Mota y Marín: Entre la Patria y la Fe comunes, por Luis Fernández-Villamea

Luis Fernández-Villamea

   De todos es sabido que la guerra de liberación española no fue una más de las guerras civiles que se han dado en el mundo durante siglos. Concitó simpatías a uno y otro lado, estimuló voluntades, puso en pie a juventudes en Europa, África y América fundamentalmente, y del ideal de los combatientes surgió la acción para ayudar a aquellos que llevaban en su bandera la defensa de la fe de Cristo, pisoteada en la calle y en el Parlamento, perseguidos sus creyentes hasta el martirio, el ensañamiento y la aniquilación.

   “Cristo es el mismo en España que en Rumanía” decían los miembros de la Legión de San Miguel Arcángel de este país latino. La había fundado Cornelio Zelea Codreanu, “el capitán”, como le llamaban sus seguidores, una juventud de lo mejor que ha dado el continente europeo en los años 30 y 40. De recia fortaleza nacional y de un profundo sentido religioso bien se podría comparar con las formaciones falangistas que iban surgiendo en España, pero seguramente su parecido ideológico más coincidente era con el de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica que fundase en Valladolid Onésimo Redondo Ortega.

   Codreanu llegó a ocupar responsabilidades de Gobierno, pero el sesgo que tomó la II Guerra Mundial y la llegada de comunistas y allegados a la Europa del Este, desalojó de todo espíritu revolucionario –en el mejor sentido de la palabra- a esas juventudes, las encarceló y las asesinó. Éste fue el caso de Codreanu “el capitán”. Pero antes, esa veta política y moral que surgió en su entorno había dado resultados. Siete de sus militantes jóvenes, aguerridos y valientes, vinieron a España a combatir con las armas en la mano junto a sus camaradas españoles. Y dos de éstos, Ion Mota y Vasile Marin, perdían la vida en el frente de Madrid un 13 de enero de 1937. Concretamente en una loma de Majadahonda, en la carretera que se abre hacia Boadilla del Monte.

   Formaban parte de un plantel joven de actitudes físicas e intelectuales extraordinario. Tras la llegada del comunismo a su país, y tras la tiranía ejercida por éste hasta más allá de la muerte de Ceaucescu y su mujer, la Legión de San Miguel Arcángel quedó en las cunetas, asesinada, o en el exilio, promoviendo un fuerte caudal ideológico que se tradujo en asociaciones, revistas, periódicos, editoriales y en una considerable producción literaria que aún llega hasta nuestros días. Su fidelidad a lo que ellos llaman el Movimiento Legionario Rumano es conmovedora, a pesar del sufrimiento –gran parte sufrido en las cárceles del comunismo- y otra buena parte adquirido en la dureza de la vida cuando la tienes que comenzar desde cero en países extranjeros.

   No fue éste el caso de España. De aquel exilio heroico salieron tres grupos: dos de ellos muy numerosos, y otro, el tercero, más reducido. Los profesionales –ingenieros, abogados, profesores- fueron a la América hispana, muchos de ellos echaron raíces en Argentina, y también en Brasil. Los trabajadores manuales, cualificados en muchos casos, se dirigieron a los Estados Unidos, y el más reducido de los tres, formado por aquellos dirigentes que habían tenido responsabilidad política, vinieron a la España de Franco, donde se les protegió a pesar de las innumerables presiones que sufrían sus ministerios de Asuntos Exteriores a la hora de cobijarlos. Uno de ellos fue un profesor eminente, Horia Sima, que había sido vicepresidente del Gobierno en Rumanía, y otro George Demetrescu, persona campechana y sonriente que siempre, hasta su fallecimiento, nos honraba con su amistad, y que había desempeñado el cargo de ministro de Asuntos Exteriores en su país durante el corto periodo de su gobierno.

   Desde aquel lejano 13 de enero de 1937, eso sí, no se ha dejado de depositar rosas y coronas ante el monumento que recuerda su sacrificio. Primero, ante una cruz de piedra berroqueña sencilla y nobilísima; después ante el gran monumento que hoy recuerda aquel hecho en el lugar exacto donde tuvo lugar, y que en forma de doble M (Mota y Marín) erigió la Comunidad Hispano-Rumana Majadahonda, de la que fue alma el general Villalba por parte española y el inolvidable Horia Sima por la rumana, sin olvidar la presencia ininterrumpida y el apoyo que siempre recibieron, tanto profesional como políticamente, de Blas Piñar y del movimiento que más tarde fundó éste, Fuerza Nueva.

   Cada vez que se acerca un nuevo aniversario las huestes del rencor, del odio y del anarco-comunismo embadurna y ensucia el monumento, a pesar de que fue vallado en una parcela propiedad de dicha comunidad y del cuidado de muchos rumanos y españoles que lo limpian del terrorismo de la suciedad y la pintada. Pero lo que no pueden arrancar es la memoria, que permanece en la inteligencia y en el corazón de españoles y rumanos, que a través de varias generaciones, de hijos y nietos, llegan a ese día, desde todo el mundo, a Majadahonda para prestar guardia y honrar uno de los episodios de lealtad, religiosidad y patriotismo más destacables de nuestra guerra de liberación. 

 
 

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