Madrid, Plaza de Oriente, por Blas Piñar López

Blas Piñar López

18 de noviembre de 1.979

¡Una fe, una Patria, una bandera, proclamamos hoy en esta Plaza de la lealtad!

Lealtad a José Antonio y a Franco, lealtad a unos ideales, lealtad a la sangre de los héroes y de los mártires que dieron su vida por defenderlos, lealtad a España, que otra vez en peligro, nos convoca para mantenerla unida, frente a toda desunión, grande contra los pigmeos que pretenden debilitarla, y libre de toda presión externa o interna que trate de convertirla en país, primero, y en colonia, después.

En esta mañana de noviembre, con el corazón enardecido y el alma jubilosa, nos congregamos centenares de miles de hombres y mujeres de todas las tierras de la Patria. Con nosotros están nutridas representaciones de Europa y de América, que han hecho suya esta magna concentración, que han hecho de la Plaza de Oriente el “campus” de la libertad y de la dignidad, que miran a los españoles con un anhelo transido de ilusión y de esperanza.

Porque aquí, en esta punta de Europa, se juega el destino de una cultura y de una civilización, cuyos cimientos parecen quebrantarse como fruto de una tenaz y machacona tarea destructora. El magisterio deserta, la autoridad consensua, la ley homologa el crimen, la Patria se pone a votación, y hasta el aborto inhumano se levanta como un derecho de la mujer.

Todo vacila y se desmorona. Todo se ensucia y se agrieta. Todo se transforma en una contradicción brutal: los oficiales de prisiones se encierran en las cárceles como protesta ante su honor ofendido, mientras los presos se amotinan o se escapan de las cárceles; la pena de muerte queda abolida para los asesinos, pero los asesinos la imponen con una absoluta impunidad, empapando de sangre nuestros pueblos y enlutando a la gran familia española; la justicia social se esgrime como una pancarta marxista, cuando el marxismo está arruinando la em­presa, esquilmando económicamente a la nación, promoviendo el paro y dejando sin pan a los trabajadores; la UCD -que nos ha prometido un gobierno para 107 años-, en vez de cumplir todo lo que promete, promete todo lo que no puede cumplir.

Pero no importa. Lo peor que podría sucedemos sería que -ante tanta miseria- nos entregásemos a la desesperación o nos inclináramos por el abandono. Si ello fuera así, ni España sería España, ni nosotros mereceríamos ser españoles. Los pueblos demuestran que lo son en los trances difíciles, y lo demuestran creciéndose, fortaleciéndose y agigantándose en medio de la amenaza y del peligro.

Y España y los españoles hemos reaccionado; y esta reacción, que “Fuerza Nueva” en gran medida puso en marcha, bajo el signo de la unidad y de la continuidad, ya es imparable. Tenemos fe, tenemos patriotismo, tenemos una bandera roja y gualda. Tenemos una juventud ardorosa, tenemos a las mujeres, las más femeninas y las más bellas, tenemos a los trabajadores que acuden a nuestras fi­las desengañados de tanta mentira y de tanto parlanchín. Sólo nos hace falta entender, pero entender sin dudas ni vacilaciones, que el enemigo no tiene otra moral que la que puede suministrarle nuestra cobardía; que lo importante, lo nece­sario y lo urgente no es otra cosa que hacer de todos los corazones un sólo pálpito, de todas las voluntades una sola decisión, y de todas las voces una sola voz de mando.

Yo me atrevo a darla desde esta tribuna, desde esta Plaza de Oriente, desde este “campus” de la libertad y de la dignidad de un pueblo: ¡Adelante españoles!, ¡Sin miedo a nada ni a nadie! Con el recuerdo imborrable de José Antonio y de Franco. Por la fe y la Patria. Con las banderas en alto y sin arriar­las jamás.

 


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