Notas para la Historia de la Revolución de Asturias, por Federico Suárez

 

Federico Suárez

Razón Española Nº 8

Cuando alguien dice que la historia de la revolución de Asturias de 1934 está todavía por hacer, se supone que está indicando la falta de un estudio de conjunto que, con la perspectiva que da el transcurso de los años y a la vista de las fuentes más importantes, abarque todo el proceso revolucionario. En este sentido, las dos monografías más completas publicadas hasta hoy son, probablemente, la de F. Aguado Sánchez y la de José Antonio Sánchez-García y Saúco (1). Entre otros méritos, ambas tienen el de delimitar puntos concretos poco o nada estudiados y el facilitar además, el primero un elenco bibliográfico de evidente utilidad, y el segundo un apéndice documental importantísimo.

1. Una historia extensa de la revolución de Asturias requerirá todavía algún tiempo, el necesario para consultar otras fuentes y elaborar estudios sobre aspectos sumamente interesantes que, o no son conocidos, o son mal o deficientemente conocidos y necesitan ser rectificados o completados.

Y, desde luego, si se quiere elaborar como es debido será necesario o, al menos, muy conveniente hacer previamente una valoración de las fuentes, pues dado el carácter y las implicaciones que tuvo la revolución de Asturias, prescindir de este requisito es exponerse a utilizar datos poco seguros o a dar categoría de datos a simples opiniones. Fijar, pues, la credibilidad de un testimonio es una tarea preliminar que debe acometerse si se quiere evitar errores.

Así, por ejemplo, se puede plantear la cuestión acerca de hasta qué punto, y en qué género de datos, puede prestarse crédito a Largo Caballero. Su libro Mis recuerdos presenta más de un problema. Escrito en forma de cartas, la que trata de este tema está fechada en “Berlín, Cuartel general de la Comandancia del Ejército ruso de ocupación, 2 de junio de 1945” y es difícil prestarle un total asentimiento a causa de algunas afirmaciones erróneas, tales como situar en las elecciones de 1933 el famoso cartel con la cabeza de Gil Robles y la leyenda “a por los trescientos”, o decir que “el dos o tres de octubre apareció el fatídico decreto nombrando a don José María Gil Robles ministro de la Guerra”. Son estos errores fácilmente subsanables mediante una sencilla comprobación, y probablemente se debieron a un fallo de memoria. Pero no fue fallo de memoria, sino intencionado, decir que “la actitud de las derechas era claramente provocativa” o que “en las Cortes se comportaban como salvajes”. Más fácil es creerle cuando escribe de hechos o gestiones de los que fue protagonista.

El expurgo de adjetivos calificativos es, por exponer otro ejemplo, el tratamiento que requieren los escritos de Indalecio Prieto. No nos legó Memorias de ninguna especie, menos aún una relación de los sucesos de Asturias, pero escribió muchos artículos en los periódicos y de vez en cuando hay alusiones a este episodio. Ahora bien: el objetivo político de sus artículos hizo de ellos un arma más que una ilustración, y el uso de adjetivos o de expresiones propias de mitin de masas suele enmascarar los datos que a veces aparecen en ellos (2).

También en los Diarios de sesiones deben separarse los datos de las opiniones o juicios. En general, se trata de una fuente no demasiado utilizada con relación a la revolución de Asturias, a pesar de que los datos que, envueltos en el verbalismo propio de los parlamentos, se ofrecen en las intervenciones suelen ser dignos de confianza. Fernández Ladreda, por ejemplo, al informar a las Cortes de lo sucedido en Oviedo comenzó por dejar sentada su condición de testigo especialmente cualificado (3), añadiendo todavía al terminar su exposición: “Todo esto es rigurosamente cierto; yo lo he vivido y estoy dispuesto a señalarlo aquí con fechas, lugares, nombres y apellidos. Todo esto ha ocurrido en Asturias” (4).

2. Hay aspectos en la revolución de Asturias que están sólidamente establecidos y pueden afirmarse con toda seguridad. Entre ellos se deben citar la impunidad con que hombres que desempeñaban cargos públicos se valieron de ellos para procurar las armas necesarias a los revolucionarios, trasladarlas o protegerlas con su prestigio o autoridad (5), así como la pasividad con que fingieron ignorar el hecho autoridades superiores a quienes llegó la noticia, o al menos la sospecha, de lo que estaba ocurriendo (6).

