La Masonería contra Franco, por Francisco Bendala

Francisco Bendala

 

Mucho se ha escrito y mucho se vilipendia a Francisco Franco por su “persecución” de la Masonería; esa sociedad secreta, aunque ellos dicen “discreta”, con la que ocurre como con las meigas, que no existe, pero haberla hayla. Sin embargo, poco o nada se dice de los ataques de la Masonería contra Franco. Porque, en realidad, el constante combate de Franco contra la Masonería fue defensivo, una herramienta más de su defensa a ultranza de España –y como católico de la Iglesia–, no sólo porque sabía que la Masonería había sido en buena medida causante de la decadencia española, de la pérdida de nuestras provincias de ultramar –que no colonias— y de la implantación y subsiguiente deriva revolucionaria de la II República, causa asimismo de la guerra civil –todo ello nunca ocultado por la propia Masonería–, sino también porque sabía que era una amenaza para la nueva España que él estaba dispuesto a levantar a toda costa.

La prueba de que en realidad lo que el Caudillo hizo contra la Masonería a lo largo de su etapa de gobierno –hasta 1969 año en que se atenúa sobremanera tal combate– no fue atacarla, sino defender a España, a la Iglesia y al Régimen de ella, nos la facilitan los propios masones. Veamos algunos pocos, pero significativos ejemplos.

El 22 de Diciembre de 1941, Diego Martínez Barrio –presidente de la últimas Cortes frentepopulistas–, Gran Maestre Presidente del Grande Oriente de la Masonería española, desde Massachusetts, emitía un largo comunicado reservado a los más altos cargos de la Masonería internacional en el que entre otras cosas declaraba “El progresivo desarrollo que la Masonería española viene logrando, después del ciclón motejado “Cruzada Nacional”, coloca de nuevo en primer plano la necesidad de que masones residentes en España conozcan detalladamente las finalidades que la Masonería persigue… En la Francmasonería no hay religiones, no hay partidos, no hay nacionalidad… Nada pues de la nación porque separa. Nada de inculcar patriotismo (funesta invención, propia de tiempos atrasados) porque hace rencorosos y egoístas. Nada de Ejército porque es la base de sustentación de esos odios y egoísmos separadores. Nada de religión, en fin –como meta deseable– porque hace abúlicos, ineptos e intransigentes e inquisidores y perseguidores de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad: del derecho del Hombre… Procediendo por eliminación, cabría decir que no pueden o no deben ser masones: a) Los hombres que colocan sus principios religiosos por encima de sus deberes de fraternidad. b) Los que lo hacen así mismo con relación a sus ideas filosóficas o de clase. c) Los que, de igual modo, anteponen a esos deberes de fraternidad los ideales patrióticos, y, dentro de éstos, los políticos… Recuérdenlo bien los militares masones… La Masonería ha dejado que los Ejércitos de las naciones… sigan abrevándose en el estudio de una Historia ridícula… forjándose un sentimiento patriótico que, llegado el caso, ha hecho claudicar del deber masónico a muchos buenos masones… La Francmasonería, preferentemente, pide a sus afiliados… Saber callar. Saber obedecer. Saber dominar… no hay mejor aliado del éxito que la prudencia, el sosiego, el saber esperar… Para la Orden masónica continúa siendo fundamento insustituible de doctrina el que sus afiliados, llegada la hora de obedecer, obedezcan… Por radio se os trasmite la tercera prórroga de la palabra semestral: “Desprestigiar la figura del Generalísimo Franco” “Ahondar el descontento entre el Ejército y la Falange” “Muerte política a Serrano Suñer”. No se abandone además el constante contacto: a) con los diversos componentes del Frente Popular b) con nuestros hermanos militares c) con nuestros hermanos del Partido Oficial (se refería al Movimiento) d) con resentidos o defraudados e) con los sectores malcontentos del conglomerado que apoyó a la Rebelión Militar. Hay que enfrentarlos mutuamente, dislocar a unos de otros. No nos sentimos satisfechos de cómo habéis llevado a efecto la decretada “siembra del confusionismo”, naipe de triunfo de primer orden en nuestro juego. Como medida de defensa para nuestros hermanos que ocupan puntos neurálgicos en la trabazón oficial falangista, hay que seguir, con tiento y sin prodigarlo demasiado, lanzando acusaciones de masonismo contra profanos. Hay, en fin, que crear un clima asfixiante al Generalito, (siendo) cierto que las circunstancias de hambre general nos ayudan si sabemos aprovecharlas con espíritu masónico…”.

Así pues, era el propio Martínez Barrio quien aseguraba que debía mantenerse constante contacto con “c) con nuestros hermanos del Partido Oficial” y defender a “…nuestros hermanos que ocupan puntos neurálgicos en la trabazón oficial falangista…”, se refería, en ambos casos, al Movimiento, reconociendo con ello que ya en 1941 la Masonería poseía infiltrados en el Régimen a los que se pedía “…saber esperar…” a que llegara el momento oportuno. No era, por tanto, invención del Caudillo, el hecho de que la Masonería no era una amenaza, como tampoco que fuera a cesar en su empeño. Lo anterior concuerda con el hecho de que, meses antes de que se consumara la derrota frentepopulista en la guerra, la Masonería española había decidido “abatir columnas”, término masónico por el que se procede a clausurar las logias y cesar toda actividad a la espera de tiempos mejores. Lo que quiere decir que en la zona nacional quedaron masones “durmientes” a la espera de instrucciones y de esos tiempos más proclives, y no sólo eso, sino que lo hacían infiltrándose en las estructuras del Movimiento. Ricardo de la Cierva, experto en la materia, cifraba tales infiltrados en no menos de unos 700, algunos de ellos en las Fuerzas Armadas.

