Miguel Hernández: un poeta en la Extremadura Roja

Reproducimos el esclarecedor artículo del Sacerdote e Historiador Ángel David Martín Rubio, publicado en la página digital Historia en Libertad, el 16 de julio de 2010.

 

 

Ángel David Martín Rubio

 

     El 18 de mayo de 1936, el diputado comunista Antonio Mije pronunció en Badajoz unas palabras que reflejan con toda claridad cuáles eran los objetivos revolucionarios del Frente Popular y los medios que iban a emplearse para lograr ese fin: “Yo supongo que el corazón de la burguesía de Badajoz no palpitará normalmente desde esta mañana al ver cómo desfilan por las calles con el puño en alto las milicias uniformadas; al ver cómo desfilaban esta mañana millares y millares de jóvenes obreros y campesinos, que son los hombres del futuro Ejército Rojo […]. Este acto es una demostración de fuerza, es una demostración de energía, es una demostración de disciplina de las masas obreras y campesinas encuadradas en los partidos marxistas, que se preparan para muy pronto terminar con esa gente que todavía sigue en España dominando de forma cruel y explotadora.” (Claridad, Madrid, 19-mayo-1936).

     Pocos meses después dicho Ejército Rojo había sido creado y, gracias a la disciplina comunista y a la ayuda soviética, había alcanzado cierto grado de capacidad ofensiva y defensiva. Desde agosto de 1936 las victorias del Ejército Nacional habían reducido su presencia en el ámbito extremeño al extremo nororiental de la provincia de Badajoz, un territorio que el periódico publicado por el Partido Comunista en Cabeza del Buey llamaba la “Extremadura Roja”.                                    

      Entre los meses de marzo y junio de 1937 el poeta Miguel Hernández acudirá en varias ocasiones a los frentes del sur, tanto de Andalucía como de Extremadura, para llevar a cabo con las tropas allí acantonadas las labores de agitación y propaganda que venía desarrollando desde que se incorporó al Ejercito Popular.

Comisario de guerra en el Ejército Popular

     La vinculación de Miguel Hernández al Quinto Regimiento y al Comisariado es un testimonio más de su compromiso con el Partido Comunista. En septiembre de 1.936 se había presentado como voluntario al Quinto Regimiento recibiendo destino como miliciano pero pronto volvió a Madrid con permiso por enfermedad hasta que de nuevo volvió a los frentes pero, a partir de ahora, como comisario. Este cargo, nacido a semejanza del que se distinguió en el ejército soviético, se generalizó en todas las tropas de la República de acuerdo con las órdenes firmadas por Largo Caballero en octubre de 1936.

     La imagen de aguerrido combatiente que la propaganda comunista forjó para el poeta no se corresponde ni con su personalidad ni con la realidad y el oriolano prefirió emplearse en misiones vinculadas al control interno del Ejército y a la desmoralización del enemigo. El propio Miguel Hernández recuerda su labor en los siguientes términos: “Pablo [de la Torriente] era entonces comisario político del batallón de Campesino, hoy división. Me ofreció hacerme también Comisario, y le habló en ese sentido a Valentín González, “el campesino”, que le quería entrañablemente. Me nombraron Comisario de Compañía, con lo que ya estábamos juntos, otra vez, Pablo y yo, y juntos pasamos al frente de Majadahonda”.

     Y en carta a su novia Josefina (26 de noviembre) precisa su misión: “no hay peligro para mí y menos ahora, soy el comisario político”, título que transforma un poco más abajo en “comisario de guerra”. Unos días más tarde alude a su “labor de comisario”.

Miguel Hernández en Extremadura

     Ya entrado el año 1937 la tarea del poeta comunista se iba a trasladar a los frentes del sur, territorios como las amplias y perdidas comarcas de Sierra Morena, de los valles de los Pedroches, Alcudia, La Serena o La Mancha, donde la guerra y la revolución, que se manifestaron tempranamente de forma brutal, habían dado paso a un fenómeno contrario de apatía y alejamiento del conflicto. En ello influía la escasa actividad del frente, sólo rota por las operaciones realizadas con el deseo de rectificar posiciones, actuar sobre sierras de valor estratégico o poblaciones muy cercanas, y algunos proyectos de mayor alcance.