Hecho también perfectamente establecido es la responsabilidad del Partido Socialista Obrero Español (y su sindicato) en cuanto organizador y principal protagonista de la revolución. No hay en este punto discrepancia alguna, entre otras razones por testimonios explícitos de los mismos socialistas y comunistas, aparte de ser algo tan notorio y tan público que negarlo sería imposible. Así, escribió Prieto: “En 1934, los organizadores del movimiento revolucionario que tuvo por eje al Partido Socialista Obrero Español…”, y Dolores Ibarruri: “a pesar de haber ingresado el Partido Comunista en las Alianzas, Largo Caballero rehuía en la medida de lo posible las discusiones con los comunistas y seguía aferrado al plan elaborado en diciembre de 1933: un movimiento revolucionario dirigido por el Partido Socialista y por la Unión General de Trabajadores, tratando de desconocemos y de ignorar el resto de las fuerzas obreras y democráticas” (7).

Igualmente claros y sin posibilidad de duda (aunque quizá sí de tergiversación) son los hechos revolucionarios: el asesinato de nueve sacerdotes, seis seminaristas, ocho Hermanos de la Doctrina Cristiana (todos estos en Turón) y nueve religiosos; un magistrado (jubilado) del Tribunal Supremo; dos ingenieros. La Universidad, en ruinas, con su biblioteca y archivo destruidos por las llamas; el Instituto, deshecho por una voladura; la Cámara Santa, también destruida por la dinamita, etc. Las fotografías son elocuentes, así como las cifras que da en su mencionada monografía Sánchez y García-Saúco (r. 143 y s.).

Tampoco parece que haya duda acerca de la razón que esgrimieron los socialistas para desencadenar la revuelta, pero sí la hay de que fuera cierta y no tan sólo el pre-texto con que encubrir una intención que iba encaminada al logro de otros fines. En efecto, “lanzarse a un movimiento de protesta revolucionario si en el nuevo Gobierno se daba entrada a representantes de Acción Popular” (Lerroux) o justificar tamaña sublevación para “anular el hecho insólito de que se abriera paso hasta el Gobierno a personas que por ser adversas a los principios fundamentales de la República se abstuvieron de dar su voto a la Constitución” (Prieto), no es del todo creíble; al menos, hay indicios para creer que en este punto una más detenida investigación puede descubrir más profundas razones.

3. Uno de estos indicios es el hecho de que se comenzara a preparar la revolución más de un año antes. He aquí un testimonio: “Hemos asistido en España — dijo el diputado Guerra del Río— al caso único, sin par en la historia del mundo, de una revolución que ha sido preparada, incubada, ideada desde los mismos asientos del Gobierno del Estado; no ha sido ni siquiera en septiembre del 33, al ocupar por primera vez el Poder el señor Lerroux y el partido radical, cuando se inició la revolución a que acabamos de asistir; es desde julio de aquel año, en pleno Gobierno de los socialistas, desde que avizoran la posibilidad de tener que abandonar el Poder, cuando, aprovechando la influencia que gracias a la candidez republicana habían obtenido, se prepara la revolución” (8). Poco antes de la intervención de Guerra del Río, el entonces ministro de Estado y presidente del anterior gabinete, Samper, para defenderse de las acusaciones que se habían hecho a la gestión de su gobierno, tras aducir abundantes testimonios contra los socialistas, tomados de Largo Caballero y El Socialista, hizo esta grave denuncia: “el Partido Socialista, en cuanto consiguió una participación en el poder, no se dedicó a servir los intereses de la Patria, no puso por encima de todo el interés general de la República, sino que se dedicó a organizar sus fortalezas, sus castillos, sus torreones, sus artillamientos y sus unidades de combate” (9).

¿Era esto cierto? Esta acusación de Samper a los socialistas, la de poner los intereses — o los ideales— del Partido por encima de los intereses de la Patria, y que al día siguiente remachó con mayor claridad todavía otro diputado, Albiñana, ¿era cierta, y por tanto, consciente en los dirigentes del Partido y del sindicato? (10).

