LIBERACIÓN DEL ALCÁZAR Y DESIGNACIÓN DE FRANCO COMO JEFE DEL ESTADO

 
 
Eduardo Palomar Baró
 
 
 
   Desde el sevillano palacio de Yanduri, donde instaló su Cuartel General, el general en jefe del Ejército español de África va a tratar de cumplir el designio más urgente y más anhelado por toda la zona nacional: la ocupación de Madrid. No será tarea fácil, aunque los jefes de las distintas columnas se muestran radiantes de optimismo. Igualmente optimista es el jefe inmediato de todas ellas, coronel don Juan Yagüe. A medida que pasan las horas, sin embargo, van surgiendo dificultades inesperadas. Por ejemplo, la zona de Córdoba no acaba de quedar totalmente dominada, pese a los esfuerzos del general Varela. De otra parte, el Alcázar de Toledo, rigurosamente sitiado por diez o doce mil milicianos provistos de buen material artillero, no parece que pueda resistir mucho tiempo. Si el Alcázar se rinde perderá el Alzamiento toda la provincia de Toledo y gran parte de la línea del Tajo. Cierto es que las tropas atacantes desde el Sur son muy eficaces, pero la marcha de Sevilla hasta Madrid es larga y sus flancos se hallan muy amenazados.
 
   El avance resulta, con todo, fulgurante. En muy pocas semanas, luego de ocupar Mérida y Badajoz y de asegurar las comunicaciones con Portugal desde Huelva hasta Tuy, luego de adueñarse de Talavera de la Reina, de Navalmoral de la Mata, de Puente del Arzobispo, de Guadalupe, de llegar hasta Maqueda y las cercanías de Escalona; es decir, cuando las columnas van a dar vista a Madrid, se interpone el episodio de la liberación del Alcázar de Toledo.
 
   Es un momento en que la decisión se hace difícil. O, por lo menos, dudosa. ¿Suspenderá Franco, por unos días, la marcha sobre Madrid y desviará su ofensiva hacia el Alcázar? ¿O abandonará a los sitiados de Toledo a su suerte, durante una o dos semanas más, para alcanzar pronto la capital? El coronel Yagiie, que manda las columnas desde que salieron de Sevilla, se muestra partidario, según se asegura en Burgos, de continuar avanzando; y así, por Escalona, Navalcamero, Getafe, los Carabancheles, cree que en unas cuantas zancadas finales podrá plantarse en la Puerta del Sol. Pero Franco resuelve otorgar prioridad al Alcázar. Como Yagüe ha dado alguna señal de quebrantos de sa1ud, siquiera sean pasajeros, se le ordena turnarse un breve descanso en Ceuta, y se nombra al general Varela para el mando de la ofensiva. La misión inmediata que Varela ha de cumplir es la liberación del Alcázar. En una operación memorable alcanza brillantemente esa meta. El 27 de septiembre de 1936, Regulares y Legionarios escalan las ruinas toledanas y levantan el sitio que venía sufriendo el insigne recinto imperial y militar.
 
   Franco comenta: “Yo les había prometido venir en su ayuda. Además, en el Alcázar nos jugábamos una carta psicológica y moral. En definitiva, no parecía razonable, en aquellos momentos, pensar que ocho o diez días de retraso en el avance pudieran frustrar las esperanzas de una rápida entrada en Madrid”.  
 
DESIGNACIÓN DE FRANCO COMO JEFE DEL ESTADO Y GENERALÍSIMO DE LOS EJÉRCITOS DE TIERRA, MAR Y AIRE
 
   Tres días después del abrazo de Franco al heroico Moscardó, jefe y símbolo de una resistencia asombrosa, vino la elección de Jefe del Estado español y Generalísimo de los Ejércitos. Los generales de máximo prestigio y responsabilidad, reunidos en la finca salmantina de “San Fernando”, propiedad de don Antonio Pérez Tabernero, tras cierta deliberación, acordaron encomendar las supremas funciones del Poder político y militar al general Franco.
 
