Libertad, Patria, Hombre, Paz, Religión, Política, por Blas Piñar

 

XLV ANIVERSARIO DE LA EXALTACIÓN DE FRANCO A LA JEFATURA DEL ESTADO

 

Blas Piñar López

Plaza de Toros, Valencia, 4 de octubre de 1.981

 

Por cuarta vez nos congregamos en la Plaza de Toros de Valencia, españoles del antiguo Reino y españoles de todas las tierras de España. Y nos congregamos por la sencilla razón de que, al menos los que estamos aquí, hemos salido victoriosos, por rechazo inicial o por noble arrepentimiento posterior, de las tres grandes tentaciones que han tratado de hacer sucumbir el alma española, a partir, sobre todo, de la muerte de Francisco Franco: la tentación del perjurio, la tentación de la ingratitud y la tentación de la frivolidad.

Tres tentaciones subterráneas y peligrosas que tuvieron fuerza bastante para seducir a sectores amplios y representativos de la clase política, social y económica de los años felices del franquismo, y a la mayoría del pueblo, que confió en sus palabras y en sus promesas.

Pero yo distingo, y quiero con énfasis distinguir, entre tentaciones comprensibles y estados de ánimo permanentes de odio, de resentimiento o de ren­cor, porque de tales estados es muy difícil, por no decir imposible, la salida. El que odia, el que está poseído por el resentimiento, el que guarda como un te­soro su rencor, está negándose a sí mismo toda posibilidad salvadora: cierra sus párpados obstinadamente a la luz; sus oídos al clamor incesante de un pueblo, su razón al implacable argumento de la lógica; su corazón al grito doloroso de las víctimas del terrorismo y del paro; su voluntad a todo proyecto de corrección de cara al futuro.

El odio, el resentimiento y el rencor no vacilan en acercarse a la realidad para encubrirla, para esconderla, para enmascararla, para disfrazarla, para presentarla de un modo distinto a aquéllos que la contemplan. Pero los poderes mágicos no existen y la magia no puede confundirse con el milagro. Por eso el que odia, el que alberga un resentimiento inextinguible, el que almacena su rencor, acaba siendo al final la víctima del rencor, del resentimiento y del odio. Y el pueblo, el sufrido pueblo español, aquejado por la incertidumbre y por la angustia, asustado de las consecuencias amargas de su voto, indignado al saberse víctima de una de las más grandes manipulaciones históricas, se levanta airado contra quienes han querido inmolar en los altares oscuros de su odio, de su resentimiento y de su rencor -apelando a aquellas tentaciones-, la paz, el bienestar, la dignidad, la libertad y la unidad de España.

Por eso el acto de hoy, que conmemora el 43 aniversario de la exaltación del Caudillo a la jefatura del Estado, tiene dos signos: el negativo de la repulsa a los responsables de la situación caótica que atravesamos, y el positi­vo de afirmación clara y rotunda de los grandes valores nacionales, puestos en entredicho, sitiados y en acoso, que rompen las murallas del silencio o la difa­mación, y se manifiestan con energía viril en todas las tierras de España.

Hace unos días, en Belchite, la ciudad-reliquia donde el comunismo mordió el polvo de la derrota y los soldados nacionales vistieran los laureles del heroísmo, de la victoria y del honor; poco antes, en Santander, donde España reclina su cabeza entre el arrullo del mar y de la historia; y hoy, 4 de octubre, en Valencia, junto al mar latino, que nos trajo en las galeras romanas la luz de la fe, rodeados del color y del perfume de su huerta, iluminados por el fulgor de una luz que traspasa los sentidos para herir las potencias del alma y ponerla en actitud de sacrificio, ¿o es que acaso los que ahora nos reunimos, los que pisoteamos el miedo, la cobardía y la amenaza, no hemos formulado al entrar aquí, y renovado después, ante los himnos y las banderas que subieron al estrado, un ofrecimiento íntimo, pero también comprometedor, de trabajar sin descanso por España?.