4. Entre los hechos comprobados de la revolución de Asturias un diputado sacerdote, apellidado Guallar, se refirió a que habían sido “sacrificados por el furor revoluciona-rio muchos sacerdotes de todas las categorías”, hasta el extremo de que “saltando por encima de todo sentimiento humano, los torturó con refinamientos inauditos de crueldad”. Y no hallando tales motivos en ninguno de los que se esgrimieron para justificar las muertes, incendios y destrucciones (11), llegó a la conclusión de que “fue el odio a la religión, el odio a la Iglesia quien armó su mano contra sus representantes” (12).

Y aquí hay que señalar otro de los temas que convendría investigar a fondo: el origen de este odio al que aludió Guallar. Algún camino abre la interpelación del diputado Toledo, de mayor importancia, probablemente, que otras de carácter más político. No era en la gestión de los ministros de la Guerra y de la Gobernación, sobre la que so-lían gravitar las intervenciones de los diputados, sino en la de los ministros de Instrucción Pública y de Trabajo, pero sobre todo en la de los primeros, en la que Toledo quería detenerse. Un hecho le hizo fijar en ello su atención, un hecho que seis días antes se había ya puesto de manifiesto en las Cortes: “No se instruye una sumaria, no se abre un proceso, no se incoa una diligencia en que no aparezca complicado un maestro de Instrucción Pública, un maestro nacional” (13). En efecto, Toledo citó algunos casos: “el maestro de Langreo asesinado al frente de los rebeldes; el maestro de Lapedre que, capitaneando a 95 revolucionarios hizo frente a la fuerza pública”; el inspector jefe de Primera Enseñanza de Palencia, destituido; “el encarcelamiento continuo de maestros, que estamos viendo todos los días en la prensa (un día en Zamora, otro en Mayorga, al día siguiente en Ayamonte, ayer mismo el director de la Normal de Ciudad Real), indica, señores, que hay un cáncer que está royendo continuamente el espíritu de la clase que precisamente está formando la sociedad de mañana”. Y esto, evidentemente, no se había improvisado en unos días, sino que, según parece, era el resultado de unos años de trabajo lento y bien orientado: Rodolfo Llopis, socialista, fue el primer Director general de Primera Enseñanza y tuvo en sus manos las escuelas y las Normales durante dos años (14), y entonces se fundó la Asociación de Trabajadores de la Enseñanza asturiana, que publicaba una revista “en cuyas páginas se estaba continuamente predicando la subversión social y las ideas más extremistas en orden a la conservación del Ejército y a la conservación de las instituciones”.

Toledo citaba la conexión de esta Asociación con el diario Avance, y cómo los maestros a cargo de las colonias escolares les llevaban a Oviedo y les hacían retratarse frente a la redacción del periódico con el puño en alto (15); citaba cómo desde el Ministerio de Instrucción se había fomentado la sindicación precisamente a la Federación de Trabajadores de la Enseñanza (“injertada en la U.G.T.”); mencionaba también la Inspección de Segunda Enseñanza (“que no está fundada por ley y cuyos nombramientos no están sometidos a concurso”), a la que calificaba de oficina de nombramientos de carácter político, cuyo control estaba en manos de Marcelino Martín, ex-diputado socialista y emparentado con el ministro de Instrucción Pública. Acusaba al ministerio de fomentar el comunismo desde publicaciones oficiales, y en prueba aducía un texto del Boletín de Educación (16) que terminaba así: “En resumen, si el comunismo conquistara el mundo, lo que no es imposible, resolvería los mayores males de nuestro tiempo. Sobre estas bases, y a pesar de los reparos que merece, el comunismo es digno de apoyo”. También, días antes, el mismo Lerroux se había lamentado “de esos maestros asturianos que habían defraudado y envenenado el alma de los niños”; Lerroux, en efecto, había declarado que “maestros que tienen una misión sagrada, sacratísima, se dedican, en la hora en que la infancia puede ser más fácilmente pervertida, a inculcar sentimientos de odio de clases”. Y tanto Toledo como Guallar achacaron las crueldades cometidas por la revolución a la escuela laica, que no era simplemente arreligiosa, sino contraria a la religión cristiana.