   Desde hacía varias semanas, los generales Varela, Kindelán, Orgaz y Mola, así como el coronel Yagüe, venían declarando la necesidad de un mando único. El presidente de la Junta Nacional de Defensa, general don Miguel Cabanellas, defendía la tesis del mando colegiado. Como la discusión se fuese alargando, Mola dio a su actitud el carácter de ultimátum. “O se decide ese nombramiento o yo digo ahí queda eso, y me voy”. Kidelán fue, en realidad, quien aseguró el trámite; Franco, quien convocó a los jefes que debían decidir; pero lo hizo –afirma el propio Kindelán– “hostigado por mi insistencia”. Acerca del candidato no hubo un momento de duda. Sobreentendían todos que Franco había de ser el elegido, pues ningún otro infundía tanta fe, ni inspiraba tanta confianza. Por él votaron los generales Orgaz, Queipo de Llano, Gil Yuste, Mola Saliquet, Dávila y Kindelán, y los coroneles Montaner y Moreno Calderón. Salvó su voto el general Cabanellas. Es decir, Franco fue nombrado por todos los miembros de la Junta de Burgos, excepción hecha del presidente. 
 
   El día primero de octubre de 1936, Francisco Franco Bahamonde prestó en la Capitanía General de Burgos el juramento de rigor. El Decreto de la Junta, fechado el 29 de septiembre y firmado por el general don Miguel Cabanellas, nombraba, según el artículo primero, “al Excelentísimo señor General de División don Francisco Franco Bahamonde, Jefe del Gobierno del Estado español”, y como tal, asumiría “todos los poderes del nuevo Estado”. De acuerdo con e1 artículo segundo, pasaba a ser “Generalísimo de las Fuerzas Armadas de Tierra, Mar y Aire, con el cargo de General Jefe del Ejército de Operaciones”.
 
   El otoño y el invierno de 1936, así como la primavera de 1937, se señalaron por el afán, casi obsesivo, de la toma de Madrid. Aún no aparecía la guerra como una lucha prolongada y compleja. Octubre fue el mes del avance de las columnas desde Toledo y Maqueda hasta los suburbios madrileños. La entrada en la capital debía producirse en la primera decena de noviembre. Pero a medida que las tropas atacantes se iban acercando al Manzanares, los jefes empezaron a darse cuenta de que sus efectivos se habían desgastado y menguado durante la marcha desde el Sur. Eran dos meses de actividad sostenida y de combates incesantes. Cuando los asaltos a la Moncloa, al Parque del Oeste y a la Ciudad Universitaria demostraron que no se podría conquistar la capital en el plazo previsto, Franco advirtió que tenía delante de sí un problema extraordinariamente difícil y que su solución exigiría mucho tiempo.
 
   Vinieron entonces los intentos de penetración por Las Rozas, por la Cuesta de las Perdices, por las líneas del Jarama. Tampoco se alcanzó el deseado objetivo. En el Jarama, el Ejército de la República hizo un esfuerzo muy grande y libró con buen espíritu una serie de fuertes combates defensivos. La presencia de las primeras Brigadas Internacionales, bien mandadas, nutridas en buena parte con veteranos de otras guerras, fue un acontecimiento. La moral de los defensores de Madrid subió de punto. El partido comunista, poniendo en juego sus métodos, infundió a los milicianos un nuevo ánimo de resistencia. La entrada de las tropas nacionales en Madrid no era posible. La ofensiva de Guadalajara equivalió al último intento fallido de un ciclo de maniobras destinado a rodear Madrid y conquistarlo. A fines de 1936, la preocupación central de Franco era ya la organización de un Ejército poderoso; tarea que suponía un esfuerzo gigantesco y en la que, para las jefaturas iniciales, contó. 
 
 
 
 
 

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