Un himno es -música y letra- la expresión colectiva de un modo de ser y de sentir, y por lo mismo, reflejo de un modo de ser y de sentir personal. De aquí que, si es cierto que para ofrendar nuevas glorias a España vuestra región supo luchar, también ha de serlo que para que España recobre su unidad, su grandeza y su libertad perdidas, los valencianos, que cada valenciano, cada uno de vosotros estéis dispuestos a combatir. Y si es cierto que aquellas potencias del alma herida por vuestra luz nos permiten gritar con entusiasmo a todas las rosas de los vientos: “¡Arriba España!, alzad los brazos hijos del pueblo español, que empieza a resurgir”, movilicemos todas nuestras fuerzas, todas nuestras posibilidades para que ese resurgimiento sea una realidad jubilosa y podamos proclamar sin rubor y sin patriotismo falso: “gloria a la Patria que supo seguir, sobre el azul del mar, el caminar del sol”.

Porque esto es lo que España necesita: españoles de verdad, que vean claro y que pasen a la acción. Que vean claro el mal que nos aqueja y la solución evidente, y que, en lugar de lamentarse o conducirse con desgana o hastío, se resuelvan de una vez, con los medios honestos y legales en sus manos, a decir: ¡Basta y adelante! Porque yo os aseguro que por el juego de un mecanismo sicológico elemental, el día en que alguien con tono sereno y autoritario, con un ges­to que mueva a la confianza y a la obediencia, nos diga a través de la pequeña pantalla de la Televisión: “españoles, ha terminado la juerga, el despilfarro y la palabrería, y ha llegado el momento de la seriedad y del trabajo”, las cosas cambiarán enseguida, como cambiaban, sin duda, en el tercio, cuando Valenzuela, Millán Astray o Franco, arengaban a los nuevos reclutas y les decían: “nada im­porta la vida anterior”. Pues bien, en esta hora oscura y recia, en la que está en juego el ser o el no ser de España, no sería ilícito rastrear el pasado, valorar con exceso la actitud precedente ante un referéndum o unas elecciones. “Nada importa vuestro voto anterior”; lo único que importa es vuestro talante de cara al futuro, la incorporación enardecida y entusiasta, firme y enérgica, a un movimiento de restauración nacional, como el nuestro, que abre su camino con las banderas desplegadas y al aire, de Dios, la Patria y la Justicia.

La crisis es general, de una civilización que huye de sí misma, que ha puesto en tela de juicio sus valores básicos y los sustituye por ídolos. Hay un estado difuso de confusión, que hay que superar, devolviéndole al hombre el sentido de la libertad, de la Patria, de la personalidad, de la paz, de la Reli­gión y de la política.

LIBERTAD

Hay que tener mucho cuidado con las palabras, como hay que ser cauteloso ante el paquete postal que nos llega. No basta con leer el rótulo, hay que examinar el contenido, no sea que una palabra tan bella como sugestiva, y lo es, sin duda, la palabra libertad, sirva de excipiente y vehículo para una auténtica carga de goma 2.

Porque la libertad es un medio, y no un fin. La libertad no es una rueda loca sin exigencias morales. La libertad, en cuanto pertenece al hombre y le otorga dignidad y categoría, lleva aparejada la congruente responsabilidad para el que hace uso de ella, responsabilidad atributiva del mérito o la sanción.

Cuando a la libertad se le despoja de responsabilidad y de ética, se enloquece, se transforma en el libertinaje. Tal es la amputación desconcertadora que de la libertad ha hecho el liberalismo.

Ahora bien; ante la libertad enloquecida, como ante el perturbado mental, furioso en ocasiones, no caben más que dos actitudes: o se pone a la libertad enloquecida la camisa de fuerza, que es lo que hace el marxismo, de acuerdo con la fórmula de Lenin, la libertad ¿para qué?, o se devuelve a la libertad su salud, haciéndola ética y responsable y, por lo mismo, auténtica, como tratamos de hacerlo nosotros.