     En aquel contexto era más necesaria aún la presencia de órganos de propaganda y control que contribuyeron decisivamente a la labor que el Partido Comunista venía protagonizando en la primavera de 1937 para obtener la hegemonía sobre la retaguardia frentepopulista. El 20 de febrero de 1937, Hernández anuncia a Josefina su próxima salida para Andalucía y Vittorio Vidali (“Comandante Carlos”), uno de los más activos hombres de Stalin en España, elogia su labor en los siguientes términos: “Sí, Miguel Hernández estuvo muy activo. Él estuvo conmigo durante toda la defensa de Madrid. Después vino, lo llevé a Jaén donde formamos el Frente Sur que era también un organismo de intelectuales encargados de la propaganda en campo enemigo. Y después vino conmigo a Castro del Río a organizar los guerrilleros que trabajaban en el campo enemigo. De hecho hay una foto de Miguel sobre un camión levantado, donde Miguel habla y recita sus poemas”.

     Tras una fugaz estancia en el frente extremeño a finales de marzo y de asistir como espectador a la caída del Santuario de la Cabeza, el 14 de junio de 1937 Miguel Hernández fecha la primera tarjeta a su esposa desde Castuera, localidad de la provincia de Badajoz convertida en capital de la Extremadura roja. Con él viajaría el resto del equipo que formaba el “Altavoz del Frente” y en la zona harían despliegue de sus tres formas habituales de propaganda: intervenciones en la retaguardia, en las trincheras e instalando sus altavoces dirigidos hacia las líneas contrarias para hacerse oír por los soldados enemigos. El 19 de junio firma su última carta desde Castuera a Josefina y a finales del mismo mes, después de un breve viaje a Cox, se traslada a Madrid requerido como delegado en el Congreso Internacional de Escritores.

El terror rojo en la Extremadura que visitó Hernández

     Desde que en julio de 1936 aquellas “masas obreras y campesinas” —que habían recibido armas del Gobierno de la República al margen de cualquier consideración legal— aprovecharon para desencadenar la anunciada revolución en aquellos lugares en que los militares y paisanos sublevados no lograron imponerse, se había cumplido literalmente la advertencia del diputado comunista que recordábamos al comienzo: aquel Ejército Rojo se formó para acabar con lo que él llamaba la “burguesía”, es decir, todos aquellos que, con independencia de su situación social y de su procedencia ideológica, no querían someterse al Frente Popular.

     El terror sembrado en toda la retaguardia sometida a su control iba a mantenerse durante los casi tres años de guerra y las parcas victorias que obtuvieron las armas al servicio del Partido Comunista siempre fueron acompañadas de asesinatos indiscriminados y selectivos, saqueos, destrucciones y persecución religiosa, igual que había ocurrido en el verano de 1936.

     La provincia de Badajoz no fue ninguna excepción al panorama que venimos describiendo y, desde el primer momento, sufrió el terror que era la lógica consecuencia de cómo concebía el proceso revolucionario su auténtico protagonista en la retaguardia pacense: el Partido Socialista, responsable de una política que acabó al servicio de los designios pro-soviéticos del Partido Comunista marginando así —con el empleo incluso de la sangre— a los anarquistas como antes lo habían sido los republicanos motejados de “burgueses”.

     Varios centenares de personas perdieron la vida en las matanzas con las que socialistas y comunistas regaron de abundante sangre las comarcas de La Serena y Los Montes; miles de vecinos de estos pueblos pasaron por las cárceles o dejaron en ellas la vida y la salud; durante meses milicianos y dirigentes políticos se convirtieron en dueños de la vida y hacienda de muchas personas cuya vida podía depender del capricho de uno de aquellos flamantes revolucionarios, algunos de los cuales se habían de convertir años después en locuaces testigos orales hábilmente interrogados por ciertos historiógrafos para conmovernos con sus lamentos por las incomodidades que tuvieron que sufrir en la posguerra. Más trágico aún resulta escuchar su versión de lo ocurrido a los hijos de alguno de aquellos criminales, convertidos ahora en locuaces testigos de sucesos que se pierden en las brumas de su infancia.

