Ocurrió un 6 de diciembre de 1936…, por Jesús Hermosilla

 

Jesús Hermosilla

El día 6 de Diciembre de 1936, tenía lugar en la cárcel de Guadalajara uno de los acontecimientos más vergonzosos y más vergonzantes que nuestra provincia sufrió durante los tres años de guerra civil. No solamente cabe calificar de esta manera los sucesos que aquel día tuvieron lugar en la prisión por lo que supusieron, sino también por la forma en que se llevaron a cabo y por la dejación de funciones que los responsables de la seguridad de los presos hicieron en todo momento.

El Frente Popular había hecho público un anuncio en Guadalajara que decía que desde el mismo momento en que una sola bomba cayera en la ciudad, ese sería el momento que determinaría la muerte de todos los presos. Es precisamente el 1 de septiembre del año 1936 cuando tiene lugar un bombardeo que apenas causa daños en la ciudad, cuando ya se produce el primer intento de asalto a la cárcel por las turbas rojas, el cual, termina frustrándose no por el celo que las autoridades debían haber tenido en todo momento para guardar y proteger la integridad física de cuantos allí se encontraban recluidos, sino simplemente porque dichas autoridades entendían que no era el momento de llevar a cabo tales ejecuciones como luego veremos, pues no estaban preparadas aun para acometer tal empresa.

Sin embargo, desde el inicio del Alzamiento Nacional, estos presos van a verse sometidos a todo tipo de controles, pese a ya estar encarcelados, desde no poder cruzar palabra con los funcionarios de prisiones (los cuales estaban desarmados y controlados por los milicianos del Frente Popular), al arbitrio de los Tribunales Populares, interrogatorios, etc.

El mejor ejemplo del trato recibido en la prisión de Guadalajara por estos presos políticos lo podemos encontrar en el que recibió el propio alcalde de Salmerón (cuyo único delito había sido ser alcalde con las derechas antes del Movimiento), cuyo estado de salud era grave debido a una larga enfermedad que fue empeorando durante su estancia en la prisión y que el médico al frente de la misma, el oficial Gelpi Asorey, permitió deliberadamente que acabara con su vida, precisamente en la mañana del día 6 de Diciembre de 1936.

Ese mismo día, tras escuchar misa dada por el Padre José de Predomingo (ejemplar y cultísimo jesuita) que se encontraba también encarcelado junto con otros tantos religiosos solo por el mero hecho de ser religioso, los presos comen de rancho como acostumbraban y se retiran a sus celdas. Apenas han pasado unos minutos, cuando 23 aviones nacionales aparecen el horizonte y bombardean la ciudad. La reacción por parte de las hordas marxistas no se hace esperar y a estas se suma la primera Compañía de la 49ª Brigada del Batallón Rossemberg (compuesta en su mayoría por voluntarios de la provincia) que a voz en grito hacen circular por todo el centro de la ciudad una única consigna “¡A matar a los presos!”. Como dije anteriormente, lo que iba a producirse no se había llevado a cabo meses antes, porque no había una preparación bien organizada para no dejar un preso con vida, pues esta era la consigna principal entre las autoridades bajo cuya custodia se encontraban los presos políticos de la cárcel de Guadalajara. Esta vez, ya con las hordas rojas rodeando la cárcel, se toman las bocacalles inmediatas a la prisión y se coloca una guardia a caballo para evitar que escape algún preso. Una vez asegurado el perímetro se llama por teléfono al Gobernador Civil que en ese momento se encontraba en el Hospital Provincial y se le pide autorización para ejecutar a los presos, a lo que este responde desde el otro lado del cable con las siguientes palabras sentenciadoras “Ya lo sabéis hombre… Lo que queráis, donde queráis y como queráis”.