Ello quiere decir que una Sociedad de hombres libres, que constituye la máxima aspiración del quehacer político, implica una Sociedad en la que reina y se imparte la justicia, es decir, en la que se exigen responsabilidades, y de un modo especialísimo a aquéllos, estén donde estén, que, en uso de una libertad sin ética, lesionan de un modo gravísimo valores fundamentales, derechos fundamentales del hombre y de la comunidad. La libertad sin ética conduce a la irres­ponsabilidad dialéctica y, especialmente, a la irresponsabilidad de la Adminis­tración,

Por eso, la verdadera libertad exige un substrato ético y social co­mo “conditio sine qua non” para su ejercicio; un juego de derechos y deberes correlativos que me permita elegir entre esta o aquella marca de aceite, entre aceite de oliva o aceite de girasol, aptos para el consumo, no entre aceites sin garantías, en los que al azar uno puede hallarse envenenado y producirse la muerte, con lo cual me quedo sin vida, pero también sin libertad, en nombre de una libertad falsa.

PATRIA

Alguna vez hemos hablado de que lo peor que puede ocurrir a la civilización es que, empezando a dudar de sus principios inspiradores, ponga en juego sus dogmas, se comporte con indiferencia ante ellos, tolere los ataques solapados o clamorosos contra los mismos.

Uno de los síntomas de la etapa decadente surge, y éste es el caso de España, cuando desde el plano de la consideración filosófica -España como problema o España como enigma histórico- se pasa al plano de la política práctica, es decir, del ordenamiento jurídico fundamental.

La concepción del Estado de las autotomías, de España no como Nación, sino como Estado multinacional, que es lo que dice la Constitución, lo que han dicho Heribert Barrera y el lendakari vasco, lo que con matices que no alteran  lo substantivo aseguran con las fórmulas federalistas representantes cualificados de los partidos de la órbita del Sistema, lo que en suma respaldó, citando a Prat de la Riva, Leopoldo Calvo Sotelo en su última visita a Barcelona, lleva a la conclusión de que el concepto de España, como Patria, está en crisis. Lo que hay que examinar es si España, como Patria, está en crisis tan sólo al nivel so­fisticado del sector dirigente que ocupa el poder Gobierno y oposición reunidos, en cuyo caso el problema, aun siendo como lo es grave, se puede salvar desplazando por los medios lícitos a ese cuadro directivo de los puestos de mando que ocupa, o si, por el contrario, y esto sí que sería difícilmente salvable, si el pueblo español participa del mismo criterio o no participando del mismo se mantiene, aunque lloroso, en una actitud permisiva y abúlica, tolerando y consintiendo tá­citamente su propia aniquilación. Y aquí es donde nosotros entramos en la dispu­ta, en primer lugar, para descubrir una voluntad, que es posible haya atravesado un período de desconcierto, pero que está ahora iluminada y viva, saliendo del embrujo y del sortilegio, y en segundo lugar, para estimularla y auparla, para envalentonarla y auspiciarla, para guiarla y capitalizarla, a fin de que pueda realizar el esfuerzo salvador e imparable necesario.

Es cierto que el propósito de dejarnos sin Patria ha actuado y actúa por procedimientos diferentes, inoculando virus que afecten y lesionen órganos y vísceras fundamentales de la biología nacional.

Cerebro: Amnesia colectiva y, por lo tanto, ruptura con la tradición nacional, repudio de la historia, pérdida de la propia identidad.

Corazón: Pérdida del tono vital, infarto, desvitalización de cara al futuro, renuncia a la misión.

Estómago: Anquilosado o ulcerada por una alimentación dañina o por falta de alimentación, es decir, por el hambre, el paro, el cierre empresarial, la inflación, la paralización del proceso productivo.

Pulmones: Por falta de aire, por aire enrarecido e irrespirable, por el humo contaminante de los medios desinformativos y pornográficos, por una atmósfera sucia, repugnante, asquerosa, podrida, que acaba por asfixiarnos.

