, de las responsabilidades que, hasta ese momento, habían ocupado en la vieja sociedad civil dada su falta de ideología comunista. Eran personas que estaban completamente inhabilitadas para integrarse y trabajar para la nueva sociedad socialista que se estaba construyendo, lo que les convertía en focos permanentes de descontento e incluso en una amenaza para el nuevo paraíso proletario que se estaba construyendo. La Revolución no podía permitir tener en su seno ningún foco que perturbase el camino al mundo perfecto que Lenin, Trotsky, Stalin, Largo Caballero y Negrín prometían. Si no podían ser reeducados debían de ser eliminados.
En aquel frío invierno de 1936 comunistas y anarquistas se concertaron, ante la mirada silenciosa de Miaja y de Largo Caballero, para proceder de forma organizada y sistemática al asesinato de miles de hombres cuyo único delito era no poder ser aceptados en el paraíso que los marxistas estaban preparando para acoger a toda la Humanidad.
Un siglo largo después de la Revolución Rusa y a los algo más de 80 de la masacre de Paracuellos sigue sin estar ilegalizada en todo el mundo la ideología comunista. Con descaro y desfachatez los herederos de los verdugos de la cheka siguen dando lecciones de moral y vendiendo un modelo de sociedad fracasado de forma estrepitosa sin que todos los europeos, los españoles, alcemos la voz contra su existencia como opción de gobierno dentro de nuestro sistema político de libertades.