La nueva economía española: El desarrollo industrial (I)

 

“40 años en la vida de España”

 

 

La industrialización española era algo que estaba en la mente del creador del nuevo Estado desde el mismo momento en que asumió la tarea de gobernar a España. De toda la política económica del régimen, no cabe duda de que la industrialización ha sido la más fomentada, creando un número de puestos de trabajo — de paso — impensable en nuestro país. Franco, a este respecto, dijo:

«El progreso industrial no ha sido para nosotros un capricho, sino una necesidad. Las naciones pasan a industrializarse cuando sus necesidades interiores lo recaban. Hay quienes desde fuera creen todavía que nosotros propugnamos una industrialización artificial y, sin embargo, nosotros afirmamos que llegamos con respetable retraso a nuestra industrialización. Nuestra demografía nos impone cada día el aumento de producción, la creación de nuevas fuentes de trabajo. Todos los países han sido agrícolas antes que industriales. Y los viejos países agrícolas hace cincuenta años necesitaban poco de la industria porque no la demandaba su demografía y producían, en cada caso, lo que necesitaban. Hoy la agricultura exige cada día más esfuerzos; pide tractores, máquinas, arados modernos, exige abonos químicos, y todo esto que antes se sustituía por lo producido en nuestra patria, hoy hay que comprarlo en el extranjero o producirlo en nuestra nación impulsando la industria. Ello ha constituido el primer paso de nuestra economía y de nuestra agricultura que exige cubrir sus necesidades en progresivas etapas».

Pero las circunstancias, tantas veces señaladas en esta obra, por las que atravesó España, significaron un período erizado de graves problemas y dificultades. Período que hubo que superar a base de medidas muchas veces improvisadas pero que trataban de remediar, en lo posible, los graves problemas que, sobre la marcha, se iban presentando. Lo que no significa, ni mucho menos, que la política económica aplicada en España hasta 1592, adoleciese de falta de coordinación, sino, precisamente, todo lo contrario.

La idea matriz del régimen era la de crear riqueza, pero durante muchos años, sólo podía contar para ello con sus propios medios. Por ello hubo que conjugar los dos factores base: la iniciativa privada y la acción del Estado. La iniciativa priva-da es uno de los principios que, reiterativamente, ha proclamado desde su inicio el Movimiento Nacional. El Jefe del Estado, en una entrevista concedida al «New York Times», en 1952, señalaba:

«La iniciativa privada tiene en nuestro país un campo amplísimo para desarrollarse y en orden a los carteles y monopolios es precisamente el Estado el que lucha con el espíritu de monopolio que algunos sectores de la producción pretenden, de hecho, mantener.

Con ello, se estaban señalando los límites a la libertad económica, al capital y a la propiedad particular. Era la línea del pensamiento de Franco que si bien estaba dispuesto a defender al capital y la propiedad privada, ello no quería decir que fuese a tolerar la tesis liberal del derecho del hombre a disponer del capital y del producto como mejor le parezca. Y fiel a ese pensamiento, nació el Instituto Nacional de Industria, el I.N.I. para los españoles que llenó a España de factorías y plantas industriales. En una alocución pronunciada en Puertollano en 1952, Franco explicaba que el I.N.I. fue el instrumento necesario para llevar a cabo obras como las de aquella zona minera. El Instituto nació cuando debía nacer y fue cumpliendo, puntualmente, sus programas. La expresión «cuando debió nacer», significaba el momento en que se agotó el margen de confianza que se había depositado en la iniciativa privada para la realización de las grandes obras industriales que España requería, pero que pese a todas las ilusiones depositadas, sólo se realizó en muy contados casos.

En el desarrollo de la producción industrial española pue-den considerarse, en principio, tres etapas: la primera — la década del 40 al 50 o mejor al 52 — en la que las incidencias, ya estudiadas anteriormente, de la guerra europea y los problemas que nos ocasionó la postguerra con el aislamiento internacional, hicieron muy difícil y de un bajo crecimiento, la producción industrial de España.

La segunda etapa — que es la que tratamos de exponer en este capítulo — ocupa la década de los años 50, años en los que la verdad española se abre paso y en los que la expansión industrial es de tal magnitud, que va a marcar, de forma definitiva, la fisonomía de la industria nacional hasta colocarla en un lugar impensado dentro del orden establecido entre todas las naciones del orbe.

La tercera etapa, que comienza con la puesta en práctica del plan de estabilización de 1959, es la que alcanzará las altas cotas de nuestro desarrollo hasta colocar a España en el 10° lugar de los países industrializados del mundo, llegando, en algunos sectores, a desbancar a las grandes potencias industriales como son los Estados Unidos, la Unión Soviética e Inglaterra.

Cierto es, y conviene señalarlo, que la expansión industrial en las dos primeras etapas que hemos señalado no fue una expansión equilibrada entre los distintos sectores industriales, ya que mientras en la electricidad y el carbón el incremento fue uniforme y sostenido, en la metalurgia y, en general, en la industria siderúrgica hubo grandes altibajos que no beneficiaban al sector, hasta conseguir, al final de la década, la uniformidad precisa para convertir a España en la gran potencia industrial que era al final de los años 60.

Si repasamos, aunque sea someramente, el comportamiento de las distintas industrias españolas veremos que su incidencia en el desarrollo español no es uniforme, como decíamos anteriormente, pero sí son muy ilustrativas del esfuerzo de un pueblo y los deseos de un gobierno dispuesto a quemar etapas para ponerse en línea con los países de nuestro entorno.