5. No hay duda alguna acerca de la falta de energía del Gobierno en el momento de exigir responsabilidades y de hacer justicia. Alcalá Zamora en sus Memorias deja ver con toda claridad su tenaz batalla por el indulto de los jefes de la revolución; Gil Robles, por su parte, acusa a Alcalá Zamora de ello; Lerroux mostró su debilidad en todos los casos, y uno de los diputados, Álvarez Valdés, dio lo que él creía ser la razón de ello: “Yo creo — decía— que no ha habido ineptitud ni negligencia por parte del Gobierno. ¿Qué ha habido? Es que sobre él pesa una obsesión, principalmente sobre los representantes del partido radical: la obsesión de pensar que sus actos de Gobierno puedan ser calificados de reaccionarios y de que representan un olvido de los ideales más preciados de su programa” (17). Un estudio de las actitudes que revelaron los debates del Congreso respecto a la exigencia de responsabilidades sería muy revelador si, prescindiendo de los oportunismos políticos, se va a los argumentos esgrimidos por unos y otros, tanto de las personas (Combó, Calvo Sotelo, Lerroux, Gil Robles, Samper) como de los partidos (Esquerra catalana, nacionalistas vascos, etc.).

6. El jueves 6 de enero de 1936, apenas se disolvieron las Cortes y se convocaron elecciones para febrero, El Socialista comenzó a publicar a toda página y en la primera, un reportaje sobre “La represión de octubre en Asturias”, con fotografías y relatos de detenidos en aquellas circunstancias. Bien en la primera página, bien en la última, duran-te los días siguientes y siempre con fotografías, fue relatando de forma casi novelada y no muy concreta, la situación angustiosa de familias de detenidos o los malos tratos sufridos por éstos. Mencionaba un caso de asesinato: “Cómo. murió asesinado el camarada comunista Antonio Alix, en su propio domicilio y en presencia de su madre” (El Socialista, viernes 10 de enero). Al día siguiente otro reportaje no menos sensacional: “La verdad sobre una forunculosis. Javier Bueno y Luis Oliveira son obligados, después de varios días de tortura y vejaciones, a cavar la fosa donde iban a ser enterrados”, con una foto de Javier Bueno, desnudo el torso, y con señales redondas en los brazos y el pecho (18). El 12 de enero se anunciaba para el siguiente martes otro episodio, avalado por algunos “supervivientes de la terrible prueba en la que perdieron la vida varios prisioneros”, mencionando una denuncia que Femando de los Ríos comenzó a dictar al fiscal, pero que dejó de formular “ante el temor de que representase un peligro personal para quienes desde la cárcel de Astorga le daban cuenta del espantoso drama que aclara, o mejor entenebrece, el telegrama publicado por El Debate el 13 de octubre de 1934” (19).

¿Eran ciertas estas historias de crueldades, el asesinato de Antonio Alix, las torturas sufridas por Javier Bueno y Luis Oliveira? En todo caso, hay un contraste notorio con otros casos: a Largo Caballero se le permitió salir de la cárcel cuando operaron a su mujer, así como asistir a su entierro cuando a poco murió; Tagüeña, detenido casi con las manos en la masa, fue maniatado por un policía socialista con tanta blandura que tuvo que echar mano de toda su habilidad para que no se le resbalaran las cuerdas, y habiendo solicitado plaza de profesor en un instituto, se la concedieron casi a vuelta de correo para el de Molina de Aragón, antes de salir de la cárcel (20).

Tampoco está muy claro otro hecho, sobre el que Matilde de la Torre escribió en El Socialista del 2 de enero de 1936 un artículo un tanto vago pero muy sugerente. Se titulaba “Nuevas averiguaciones. Las tres jóvenes asesinadas”, y venía a decir que todo el episodio —la violación y asesinato de tres mujeres jóvenes— era “una calumnia monstruosa contra los luchadores de octubre”. Sin embargo, en ABC del 23 de enero de 1935 se decía que tres revolucionarios habían matado en Santa Claudia a tres muchachas después de ultrajarlas, y así lo declararon; pero los familiares de ellas no quisieron denunciarlo “por no echar un borrón más sobre la masa revolucionaria” (21).