Tejidos vitales: Por corrupción interna y cancerosa, que ya no se puede localizar ni extinguir con aplicaciones de cobalto, y que, como la necrosis en un proceso de metástasis, se extiende por la totalidad del organismo y lo de­ja inerme.

Autopsia: Separación de órganos, es decir, separatismos, para el ban­co de ojos o el de huesos, si es que alguno quedó sano después de la Diada y el Aberri Eguna.

Pero el pueblo quiere Patria unida y en orden, tradición y misión, pan y verdad, paso firme y unidad.

HOMBRE

Lo que decíamos de la libertad podemos decir del hombre. Se proclaman sus derechos y se le esclaviza en los campos de concentración de los países soviéticos. Se proclama su derecho a la vida, y se deroga el derecho a la concepción y el derecho a nacer. Se proclama el derecho a la libertad de expresión, lo que supone el derecho a pensar, y se fabrica tendenciosamente su pensamiento des de los talleres de opinión pública.

Al lado del hombre como persona encontrarnos al hombre con vestidura corporal de hombre, como reducido en la práctica al robot de las sociedades materializadas, bien por el “American way of life”, o bien por la tiranía del comunismo.

¿Cuáles son las características del hombre-robot?

Indiferencia, desentendimiento por la busca de la verdad.

Indecisión, a la hora de elegir el bien, ya sea por desconocimiento de cuál de las opciones ofrecidas es la verdad, ya porque, estando convencido de cuál es la verdadera, le falta valor, ante las coacciones ambientales, para elegirla y apoyarla.

La indiferencia en la busca de la verdad y la indecisión para apoyar­la conducen a enterrar los talentos recibidos. El hombre no negocia, no se colo­ca en posición de disponibilidad, se convierte en muñeco de guiñol, y lo único que decide es que se decida sobre él mismo como se quiera. No se trata de un vo­to de obediencia que le sublima, sino de un talante interior de abulia que le condena.

Al hombre voluntariamente convertido en muñeco le ocurrirá lo mismo que al hombre que recibió un talento y, en vez de negociarlo, lo enterró con pe­reza para devolverlo sin haber producido nada.

El hombre-persona mantiene Principios frente a mitos; verdades frente modas; desarrollos homogéneos frente a saltos en el vacío; revoluciones naciona­les y no revoluciones miméticas.

El hombre-persona lucha por su dignidad y por su honor. El hombre-mu­ñeco, que anda porque alguien le da cuerda, acaba en la estantería sin andar, con la cuerda rota, o en puro muñeco de trapo, como el drogadicto que se arroja en la acera o como el piojoso subversivo que, en una manifestación comunista, acaba dejando la calle llena de destrozos y de porquería.

Nosotros aspiramos a contar con españoles-hombres-personas. Un mili­tante nuestro debe tratar de aproximarse al arquetipo, al héroe civil y al santo religioso, y huir y apartarse del infratipo, hombre bestializado, animalizado, etiquetado, igualizado, masificado. No olvidéis la frase marxista de Engels: “No a los héroes, sí a las masas”.

PAZ

Lo mismo que con la libertad y el hombre, sucede con la paz, pues hay una paz auténtica y una paz aparente, una concepción dinámica y otra pasiva de la paz.

La paz no es equilibrio de situaciones injustas, no es cesión para evitar incomodidades, no es, en ningún caso, cobardía disfrazada de voluntad de entendimiento, no es una tregua o armisticio postergador de la lucha.

La paz es obra de la justicia.

La paz es dinámica y precisa su defensa, aunque esa defensa nos perturbe y demande sacrificios.

La paz es una situación espiritual, que nutre a los pacíficos, y no a los pacifistas.

La paz aparente, que ésa es la paz con injusticia, es el fermento de la guerra. Por eso la guerra por la justicia trae la paz, mientras que la paz manteniendo una situación injusta trae la guerra.

