59 procuradores que votaron que no

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La verdad sobre el “harakiri” de las Cortes Franquistas, por Luis Felipe Utrera-Molina

Luis Felipe Utrera-Molina Gómez

Boletín FNFF nº 151

Uno de los mitos generalmente aceptados de nuestra historia reciente es el del “harakiri” de las Cortes Españolas -hoy denominadas “Cortes franquistas”-  con ocasión de la aprobación de la Ley para la Reforma Política en la votación nominal que tuvo lugar en la sesión plenaria del 18 de noviembre de 1976, la última de las leyes fundamentales que, en la práctica, conllevaba la derogación de todas las demás y la  liquidación definitiva de los Principios -inmutables- del Movimiento Nacional y del estado nacido el 18 de julio de 1936 y abría las puertas a un sistema liberal parlamentario.

Sin embargo, poco se ha hablado sobre cómo se gestó dicha Ley y, lo que es más importante, cómo se consiguieron los apoyos necesarios para que saliese adelante. Para empezar, con aquella ley, se trataba -en palabras de Adolfo Suárez- de “acabar la obra del Régimen, «la gigantesca obra de ese español irrepetible al que siempre deberemos homenajes de gratitud y que se llamaba Francisco Franco”. Sin embargo, aunque Suárez quiso hacer equilibrios imposibles defendiendo la continuidad ante unos y la ruptura ante otros, lo cierto y verdad es que no pudo encontrar consenso alguno para una exposición de motivos verdaderamente imposible, por lo que, sorprendentemente decidió eliminar el preámbulo, con lo que se convertía en la primera ley que nacía sin exposición de motivos, algo verdaderamente excepcional.

No seré yo quien niegue que hubiera un significativo número de procuradores que apoyaron la ley por convencimiento y convicción. Sin embargo, jamás se ha desvelado la estrategia puesta en marcha por el gobierno Suárez para lograr el apoyo abrumadoramente mayoritario de los procuradores, que obedeció a motivaciones menos ilustres. Ya se había especulado mucho sobre el hecho de que un número indeterminado de procuradores fueron incluso amenazados con airear dossiers y grabaciones personales perjudiciales para conseguir su voto favorable, pero hasta ahora -que yo sepa- no se ha aportado prueba alguna de ello.

Pues bien, creo que el mejor servicio que puedo prestar a la verdad es hacer público ahora, cuando se cumplen seis años desde su muerte, un escrito reservado de su puño y letra que he encontrado en el archivo de mi padre en el que él mismo desvela y acredita lo que le sucedió la mañana del 16 de noviembre de 1976 (Lista_59_Procuradores_que_votaron_NO) Cito literalmente:

«Todo empezó tres horas antes de que se iniciara la memorable sesión de las antiguas Cortes Españolas que habrían de decidir el futuro de la llamada Ley de Reforma política. Un ministro, cuyo nombre no voy a citar por razones de dignidad y de estilo, se personó en mi domicilio para hacerme saber en nombre del presidente del Gobierno y ex Secretario General del Movimiento, Adolfo Suarez su indicación de que votase afirmativamente la ley que horas más tarde iba a debatirse.

Se me informó claramente de que mi voto negativo me acarrearía todo género de prejuicios, que nada tendría que hacer en política en lo sucesivo y que me atuviera a las consecuencias. La penosa entrevista termino muy pronto, y dije al ministro que me transmitía tan sombría advertencia, que nada en el mundo podría cambiar mis convicciones, ni convertirme en un ser desleal y ruin. Con mi “no”, le dije al final, solo pretendo comprar una cosa, el derecho a poder mirar a mis hijos de frente.

A partir de aquel día he sentido toda clase de persecuciones, he sido objeto de continuas calumnias, se me ha difamado con saña y se ha pretendido asesinar mi imagen ofreciendo el cliché de un cavernario, de una especie de troglodita de la política incapaz de diálogo, ajeno a cualquier clase de entendimiento comprensivo, opuesto a la modernidad, en definitiva, se me ha presentado como una especie de modelo de inmovilismo terco de intransigencia fanática.

Mis viejos correligionarios que participaron en actividades responsables e importantes en el Régimen de Franco y que súbitamente se convirtieron en apóstoles de una democracia parlamentaria que ellos habían en tantas ocasiones denostado, no me han perdonado mi fidelidad a las ideas que ellos vilmente han traicionado.»

No desvelaré el nombre de aquel ministro que hizo de mensajero, por las mismas razones de estilo que llevaron a mi padre a no hacerlo en su nota. Me consta que él le perdonó de corazón y revelar su nombre ahora sería traicionar la memoria de mi padre.

Las razones que tuvo mi padre para votar “no” a la reforma política las expuso él mismo en un artículo en ABC publicado el 20 de noviembre de 1976 titulado “Las razones de mi voto negativo” del que extraigo algunos párrafos:

«He votado “no” porque, como dijo Ortega, “un hombre es lo que ha sido” y yo estimo que me debo a una biografía que entendió siempre la fidelidad a la esencia de una doctrina como una insoslayable exigencia inscrita en un código de honor.»

«Dije que no, porque he mandado hombres durante cerca de treinta años y les he transmitido unas convicciones, les he comunicado unas creencias y les he comprometido en unas lealtades. Declaro mi incapacidad para ejercer de Capitán Araña.»