Desde primeras horas de la tarde hasta en torno a las tres de la madrugada del día siguiente se producen los fusilamientos en el interior de la prisión ante los piquetes de fusilamiento de los milicianos y los presos van siendo conducidos desde sus celdas en grupos de cinco o seis hasta la inminente muerte que les aguarda a solo unos pocos metros de sus celdas.  Entre ellos como dije antes había gentes de derechas en general, muchos religiosos y también menores de 18 años. Una vez consumadas las ejecuciones, la mayoría sin juicio previo, así como tampoco ninguna garantía procesal, los cadáveres se cargan en camiones y se reparten en varias fosas comunes del cementerio de Guadalajara y otros son arrojados a una fosa común excavada en un olivar situado en el camino de Chiloeches.

Según el informe policial para la Causa General (legajo 1071, expediente 1, folios 67 a 70) firmado el 8 de febrero de 1944 se mataron esa misma noche un total de 303 presos. Días después los propios verdugos se permitieron presentarse en casa de las viudas, madres o hermanas de los ejecutados y previa pedida de unos vasos de vino, contaban la ejecución del familiar (algunos de ellos llegaron desangrándose a la fosa y fueron enterrados aun con un pequeño hilo de vida, llegando sus ejecutores a decirles que se callasen cuando les pedían que les ahorrasen la agonía).

Tras la Cruzada Nacional de Liberación se llevó a cabo en la provincia de Guadalajara, fundamentalmente en el año 1940 la oportuna depuración de responsabilidades que tras el juicio y la condena correspondiente llevó por crímenes como los citados anteriormente a ser condenados a la pena capital, en torno a unas 170 personas que debieron rendir cuentas con su vida por actos abominables como los que tuvieron lugar durante la jornada del 6 de Diciembre de 1936 en la prisión de Guadalajara.

En momentos como los que actualmente vivimos, en los que asuntos tan oscuros como este habían quedado atrás perfectamente superados por generaciones que no los conocieron, nos encontramos sorprendentemente con una colección de políticos sin futuro que tienen que recurrir continuamente al pasado para justificar su presente. En ese camino se pretende borrar lo que realmente sucedió en nuestra historia, pero que tengan por seguro que sin entrar en guerras de cifras, ni en discernimientos sobre quien fue el malo y quien el bueno, a pesar de que hubo buenos y malos y de que no fue el Generalísimo Francisco Franco el que decidió deliberadamente que España terminara subsumida en una guerra civil de tres años, nosotros daremos la batalla de la historia que hoy nos quieren ya no negar, sino arrebatar,  diciéndonos como debemos valorar y pensar una época imprescindible para entender la España de hoy.

Me gustaría terminar con unos versos que escribió Don Álvaro Sanz Hernández en Diciembre de 1943 cuando se cumplían siete años de aquel triste suceso del 6 de Diciembre de 1936 en la cárcel de Guadalajara a modo de homenaje a los que allí rindieron su vida por Dios y por España.

 

¡Cuántos dolores reviven!

¡Cómo en cada año que pasa

fuentes de amarguras viejas

se nos abren en el alma!…

 

¡Seis de Diciembre!, no pudo

tener rosicleres de alba

tu amanecida, ni luces

tu noche de estrellas altas.

 

Niebla y sombras te envolvieron.

Presagio de nubes bajas,

grises como el plomo, grises

como el plomo de las balas.

 ¡Que matan a los cautivos,

Madre, y nadie nos los salva!

¡Calla y reza!, que es de Dios

la voluntad soberana.

 

Por los patios de la cárcel

cientos de vidas segadas.

 

En el campo los dejaron.

La noche –silencio y calma-

sobre los cuerpos sin vida

tendió su manto de escarcha.

 

El llanto de las mujeres

-madres, esposas, hermanas-

se hizo lluvia al tercer día

sobre la fosa cerrada.

 

Fue un diciembre sin belenes.

Fue un invierno sin nevada.

Todos los caminos blancos

quiso Dios para sus almas.

¡Con qué gozo los ausentes

rectos hacia el cielo marchan!

 

Sus despojos, aquí abajo…

¡cuatro olivos nos los guardan!


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