De ahí la legitimidad de la guerra de España, del levantamiento de Hungría, de la primavera de Praga, de la lucha de hoy en Polonia.

En suma: la paz no es lo opuesto a la guerra. La paz es lo opuesto a la injusticia.

RELIGIÓN

En la crisis de la civilización, lo religioso está profundamente afectado.

Se ha hablado de un cristianismo con rostro humano, desdivinizando a la Religión y a Cristo, cuando sólo la divinidad de Cristo lo hace, encarnada, mediador y redentor de la humanidad.

La religión, opio alienante del pueblo, ha penetrado en la Iglesia como humo de Satanás; y la Iglesia no ha sido alienadora, porque ha sido la Iglesia el gran instrumento civilizador en lo temporal: Universidades, Hospitales, dignidad de la mujer, abolición de la esclavitud, arte…

Hoy la Iglesia se desespiritualiza, pierde el sentido de lo sagrado, se hace todo a todos, pero esconde la verdad que salva o puede salvar a todos. A la acción pastoral sustituye acción política, social y sindical; en vez de credo religioso y camino hacia la vida eterna (como revelación), actúa como portavoz de la esperanza temporal de los hombres, es decir, del sucedáneo de la espera. El “Creo en la esperanza” de Díaz Alegría es sintomático.

POLÍTICA

La influencia de este antropocentrismo temporalista, influye en el quehacer político y en la concepción de la política.

Política no es llegar a compromisos entre tendencias antagónicas en temas esenciales, sino lograr que prevalezca lo que demanda el bien común y el interés legítimo de la Nación.

Política no es una autodescalificación continua ante los poderes de facto o contrapoderes, ante los señores feudales de la época, que presionan y amenazan, exigen y se imponen: Partidos, Sindicatos, Banca, Multinacionales, Grupos de presión interna y externa, fuerzas ocultas a todos los niveles.

El político no debe seguir ni adular el gusto estragado, sino dirigir y mandar. Por eso no hay política cuando se combate al terrorismo y se pacta con él, y quiere la unidad de España y se entrega el poder a sus enemigos.

Hay que recobrar, por ello:

– el valor de la norma y del orden,

– la Economía, la Producción y el Pan,

– la Milicia, la Defensa y la Espada,

– el Magisterio, la Enseñanza y el Libro,

– la Magistratura, la Justicia y la Ley,

– el Sacerdocio, la Trascendencia y la Cruz,

– la Política, el Gobierno y el Cetro.

La situación se hace insufrible:

– Si no se produce y no hay pan.

– Si no se defiende lo que se debe defender y la espada se oxida.

– Si no se enseña y se envenena ideológica y moralmente.

– Si no se hace Justicia porque el juez se politiza o el político se convierte en juez.

– Si no se trasciende y la sal se corrompe.

– Si no se gobierna y se rompe el cetro con el desgobierno.

Nosotros aspiramos a ser un Movimiento político, pero antes un movimiento moral, una gigantesca movilización para devolver -fondo y forma- a lo desfondado y deformado. Nosotros queremos:

– Libertad con responsabilidad.

– Patria, y no país.

– Hombre-persona, y no hombre-muñeco.

– Paz, y no equilibrio.

– Religión, y no temporalización.

– Política, y no consenso.

Si queréis:

– que no haya responsabilidad para los que nos envenenan:

– que nos dejen sin Patria,

– que nos conviertan en muñecos teledirigidos,

– que haya enfrentamiento,

– que nos quedemos sin fe sobrenatural,

– que siga el consenso, la concertación, el contubernio, la burla del liberalismo democrático y del colectivismo marxista,

dad vuestro apoyo a los partidos del Sistema.

Si queréis lo contrario:

– Libertad

– Patria

– Dignidad

– Paz

– Religión y

– Política.

dadnos hoy vuestro respaldo y mañana vuestro voto,

Y recordad la jota:

“España, para ser una,

tuvo a Isabel y Fernando,

para ser grande, a Colón,

y para ser libre, a Franco”.

 


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