7. Ya el 23 de noviembre de 1934 anunciaba ABC. “Se prepara otra ferrerada”, y mencionaba a Álvarez del Vayo como uno de los que se ocupaban en París de organizarla. El 17 de enero, el mismo periódico daba cuenta de que Le Populaire, periódico socialista de París, insertaba unas declaraciones de Femando de los Ríos acusando a las autoridades y a la fuerza pública de Asturias de violencia y malos tratos. Fernando de los Ríos “por su parte, según asegura un diario de anoche, confiesa que el texto del diario francés es parte de un informe que él entregó a su partido al regresar de Asturias, y que responde a la veracidad de los hechos, aunque no en cuanto a los nombres, porque la información publicada contiene errores” (22).

Ahora bien: parece que los datos que en tal informe dio a su partido no eran fáciles de comprobar: “Don Fernando de los Ríos —aclaraba ABC— estuvo exclusivamente en Oviedo, y tan sólo un par de días. Su investigación se redujo a visitar la cárcel, donde interrogó a varios o a muchos detenidos. No ha tenido tiempo material de comprobar nada, ni siquiera de procurarse el concurso de testimonios. Y sin embargo, dice que está seguro de sus denuncias” (23). Una comisión inglesa —parte de la “ferrerada”— que fue a Oviedo a informarse de la revolución (y de la represión) hizo unas declaraciones por boca de una de las componentes, en las que se afirmaba que la ciudad no había sido destruida por los revolucionarios, y que en la sala de espera de la Diputación había hombres con pistola para matar a un miembro de la comisión. Por el contrario, están comprobados datos sobre la crueldad de los revolucionarios que Fernando de los Ríos o las campañas acerca de la represión pasa-ron cuidadosamente por alto (24). La circulación de noticias de este estilo debió ser grande.

8. De todos modos, el contraste en la represión entre la pobre gente que actuó y los cabecillas y dirigentes que les lanzaron a la aventura es muy fuerte: el castigo para aquellos y la impunidad para no pocos de éstos. Así fue considerado, en general, por la mayor parte de los que intervinieron en los debates de noviembre sobre la revolución: tendían menos a culpar a los autores de los hechos que a sus dirigentes. Así, un médico diputado por Asturias, García Argüelles, a quien habían destrozado la clínica y el laboratorio, llevándose a sus hijos, no culpaba propiamente a los autores materiales, y no fue el único que aludió al “engaño de las masas”, pues de modo más claro lo hizo otro diputado, Muñoz de Diego, que refiriéndose al diario Avance, habló de “esa terrible dinamita espiritual que se ha lanzado constantemente desde el periódico, envenenando a esas pobres multitudes obreras, ingenuas y fácilmente accesible a estas seducciones. Esto es lo más grave, y más grave todavía la impunidad” (25).

Hay, pues, aspectos de la revolución de Asturias (y aquí apenas se ha puesto algún que otro ejemplo) que sería necesario aclarar, bien contrastando datos desacordes y eliminando los erróneos, bien consultando nuevas fuentes (los sumarios y procesos, los periódicos, el informe de Fernando de los Ríos, etc.) bien procurando, incluso, leer mejor las conocidas, y, desde luego, utilizando más los Diarios de sesiones, que con frecuencia descubren hechos y circunstancias no fáciles de encontrar en otras partes. Se trata de reconstruir unos hechos con la mayor fidelidad posible, no de comentarlos, interpretarlos o instrumentarlos con tales o cuales propósitos, y esto sólo mediante una utilización crítica de las fuentes, verificando los datos y dejándolas hablar por sí se podrá lograr. 