El 30 de Diciembre de ese mismo año, el Soberano Gran Canciller de la Asociación Masónica Internacional (AMI) dirigía a los Orientes de España y Portugal una circular en la que tras reconocer aquello que Franco le achacaba, con lo que le daba la razón, es decir, que la Masonería fue la impulsora, entre otra cosas, de la independencia de nuestra provincias de América, del advenimiento de la II República “…la más masónica de todas las Repúblicas y que hay que resucitar…” y por consiguiente de su deriva revolucionaria que desencadenó la guerra civil, arremetía contra el Caudillo diciendo que España estaba “…sometida toda a la voluntad de un hombre, pigmeo-idiota, engreído por la adulación más baja y servil que ha deshonrado a la Humanidad…”; ¿no debía, pues, Franco, aceptar el reto y tomar las medidas a su alcance para combatir tal amenaza?

El 11 de Mayo de 1943, la Asociación Masónica Internacional (AMI) celebraba en Lisboa una importantísima reunión de la cual fue cumplida y detalladamente informado Franco. (Anita de S., cuya identidad permanece aún hoy desconocida, era el nombre en clave de la persona que, durante casi dos décadas, hasta 1960, fue una de las más importantes fuentes con que contó Franco sobre la Masonería; si bien no la única. Anita, era la esposa de un importante masón español, alto cargo de la AMI que debía residir en Cascais (Portugal) a juzgar porque la mayoría de sus informes –unos 1.500, todos ellos copias literales a mano de la actas de las reuniones de la AMI– están fechados en tal ciudad. Católica ferviente –firmaba los informes “Q.C.D” (Quién como Dios)–, con acceso por razón de su matrimonio a los documentos de dicha asociación, formaba parte de la red de información “APIS” (“abeja”) dirigida por Mª Dolores de Naverán y Sáenz de Tejada –maestra y monja teresiana fallecida en Madrid en 1967– que entregaba sus informes directamente a Carrero Blanco, a su secretario e incluso a veces al propio Franco).

En dicha reunión estuvieron presentes tres representantes españoles, dos por la Gran Logia y uno por el Gran Oriente. En lo relativo a España se rindió homenaje “…a la memoria de los hermanos que han pasado violentamente al Oriente Eterno, en España, por las persecuciones del en mala hora resucitado Tribunal de la Inquisición Católica…”, reconociendo de nuevo explícitamente “…la parte tan importante que le correspondió (a la Masonería) en el advenimiento de la más masónica de las Repúblicas, cual fue la española, de grandes esperanzas, desgraciadamente malogradas…”, achacando sus defectos y errores a “…las provocaciones inauditas de los católicos…”, calificando a Franco de “…mente enferma y siniestra…” y considerando a las Fuerzas Armadas como “…vil Ejército de cretinos, digno en todo del abyecto Inquisidor, sádico y perverso (en referencia a Franco)…”.

Si lo anterior ocurría en 1943, claro estaba que Franco sabía muy bien a qué atenerse, de ahí muchas de sus decisiones en esta materia que hoy tanto se empeñan en considerar los de siempre como producto de la imaginación o fobia enfermiza del Caudillo.

En 1960, cuando España se encaminaba decididamente hacia su más espectacular desarrollo de todos los tiempos, Franco obtenía nuevos documentos internos de la Masonería en los cuales quedaba bien claro que la citada sociedad no cejaba en su empeño. Sus objetivos coyunturales en esos momentos eran sabotear en lo posible el turismo –fuente ya entonces importantísima de ingresos–, así como infiltrarse en el Opus Dei que por entonces había colocado a muchos de sus miembros en puestos claves del Régimen; siempre el mismo objetivo.

En otro documento interno de Septiembre de 1961 del Gran Oriente, fechado en Méjico, la Masonería, haciéndose eco de un artículo de Franco –de los varios que sobre ella publicó en el diario “Arriba” bajo el pseudónimo “Jakín Boor”— decía: “…Recojamos, por último, dos afirmaciones de Jakín Boor: la caída de la Dictadura (de Primo de Rivera) fue obra específicamente masónica, y la II República Española desde su origen fue eminentemente masónica, traída por la Masonería. De acuerdo, amigo Boor. También lo será la caída de Franco y la proclamación de la Tercera República. Se lo juramos ante el ARA…”.

Franco repitió y advirtió hasta la saciedad, hasta en su última alocución pública en la Plaza de Oriente de Madrid en Octubre de 1975, escasamente un mes y medio antes de fallecer, que gran parte de los ataques que sufría España tenían origen masónico. De ahí, su empeño de siempre en combatir a la Masonería. Aunque poco a poco fueron cada vez menos los que le creían, no por ello dejó de tener razón como él bien sabía por las informaciones a las que siempre tuvo acceso; uno de los mayores éxitos de la Masonería es el haber hecho creer que o no existe o es una sociedad benéfica sin ansias de poder. A la vista de lo ocurrido desde su fallecimiento, hoy podemos afirmar que la destrucción de la ingente obra del Generalísimo y más aún su absoluta demonización es obra, en buena medida, de la Masonería, pues ella misma lo profetizó.

 

 


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