 

EL CARBÓN

Nuestra producción carbonífera presenta características especiales que la diferencian, notablemente, del resto de los países de Europa. En las cuencas carboníferas españolas se da la circunstancia de que las capas de mineral son de poca potencia, con pliegues y cambios que hacen extremadamente difícil su laboreo y con ello un índice de productividad realmente bajo. Pese a estas diferencias, el consumo nacional se cubrió con nuestras minas, siendo prácticamente nulas las importaciones.

Otro inconveniente en el laboreo del carbón consiste en que en España, las cuencas del mineral están repartidas en una multitud de pequeñas concesiones de explotación, en manos de empresas de mediana e incluso pequeñas dimensiones que impiden hacer uso de los modernos y costosos procedimientos de laboreo, basados en la concentración del trabajo y en la mecanización, lo que exige unas fuertes inversiones de capital que, además, no van a tener rentabilidad adecuada por la insuficiencia de las reservas carboníferas.

Los sistemas de explotación varían según las condiciones del yacimiento de que se trate. En general, todo el carbón obtenido en España es a base de trabajo en procesos subterráneos. Tan sólo el lignito de Puentes de García Rodríguez se explota a cielo abierto, lo que permite el uso de excavadoras de gran potencia en lugar del martillo picador o los explosivos que tantos peligros conllevan.

La evolución de la producción carbonífera en España, se ha visto, también, limitada por la escasez de mano de obra especializada y por los conflictos laborales que han sido especialmente significativos en la industria del carbón, pese al silencio que sobre ellos ejerció la censura oficial, evitando (tal vez) que esos conflictos se propagaran a otros sectores como suele ser habitual cuando la publicidad de los mismos no tiene freno ni límite. Pese a ello, al comenzar la década de los 50, se aprecia un notable aumento en la producción hullera, pero como coincide con un alza extraordinaria en la demanda, debida a las necesidades crecientes de la industria, exigen unas importaciones de hulla coquizable que, en 1958, van a costar a la economía española 17,5 millones de dólares.

Ello mueve a los poderes públicos a intentar, de nuevo, un aumento de nuestra producción con el deseo de aliviar nuestra balanza de pagos y asegurar la expansión económica. Casi al final de la década — 1959 — se calculó que la inversión necesaria para poner en explotación una mina, era del orden de 500 pesetas por tonelada métrica de las que pudiera producir en un año; alrededor de 200 pesetas era el costo de la maquinaria que había que importar, lo que significaba una quinta parte, aproximadamente, de lo que costaba la tonelada de hulla en el extranjero, lo que llevaba a la conclusión de que al trimestre de empezar a explotarse la mina, se había amortizado la inversión en divisas necesarias para ello. Pero la mayor dificultad para incrementar la producción hullera seguía siendo la escasez de mano de obra especializada e incluso la mano de obra en general, dado que el trabajo en las minas no era atrayente para los desocupados que empezaban a tener puestos de trabajo de menor riesgo e incluso de percepción de salarios más elevados.

Todo esto llevó a iniciar una política laboral en el sector tendente a proporcionar viviendas a los obreros, jubilación para quienes tenían una capacidad laboral disminuida, mayor remuneración a los mineros, exención del servicio militar y otros atractivos que paliaran, de algún modo, la dureza de esta actividad.

La producción carbonífera, agrupada de cinco en cinco años, fue la siguiente:

 

AÑOS Miles de Tm.
1949-1953 64.721
1954-1958 76.798
1958-1963 78.784

 

EL HIERRO

La distribución de la producción y la situación de los yacimientos de hierro en España es la siguiente:

 

PRODUCCIÓN DE MINERAL DE HIERRO

Por zonas en 1957 Miles de toneladas

ZONAS

Toneladas

% sobre el total

Norte

1.786

34,11

Noroeste

1.276

24,35

Sudeste

1.021

19,38

Sudoeste

332

6,54

Sistema Ibérico

822

15,59

Otras

1.250

0,03

(FUENTE: Consejo Superior de Minas)

El mineral de hierro de España, en su mayor parte, era exportado mediante la venta a unos intermediarios y no a las empresas consumidoras. Esos intermediarios, llamados «centrales comerciales», se ubicaban en Inglaterra y Holanda, por medio de las compañías Central Británica de Londres y la Vulcaan de Rotterdam.

La expansión de la producción viene condicionada por la posibilidad de producir arrabio (hierro fundido) que en 1957 se cifraba en 3,5 millones de toneladas, lo que requería 7,4 millones de toneladas de mineral, cantidad que podía salir de nuestras minas ya que la producción de ellas era ligeramente mayor a esa cantidad, aunque haya que descontar dos millones de toneladas procedentes de la zona de León que no eran, al menos íntegramente, aprovechables por la siderurgia. La producción de mineral de hierro y carbón, en la década que nos ocupa, según fuentes del Instituto Nacional de Estadística fue la siguiente:

 

MINERÍA

(en miles de Tm)

AÑOS

Hulla

Antracita

Lignito

Piritas

Hierro

Mercurio

1950

9.529

1.512

1.344

1.401

3.038

33,5

1951

9.752

1.595

1.388

1.729

3.252

40,6

1952

10.225

1.830

1.597

1.972

3.851

40,6

1953

10.249

1.944

1.790

1.674

3.979

37,8

1954

10.433

1.963

1.754

1.621

4.034

47,9

1955

10.466

1.959

1.877

2.028

4.801

53,1

1956

10.576

2.274

1.934

2.004

5.790

68,1

1957

11.092

2.838

2.518

1.962

5.238

86,8

1958

11.323

3.120

2.671

2.046

5.033

118,7

1959

10.920

2.620

2.102

2.119

4.609

131,2

1960

11.269

2.514

1.762

2.252

5.637

132,0

 

 


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