 

(1) Francisco Aguado Sánchez, La revolución de octubre de 1934, Madrid, 1972. La enfoca preferentemente desde el punto de vista militar. José Antonio Sánchez y G. Saúco, La Revolución de 1934 en Asturias (Madrid, 1974). Es más completa, pero se echa de menos una tabla con la correspondencia de las siglas y —como en el libro de Aguado— un índice de nombres.  1984

(2) “Reaccionario”, “progresivo”, “bárbara represión”, “moros y legionarios, sin sumario previo, asesinaron a mansalva”, etc. Cfr. De mi vida, II (México, 1970), estos y otros parecidos, aunque la crítica a que había que someter los escritos de Prieto no se limita solamente a este aspecto. Por ejemplo, en la conferencia que pronunció en México el 1 de mayo de 1942 dijo que en el mitin del Teatro Pardiñas, organizado por la Juventud Socialista, trazó lo que él creía que debía ser el programa del movimiento revolucionario, pero que lo hizo “por indicaciones”, es decir, obedeciendo a la disciplina de partido; pero en el mitin declaró: “hablo aquí con una representación exclusivamente personal” (véase I. Prieto, Discursos fundamentales, con prólogo de Edward Malefakis, Madrid, 1975).

(3)”Señores diputados, la magnitud de la tragedia asturiana, de la que fuimos testigos, viéndonos obligados a abandonar, una tras otra, bajo los tiros de las ametralladoras y las llamas de los incendios, corriendo por patios y azoteas, seis viviendas, donde fuimos refugiándonos, es tal que, a mi entender, obliga a los representantes de las Cortes de aquella región a exponer al país de toda la verdad, a no ocultarle absolutamente nada, a tener la fortaleza suficiente para no dejarse vencer, dentro de este recinto, por aquello que ha dado en llamarse conveniencias políticas y que, aplicadas al caso que nos ocupa, no sería otra cosa que poner sordina a las responsabilidades y a la gravedad de lo acontecido para aliviar la situación de los principales culpables”. Diario de sesiones, sesión del 7 de noviembre de 1934, pág. 4.581.

(4) Ibid., pág. 4.588. No fue este el único caso de testimonios dados en las Cortes por testigos presenciales.

(5) Alcalá Zamora, Memorias (Madrid, 1977), cita la adquisición de armas en Alemania durante la embajada de Araquistaín; el recalo de armas cortas a los socialistas hecho “por la Dirección General de Seguridad bajo el mando de Manuel Andrés, íntimo de Prieto” (pág. 287 y sig.). En las Cortes, lo denunció, entre otros, Fernández Ladreda (Diario de sesiones, 7 de noviembre de 1934, pág. 4.583).

(6) Fernández Ladreda, Diario de sesiones, pág. 4.631; García Argüelles, ibid., 4.598. También, Alcalá Zamora, loc. cit.

(7) L Prieto. Convulsiones de España, III (México, 1967); Dolores Ibárruri, El único camino (París, 1962).

(8) Diario de sesiones, sesión del 8 de noviembre de 1934, pág. 4.632.

(9) Ibid., pág. 4.622 y 4.623.

(10) Dijo Albiñana: “El socialismo español es fundamentalmente antipatriota, tiene que obedecer a la Internacional”, y más adelante: “Las fuerzas internacionales que actúan en contra de España son dos: la internacional marxista, incluyendo en ella la subdivisión de socialistas y comunistas…”. Cfr. Diario de Sesiones, sesión del 9 de noviembre de 1934, pág. 4.678 y 4.679.

(11) “No fue seguramente, señores, porque esos sacerdotes y religiosos fueran capitalistas, por odio de clase, por tratarse de burgueses explotadores y enemigos de las reivindicaciones proletarias; porque esos sacerdotes y religiosos eran pobres y ahora vivían en condiciones de miseria material seguramente mayor que la de los más humildes obreros; no porque perteneciesen a la aristocracia, a las clases elevadas o privilegiadas, porque en su mayor parte eran hijos del pueblo, hijos de obreros, extraídos de las últimas capas sociales; no porque ejerciesen una autoridad represiva y de fuerza, porque sólo tenían una autoridad moral; no porque fueran enemigos de los obreros; al contrario, eran amigos y bienhechores suyos…”. Diario de sesiones, sesión del jueves 15 de noviembre de 1934, pág. 4.801.