     Podemos citar solamente uno de los casos, ocurrido precisamente con vecinos de Castuera, la localidad convertida por Miguel Hernández en centro de actuación para sus actividades de “agit-prop”. En la mañana del 22 de agosto de 1936, veinticuatro detenidos fueron montados en el tren y, al llegar a las inmediaciones del apeadero de “El Quintillo”, les obligaron a bajar, les hicieron varios disparos en las piernas, al caer al suelo les echaron encima leña y los rociaron con gasolina, prendiéndole seguidamente fuego y quemándolos cuando aún estaban con vida. La lista de los asesinados había sido seleccionada la noche antes en una reunión del Comité que tuvo lugar en el Ayuntamiento. Entre ellos figuraban el Párroco, Andrés Helguera Muñoz, y el primer alcalde que tuvo la República en esta población: Camilo Salamanca Jiménez.

     Si a las “sacas” colectivas añadimos otras muertes que se produjeron en forma aislada (las últimas en 1.938) en total fueron asesinadas en Castuera ochenta y seis personas; si nos referimos a todos los vecinos de este pueblo, incluyendo a los fusilados en otros lugares, el número total de víctimas de la represión frentepopulista se sitúa en ciento nueve, una de las cifras más altas de la provincia. Por lo que a su origen socio-profesional se refiere, predomina un grupo de modestos empleados y obreros de distintos oficios, en su mayoría vinculados a Falange Española.

     En el 82,5% de los casos estas muertes son el resultado de extracciones de grupos numerosos de detenidos procedentes de los lugares habilitados como prisión mientras que solo el resto fueron muertes aisladas. Teniendo en cuenta que las “sacas” se llevaban a cabo con un gran despliegue de medios, en la inmensa mayoría de estos crímenes puede hablarse de la participación de las autoridades locales así como de un contingente de milicias y guardias de asalto a las órdenes de sus respectivos mandos. El mito de la espontaneidad en la violencia revolucionaria resulta así insostenible y únicamente se puede hablar de asesinatos irregulares por carecer de toda norma jurídica no por haberse llevado a cabo sin la anuencia de los dirigentes.

Los orígenes de la 16 Brigada y la matanza de Cabeza del Buey

     Pero la violencia no se dirigía solamente contra el enemigo que estaba más allá de las trincheras. La propia retaguardia era un objetivo que los comunistas se habían propuesto depurar a fondo para consolidar su predominio.

     En el asedio al Santuario de la Virgen de la Cabeza había intervenido la 16 Brigada Mixta, mandada por el diputado comunista Pedro Martínez Cartón, objeto de los ditirambos del poeta Hernández, quien se fotografió junto a él y al agente estalinista Vidali junto a las ruinas del Santuario poco antes de su definitiva ocupación.

     Pero los orígenes de dicha unidad militar y la intervención de Martínez Cartón en ellos no podían ser más dramáticos y habían tenido lugar pocos meses antes en aquel frente extremeño que iba a visitar el poeta comunista. La siguiente descripción de la zona controlada por Martínez Cartón y los suyos procede de un periódico anarquista publicado en la propia retaguardia roja: “Extremadura estaba destrozada por una política asesina. Los tristemente célebres “Comités de Defensa” hacían y deshacían a su antojo cometiendo toda clase de tropelías incalificables. Por si esta labor suicida para ellos mismos fuese poco, la actuación de los militares en la retaguardia era algo de desastre.

     Vivíamos nuestra noche negra, sin un rayo de luz, y sin una orientación completa de lo que debiéramos hacer. En nuestra buena fe jamás creímos que los intereses políticos llegasen al extremo que estaban llegando. El comunista P. Martínez Cartón, no demostraba interés alguno como no fuese para cuestiones de proselitismo a favor de su partido, para él no existía guerra, problema del campo ni nada; solo existía una retaguardia a la que había que imponer una política exótica. El Comisario de Guerra, Antonio Villarroel, solo demostraba su atención a cuantas cuestiones denotasen ser una inmoralidad, administrativa o sexual. Era el virrey de Extremadura, dueño absoluto de todo cuanto le parecía. La incapacidad y la complicidad del Juez Militar, Anselmo Trejo, velaba por la seguridad personal de los citados elementos, y por encima de todos, como un dios inexistente, estaba la persona de Juan Casado, Gobernador Civil de la provincia.” (Boletín de Información, 26 de junio de 1937)