«He votado no al proyecto de reforma porque debió debatirse a mi juicio con mayor serenidad, con mayor sosiego y no bajo la presión intolerable de una urgencia que hacía imposible una reflexión a fondo.»

«Discrepo en la filosofía y en los procedimientos, pero no en la necesidad de la reforma; jamás me he opuesto a un entendimiento democrático de la vida y mucho menos he intentado nunca encarcelar el sentido de la libertad. Para mí la libertad es más importante que la vida y es algo por lo que el hombre puede ofrecer con alegría el sacrificio de su propia existencia. Pero insisto en que la democracia y la libertad se pueden entender no de manera uniforme.»

«Desearía firmemente que la fórmula aprobada tuviera el mayor éxito, porque por encima de nuestras particulares opiniones está siempre el interés de España y a él hay que doblegar cualquier apreciación de carácter personal y deponer cualquier actitud propia en aras de un entendimiento colectivo»

Con la perspectiva que sólo dan los años, resulta evidente que en el año 1976 eran lógicas las prevenciones que muchos falangistas como mi padre tenían hacia el regreso a la vieja partitocracia liberal que había llevado a España a una terrible guerra civil que todos tenían demasiado cercana. Si a eso se le añadían las sospechosas prisas por desmontar toda la estructura del Estado del 18 de julio y la discutible catadura moral de quienes habían pasado de vestir uniforme blanco y camisa azul a hablar de la “dictadura” en unos pocos meses, se explican perfectamente los recelos que algunos hombres que habían desarrollado su vida política durante el franquismo tenían hacia esa apresurada y radical reforma.  En definitiva, mi padre no se oponía a la democratización del régimen, pero no podía aceptar alegremente que se licenciase todo un período de la historia de España con un borrón y cuenta nueva, porque implicaba traicionar, no sólo los principios que habían jurado defender sino también la memoria de los caídos y, de alguna forma, dar la razón a quienes sostenían que esos 40 años no habían sido más que un paréntesis en la historia de España y debía recuperarse el sistema que provocó el enfrentamiento fratricida.

 Lo cierto es que, quienes impulsaron la reforma y pusieron todo el aparato del Estado al servicio del Sí, no sólo no respetaron a quienes mantuvieron una postura adversa, sino que procuraron de forma efectiva su muerte civil y política. Y sobra decir que España no evolucionó hacia una verdadera democracia, sino hacia una partitocracia suicida que ha servido con los años para socavar la unidad nacional, reavivar los odios que causaron la guerra civil y liquidar el estado de derecho neutralizando los contrapesos propios de todo sistema democrático.

El término “harakiri” sirve para definir el suicidio ritual de origen japonés que se realiza por razones de honor y consiste en abrirse el vientre con un arma blanca. Por eso, aunque puede afirmarse que el régimen -o lo que quedaba de él tras la muerte de Franco- firmó su propia declaración de defunción en aquella sesión de Cortes, no es justo ni acertado sostener que los procuradores franquistas se hicieron el harakiri. Porque los que verdaderamente se hicieron el harakiri no fueron los 425 procuradores que votaron sí a la reforma policía, cuyo bienestar y continuidad en la vida pública se vieron asegurados merced a su voto, sino precisamente los 59 procuradores que decidieron votar “no” porque aquél voto negativo -emitido por mi padre en alta voz cuando ya la votación estaba de sobra decidida- no pudo tener otra motivación que el sentido de la lealtad y la propia conservación del honor, por los que aquél hombre de 50 años recién cumplidos y ocho niños pequeños tuvo que pagar un precio desorbitado.

Conservo la lista con los nombres de aquellos 59 procuradores “rebeldes” que se resistieron a las presiones del gobierno y la fotografía que se hicieron para el recuerdo. Una lista en la que aparecen nombres como el de Girón, Blas Piñar, Pedro Zaragoza, José María de Oriol, Fernández-Cuesta…. ilustrada con las cruces que mi padre iba poniendo junto a cada nombre a medida que iban falleciendo. Tan sólo faltaba la suya, que pongo yo ahora en recuerdo de la pesada Cruz que le supuso aquél sonoro y heroico voto negativo, una Cruz que sobrellevó con dignidad y sin desmayo y que en los últimos años de su vida incluyó la persecución penal, pero que se vio compensada con creces con el cariño y admiración incondicional de sus 8 hijos, sus 8 hijos políticos, 19 nietos y 5 bisnietos, de la admiración de mucha gente sencilla y noble a la que había ayudado, por su coherencia vital, por ese amor a sus ideales que él mismo plasmó, como solía, en su soneto “Ideal”:

Primero por la sangre pasó todo:

la ilusión intranquila y el coraje,

la esperanza encendida en el paisaje

de España diferente y de otro modo.

 

Razón tuvo mi vida en tu bandera;

camino para andar, pulso anhelante;

el corazón arriba y por delante

y una canción al sol de una quimera

 

Estoy de pie con mi ideal; y sigo

sin cansarme, llevándolo conmigo,

vivo el sueño, más roto mi estandarte.

 

Si me pides que luche todavía

sobre el pecho, te juro que lo haría

Me iré muriendo, sin dejar de amarte.


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