(12) Diario de sesiones, loc. cit., Guallar aludió a “aceptar el sacrificio antes que renegar de su fe”, y parece que es cierto que se quiso obligar a algunos a que blasfemaran, matándoles ante su constante negativa. Véase el Diario de sesiones de 7 de noviembre de 1934, pág. 4.588. Que no eran motivos económicos los que desencadenaron la revolución en Asturias lo puso de manifiesto Irujo en su interpelación: “la revolución de Asturias no ha sido de orden económico; ha sido una revolución de orden cerebral. No se trataba de que los obreros no tuvieran allí qué comer, ni que no ganaran buenos salarios; tenían los más altos salarios, pero les faltaba la fe, carecían de ideales, o estaban lo suficientemente desviados de ellos para ser conducidos a la aberración que ha dado lugar a los hechos lamentables que han ocurrido” (ibid., 4.804). Véase también, a este respecto las cifras que dio Álvarez Valdés de la empresa Duro Felguera (ibid., p. 4.806).

(13) Intervención del diputado por León, Roa, el 9 de noviembre. Cfr. Diario de sesiones, pág. 4.665.

(14) Cfr. Rodolfo Llopis, La revolución en la escuela. Dos años en la Dirección General de Primera Enseñanza (Madrid, 1933). Sobre este tema véase en Mercedes Samaniego, La política educativa de la Segunda República (Madrid, 1977), 185 y s., datos y referencias que, a su vez, permiten ir desarrollando la investigación en este punto. En su intervención en las Cortes, Roa, denunció el “Consejo de inspección que hace de los trabajadores de la enseñanza —como ellos dicen— el arma para subvertir el orden social, y que se dé el caso, señores diputados, de que para que se tenga carta blanca para toda clase de atropellos por los maestros, basta con ser un blasfemo, negar los principios de nuestra religión y secundar a esos trabajadores de la enseñanza que dirigen el Consejo de la inspección”. Diario de Sesiones, 9 de noviembre de 1934, pág. 4.665.

(15) Sobre el diario Avance y su papel en la revolución, véase el Diario de sesiones de 7 de noviembre (p. 4.586, 4.597), del 15 (p. 4.806), etc. También, el Informe del Auditor General de Oviedo, don Ángel García Otermín, al ministro de la Guerra, en Sánchez y García-Saúco, o.c., especialmente las págs. Z/b, 277 y 282.

(16) Se trataba del n.° 7 del Boletín de Educación, correspondiente a julio-septiembre, editado por la Dirección General de Primera Enseñanza y el texto de la colaboración decía: “El comunismo ofrece una solución al difícil problema de la familia y de la igualdad de los sexos, solución de la que podemos discrepar, pero que no es absurda y puede ser un éxito. Ofrece una educación de la que desaparece la idea antisocial de la competencia. Crea un sistema económico que parece ser el único modo práctico de terminar con el de los amos y los esclavos. Destruye la barrera entre la escuela y la vida que levantó el origen monacal de las escuelas y que ha hecho que el intelectual de Occidente haya sido un miembro inútil para la sociedad (…). Diario de sesiones, 15 de noviembre de 1934, pág. 4.800.

(17) Diario de sesiones, 15 de noviembre, pág. 4.805. Poco más adelante volvía a insistir a propósito de los asesinatos y destrucciones: “todo esto podría haberse evitado si esa obsesión no se hubiera producido en el ánimo del Gobierno. No le inculpo de inepto ni de negligente; de lo que le inculpo es de que obró bajo la presión de esos sentimientos, que quizá sean respetables, pero que son incompatibles con el recto ejercicio del Poded’ (p. 4.807). De las 28 ó 30 sentencias de muerte que se dictaron en Asturias, hubo indulto para todos (incluidos los jefes de la revolución González Peña, Amador Fernández, Belarmino Tomás, etc.) excepto para dos infelices, uno de León, y otro de Gijón, de quien dijo Lerroux en unas declaraciones a los periodistas que “se confesó públicamente y dijo que la sentencia estaba bien aplicada por el hecho que había cometido y por otras cosas que ha contado” (Cfr. El Sol de 8 de noviembre de 1934).