     En noviembre de 1936, Martínez Cartón, había establecido en Cabeza del Buey (Badajoz) una oficina de reclutamiento para formar la que sería 16 Brigada Mixta, aparentemente con voluntarios pero exigiendo en realidad el enrolamiento forzoso de todos los hombres de hasta 45 años. El 26 de noviembre, el Comandante Rodríguez, jefe militar de la plaza, pretendió reunir a los reclutas en el campo de aviación y empezó a circular el rumor de que la aviación enemiga aparecería y ametrallaría a los allí convocados. Esto desencadenó un motín: la oficina de reclutamiento fue asaltada y el Comandante Rodríguez y los miembros de su escolta detenidos, pero pronto aparecieron los refuerzos que se habían pedido a Castuera y se hicieron con el control de la situación cuando ya había pasado el revuelo y los amotinados habían regresado a sus casas.

     En el trasfondo de todo ello estaban los verdaderos móviles de la recluta: el proselitismo del Partido Comunista con el apoyo prestado desde los organismos provinciales y su enfrentamiento con los anarquistas. Inmediatamente, el Comité Local era destituido y sus miembros apresados. El Comandante Rodríguez, Antonio Villarroel, comisario de guerra y miembro del Partido Comunista, Anselmo Trejo, juez militar de la zona y Juan Casado, gobernador civil, formaron un tribunal que condenó a muerte a los dieciséis revolucionarios más distinguidos en el motín, fundamentalmente anarquistas y algún ugetista, que serían fusilados en tres noches sucesivas junto a numerosos derechistas sin ninguna relación con lo sucedido. Sesenta y tres asesinados  fueron el resultado de esta matanza en Cabeza del Buey llevada a cabo para consolidar el dominio comunista cuando ya había sido muy abundante el derramamiento de sangre en la Extremadura roja.

El poeta comunista y la retaguardia roja

     Ni una palabra, ni un verso dedicó Miguel Hernández -el poeta al servicio del Partido Comunista- a los vecinos de Castuera asesinados por las milicias frentepopulistas en “El Arenal”; a los quemados vivos en “El Quintillo”; a los fusilados en el Cementerio; a los detenidos en el Depósito municipal y en la Ermita de los Mártires; a los presos en los Campos de Trabajo establecidos por el Gobierno de la República; ni a los soldados y voluntarios caídos en el frente de La Serena para liberar a esta comarca del horror y sufrimiento de dos años de revolución roja… ni siquiera a los antifascistas fusilados por los comunistas en Cabeza del Buey. Como tantos intelectuales estalinistas, Hernández prefirió tapar la sangre con sus versos.

     Cualquiera que se asome a los medios de comunicación y a los eventos orquestados con fondos públicos podrá comprobar los efectos de la siembra de odio que se está llevando a cabo mientras se forjan y difunden mitos como el del poeta comunista que se bañó en una alberca en Castuera.

     Sería preferible que se dejara reposar a todos los muertos de la Guerra Civil bajo una cruz que fuera símbolo de reconciliación, unidad y verdad pero si otros prefieren seguir manipulando la historia y emplearla como arma al servicio de su demoledor proyecto político, habrá que recordarles que fueron los ahora llamados “republicanos” quiénes comenzaron a derramar la sangre de sus enemigos sobre las tierras extremeñas y a todos nos convendría no olvidar lo que ocurrió en 1936 cuando las izquierdas, con el Partido Socialista a la cabeza, dinamitaron el Estado de Derecho.

     Y también conviene evocar la siguiente reflexión hecha con el corazón puesto en Cuba, nación todavía hoy tiranizada por la ideología que defendió Miguel Hernández: “Uno se pregunta qué habría pasado si Miguel Hernández no se hubiese encontrado con ese consumado y astuto estalinista que fue, al margen de su indiscutible talento poético, Pablo Neruda.

     A lo mejor viviría todavía, y habría seguido regalando su bella poesía, sin convertirse en mártir, un mártir que en vida viajó a la Unión Soviética de Stalin y que como tantos otros intelectuales no supo ver que allí, incluidos a los viejos bolcheviques, se les daba en las mazmorras y gulags la misma medicina que le llevó a la muerte, frío, desamparo y sobretodo alejamiento de los seres que más se quieren como ese hijo a cuya hambre Miguel Hernández dedicó esa la Nana de las Cebollas, que tan bien musicalizó Serrat, con ritmo de Habanera”. ”


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