(18) La fotografía llevaba una aclaración: “Esta fotografía está hecha —clandestinamente— en la celda de la primera galería de la cárcel de Madrid, con ocasión de haber sido traído Javier Bueno a declarar ante el juez especial nombrado para entender en el alijo del “Turquesa”. La celda de referencia la ocupaban, entre otros siete presos en total, el director y dos redactores de El Socialista”. No es fácil hacerse una idea de cómo pudo hacerse la fotografía, ni el periódico lo explica. El día 14 se suspendió —”de momento”— la información sobre la represión de Asturias.

(19) Este número de El Socialista del domingo 12 de enero de 1936 fue denuncia-do y recogido, quizá por el reportaje que titulaba: “El final de la insurrección en Asturias El general López Ochoa pacta militarmente el término de la lucha con nuestro camarada Belarmino Tomás”. Sobre este punto había hablado Fernández Ladreda en las Cortes el 7 de noviembre. Cfr. Diario de Sesiones, p. 4.586.

(20) Largo Caballero, Mis recuerdos, loc. cit.; Manuel Tagüeña, Testimonio de dos guerras (Barcelona, 1978) 58.

(21) “Era claro — escribía Matilde de la Torre— que no se podía cerrar el capítulo de cargos a la revolución sin incluir entre ellos este episodio clásico y obligado entre gentes que no comprenden la lucha sino con estos fines (…). La especie venenosa cundió como otras muchas”. Sí, pero, ¿era una especie venenosa? ¿O tenía razón ABC? Matilde de la Torre había recibido en su casa de Cabezón de la Sal, en el verano de 1934, a los primates del socialismo, y allí se trató “del movimiento revolucionario del norte de España” (Fuentes Pila, Diario de sesiones, 7 de noviembre de 1934, pág. 4.601).

(22) Este dato lo recogen la mayor parte de las historias, pero, no he visto que ninguno transcriba el texto de las declaraciones. Lerroux entregó el texto al fis-cal de la República para que se castigara a los culpables si se comprobaba la veracidad de las denuncias, o se procediera contra Fernando de los Ríos si resultaban ser falsas. No parece que se tomara ninguna determinación, ni en un sentido ni en otro. Fernando de los Ríos fue también uno de los que, junto con Besteiro, más se movió cerca de Alcalá Zamora para el indulto de los cabecillas. Tanto Aranda como Yagüe hicieron manifestaciones sobre la conducta del ejército en Asturias en ABC de 14 y 9 de noviembre respectivamente, pero no parece que Fernando de los Ríos las valorara.

(23) En su número de 3 de enero de 1935 daba cuenta el ABC de que varias mujeres, hermanas o esposas de revolucionarios detenidos y procesados, abuchearon a Fernando de los Ríos y a Negrín en la estación de Oviedo cuando iban a tomar el tren para regresar a Madrid, “diciéndoles que mientras ellos viajaban en coche cama, los que les habían defendido estaban en la cárcel presos, y sus familias muertas de hambre”.

(24) Por ejemplo El Sol del domingo 28 de octubre decía: “En Sama, los cadáveres de los guardias aparecieron con huellas de haber sido bárbaramente pateados”, y daba como fuente el dictamen médico. Joaquín Airarás publicó una nota con los nombres y apellidos de los sacerdotes, seminaristas, religiosos, magistrados o ingenieros que encontraron la muerte a manos de los revolucionarios. Cfr. Acción Española, XI (1934), 330-331.

(25) Cfr. Diario de sesiones, 8 de noviembre, p. 4.609. También José Antonio Primo de Rivera distinguió entre los “que se limitan a actuar, engañados, segura-mente, por propaganda subversiva, de los líderes que se ocultan Dios sabe dónde y que se aprestan a poner fronteras por medio entre su responsabilidad y el rigor del Estado español”. Antes todavía, e,7, Moutas había dicho: “me sumo a aquellas palabras generosas del señor Ladreda exculpando a los desgraciados que han sido envenenados por una constante predicación malsana”. En este sentido, resulta casi brutal —si fue cierta— una noticia que dio el corresponsal de ABC en París, M. Daranas: “París, 14, 12 noche. El señor Prieto saldrá el viernes para Cannes (Costa Azul), en donde pasará la temporada invernal, como huésped de la señora de Martínez Sierra, que posee una villa en aquella localidad”.


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